Lily y Marshall... y Ted también

En el corazón de Los Ángeles, mis padres y yo celebramos el increíble aumento de ingresos que registró la empresa durante el pasado año. Estábamos sentados en el mejor restaurante vegetariano de la ciudad, aunque ¿a quién engaño? Era el único que había.

No me podía creer que ya era mitad de Enero, en parte porque el 2013 se había ido volando (ya que me había quedado durmiendo buena parte de él) y porque eso significaba que pronto Kevin y Zack se irían a la universidad. Si bien Amy, Sasha y Bruno eran geniales, Kevin y Zack eran una par de idiotas asombrosos. No quería que se fueran. Menos Zack, quien ya era oficialmente mi novio. Éramos, públicamente, unos enamorados sin remedio. Recordaba cada ínfimo detalle de los últimos dos años de relación; los doce años de amistad no se borraban tampoco. Y así, era imposible no amarlo. Se volvía inevitable el deseo de seguirlo hasta el quinto infierno, o, por el contrario, obligarlo a quedarse. Lo que sea con tal de permanecer juntos.

—Un brindis —propuso mi mamá alzando su copa. Yo levanté mi vaso de jugo—. Por un final de año exitoso y por un 2014 lleno de triunfos.

—Y sin autos —agregué—. No sobre mí al menos.

—¡Elizabeth!

—¿Qué? ¿Demasiado pronto para comenzar a bromear?

—¡Salud! —exclamó papá con una sonrisa.

Mientras le daban un sorbo a su trago, aproveché de revisar mi celular por debajo de la mesa. Ese mismo día Zack recibiría la carta de Juilliard, ya sea otorgándole una audición o bien echándole en cara que no servía para su institución. Quería ser la primera en enterarme, pero no sabía si prepararme para consolarlo a él por no entrar, o reconfortarme a mí porque él podría irse a Nueva York.

—¡Eli! ¿Qué hablamos sobre el cuarto invitado a la hora de comer?

—Perdón, mamá —dije, guardando el iPhone en mi pequeño bolso colgado en la silla—. Es que hoy dicen si Zack pasó a la segunda fase o no.

—Ni me lo digas, Crystal no ha parado de comentármelo. Bueno, yo estaría igual si te fueras a estudiar lejos. Mi única hija.

Me removí en la silla.

—Pero quiero hacerlo —dije con voz resuelta.

—¿De qué estás hablando? —contestó. Su expresión fría me puso los pelos de punta, pero no me importó.

—Si Zack se va a Nueva York, yo lo seguiré. Hasta el final.

—Eli... —comenzó diciendo mi papá.

—No, hablo en serio.

—Aún es muy pronto para hablar del futuro, Elizabeth —opinó mi mamá, intentando no gritar—. Uno nunca sabe lo que vida nos depara.

—Si papá fuera a la luna, tú lo seguirías. No le veo la diferencia.

—Tu padre no está incapacitado —sentenció mi madre a regañadientes.

—¡Cynthia! —exclamó papá—. Ya basta. Disfrutemos de la comida.

Me quedé mirando el plato por varios segundos. Con ayuda del tenedor, moldeé diversas figuras en el puré de papás. Al final, no tenía hambre, pero sí una amarga sensación que me escocía la garganta y me llenaba la lengua de un sabor parecido al de un clavo oxidado. Volví la vista a mi madre, que me la sostuvo de manera desafiante.

—Si Zack tuviera asma, diabetes o anemia no tendrías problemas con que me fuera.

—Suficiente, Eli.

—¿Cuál es la diferencia? —exigí saber—. ¿Por qué la bipolaridad es una incapacidad pero el asma no?

—Elizabeth, tu madre dijo que ya fue suficiente. Nos alegra saber que tú y Zack están bien felices juntos otra vez, pero aún queda mucho tiempo hasta que vayas a la universidad. Y hasta entonces, no veo porqué discutir sobre esto.

—¡Bien! —resoplé.

