Capítulo 10: Romance en la Torre Eiffel

Henri recogió a Aitana a la hora acordada. Ella estaba nuevamente hermosa con el vestido negro de encaje que dejaba parte de su espalda el descubierto. Henri suspiró en cuanto la miró y se acercó a ella, dándole un beso cerca de su boca, pero no en ella, algo que resultaba demasiado inquietante.

—Estás preciosa, como siempre —le dijo.

Él llevaba un traje de color azul, muy moderno y sin corbata. Le asentaba perfecto a sus ojos y a su barba casi rubia.

—¿A dónde vamos? —preguntó Aitana.

—Ya verás —contestó él con una sonrisa enigmática—. Cumplo mis promesas…

Henri estacionó donde le fue posible y luego caminaron hasta la Torre Eiffel, todavía no había anochecido, era el horario perfecto en el que todavía había luz suficiente para admirar el paisaje. Al ser verano, no anochecía hasta mucho después.

—¿Vamos a subir? —Los ojos de Aitana brillaban de entusiasmo.

Él asintió, parecía una niña pequeña.

—Sí, tengo dos invitaciones que nos permitirán saltarnos la fila —le explicó—. Subiremos hasta el tercer piso, te encantará…

Henri la tomó del brazo y caminaron. Pasaron el control de seguridad y se colocaron justo debajo de la Torre. Aitana quedó maravillada viendo las enormes cuatro patas de hierro y los detalles de su filigrana, que parecía casi un tejido por la precisión con la que estaba forjado el hierro.

—¿No te parece que he venido demasiado elegante? —le preguntó.

—Para la Torre tal vez —admitió—, pero luego iremos a cenar a un lugar muy especial.

Se dirigieron hacia el ascensor y subieron a la segunda planta. La vista de París y sus edificios era hermosa: el Sena, los barcos… ¡Era maravilloso estar allí con él!

—¿Te gusta? —le preguntó—. Muchas personas dicen que el segundo piso es su favorito, porque a pesar de la altitud, pueden ver perfectamente el contorno y los detalles de los edificios.

Aitana asintió y recorrió el segundo piso y se tiró algunas fotografías, incluso algunas con Henri. Después subieron en el ascensor hasta el tercer piso, mientras estaban en el elevador Henri tomó su mano y no volvió a soltarla.

Una vez en el piso, vieron el pequeño departamento de Eiffel, que se hallaba precisamente en la cima de la Torre. Dentro del espacio privado, se encontraban tres figuras de cera: la hija de Eiffel en un salón y en otro, Eiffel con el famoso inventor Thomas Alba Edison, recreando así una conversación entre ellos.

—¡Qué interesante! —exclamó Aitana, pero no dijo nada más.

—Este es el departamento privado de Eiffel —añadió él—, no podemos entrar, pero a través del cristal podemos ver bien el interior y las figuras.

Después se acercaron a la cerca de hierro que evitaba cualquier accidente. Desde allí volvieron a ver la vista, esta vez más diminuto todo. Comenzaba a anochecer, el cielo tenía hermosas tonalidades carmín y amarillo, y lentamente las luces de la ciudad comenzaban a encenderse.

—Hemos subido a la hora correcta —le comentó ella—, es un momento increíble este en el que comienza a anochecer. Primero hemos visto a la ciudad en pleno día, ahora comienza la noche en París, que es igual de espléndida.

—Quería que la vieras así —la voz de Henri era un poco ronca—. Es mi momento favorito del día, el atardecer. ¿No es magnífico que podamos verlo juntos, precisamente en la Torre?

Ella lo miró a los ojos. Estaba tan guapo, tan elegante… De repente comenzó a temblar, a pesar de ser junio había fresco a esa hora, más en la altitud en la que se hallaban.

—¿Tienes frío? —le preguntó él.

—Es el vestido —dijo ella sonriéndole—, la tela es abierta y…

Ella se interrumpió al notar que Henri se quitaba su chaqueta y la ponía sobre sus hombros. ¡Era un caballero!

—Gracias…

—Así estás mejor —le comentó mientras la atraía hacia él, con las solapas de su propia chaqueta.

Se habían quedado muy cerca juntos, como la noche anterior en el baile. A su alrededor no había muchas personas —la mayor afluencia de público siempre era el piso inferior, teniendo en cuenta el costo de subir a la cima—.

Henri la miraba en silencio, aquellos ojos oscuros, su nariz perfecta, sus labios seductores, su cabello negro moviéndose por la brisa de aquella noche prometedora… Aitana también lo miraba, aquellos ojos de mar la seducían, su barba le resultaba de lo más atractiva, y sentía una sensación extraña cuando estaba a su lado.

Henri la abrazó y la atrajo más hacia su pecho. Aitana seguía temblando, ya no sabía si por el frío o la exaltación que sentía en los brazos de él. Aquel momento era mágico, y no deseaba que concluyese jamás.

Aitana miró hacia el vacío: París a sus pies, con el cielo burdeos del atardecer; Henri en sus brazos, atrayéndola, y ella completamente seducida por él. Levantó la cabeza para mirarlo y el bajó el mentón. En aquel momento supo que era irremediable, y además, era lo que ambos deseaban: Henri le acarició el rostro con una mano y luego la beso…

Fue un beso al comienzo lento, anhelante pero pronto se volvió más apasionado y delirante. Henri no podía dejar de besarla, la necesitaba en su vida y no pretendía perderla.

A sus pies, París encendía sus luces y la noche tan solo comenzaba…

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