Capítulo 11: Una noche de amor en el Sena

Aitana y Henri se dieron miles de besos en la Torre, sin palabras ni frases trilladas, sus labios decían más que ellos mismos. Aitana le sonreía, nerviosa, y con el corazón acelerado. Henri se veía feliz y no dejaba de abrazarla.

-¿Sabes que deseaba hacer esto desde el primer día en el que te vi en el Museo de Orsay?

Ella se alejó un poco de él, riendo.

-Apenas me habías visto una vez y yo evidencié ser muy torpe, además, no puedo entender por qué te interesaste en mí.

Él meditó un momento su respuesta.

-Te veías tan encantadora, natural y a la vez inteligente, que me deslumbraste. Eso sin hablar de tus ojos, esos ojos oscuros que me fascinan.

Aitana volvió a acercarse y lo besó, con pasión, tanto que terminaron con la respiración entrecortada.

-Quiero invitarte a cenar, he hecho una llamada y nos esperan en un lugar muy exclusivo.

-Te advertí desde el comienzo que soy una mujer muy sencilla.

-Lo sé -contestó-, y eso me encanta de ti, pero este momento que vivimos requiere de la mayor formalidad. Sé que es muy pronto para decírtelo, pero te quiero, Aitana -le confesó-. Te quiero no para un par de días o para una noche, ya de eso he tenido bastante en los últimos meses y tú eres diferente. Te quiero conmigo, en mi vida...

Aitana estaba asombrada. Parecía que la altitud de la Torre le estaba haciendo mal a Henri.

-Regreso a Valencia dentro de dos días -le recordó-. Tenemos vidas completamente diferentes...

De repente ella se había vuelto muy seria.

-Es verdad -afirmó él-, pero no te adelantes a los acontecimientos. Te pido que vivas sin pensar en lo que pueda suceder, yo te quiero conmigo y eso es lo importante. Ya habrá tiempo de hablar acerca del futuro.

Aitana no le contestó, tan solo lo miraba en silencio.

-Además -prosiguió él con una sonrisa-, según tú, íbamos a ser tan solo amigos, y me parece que ese beso que me has dado dista mucho de una simple amistad.

Aitana sonrió y le dio un abrazo.

-Yo también te quiero -le contestó.

Bajaron abrazados de la Torre y se encaminaron hacia el auto de Henri. Luego él la condujo hasta la rue Royale, donde se hallaba el restaurante más famoso del mundo: Maxim's. Aitana quedó asombrada cuando se encontró allí.

-¡Dios mío! -exclamó todavía incrédula, frente al exterior del restaurante.

-¿Podrías relajarte? -le pidió riendo-. Dejarás desconcertado al portero.

Aitana le dio la mano y los condujeron hasta una mesa. Los salones eran preciosos, las paredes estaban revestidas de madera, pero daban espacio también a grandes tapices con figuras femeninas. La luz era tenue, en la mesa había una pequeña lámpara. El piso alfombrado con flores y colores, daba un ambiente único a aquel lugar.

-El restaurante se fundó a finales del siglo XIX -le contestó él-, y fue la cuna de muchas personalidades durante la Belle Epoque. Ha alcanzado una gran fama, como bien sabes, y la verdad es que es un lugar romántico y muy tradicional, espero que te guste.

-Me encanta -dijo sonriendo-, pero me temo que la cuenta será alta.

-No importa, nos lo merecemos.

De entrante pidieron un risotto, que estaba exquisito, acompañado de una botella de champagne. Volvieron a brindar, esta vez por ellos y por el futuro. Para el primer plato Aitana escogió un foie gras y Henri caviar.

Pasaron la cena mirándose todo el tiempo y olvidándose con frecuencia de la comida que tenían delante. Henri le daba besos en la mano y le hacía cosquillas sobre la palma, con sus dedos. Aitana sonreía, tratando de comportarse en aquel lugar tan elegante. Tenían tantos deseos el uno del otro que, cuando el garzón se acercó para recomendarles un postre, ambos dijeron que no deseaban nada más.

