Día 3

—¿Ya son oficialmente novios? —preguntó Kevin, llevándose una enorme cucharada de cereal con leche a la boca, sin la menor elegancia.

Zack le dio un mordisco a su manzana antes de responder. Fue una mordida grande y furiosa, con intención de quitarse la frustración del cuerpo provocándose un leve dolor dental.

—Me di la tarea de recrear la puta escena de Enredados —dijo molesto—. ¿Y qué gano? Un "tengo que pensarlo, Zack" —citó con ayuda de los dedos, como si estos fueran comillas.

Kevin sonrió con complicidad.

—Supondré que eso es un no.

—La puta madre, Kev, ¿qué más tengo que hacer? ¿Bajarle el condenado sol? ¿Comprarle una estrella? ¿Colonizar marte? —Suspiró, ya sin energía.

Kevin espero a terminar de masticar, y le contestó:

—Pues si no te exige la galaxia entera, no vale la pena.

—¿Qué?

—Mira, Zack. Muy pocas cosas me llaman la atención en una chica, por no decir que me desagrada la mayoría de ellas. Y puede que no sea el mejor experto en cosas del amor —Zack le asintió con la cabeza, demostrando estar de acuerdo con su falta de 'habilidad cupisquidesca'—. Pero créeme cuando te digo que no hay nada menos atractivo que una chica fácil. Debo admitir que las que juegan a hacerse de rogar suman, automáticamente, mil puntos.

—Si estás hablando de Sasha, te aviso que no se hace la difícil contigo, te detesta en serio.

—Aún más bella —declaró, ya sin cereal que comer. Por lo que pescó el tazón de las asas y sorbió hasta la última gota de leche—. Ahhh, delicioso... ¡Pero, eh, sin desviarte del tema! Sabes que me refiero a Eli. Quiero decir... es mi hermanita, pero el hecho de que no se lance a tus brazos debería ser incentivo suficiente para que cruces desiertos, escales montañas, y nades con pirañas por recuperarla.

—¿Y crees que no lo hago? —inquirió molesto—. No ha pasado ni un mes desde que despertó. Además, no voy a presionarla, ella me lo pidió.

Kevin soltó una estridente carcajada.

—Tiene que ser una broma, Zack. Desde que abrió los ojos, no has hecho más que acosarla. ¡Dos días de escuela y ya la invitaste a una cita! —Exclamó, llevándose los brazos a la nuca—. Si esa es tu definición de darle espacio, ya ni quiero saber cómo será cuando vuelvan a estar juntos.

Solo bastó un segundo para que el rostro bronceado del mejor amigo, enrojeciera. Zack, ya sin el velo de la ignorancia, lanzó la manzana hacia la pared de enfrente y, sabiendo que su cuarto era de magnitudes estrafalarias, tuvo que emplear una fuerza sobrehumana para lograr que la pobre fruta, aún sin terminar, se estampara contra el duro muro. El odio y la rabia son mejores que dos pesas a la hora de entrenar los músculos.

—Maldición, ¡soy un imbécil!

—Muy bien, hermano. Al fin vamos progresando —lo animó Kevin, levantándose del escritorio para ir a darle una palmada en la espalda de ánimo—. ¿Qué aprendimos hoy entonces?

—¿Que no tengo cerebro alguno?

—Y...

—¿Qué debo darle más espacio?

—Pero...

—¿A la vez hacer todo lo que sea para recuperarla? —Kevin sonrió, claramente satisfecho—. Suena absurdamente complejo, Kev, por no decir totalmente contrario.

—Tú eres el novio aquí, deberías entender que así son las mujeres.

Zack negó con la cabeza, resuelto.

—Eli no es como todas la mujeres. Si ella quiere algo, lo dice. Y si no, también lo hace saber.

—Lo sé, pero ella aún no es completamente... ella.

Zack suspiró.

—Lo sé.