El volumen de mi voz hizo que varias personas en el local voltearan hacia la nuestra. Sin embargo, no estaba interesada ni en lo más mínimo en mitigar mi evidente enfado. Me reconforté diciéndome que me iría de todas formas con él al año siguiente. Mis padres lo entenderían, y si no, supuse que tendrían que hacerlo en algún momento. Estaba bien que se preocuparan por mí, pero no era mi culpa ser su única hija; su trofeo o algo por el estilo. Seguía siendo una chica perdidamente enamorada, que acostumbraba mucho más a pensar con el corazón que con la cabeza. Y si eso me iba a causar una desdicha, prefería vivirla en vez de evitarla. Siempre he preferido intentarlo.

El secreto para vivir de verdad está en tener a alguien por quien matarías hasta a ti misma. Supongo que en ese momento entendí a la Eli de finales de Agosto, quien se lanzó sin pensarlo hacia un auto para salvar a Zack.



*******



—¿Y cómo has estado?

—¡Bien, bien! ¡Muy bien! —respondió mirando por la ventana.

La doctora Flores se fijó en su modo se sentar en el sillón: sobre las rodillas, para tener una mayor visión del lugar, como si así estuviera más libre, menos atado... como si al rechazar ligeramente el asiento estuviera también rechazando su ayuda.

—Ya me has dicho eso varias veces, Zack. Cuéntame más, ¿cómo van los medicamentos? ¿Te has sentido mejor?

—¡Sí, sí, mejor! De verdad —se puso en cuclillas, y comenzó a tamborilear en sus rodillas con sus dedos, a un ritmo tal vez demasiado entusiasmado.

No, ansioso no. La doctora Flores negó con la cabeza, respondiéndose a sí misma. Su actitud era más bien nerviosa de lo entusiasmado que se encontraba. Pensó en un pequeño niño lleno de azúcar en la sangre, desesperado por hallar a sus padres en un enorme centro comercial. Zack empatizaba completamente con él.

Prefirió no interrogarlo de inmediato, y menos aún de manera tan literal. Sólo lograría ponerlo a la defensiva, y dificultaría la terapia. Teniendo en consideración la nula confianza que él le tenía, pensó cautelosamente cómo comenzar con el exhaustivo pero implícito interrogatorio.

—Hace varias sesiones que te veo muy alegre. Eso es bueno, Zack. Muy bueno.

—¿Cómo no estarlo? ¡Si tengo a la mejor novia del mundo! —Se echó hacia adelante, dándole énfasis a su oración.

—Me alegro que Eli y tú estén bien.

—¿Bien? —repitió soltando una carcajada—. ¡Estamos increíblemente genial! Soy... soy feliz. Cada segundo que paso junto a Eli es... no lo sé, como un regalo del Cielo.

—Sin duda has mejorado de una forma casi milagrosa.

—Eli es el milagro —respondió mirando más allá de la doctora.

Ésta le sonrió e hizo un par de notas en su libreta. Sin embargo, su felicidad no era del todo cierta. Si bien estaba encantada del progreso de aquel chico, sabía que su rápida recuperación no se debía al reciente cambio de medicamentos ni mucho menos a la aún más nueva dosis. Le habría encantado decir que fue gracias a sus casi quince años de estudio, que Zack estaba a un paso del alta, pero el autoengaño no servía más que para subir el ego por unos segundos hasta que la culpa llegaba y dejaba un profundo agujero en el orgullo.

La doctora Flores se había especializado en adolescentes. Y como la palabra lo indicaba, su mayor función consistía en adolecer. Se quejaban, sufrían y la mayoría de las veces se terminaban odiando por no ser lo que querían. O, peor aún, por no saber qué es lo que querían ser. En otras palabras, las hormonas se alborotaban como si intensasen huir, razón por la cual era un perfecto momento para que las enfermedades psiquiátricas gatillaran.

Miró a Zack, y, por un segundo, vio al pequeño niño de trece años. Llevaba el cabello desordenado y no paraba de hablar sobre lo fascinante que era el sonido de la batería, de lo asustado que estaba por pasar a la secundaria y de lo grandioso que eran sus mejores amigos. Los cinco últimos años habían sido una ardua batalla para él. A veces con ganas de saltar de un puente por pura adrenalina y otras, gritando y arrancándose el cabello por haber perdido un juego de baloncesto. Sí, era cierto que la bipolaridad era la causante de sus desenfrenados cambios de humor. Sin embargo, la doctora Flores sabía que de por sí ese chico era un melodramático de nacimiento.

