Capítulo 15: De regreso a Valencia
El lunes Aitana se fue temprano al trabajo. Tomó el Metro y se bajó en Xativa, pues su Bufete se encontraba cerca de allí. El fin de semana había sido menos alegre de lo que ella había imaginado unas semanas atrás, no obstante, se esforzó en mostrarse feliz frente a su familia. Su padre disfrutó mucho de su fiesta de cumpleaños el domingo, su madre estaba muy contenta al tener a sus hijas de regreso pues su hermana, Amaia, había regresado de Ibiza también.
Su hermana de inmediato comprendió que algo le había sucedido, así que no pudo evitar contarle su historia con Henri. ¡Amaia estaba tan sorprendida al escucharle, que por un momento no le creyó! Sin embargo, estaba orgullosa de que Aitana al fin hubiese podido tener unos instantes de felicidad con alguien, aunque el futuro fuese incierto todavía.
Aitana confiaba en que Henri llegaría a Valencia en poco menos de un mes, pero no había tenido muchas noticias suyas. El sábado le había pasado un mensaje para saber que tal su vuelo, a pesar de que lo había seguido por Internet. El domingo, le pasó otro mensaje para preguntarle por su padre y desearle un feliz cumpleaños, aunque no lo conociese. A pesar de haber sido amable, Aitana esperó que sus intercambios de mensajes fueran más constantes y frecuentes, pero no había sido así.
En la noche estuvo a punto de escribirle, pero no lo hizo y en la que llevaba de mañana tampoco lo había hecho. Quizás estuviera ocupado o no supiera cómo reaccionar ante esta situación tan atípica. En sus mensajes no le había puesto "te extraño" o "te quiero", simplemente se preocupaba por ella, casi como un amigo. Esto la había entristecido un poco y pensó en tomar la iniciativa, pero no se sentía con deseos de hacer algo como eso cuando él, que no tenía una agenda o un plan que lo atase verdaderamente a París, había optado por pasar el verano lejos de ella. Aquel plan de viajar en algunas semanas podía ser una excusa o una manera de no hacer tan traumática la separación en Orly...
Aitana llegó al bufete, ya lo conocía porque había sido becaria y había hecho prácticas allí. Sin embargo, había una novedad, el viejo señor Gustavo Martín, que era el socio principal de Martín y Asociados, se había jubilado y le había pasado la batuta a uno de sus hijos, el doctor Germán Martín, al que no conocía.
En la recepción la estaba esperando Lola, la secretaria, era alta, de mediana edad y muy simpática.
—Hija, pero que guapa estás... —le dijo con amabilidad—. Ese vestido azul te sienta como un guante. Ya quisiera yo tener tu figura para lucir uno de esos.
Aitana le dio par de besos.
—¡Si tienes una figura preciosa! —le contestó—. Nadie te echaría la edad que tienes... —La aludida se rio—. ¿Cómo están tus hijos?
—Pues bien —le contestó—, la más pequeña está en el cole y el mayor ha empezado a estudiar para hacerse ingeniero en ordenadores.
—¡Qué bien! ¡Cuánto me alegro! ¿Y tu esposo?
—Pues anda medio mal por la espalda, ya que siempre está demasiado tiempo sentado en su trabajo, pero ya sabes que... —Lola se interrumpió de golpe y Aitana se giró para ver por qué tenía una expresión tan elocuente.
—Buenos días —dijo una voz profunda—, que bien que la plática esté entretenida.
La frase era más bien un reproche y venía de un hombre alto, de cabello oscuro y unos ojos color miel. Era joven y apuesto, según la primera impresión que se llevó Aitana, pero tenía un carácter difícil.
—Ella es la señorita Villaverde —le explicó Lola—, fue pasante nuestra y su padre la contrató una vez que terminó en la Universidad.
—Ya lo sé —contestó él—, he visto su ficha y en su expediente hay una foto.
—Aitana —dijo Lola, tratando de sonar natural—, él es el doctor Germán Martín, hijo del señor Martín.
—Mucho gusto. —Aitana le extendió una mano y él se la estrechó, mientras la miraba a los ojos, aquellos hermosos ojos oscuros que tenía delante.
—Es un placer, licenciada Villaverde. Le agradecería pasara por mi despacho un momento.