Se quedaron callados un largo rato. Kevin, devuelta en el escritorio, subió la pantalla de la portátil; mientras se cargaba, mantuvo los ojos fijos en el pocillo que, cinco minutos atrás, estaba lleno. Zack estuvo quieto, pensando qué hacer. Por fin, en un intento de regresar el ruido, se puso de pie hasta quedar junto a Kev.

—¿Qué? —le preguntó este, bajando rápidamente la pantalla de la computadora.

Zack alzó ambas cejas, pero dejó pasar aquella extraña conducta.

—Al menos le robé un beso... y me lo devolvió.

Kevin le sonrió, no con complicidad, ni de forma burlona o sarcástica. Le sonrió con genuina alegría, con esa felicidad que siente un mejor amigo por otro cuando algo bueno le ocurre. Estiró la mano hacia él.

—Ven, y dame esos cinco, pequeño imbécil.

Zack prefirió darle un fuerte abrazo... luego le plantó un combo en el estómago. Pero ojo, fue un combo de la amistad.

Si para enamorar a Eli tenía que bajar la galaxia, o esperarla por cien años, lo haría.

Sólo sabía una cosa: él recuperaría su amor.


*******


Me pareció extraño, aunque reconfortante, no encontrar carta alguna en mi habitación. O mi gato. No es que les hubiera dado mucha importancia tampoco, pero el que hayan parado por un día, me hacía sentir victoriosa.

Además, no paraba de pensar en la cita del día anterior. ¿Cuándo tenía recuerdos tan preciosos como esos por qué habría de pensar cualquier otra cosa?

De todas formas le dije que no estaba lista para ser su novia. Una cosa es dar un beso, pero... de ahí a tener algo más, no. Necesitaba sentirme cómoda, y no habría sido justo para él tener que estar con una novia que apenas si se sabe su nombre. De acuerdo, de acuerdo, es obvio que a él eso le daba igual. Pero me auto-engañaba haciéndome creer que lo rechazaba, en parte, por su propio bienestar. Sonaba menos egoísta.

Mientras me metía la tercera fresa a la boca, me puse a reflexionar. Si bien el o la acosadora se había detenido, no significaba que iba a dar por terminado todo, ¿no? Pensé que podría ser peor. Podría firmar como —A, y así condenarme a siete años de mensajes. Pretty Little Liars simplemente no podía olvidarse.

Me terminé el zumo de naranja, lista para ir por Zack a la escuela. Se sintió extraña la casa tan vacía. Admito que me entristeció saber que normalmente no comía con mis padres al desayuno. Sin embargo, entendía que era debido a sus negocios y no porque no quisieran estar conmigo. Además, el cocinero, los jardineros, la encargada de la limpieza y el ama de llaves eran muy gentiles conmigo, casi me trataban como si fuera su hija.

Antes de irme, agradecí la comida a Eduardo y tomé mi patineta. Estaba por salir cuando, al pasar por la habitación del piano, me detuve en seco.

—¡Aquí estás! —Exclamé aliviada, mas Quince apenas se movió de la suave alfombra—. Te busqué por toda la casa, no me hagas pasar estos sustos. Ven, de seguro que ni has comido.

—Miau —me respondió sin más. Un maullido somnoliento, casi obligado. Gato maleducado.

Entré a la habitación para pescarlo y llevármelo a la cocina. Mamá me había dicho que esa alfombra era terreno prohibido de Quince, así que lo mejor sería quitarlo de ahí cuanto antes.

Sólo tienes que mirar.

Me quedé de pie, al centro, contemplándolo todo, sin saber muy bien el porqué.

—Estoy aquí, Elizabeth —Intentó tomar su mano libre del felino...

—¡Ay! —chillé soltando al gato. Quince me maulló molesto y se fue corriendo—. ¡Gato malvado, me diste la corriente!

—¡Lo siento!... yo... nunca creí que esto sería tan duro.

Me sobé la mano, adolorida por la sensación de haber tocado un enchufe y caminé en dirección a la salida.