Sufría como un digno héroe de novela Romántica o Barroca. Ni Hamlet llegaba a dramatizar tanto como Zack. Para él todo debía ser fastuoso y pomposo. Sobre todo si se trataba de su novia. Siempre que hablaba de ella, parecía que sus ojos viajan lejos, a un universo donde nadie podía molestarlo. Si había algo que le apenaba a la doctora Flores sobre los adolescentes (además de su falta de seguridad) era esa inminente locura e insana obsesión de la sólo se podía salir lastimado, cuyo eufemismo resultaba ser 'el primer amor'.

Ella siempre creyó que el amor era la peor forma de avanzar un tratamiento, producto de los constantes altibajos que este conlleva; jugaba con el estado anímico de sus pacientes. Pero Eli...

—Realmente un milagro, Zack —estuvo de acuerdo la doctora.

Odiaba admitirlo. Detestaba haber descubierto que desde que esa chica despertó, Zack no había sufrido ni una sola recaída. Lo único que había hecho había sido mejorar. Ella jamás pensó que la felicidad que refulgía de los ojos de Zack era posible de manera natural, sin estar bajo los efectos de algún psicotrópico. Pero ahí estaba, sentado frente a ella. ¿O sea que las personas sí podían mejorar de amor? ¿Para qué entonces había hecho siete años de especialización, doctorados y diplomados si al final era el amor lo que curaba a las personas? ¿Por qué mejor no se dedicó a la música? Quizá pincelando un cuadro y colgándolo en su oficina sus pacientes se enternecieran y mejoraran.

Agitó la cabeza en señal negativa.

—Cree usted —comenzó diciendo Zack con actitud más tímida—, que eso significa... ¿Usted piensa que puedo ir a Nueva York? —dijo de golpe con la manos empuñadas.

Ah, eso era lo que lo tenía tan ansioso, se respondió a sí misma.

—Si sigues esforzándote como lo has hecho hasta ahora no veo por qué no puedas vivir sin tus padres y estudiar lo que tú quieras.

—¿Lo dice en serio?

La doctora asintió.

—Eso es lo que creo Zack. Tu evolución es sorprendentemente positiva. Estoy segura de que tus padres se sentirán muy contentos con la noticia. Y Kevin sobre todo.

—¿Lo conoce? —preguntó confundido.

Ella asintió, recordando esa tarde de finales de octubre.

—Sé que es un gran amigo, y que quiere lo mejor para ti.

Se formó un silencio que fue rápidamente cortado por Zack.

—Eli también se alegrará. Sé que usted dijo que ella retrasaba mi tratamiento, y puede que en ese entonces tuviera razón. Pero ahora que está bien, yo mejoro con ella. Ella... ella tiene una parte de mí —su voz adquirió fuerza y seguridad—, y cuando no está, esa parte muere.

—¿No te parece una gran carga para ella? —inquirió la doctora ocultando su preocupación.

—¡Oh, no! No la estoy obligando... es sólo que... Es mi pegamento, ¿sabe? Todos tenemos uno y ella es el mío.

—¿Tu pegamento, dices? ¿Cómo es eso?

Anotó obsesión con letras mayúscula.

—Ya sabe, esa persona que te ayuda a recomponerte, a levantarte. Eli es mi mejor autoadhesivo, y sin ella, mi corazón no podría volver a unirse con la fuerza con la que lo hace. Se caería a pedazos y se convertiría en polvo. —Se acomodó en el asiento—. No me importaría de todas formas, ¿de qué sirve vivir si no tienes a alguien por quién morir?

—Vivir no es sufrir, Zack. Ya hemos hablado de eso.

—Puede que no, pero vivir es sentir. Y sufrir es parte de sentir. —Sonrió—. No me malinterprete, no me es que sea masoquista o algo por el estilo, pero...

—Te entiendo —le interrumpió viendo el reloj que indicaba que su hora acababa de terminar.

Era cierto de todas formas, y aunque sabía a lo que Zack se refería, no le gustaba para nada. Ese chico estaba lejos de mejorar, ¿cómo fue que se dejó cegar por una felicidad pasajera y una sonrisa sobrenatural? Por algo fue a las mejores universidades del país. La ciencia siempre era la solución.

