Capítulo 20: Encuentro en la Plaza de la Reina

El domingo, Aitana y su hermana decidieron pasear por el centro. Hicieron algunas compras y luego se sentaron en la Plaza de la Reina al fondo de la Catedral de Valencia, el mismísimo centro histórico de la ciudad.

En la Plaza de la Reina había varios puestos de artesanos con souvenirs así como varios comercios. Las jóvenes se sentaron en uno de ellos a degustar de una horchata —bebida típica— y de un helado a causa del calor.

Amaia había optado por no mencionarle más a Henri, puesto que él no le había escrito más ni ella tampoco. Aitana no había tenido suerte en el amor, después de lo que le había sucedido con su primer novio. Para fortuna de ella, aquel muchacho y su mejor amiga se habían mudado para Segovia y ella no había sabido más de ninguno de los dos.

No había pasado mucho tiempo cuando Aitana sintió que una voz de niña la llamaba, al voltearse, se percató de que era Nana que se encontraba en compañía de su papá.

Aitana se sorprendió mucho al verlos, pero los saludó con alegría. Era la primera vez que veía a Germán fuera de la jornada laboral y lucía muy bien con aquel polo y unos pantalones cortos, a causa del calor. Aitana se quedó embobada mirándolos, hasta que Amaia se presentó sola.

—Hola, yo soy la hermana de Aitana. Mi nombre es Amaia.

—Hola —le contestó él—. Soy Germán Martín, y ella es mi hija Jimena.

—¡Qué preciosidad! —exclamó Amaia mirándola—. Espere un momento, ¿es tu jefe?

Aitana se ruborizó. En los últimos días había hecho partícipe a su hermana del cambio operado en Germán, ahora era más cercano y agradable y le había hablado del bonito lazo que le había unido a su hija.

—Sí, —reafirmó él—, el mismo.

—¿Quieren sentarse con nosotras? —preguntó Amaia.

—¡Sí! —exclamó Jimena sentándose por sí sola y con algo de trabajo en una silla—. Veníamos a tomar helado.

Germán no tuvo más remedio que sentarse al lado de Aitana.

—Siento interrumpirlas —dijo con amabilidad—, pero como ha dicho Nana, hemos venido a causa de un helado. ¡Hace mucho calor!

—Este lugar a nosotras nos gusta mucho —comentó Aitana—, la Plaza de la Reina tiene mucho encanto.

En uno de sus costados se hallaba uno de las tantas heladerías de la ciudad que ofertaban helados artesanales que eran una verdadera delicia.

—A mí también me gusta mucho —concordó Germán.

Conversaron de temas muy agradables. Jimena le enseñó a Aitana el collar que le había regalado su padre y acaparó parte de su atención. Germán volvía a mirarlas con interés, pero en silencio. Aitana estaba preciosa con su cabello suelto y un vestido rojo de tirantes que evidenciaba sus curvas y su hermosa figura. Cuando terminaron el helado —Aitana y Nana lo pidieron de turrón y Ferrero Rocher y Amaia y Germán de pistacho—, Germán se ofreció a llevarlas y Amaia aceptó por las dos.

—Aquí vivimos —le comentó Aitana señalando un edificio de color terracota—, muchas gracias por traernos.

—Ha sido un placer —contestó Germán—, un gusto conocerla, Amaia.

—El gusto es mío —dijo la aludida antes de bajarse del coche.

Amaia le dio un beso a Nana en su cabeza.

—Adiós, pequeña. Nos vemos pronto.

—Adiós, Tata. —Le tiró besos, esa era la nueva manera de llamarla.

—Recuerda que quedamos mañana en la Facultad de Derecho.

—No lo he olvidado. Hasta mañana, Germán —le sonrió.

Cuando las hermanas se quedaron a solas, Amaia no escondió su entusiasmo:

—Es guapísimo! —le dijo—. Además de que es evidente de que está loco por ti…

—No digas tonterías —le regañó Aitana—, solo ha sido amable.

—No me puedes negar que a ti también te gusta tu jefe. Reconozco que estaba un tanto predispuesta al principio, pero luego puede comprobar que tenías razón al decir que era un hombre muy bueno. Te faltó agregar que era todo un galán…

Aitana se ruborizó.

—Todo eso que estás diciendo es fruto de tu cabeza. Reconozco que es apuesto pero no existe nada entre nosotros.

—¿Sigues pensando en el Henri ese que no te ha escrito más? —le reprendió Amaia.

—No estoy pensando en nadie —Aitana se encaminó a su habitación—, y la verdad es que tengo deseos de estar sola.

Se despidió de Aitana, algo disgustada y cerró la puerta. No podía justificar por completo por qué se encontraba así. Estaba muy disgustada con Henri y más aún, por los sentimientos que le inspiraba Germán, lo cual era totalmente injustificable.

Tomó su celular y le escribió a Henri. Se había jurado a sí misma que no lo haría, pero debía darle un cierre a esta historia. Él le había prometido que cerca de un mes de su separación iría a verla, pero no había sido así:

“Hola, Henri. Espero que estés bien, así como tu familia también. Hace mucho tiempo que no tengo noticias tuyas. Pensé no escribirte, ya que tu silencio ha sido muy elocuente, pero al final lo he hecho, pues no puedo continuar pensando que en algún momento aparecerás. Esa incertidumbre y este silencio son más poderosas que yo, así que prefiero despedirme. Te agradezco por esos días tan lindos… La pintura de Sacre Couer la tengo en mi recámara, así que la veo todos los días. A pesar de que me hayas prometido que vendrías a verme, yo me fui de París con la sensación de que nuestros destinos no volverían a cruzarse. Tenemos vidas muy distintas y lo comprendo. Un beso”.

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