Un rato después, salían de Maxim's más felices que nunca. A Henri poco le importaba los cientos de euros que había invertido en aquella comida. Por lo general, él no se daba ese tipo de gustos excesivos, pero con ella tenía deseos de hacerlo. Comía generalmente en casa o en algún restaurante con amigos, siempre sencillo. Con Aitana, en cambio, recordaba que era nieto de una Marquesa y quería consentir a su dama española, que para él era una princesa.

Henri no le preguntó si deseaba regresar al hostal, manejó hasta muy cerca de su casa de Solferino y aparcó. Bajaron del coche y se acercaron al Sena, por una escalera de piedra, hasta llegar al borde del río. Allí estaba un pequeño yate amarrado que llevaba por título Cherié. Aitana lo miró sorprendida:

-¿Es tuyo? -le preguntó.

Él asintió.

-Sí. -Los ojos le brillaban.

-¿Y por que dimos aquel paseo en el otro barco y no me mostraste este? ¡Es increíble!

-Porque este es mucho más pequeño y, además, casi no nos conocíamos y tenía miedo de que salieras corriendo, asustada. Tampoco tenía nada para comer, pero me las arreglé esta vez para tener algunas provisiones para nosotros. ¿Qué te parece si subimos a bordo y damos un pequeño paseo?

Aitana estaba de acuerdo con el plan, le dio la mano y él la ayudó a subir. El yate era pequeño, pero para dos personas era perfecto. Henri soltó las amarras y lo puso en marcha, dándole un hermoso recorrido por el Sena, en un París nocturno que invitaba a enamorarse.

Una vez de regreso al mismo punto, amarró el bote. Aitana estaba frente a él, con su vestido negro y una sonrisa que no se le había borrado.

-¿Quieres algo de beber? -le preguntó-. Abajo tengo algunas botellas en el frío.

Aitana aceptó y bajó con él. Se hallaban en el pequeño camarote, muy espartano, pero con detalles personales de Henri. Allí tenía algunas fotos familiares, un pequeño escritorio, un minibar con algo de comida y bebida, y una cama. Estaba abstraída mirando las fotografías, cuando Henri la tomó por la espalda y la abrazó. Ella dejó que la acariciara y luego se volteó hacia él.

Henri se apoderó de sus labios, la besaba con mucha pasión y ella se dejaba arrastrar por lo que sentía en sus brazos. Luego él se detuvo, y descorchó una botella de vino blanco.

-Lo siento, no tengo copas aquí. Jamás traigo a nadie, pero quizás estos vasos nos sirvan.

Aitana no dijo nada, le extrañó ser la única mujer a la que había llevado allí y se preguntó si Juliette no conocía la embarcación.

-El bote lo compré hace un par de meses y me encanta -le confesó él mientras echaba la bebida en los vasos.

Aquella era su respuesta. Él no llevaba a nadie allí y el yate lo había adquirido mucho después de su separación.

Chocaron los vasos y bebieron el vino que estaba bien frío y les refrescó. Aitana comenzó a sentirse un poco nerviosa, puesto que imaginaba lo que podría suceder a continuación. Henri tenía mucho cuidado con ella, pero era un hombre, un hombre con mucha más experiencia y no podía olvidarlo.

Henri se sentó en su silla, frente al escritorio e instó a Aitana a sentarse sobre sus piernas. Ello lo hizo, y comenzó a besarlo con suavidad... Él aprovechó el escote en la parte de atrás del vestido para acariciarle la espalda, ella sintió tal placer que no pudo evitar emitir un gemido que hizo que él continuara haciéndole caricias.

El beso fue subiendo en intensidad y Aitana se dejó llevar. Cuando se percató, se hallaba en el aire, pues él la había cargado con sus fuertes brazos y la colocó encima de la cama.

