Capítulo 22: La cena

Aitana llegó a su casa con el corazón oprimido. Por una parte, había disfrutado de su comida con Germán, incluso después de la llamada de Henri se había esforzado en olvidarla y en concentrarse en él, y no podía negar que cada día que pasaba le gustaba más su jefe. Por otra parte, la llamada de Henri había reavivado algo en ella que era muy fuerte, tanto como el recuerdo del primer hombre que había tenido en su vida, el recuerdo de unos días preciosos en París...

Su hermana se acercó a ella, y notó que algo le sucedía, así que sin miramientos se sentó a su lado y le preguntó qué era lo que había le había pasado. Aitana le contó la verdad, con detalle, de su día con Germán y de la llamada de Henri, propiciada por el mensaje que ella le había pasado.

-Voy a decirte algo -comenzó Amaia-, yo sé que Henri fue muy importante para ti, pero no creo que sea un hombre adecuado para nadie. Es evidente que, por muy romántico que sea, él prefiere estar solo y hacer su vida, escribir por su cuenta y no está pensando en formalizarse o en tener algo serio contigo. Por otra parte, Germán es un hombre distinto...

-Germán no está interesado en mí -le contestó Aitana-, y yo tampoco puedo decir que esté interesada en él. Lo admiro, es guapo, nos llevamos muy bien, pero...

-¿Pero qué? -Amaia estaba sonriendo-. ¿No te das cuenta de que te estás enamorando de él?

-No, no es cierto -Aitana se levantó de la cama y comenzó frenéticamente a aguardar ropa limpia en el armario-. No sucede nada entre nosotros.

-Eres una boba -le espetó Amaia-, y puede que cometas un grave error si sigues pensando en tu príncipe francés que lo único que ha demostrado es que puede vivir muy bien sin ti.

-Sé que tienes razón, pero hasta ahora lo que yo viví con Henri fue real, en cambio, Germán es solo una fantasía...

-¡Vaya! -exclamó riendo Amaia-. Ahí está, lo has confesado.

-No he confesado nada, -se defendió Aitana-, he dicho simplemente que lo de Germán no existe, en cambio lo que viví con Henri sí sucedió.

-Como quieras -contestó Amaia-, me marcho porque contigo no se puede razonar...

Al día siguiente, en la noche, la familia de Aitana tenía todo listo, aguardando por Germán Martín. El invitado llegó a la hora justa, con una botella de excelente vino de obsequio. Raúl lo recibió encantado y le presentó a su esposa Margara.

-Es un placer -le dijo él-. Su esposo ha elogiado su comida, así que no fui capaz de resistirme a la invitación.

Margarita sonrió por el elogio.

-Espero que todo haya quedado a la altura -comentó.

Luego Germán se acercó a Amaia y por último a Aitana. Estaba preciosa con un hermoso vestido negro, tan sencillo como perfecto para su hermosa figura.

-Nana se quedó triste cuando supo que vendría a tu casa y ella no podía venir -le explicó-. Dice que no le importaba que fuera una reunión de adultos.

-Pobrecita -repuso Aitana con pena-, debería compensarla de alguna manera, no quisiera que se enojara conmigo.

-Ya sé cómo puedes compensarla, -le dijo él con una sonrisa-, de hecho, he venido con una petición suya al respecto.

-¿Qué quiere? -sentía curiosidad.

La familia los había dejado solos por un momento. Margara había ido a la cocina, Raúl a descorchar el vino y Amaia a terminar de poner la mesa.

-Quiere ir a la playa y me ha pedido que te invite.

Aitana abrió los ojos, no se esperaba una proposición de esa clase.

-Yo le advertí que era muy probable que tuvieras planes para este fin de semana, pero he cumplido con trasmitirte la invitación. A mí también me gustaría que fueras, además solo serán un par de horas, Nana todavía es pequeña y se cansa en la playa.

Germán se sentía tonto, dándole todas aquellas explicaciones para que ella accediera a la invitación, pero Aitana ya estaba convencida.

-Me encantará ir con ustedes -dijo por fin.

-¡Excelente! Pasaré mañana por ti a las diez. Nana está muy emocionada, como vivimos tanto tiempo en Madrid, está deseosa de ver el mar.

