Capítulo 19: Una familia
Hacía más tres semanas que Aitana había regresado de París. Aquellos días los había puesto en un cofre dentro de su corazón, y trataba de no abrirlo, para no recordar… Henri no le había escrito más y ella tampoco. Estaba disgustada con su comportamiento, pero ella lo había imaginado desde el mismo momento en el que le advirtió que solo podían ser amigos.
Henri no era el tipo de hombre que se arriesgaría a cambiar de vida solo por la pasión que podía sentir por una mujer. Ella tampoco estaba dispuesta a cambiar sus planes, por alguien que había resultado ser muy egoísta. El fin de su historia con él ya estaba escrito y, aunque no podía evitar pensar en Henri, ya lo hacía con menos frecuencia.
Doña Carmen continuaba visitando a su hijo con cierta asiduidad. Germán no estaba acostumbrado a algo así, puesto que era un hombre en toda la extensión de la palabra… Su madre, en cambio, aducía que debía alimentarse bien, así que personalmente le llevaba la comida o, en ocasiones, salían a comer fuera.
Nana solía ir con su abuela a ver a su padre, estaba de vacaciones y doña Carmen velaba por ella. Siempre que Nana iba insistía en pasar a ver a Aitana: le llevaba sus juguetes favoritos para que ella los viera, le presentaba a sus muñecas y le pedía que le hiciera dibujos.
Aquella tarde, Aitana estaba en su oficina con Nana, jugando con las dos muñecas que había llevado, cuando Germán y Carmen aparecieron en su puerta.
—Ya nos vamos a comer —anunció la señora—, y recuerda, Aitana, que nos prometiste acompañarnos un día… ¿Puedes venir hoy con nosotros?
La aludida levantó la mirada y se encontró con los ojos color miel de su jefe, preguntándose si él también lo deseaba.
—Me gustaría que fueras con nosotros —le aseguró él, con su voz profunda—. Por favor, acepta.
Aitana asintió y se levantó, mientras recogía las muñecas.
Un rato después, se hallaban en un restaurante italiano, sentados en un cómodo pullman doña Carmen, Nana en medio, Aitana y las dos muñecas. Frente a ellas, en una silla estaba Germán.
La comida estaba deliciosa, pidieron pasta pues era el plato favorito de Nana y quisieron acompañarla. Aitana con frecuencia hablaba con la niña y sorprendió a todos cuando pidió que Aitana le diera el resto de pasta de su plato, una vez que se cansó de comer por sí misma.
—Cariño —le reprendió su padre, aunque con su voz dulce—, ven con papá que te daré el resto de tus espaguetis.
—No —y en eso estaba decidida—, quiero que me los de Aitana.
—¿Pero qué diferencia puede haber? —dijo Germán sin entender.
—Mucha —respondió Aitana mientras le daba la primera cucharada y miraba a su jefe—, es que yo soy amiga de Nanita y de Nini, estas muñecas que están al lado mío —continuó con una sonrisa—, y ya yo les di a ellas su pasta. Falta ahora Nana, que quiere que se la de al igual que a sus muñecas. —Aitana estaba divertida.
Germán sonrió, sorprendido ante la habilidad de Aitana de darle la comida a su hija y el cariño que demostraba por ella.
—¿Cómo se comporta mi hijo en la oficina? —comentó Carmen con suspicacia mirando a Aitana—. ¿Es demasiado severo?
—¡Mamá! —Germán estaba avergonzado.
—No te preocupes, querido —dijo su madre limpiándose la boca con la servilleta—, todos sabemos que tienes un gran corazón, aunque supongo que Aitana haya pasado un poco de trabajo con un jefe como tú…
La conversación no era muy profesional y doña Carmen sabía que no debía haberla iniciado, sin embargo, algo en su interior le decía que su hijo veía a Aitana de una manera especial.
—Al comienzo fue muy severo —se atrevió a responder Aitana—, y no es que haya dejado de serlo, pero ya uno se va acostumbrando…
Germán sonrió otra vez, no sabía qué decirle.
—¿Tan mal te ha ido en el Bufete? —le preguntó con la misma sonrisa en los labios.
Ella negó con la cabeza.
—Me ha ido muy bien —afirmó, mientras le miraba a los ojos.
—Necesito hacer pipí —interrumpió Nana.
—No te preocupes —le dijo Carmen a Aitana—, yo me encargo.
Carmen se levantó y se alejó llevando a su nieta de la mano al sanitario.
—Te agradezco mucho lo que haces por mi hija —comentó Germán cuando se alejaron—, se llevan de maravillas y se nota que ella te quiere. Es increíble como en unas pocas semanas Jimena ha hecho ese vínculo contigo, pues mi hija suele ser bastante reservada.
—No tiene por qué agradecerme —contestó Aitana—, Jimena es una niña preciosa y yo también le quiero. Tiene mucha suerte de tener una hija tan linda y buena como ella.
Germán asintió, era muy dichoso al tenerla, pero no lo fue cuando perdió a su madre. No obstante, se guardó ese pensamiento.
Una empleada se acercó a la mesa y le dio a Aitana una bolsita con un juguete.
—Hola —les dijo a los dos, mientras dejaba la cuenta arriba de la mesa—, acostumbramos a obsequiar juguetes a los niños de nuestros clientes. Espero que a su hija le guste.
—Muchas gracias —contestó Aitana cohibida, sin sacarla del error.
Cuando la empleada se marchó, Aitana pudo ver la expresión de Germán en su rostro, tenía muchos sentimientos encontrados: por una parte, el hecho de haber perdido a su esposa y, por la otra, el hecho de que la vida le hubiese puesto a Aitana delante, tan amorosa con su hija, que incluso podía parecerles a los otros su verdadera madre.
—Lo siento —susurró—, imagino que debe haber sido difícil para usted.
Él la miró.
—Todavía lo es —respondió—, pero no me trates más de usted —le pidió—, si eres amiga de mi hija y de sus muñecas, deberías ser mi amiga también.
Ella no pudo responderle porque ya se acercaban doña Carmen y Nana a la mesa. La niña se puso feliz con su nuevo juguete y luego que Germán pagó, salieron todos juntos a la calle, doña Carmen se llevó a la niña en el coche para la casa y Germán y Aitana se fueron caminando, en silencio, hacia el Bufete.
—El lunes daré una conferencia para los estudiantes de Derecho en la Universidad —le comentó Germán.
—¡Qué bien! —exclamó ella—. Les encantará…
—Gracias, reconozco que estoy un poco asustado, hace mucho tiempo que no voy a un aula universitaria y hace bastante ya de mis tiempos de estudiante. Me preguntaba si quisieras acompañarme el lunes a la Facultad.
—Me encantaría —repuso ella—. ¿A qué hora debo estar?
—A las 9 de la mañana.
Una vez que entraron al Bufete, se despidieron. Lola se acercó a Aitana, sorprendida de que ella hubiese salido a comer con el jefe y su madre.
—¿Sabes que doña Carmen me estuvo preguntando si tú tenías novio? —le dijo con una sonrisa—. Me parece que se está haciendo demasiadas ideas contigo y Germán…
Aitana se ruborizó.
—¡Imaginaciones tuyas y de ella, en todo caso! —exclamó mientras recogía unos papeles—. ¿Y qué le respondiste? —No podía negar que sentía curiosidad.
—Le dije que no tenías novio —contestó ella—. Esa es la verdad, ¿no?
Aitana no contestó, esa era la verdad después de todo. Volvió a su oficina, sin ánimo de querer seguir pensando en ese asunto.
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