—No te vayas, ¡no! ¡no! ¡Elizabeth! ¡Ya no puedo seguirte! —Gritó Patrick desesperado—. Ya pronto dejaré de ayudarte... Pandita —añadió, en un murmullo sin esperanza—, me estoy muriendo.

Justo en el marco de la puerta, paré en seco. Volteé, con la sensación de que había olvidado algo. Pero no recordaba qué. Palpé mi celular en el bolsillo trasero de mis vaqueros. Ahí estaba, y con un mensaje de Amy. ¡Pero claro! ¡Eso era!

Al segundo toque, me contestó.

—Hasta que te acordaste de mí.

—¡Perdón, perdón! Volví demasiado tarde ayer, no tuve tiempo de contarte todo.

—Bueno, ¿y? ¿volvieron?

—No —confesé—, le dije a Zack que no quería regresar.

—Esa es mi chica.

—Aburrida, ¿y para eso me llamas?

—No, te quería contar que nos besamos. Fue... lindo.

—¿Qué?

—¡Uhh, Zeli está de vuelta! —exclamó Amy a través del teléfono. Sonreí.

—Es posible. Me gustó, creo que me gusta de verdad —admití saliendo de la habitación—. Hey, tengo que colgar, ¡nos vemos en artes visuales!

No te vayas, no...

Pero perdió el hilo de las palabras. Y de todas formas, ella se había ido. No solo de ahí, sino de su vida. Se había ido para siempre.

Él prácticamente la engañó para que así fuera.

Dejó la nota en el piano, pues esta habitación y la biblioteca eran las únicas que quedaban disponibles para él. Sólo podía estar en los lugares en los que antes ya había estado.

Con dolor en el corazón, lágrimas en los ojos, y una posibilidad cada vez mayor de desaparecer del mundo, Patrick Canalizó hasta la soledad del Coma.

Un lugar en el que ya nadie lo esperaba. Sólo la Muerte.

********

Luego de la escuela, decidimos pasarnos por la casa de Amy y Sasha. Me gustaba sentirme cada vez más parte de ese grupo (bueno, mi grupo en realidad), y sobre todo, a medida de que transcurrían las horas, las memorias volvían. En poco tiempo volvería al neurólogo, y estaba emocionada por contarle todo el progreso. De seguro me calificaría dentro de ese 2% de 'milagros médicos' que recuperaban su memoria poco tiempo después de salir de un coma. Me gusta considerarme como una persona positiva.

—¡Propongo una maratón de terror! —dijo Kevin, bastante emocionado—. Pero que sea en la noche, sino no tiene ni un chiste.

—¿Estás loco? Tus películas de terror chinas son para cagarse, no gracias —respondió Zack.

—Concuerdo con Zack —terció Sasha.

—Son japonesas, no chinas, par de maricas.

—¿Y por qué no una maratón Marvel? —propuso Bruno en voz baja.

Era obvio que estaba muerto de miedo por juntarse con Kevin, Zack y Amy. Al parecer, según me contó Sasha, tuvieron constantes roces mientras yo estaba en coma. De todas formas, cuando le pregunté si quería venir con nosotros, aceptó, aunque un poco dubitativo. Seguramente ayudó que la junta fuera en casa de su mejor amiga. Además, yo quería que tanto él como Sasha, fueran parte de nuestro grupo. Eran chicos extremadamente simpáticos.

Por desgracia, no me interesaba Marvel.

—Paso —respondí negando con la cabeza.

Kevin no dijo nada desagradable, me sentí ligeramente orgullosa.

—¡Oh, oh! ¡Ya sé! ¡Maratón Disney!

—¿Estás loco, Zack? Terminaríamos mañana —argumentó Sasha.

—No, no. Disney de la vieja escuela. Ya saben Dumbo, 101 Dálmatas, La Dama y El Vagabundo, El Zorro y El Sabueso, El Rey León...

—Nunca se es demasiado viejo para Disney —estuvo de acuerdo Kevin.

A todos nos pareció genial.

—Pero si vuelvo a llorar cuando la señora deja al zorro en el bosque, juro que haré que el apellido Anderson se pierda, cortando lo único que puede extender tu linaje —lo amenazó Amy, con la vista fija en el frente y las manos sobre el volante.