Se despidió del joven, feliz de acabar con la sesión. Con aire de derrota, se quitó las gafas y las acomodó en su regazo. Se despejó la cara con las manos, como cuando se lavaba el rostro en las mañanas; pero no surtió el mismo efecto, sino que la dejó aún más angustiada.

La doctora Flores conocía muy bien los peligros de la droga en adolescentes. Y no de las que se consumen en píldoras o polvos. Algunos se volvían adictos a los videojuegos, otros a la comida, y la mayoría a las redes sociales. Causaban el mismo efecto que una droga hecha, obsesión y dependencia. Esa tal Eli era una droga fuerte, y para un dependiente a los medicamentos podía volverse letal.



*******



Con el cabello revuelto en un tomate, la cara manchada de harina y el delantal lleno de una grumosa —y para nada apetitosa— masa, abrí la puerta. Me sentí ligeramente ofendida al verlo dar un paso hacia atrás, casi espantado por mi aspecto.

—No esperaba visitas —dije limpiando mis manos en el delantal.

—Así veo. Venía a preguntarte si querías salir a andar en bici un rato, pero parece que acabo de interrumpir una batalla.

—La cocina y yo no nos estamos llevando del todo bien —admití—. ¿Se nota mucho?

—Eso depende, ¿Planeas hornear un postre o a ti misma?

—Muy divertido, Bruno —respondí sin sonreír—. Estoy intentando hacer un pastel.

—¡No me digas! —ordenó metiendo la cabeza. Olfateo el interior de la casa como un perro interesado—. Me atrevo a decir que estás haciendo un pastel de vainilla y piña —arrugó la nariz—. Demasiada vainilla. Pero ese no es tu problema, a juzgar por lo que veo en tu ropa, tienes dificultades con la mezcla. Percibo muchos grumos, y no sabes si debiste haber cernido el harina o si un poco de leche lo solucionará.

Volvió la cabeza hacia atrás, sonriéndome con una seguridad que no le conocía. Debido a mi conmoción, se dio la libertad de entrar y cerrar la puerta.

—¿Qué diablos, Bruno? —fue todo lo que pude pronunciar.

Me revolvió el cabello y se dirigió a la cocina, conmigo por detrás.

—Zack recita cualquier obra de Shakespeare que le pidas, Kevin puede tocar casi todos los instrumentos, Sasha hace cálculos enormes en segundos, Amy conoce la utilidad de cada producto de belleza... Tú salvas vidas, y yo —tomó el delantal rosa de mi mamá y le echó una hojeada al desastre antes de arremangarse la camisa—, bueno, yo cocino.

—No tenía idea.

—Ni siquiera Sasha lo sabe —confesó él, pescando el bol y arrojándolo a la basura—. Perdón, eso no tenía arreglo... Ah, y sobre lo otro, no me gusta cocinar tanto como antes. O hablar de eso. Me recuerda demasiado a alguien que dejé en Italia y que no intentó seguirme hasta aquí.

Pensé cuidadosamente qué responder.

—El pastel es para Zack. Quede o no para la audición, podremos celebrarlo con azúcar.

Bruno pareció confundido por mi comentario, pero simplemente asintió y comenzó a ordenarme que trajera esto y que batiera aquello. No resultó ser lo más inteligente que se me pudo ocurrir, sin embargo sentí que cambiar de tema fue todo un alivio para él. Se enfrascó en el fascinante mundo de la repostería; sus ojos brillaban cada vez que me explicaba algo, y yo no podía hacer nada más que agradecerle. Sin él, habría estado perdida. Lo mejor que pude hacer fue darle la forma de guitarra y añadirle los detalles luego de sacarla del horno, pero admito que sus dotes artísticas también se revelaron en ese momento.

Pasamos toda la tarde en acción, hasta que al fin, salió del horno.

—Venga esos cinco —me dijo.

Chocamos palmas.

—Eres un ángel, Bruno. No sé qué habría hecho sin tu ayuda.

—Posiblemente, envenenar a tu novio —le di un codazo—. No hay de qué, Eli. Para eso estamos los amigos —agregó sobándose el hombro.