El Bufete no era grande, eran tres abogados laboralistas asociados y Aitana, que era la más reciente incorporación. La joven atravesó el pasillo hasta llegar a la antigua oficina del señor Martín, allí ya la aguardaba su hijo, que la observaba con una expresión severa.
—Ya veo que conoce a Lola, señorita Villaverde —comentó.
—Así es, he hecho prácticas antes aquí, como ya sabe.
—Perfecto, entonces espero que esas conversaciones las tengan fuera del horario de trabajo, señorita Villaverde.
Ella asintió.
—Así será —le aseguró, a pesar de que se percataba de que tenía un pésimo humor—, pero como es mi primer día aguardaba por usted para presentarme y que me diera la indicación de lo que debo de hacer.
Germán no replicó. Abrió una gaveta de su escritorio y le colocó un gran expediente delante de ella:
—Lea este caso y formule una demanda, luego me la pasa para revisarla.
—¿Cuál es el tiempo del cuál dispongo? —preguntó ella mientras miraba el grosor del expediente.
—El día de hoy, señorita Villaverde. En la tarde quiero leer su demanda.
Ella quiso decir que era muy poco tiempo, pero no pensaba hacer el ridículo, era evidente que aquel hombre la estaba probando.
—Vendré a verle en la tarde con la demanda formulada.
Aitana se levantó y él se quedó observando su hermosa figura, enfundada en un vestido azul, atravesar el umbral de su puerta y cerrarla tras ella.
Aitana estuvo toda la mañana leyendo aquel caso sobre un despido indebido, estaba complicado... En la tarde, Lola se acercó a ella y le preguntó si quería comer algo con ella, pero Aitana le dijo que no podía, apenas comenzaba a entender cómo construir la demanda de aquel caso y tenía ante ella una página en blanco en el ordenador.
El tiempo se le fue por completo, hasta que terminó de revisar la demanda, eran más de las cinco de la tarde. Envío el documento a imprimir y se dirigió a la sala de impresoras para recogerlo antes de tocar a la puerta del señor Martín. Lola le había dicho que se hallaba allí, como si estuviera aguardando por ella.
—Pase —dijo Germán, desde la comodidad de su silla.
Aitana se detuvo frente a él, de pie y le colocó la demanda frente a él.
—He terminado —anunció con contención, sin apenas evidenciar su gozo por haberlo conseguido—, espero por su opinión para poder modificar lo que considere atinado.
—Siéntese... —le indicó con un ademán.
Germán se leyó la demanda con detenimiento, arrugando la cien mientras avanzaba por su lectura. Aitana no estaba segura si eso era algo bueno o no, tan solo aguardaba sentada el veredicto.
—Muy bien —dijo por fin—, estoy de acuerdo con su razonamiento, es una buena demanda, casi tan buena como la que yo elaboré dos días atrás sobre este mismo caso.
—¡Cómo! —exclamó Aitana confundida—. ¿Ya usted elaboró una demanda sobre este caso?
—Así es. —Asintió él, con una breve sonrisa—. Yo mismo asumí este caso.
—¿Entonces me ha hecho perder el tiempo? —Aitana estaba visiblemente molesta.
—¿Tiene algo que objetar, señorita Villaverde? —le preguntó.
Aitana se levantó.
—En lo absoluto. Usted sabrá si es conveniente pagarme un salario por un trabajo que ya está hecho.
Germán se rio, pero su risa no era agradable.
—Esto ha sido un ejercicio —le explicó—. Mi padre la conoce, pero yo no. He decidido probar si tiene madera para este oficio y parece que la tiene.
—Debió haber confiado desde el comienzo en el criterio de su padre —le espetó ella—, de cualquier manera, agradezco haber pasado su examen.
Germán asintió, divertido un poco y asombrado ante el carácter de Aitana.
—Si ya no tiene más nada que decirme, me retiro. Buenas tardes.
Aitana se marchó, pero Germán la siguió, en la distancia escuchó cuando Lola le preguntaba si no deseaba comer nada antes de marcharse, le preocupaba su debilidad luego de no haber probado bocado en todo el día. Aitana se negó y Germán volvió a su oficina. Pensó haberse brindado para llevarla hasta a su casa luego de su comportamiento con ella, pero desistió ante lo inadecuado de aquel pensamiento.
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