—¿Saben? MTV, Skins y High School Musical me engañaron —dijo Bruno—. Después de tantas series de adolescentes, uno creería que los populares pasan el día viernes en una fiesta alocada, no llorando por películas para niños en una piyamada.

—No hay nada más estúpido que calificar a cierto grupo de chicos como populares. ¿Qué sigue, rubias porristas? ¿buenos alumnos inadaptados? Es que eso es taan de los noventa —respondió Amy, aparcando en el porche.

No me había dado cuenta, hasta que llegamos, que me había quedado pegada mirando a Zack. Porque, cuando se dirigió a mí, me sonrió levemente, logrando que aterrizara al mundo real otra vez.

—¿Todo en orden? —Quiso saber.

—Sólo estaba gozando la vista.

Dios, ¿acababa de coquetearle? ¿O sea que sí me gustaba? ¿Y de ser así? ¿Por qué me negaba a querer ser su novia? Sentí que había una Eli oculta dentro de mí, una que sabía muchas más cosas que yo, pero que se rehusaba a compartir esa información conmigo.

—Alerta de romance, alerta de romance —comunicó Kevin con voz de robot—. Favor de descender del vehículo, los tórtolos quieren su espacio.

Ambos nos reímos, mas preferimos guardar silencio y comunicarnos con la mirada.

—¡Eh! Nada de +18 en mi auto, muchas gracias —nos dijo Amy.

Todos entramos a la mansión. Logré tomarle la mano a Zack, deteniéndolo unos segundos en la entrada. Su sonrisa me recordó a la noche anterior, a los disfraces, al viaje, a las estrellas... Recité su bella declaración una y otra vez en mi cabeza, y luego recordé el beso inesperado. Y mi más aún inesperada reacción. Que me gustó.

Sacudí la cabeza, intentando que mi lado racional se comiera a mi sentimentalismo por unos segundos.

—¿Sí, amor? —me dijo. Ni siquiera tuvo que preguntarme por qué le había pedido que esperara, simplemente lo asumió.

—¿Recuerdas que te hable sobre una nota que me había dejado antes?

Y su sonrisa, de pronto, se convirtió en un fruncimiento de labios. Su expresión se volvió dura, agresiva.

—¿Qué? ¿Te volvió a mandar algo, no? ¿Qué fue? ¡Oh, maldito imbécil! Si te está molestando, lo mataré. Juro que lo mataré...

—¡Zack! Déjame terminar, ¿de acuerdo? Sus notas no son amenazantes al estilo "te mataré a ti y a toda tu familia". Son... no lo sé, preocupadas. Demasiado preocupadas.

—¿Preocupadas? ¡Es un maldito psicópata!

—Ve por ti mismo —saqué el pedazo de papel y se lo tendí para que lo leyera.

En el entretiempo, Kevin se asomó.

—¿Vienen o qué?

De los ojos de Zack salieron chispas, y en menos de lo canta un gallo, pescó a Kevin de los hombros, y lo azotó contra el muro que daba al exterior.

—¡Ah, qué te pasa imbécil! ¡Suéltame!

—¡Zack! —grité, forjando para que lo liberara.

—¡Tú hiciste eso! Sólo tú sabías lo de la cita, maldito enfermo. ¿Sabes el susto que pasó Eli por tu culpa?

—¡De qué mierda estás hablando!

—¿Fuiste... fuiste tú? —le pregunté con la voz cortada. No era posible.

—¡Quieren explicarme y soltarme! ¡Carajo! —Zack lo dejó libre—. Jodido par de enfermos, ¿qué diablos les pasa?

—¡Explícate esto! —Gritó Zack entregándole la nota. Kevin la leyó rápidamente, presionado por nosotros dos.