Henri se puso encima de ella y comenzó a besarla con ternura: primero los párpados, luego la nariz, las orejas, hasta llegar a la boca, donde sus besos se tornaron osados y reavivaron la pasión. Aitana no tenía miedo, estaba decidida, jamás se había sentido así en su vida... Comenzó a desabrocharle la camisa y dejó al descubierto su poderoso pecho, con algo de vello que le pareció tan varonil, que emitió un suspiro.

Él se rio de ella, de su ingenuidad a pesar de que era una mujer muy sensual. Lo achacó a que era diez años más joven que él, y que no había tenido la mitad de sus experiencias. A pesar de ser un hombre de mundo, debía reconocer que nunca se había sentido así, conquistado por una mujer tan sensible, bondadosa y a la vez apasionada como era ella, solo debía desatar esa pasión que se hallaba oculta.

Terminó de quitarse la camisa él mismo, y volvió a besarla. Bajó por su cuello, pero el encaje del vestido le molestaba, no tenía la menor idea de cómo quitárselo, ella se echó hacia adelante y Henri descubrió la cremallera oculta en la espalda, la abrió con habilidad y el vestido, aunque no calló, quedó mucho más suelto.

Él aprovechó para bajárselo hasta la cintura, poniendo al descubierto el brasier strapless de Aitana, negro como el vestido. Se sintió tan excitado al verla que la besó con más pasión y volvió a acostarla sobre la cama. Aitana estaba un poco avergonzada, pero se dejó querer, ella también lo deseaba...

Los besos de Henri bajaron como una cascada por su cuerpo, hasta sus insinuantes senos. Luego por su abdomen hasta que se topó nuevamente con el vestido. Estaba desesperado, así que se levantó de un golpe y le sacó el vestido por las piernas, poniendo al descubierto sus pantis negras de encaje.

-Eres hermosísima -murmuró mientras se sacaba los pantalones y se quedaba únicamente vestido por su boxer.

Volvió sobre ella y la besó de pies a cabeza, con una pasión que la hacía gemir... Luego soltó su brasier y dejó expuestos sus senos, grandes, plenos y no pudo dejar de maravillarse ante la visión que tenía delante.

-¿Recuerdas que nos conocimos frente al cuadro de Manet?

Ella asintió, incapaz de hablar por lo excitada que estaba.

-Ese día, al conocerte, te imaginé como esa mujer desnuda sobre la hierba y soñé que te hacía el amor.

Aitana le enmarcó el rostro con las manos y lo besó con pasión, atrayéndolo encima de ella. Henri la dejó que lo besara, pero luego el bajó por su cuerpo con su lengua, con su humedad... Al comprobar que ella se retorcía de placer, bajó por su abdomen hasta sus pantis y se las quitó, dejando al descubierto su zona más íntima. También la besó allí y ella, por instinto, abrió las piernas, invitándolo a seguir.

Henri se detuvo, pues la necesitaba, así que se sacó su boxer. Aitana ahogó una exclamación al verle, pero él la tranquilizó... Se colocó encima de ella y sentía aquel miembro caliente sobre ella. Henri la besó con pasión, una vez más... Aitana se relajó en sus brazos...

Entonces Henri hurgó en su cartera y extrajo un condón, poniéndoselo con habilidad. Volvió a la misma posición, sobre ella y Aitana lo besó. Él no entró aún, se entretuvo dándole placer una vez más, excitándola tanto que, cuando supo que estaba preparada, se fundió en ella.

Aitana sintió un poco de dolor, pero enseguida este se calmó ante la pasión que experimentaba, ante las sensaciones que le invadían.

Henri comenzó despacio, pero ambos alcanzaron pronto un ritmo más desenfrenado, más fuerte. Aitana gemía y Henri se sentía a punto de explotar, y eso hicieron, juntos. El cuerpo de Aitana, caliente y tembloroso alcanzó el orgasmo en el mismo instante en el que Henri caía desplomado, sudoroso, sobre ella.

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