Capítulo 18: Una visita en la oficina
Las relaciones entre Aitana y Germán se habían vuelto en los últimos días, mucho más cordiales. Ella acudía en las mañanas a recibir expedientes, los analizaba y en la tarde discutía los casos con él. A veces él le daba a revisar una demanda, lo cual era una gran deferencia. Decía que ella, por haber salido hacía poco tiempo de la Universidad, tenía todavía una visión académica que a él le era importante, tan imbuido en la dinámica y en los procedimientos de la abogacía.
Lola en par de ocasiones le había dicho a Aitana que había ido cambiando su impresión sobre Germán y que creía que era una buena persona. Además, se alegraba mucho de que ellos comenzaran a llevarse bien. A pesar de sus progresos, Aitana sentía un poco cohibida cuando estaba con él. Era su jefe y además era un hombre enigmático que, a pesar de que se esforzaba en ser amable con ella, mantenía una distancia que era incapaz de romper.
Por otra parte, era muy guapo y aquello la desconcertaba en ocasiones, cuando estaba junto a él. Trataba de quitarse ese pensamiento de la cabeza diciéndose que era solo una apreciación y que a ella no le gustaba él en lo absoluto.
Un mediodía, cuando Aitana se disponía a salir a comer algo, llegó Carmen, la madre de Germán. Aitana la conocía puesto que, durante sus prácticas, doña Carmen acostumbraba a visitar a su esposo y salían juntos a la hora de comer. Esta vez, la dama había ido en búsqueda de su hijo. Aitana, al verla, salió al pasillo para saludarla:
—Hola, doña Carmen, ¡qué gusto verla!
La dama era muy agradable. Elegante, pero a la vez simpática.
—¡Hola, querida! —exclamó—. Ya había escuchado que estabas aquí, me alegra mucho encontrarte.
—Gracias, también es un gusto para mí saludarla.
Aitana se percató de que, tras la falda de la señora, se escondía una niña pequeña, que reconoció de inmediato de la fotografía de Germán.
—Hola —dijo agachándose—, tú eres Jimena, ¿verdad?
La niña dio un paso al frente al ver que Aitana conocía su nombre.
—¡Qué linda eres! ¡Esas trenzas te vienen de maravilla! —Su cabello era rojizo.
—Gracias —susurró la pequeña, que tenía los mismos ojos que su padre—, ¿quién eres?
—Trabaja con papá, cariño —le explicó la abuela—. Es abogada.
—¿Cuántos años tienes? —Aitana ya lo sabía, pero quería hacerla hablar.
—Tengo cinco años —respondió la nena, mostrándoselos con los dedos de la mano.
En ese instante apareció Germán, que sintió las voces en el corredor. La escena era de lo más simpática: Aitana, agachada con sus zapatos de tacón para conversar con su hija; Jimena, que solía ser cohibida, entablando una breve charla con ella y su madre, con una cara de satisfacción que no podía ocultar.
—¡Hola, hijo! —exclamó Carmen al verlo.
—Hola, mamá, ¿qué hacen por acá? —A Germán no le agradaban ese tipo de sorpresas.
Aitana se levantó en cuanto le escuchó, no iba a continuar en esa posición, además de que Jimena en cuanto vio a su padre se echó a correr y este la alzó en brazos y le dio un beso. Aitana lo observó en silencio, jamás hubiese creído que él fuera tan cariñoso.
—Queremos invitarte a comer —le explicó su madre—. Si no estás muy ocupado…
Germán estuvo de acuerdo.
—Termino un e-mail y estaré con ustedes en un momento. —Colocó a su hija en el piso y le habló con dulzura—. Espera a papá, Nana, pronto estaré de vuelta.
La niña estaba muy bien educada, así que volvió con su abuela. Aitana iba de regreso a su oficina cuando la niña la tomó de la falda:
—¿Trabajas allí? —preguntó indicando con un dedo.
—Sí —contestó Aitana—. ¿Quieres entrar?
La niña dijo que sí por lo que Aitana le dio la mano hacia el interior de su oficina. Carmen iría a saludar a Lola a la recepción, por lo que dejó a la pequeña a su cuidado.
—Estaré cerca —le advirtió con una sonrisa—, cualquier dificultad no dudes en llamarme, aunque por lo general es muy tranquila. Pórtate bien, Nana -
—le dijo mirando a su nietecita.
La niña era toda dulzura y a Aitana la cautivó desde el primer momento. La sentó en sus piernas y Nana la hizo dibujar para ella.
—¿Qué quieres que te dibuje? —preguntó Aitana, complaciente.
—A Anna —respondió.
Aitana sabía quién era, a pesar de su edad también le gustaban las películas animadas y Frozen le parecía encantadora.
—¿Esas trenzas que llevas son para parecerte a Anna?
—¡Sí! —exclamó la niña.
—Pues sí que te pareces —comentó Aitana mientras dibujaba con ella recostada en su pecho—, tienes el mismo color de cabello que Anna, pero tú eres más bonita.
La niña se rio, mientras la indicaba cómo debía ser el corpiño. Aitana solía dibujarle a sus primos, lo hacía bastante bien, pero hacía bastante tiempo que no practicaba. Por suerte, el dibujo de Anna le estaba quedando como deseaba.
—¿Qué tal está, Nana?
—¡Genial! ¡Me gustó mucho! Gracias. —Levantó la carita y le dio un beso en la mejilla a su nueva amiga.
En ese momento se asomó Germán a la oficina, a tiempo para observar lo que sucedía entre su nueva asociada y su pequeña hija. Cuando a Aitana lo vio, se sintió un poco nerviosa, no pudo explicar por qué… Germán la miraba con una expresión de ternura que jamás le había visto y eso le impresionó mucho de él.
—Hola, papá —dijo la niña de nuevo—. Mira el dibujo tan bonito que me ha hecho mi amiga.
Germán sonrió y pasó a la oficina para ver el dibujo. Estaba hecho con bolígrafo, pero se veía muy bien.
—Está precioso, dibujas muy bien, Aitana —le felicitó, mientras la echaba una ojeada.
—Gracias —respondió ella, un poco ruborizada, sin razón—, me encantan los niños y soy la mayor de mis primos, a los que solía dibujarles lo que quisieran.
Germán levantó a Jimena de su regazo y la colocó en sus brazos.
—Vamos, preciosa —le dio un besito—. Vamos a llevarnos el dibujo de Aitana también.
La joven se lo dio y él lo tomó en una mano.
—Aitana, ¿no quieres venir con nosotros? —le preguntó Carmen, que había regresado a la oficina—. Eres más que bienvenida.
Germán se quedó en silencio, sorprendido por la invitación, al igual que Aitana que no sabía qué decir.
—Muchas gracias —contestó por fin—, pero será mejor en otra ocasión, ya he quedado con alguien.
Era mentira, pero ¿qué otra cosa podía decirles? No se sentía cómoda de aceptar esa invitación, más aun cuando Germán se había quedado en silencio. La familia salió de su oficina y Carmen le hizo prometer que, en efecto, les acompañaría en otra ocasión.
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