—¿En serio crees que soy tan mierda como para mandarle esto a mi mejor amiga? —Kevin hervía en cólera—. Por supuesto, yo no fui. Así que estoy esperando mi disculpa. Ah, y otra cosa: ¡¿cuándo planeabas decirme qué hay un maldito acosador siguiéndote, Elizabeth?!

—Eso estaba en mi casillero, no podía decírtelo en la escuela porque quizás él estuviera por ahí. Perdóname por intentar salvarme.

Kevin negó varias veces con la cabeza.

—De acuerdo. Analicemos los hechos. Uno: esto es verdaderamente espeluznante. Este tipo sabe no sólo sabe cosas ahora ahora, sino desde antes ya había empezado a espiar. Nos ha estado siguiendo desde que estabas en coma.

—¿Cómo lo sabes?

—¿Que no es obvio? Sabe que Zack te terminó hace unas semanas. Y, al parecer, no le agrada mucho la idea de que vuelvan a estar juntos.

—¿Terminaste conmigo? —le pregunté—. ¿Es cierto? ¡Creí que el de la carta estaba bromeando!

—Mierda, acabo de arruinarlo.

—Muchas gracias, mejor amigo —dijo Zack—. Pero puedo explicarlo, Eli. Te explicaré todo.

—Muy bien, problemas amorosos para después, potencial acosador, ahora —regañó Kevin—. Concentrémonos. Este tipo sabe mucho, al parecer más que tú. Y quiere que sepas algo que él sabe. Pero, lo más importante, ¿por qué te llamó Collins?

—¿Ah? ¿A qué te refieres?

—Te llamo Collins. "Muchas gracias, Collins". Justo ahí —señaló con el índice—. ¿Por qué?

Eso me sorprendió.

—Yo... no lo sé. Creí que él era Collins. Ya sabes, cuando uno firma la carta y al final pone "saludos cordiales, Eli".

Kevin negó con la cabeza.

—No, no. De ser así, 'Collins' debería haber ido más abajo, en una línea única. Te llamó Collins a ti —Kevin se frotó el puente de la nariz—. ¿Es en serio, pueden hacer algo bien ustedes dos solos? Es simple lógica, por Dios.

—Eh, chicos —Sasha apareció en la puerta—. ¿Planean entrar?

—Ahora no molestes, Teresa. Tenemos una situación crítica aquí —le dijo Kevin.

—No se molesten en ocultarlo, ya lo escuché todo —respondió con una tierna sonrisa. Con avidez, le arrebató la nota y le echó una ojeada—. ¿Collins, eh? Curioso.

—Deja a los grandes pensar, Sasha —le dijo Kevin.

—Pfff. Para terminar, ¿qué, en diez años?

Sasha me miró con amabilidad, como siempre lo hacía.

—¿Sabes, por casualidad, tu apellido biológico?

—¡Eres una genio! —exclamó Kevin, revolviéndole el cabello rubio.

—Claro, y después uno es el desequilibrado emocional —se quejó Zack.

Yo me quedé helada. ¿Cómo no lo pensé antes? Collins nunca había sido su nombre. Él me había llamado Collins por una razón. Y no era una equivocación, sabía demasiadas cosas como para hacer un error tan tonto como no saberse mi apellido.

Es más, no sólo se sabía mi apellido. Sino mi apellido de mi familia biológica. Era tan lógico que me dieron ganas de golpearme por no haberme dado cuenta antes.

—Dudo que sea amenazante —continuó Sasha al no recibir una respuesta por mi parte—. Se ve interesado en ti, en tu bienestar. Y, extrañamente en que no estés con Zack.

Lo miré con reproche.

—Eso dejémoslo para después.

—No sé quién sea este tipo —comenzó Kevin—. Pero claramente quiere que descubras quién eres tú en realidad.

En eso, Amy y Bruno llegaron también a la entrada.

—¿Quiere alguien decirme qué ocurre? —preguntó la melliza molesta.

Le sonreí, verdaderamente feliz. Con una emoción extraña; una energía vibrante que corría por entre mis venas me llenaba de un gozo fuera de lo común.

—Nos vamos a Pensilvania —le comuniqué.

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