Aitana la comprendía perfectamente. Ella adoraba las ciudades marítimas, necesitaba tener el mar cerca para ser feliz.

La cena estuvo muy agradable, la comida -un gazpacho, un cordero y vegetales-, había quedado estupenda. Margara habló de su trabajo como doctora y luego Raúl hizo un par de historias de la Universidad. Germán comentó el difícil examen de Derecho Constitucional que les había hecho Raúl como cierre de su asignatura, y finalmente hablaron de Aitana.

-Estamos muy agradecidos de que tenga tan buen empleo -decía su padre-, pero sobre todo el trabajo que ella deseaba.

-Yo también me alegro de que trabaje en el Bufete -concordó Germán-. Reconozco que al principio tenía mis dudas pues apenas la conocía. La había contratado mi padre y no sabía si había hecho una elección concienzuda. Me bastó tan solo un día para comprender por qué se decidió a traerla al Bufete. Por otra parte, me reconforta saber que se ha convertido en más que una abogada para mí.

La confesión pública fue muy bien recibida, Aitana se puso como la grana y su hermana la miraba divertida.

-¿Ves? -le dijo bajito-. ¡Te lo dije!

El postre fue natilla de vainilla, el postre favorito de la familia Villaverde, también quedó delicioso. Al final de la velada, Germán se despidió de todos:

-Estoy muy agradecido de que me hayan invitado a cenar -miró a Margara-, su esposo no exageró en lo más mínimo: la comida estaba deliciosa.

-Puede venir cuando quiera -le comentó Margara-, siempre será bien recibido. Sé que tiene una niña pequeña y se ha mudado recientemente a la ciudad, y yo soy pediatra, así que cualquier cosa que necesite puede llamarme. Espero que no sea necesario -sonrió-, pero le daré mi tarjeta.

-Muchísimas gracias -él estaba muy impresionado por la amabilidad de la mamá de Aitana-, tendré su tarjeta muy bien guardada.

Raúl le dio la mano a Germán y Amaia se despidió de él.

-Deberías acompañar a Germán al ascensor -aconsejó en voz alta.

A Aitana no le quedó más remedio que hacer eso, así que permanecieron a solas mientras esperaban al ascensor.

-La he pasado genial, ha sido una noche muy agradable.

-Para mí también. No acostumbramos a recibir mucho, pero mis padres se han comportado como si fueras un amigo cercano.

-Yo también lo percibí, quizás es porque hablas mucho de mí -le recordó con malicia, mientras la miraba a los ojos.

El ascensor llegó. Estaba vacío y Germán pensó que se despedirían en ese momento, pero Aitana entró primero que él.

-Te acompañaré a abajo -le dijo.

Ella estaba tan cerca que podía sentir su respiración y ese perfume que tanto le gustaba. Sin pensarlo dos veces se colocó frente a Aitana, ella levantó la mirada para encontrarse con esos ojos color miel que la reclamaban para sí y Germán no demoró en calmar el deseo tan grande que sentía por ella, bajó la cabeza y la besó. Fue un beso que la estremeció por completo, que encendió una pasión que jamás pensó que sentiría por él... Ella lo besó también, lo besó porque, a pesar de sus dudas, lo quería...

Germán había conquistado sus labios, le sujetaba el rostro por una mano y la besaba con una intensidad como si, en aquel ascensor, escaparan del tiempo y del espacio... Él apretó su cuerpo caliente contra el suyo y ella ahogó una exclamación al sentirlo tan cerca, tan apasionado... Se estaba perdiendo en él, y no tenía escapatoria. Sin embargo, la dicha duró muy poco, el ascensor se abrió y Germán se despegó de ella al sentir el ruido de las puertas. En la planta baja aguardaban algunos vecinos que comenzaron a entrar al diminuto ascensor. Germán no tuvo más remedio que separarse de ella y bajarse para hacer sitio a los que entraban, mientras Aitana lo observaba en silencio, incapaz de moverse, con el corazón acelerado.

Germán todavía la miraba, fuera del ascensor, cuando este cerró sus puerta, llevándose a la mujer que le había devuelto las ganas de amar.

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