—De verdad que quería hacer algo lindo para Zack —admití—. Él siempre me da cosas geniales, hace cosas geniales —resoplé—. Siempre deja la vara muy alta.

—No hay nada más valiosos que lo que haces con tus manos. Sé que le encantará —Bruno frunció los labios.

—¿Ocurre algo?

—No es nada...

—Bruno...

—¡De acuerdo! Es que, cuando hablas de él te oyes tan enamorada. Y viceversa. Yo nunca he tenido novia, pero tampoco me había interesado...

—¿Y ahora?

Se encogió de hombros.

—Me gustaría tener lo que ustedes dos tienes.

—Si quisieras podrías —le alcé las cejas con una sonrisa—. Vive muy cerca de aquí, ve y pídeselo.

—No sé qué son más: si irritantes o ciegos.

—Buscas algo que ya encontraste —insistí con una sonrisa burlona.

El muy descarado me negó con la cabeza.

—Ni de cerca —dijo con seguridad.

Estaba por cambiar de tema, cuando el citófono sonó. ¡Zack! Le pedí a Bruno que limpiara la cocina y yo intenté arreglarme lo mejor y más rápido posible.

—¡Yo abro, Eduardo!

Efectivamente, era Zack.

—¡Adivina quién audicionará para Juilliard! —exclamó con una sonrisa. Me lancé de la emoción y le respondí con un largo beso con las piernas alrededor de su cintura. A él ni pareció importarle y aún con los labios fundidos en uno, cerró la puerta y caminó hasta la cocina (era tradición suya llegar a mi casa y saquear la alacena). Y estoy bastante segura de que no me habría vuelto a soltar de no ser porque vio a Bruno.

—Continúen. No sean tímidos. Yo nada más me quedo aquí, viéndolos besarse. No es como si tuviera otros planes o algo.

—¡Bruno! Lo lamento, qué tal amigo —preguntó Zack dándole un apretón de manos.

—Pues, bien supongo. Soltero, pero no me quejo. ¿Y tú? Se me hace que ganaste la audición.

—¡Síííií! —gritó volviendo a abrazarme.

Bruno carraspeó.

—Perdón —dijimos los dos.

—No se disculpen. Sólo les pido no comer frente a los pobres.

—¿Pobre? Yo diría más bien avaro —dijo Zack con una sonrisa de medio lado.

—Acabo de tener la misma charla, amor. No cederá —le expliqué.

Zack se encogió de hombros.

—Una lástima, Sasha es adorable y sería una novia ideal.

—Ve y díselo —respondió Bruno de brazos cruzados—. Podrías llevarte una sorpresa, Zack.

Decidí que era un perfecto momento para traer el pastel. Compartí una mirada con Bruno, intentando que entendiera mi mensaje y lo trajera mientras yo le cerraba los ojos.

—Zack, voy a pedirte que...

—¿Pero qué mierda haces tú acá? —interrumpió una voz.

Bruno le sonrió a alguien a nuestras espaldas.

—Siempre es un placer verte, primo.

—¡Kevin! —exclamamos Zack y yo dándonos la vuelta—. ¿Qué haces aquí?

—Ustedes dos tienen que dejar de hacer eso —respondió él.

—¿Hacer qué? —preguntamos al mismo tiempo.

—Eso —explicó Bruno.

—¿Así que, quedaste en Juilliard, mi joven amigo? —preguntó Kevin.

—Aún no, sólo fue la audición. Pero pronto lo haré. Nueva York nos espera, ¿no Eli?

—¡Por supuesto! —le contesté entusiasmada. Sería un año de relación a distancia, pero valía la pena—. Viviremos en un departamento sobre un bar, cumpliendo nuestros sueños y viviendo aventuras, ¡justo como Lily y Marshall!

—Se olvidan de Ted —replicó Kevin, tendiéndonos un trozo de papel arrugado.

—¿Qué es eso? —quiso saber Zack.

—¿No creerán que se irían los dos sin mí no? —Sonrió ligeramente, y entonces me di cuenta que no estaba bromeando—. ¿Qué tal si hacemos las maletas ahora, Zack? La audición nos espera.

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