🎵Día 1🎵
Cynthia aceptó gustosa una segunda ronda. Permitió que Eduardo le llenara la copa hasta rozar el borde de cristal; unas cuantas gotas salpicaron al llevársela a la boca y mojarse los labios, pero no le importó. Por fin podía relajarse.
—Hagamos un brindis —propuso Crystal con una gran risa, a la vez que alzaba su trago—. Porque la esperanza es lo que nos mantiene vivo cuando todo lo demás ha muerto.
—¡Salud! —respondieron chocando las copas.
—¿Cómo es tenerla de vuelta? —quiso saber Bernard.
—Sentimos una felicidad inexplicable. No creo que pueda ponerlo en palabras —respondió la señora Scott, compartiendo una mirada con su esposo—. Extrañábamos tanto su risa. Tanto que dolía
Crystal no aguantó más tiempo quieta, tejiendo una potencial novela con la mente en lugar de palillos, y realizó una lluvia de ideas en una pequeña libreta que siempre traía consigo (nunca se sabe cuándo llegará una buena idea para una historia y es mejor siempre ir bien preparado). Su marido, el señor Anderson, se acomodó las gafas con el dedo índice, interesado en descubrir qué estaba escribiendo.
—¿Quisieran mostrarle un poco de apoyo a sus amigos y dejar eso para después? —les preguntó Anne con el ceño fruncido.
—Un buen escritor crea mundos a partir del suyo propio. Todo esto me parece una idea fenomenal —se justificó Crystal.
—En el que caso de que estés con intenciones de sacar un nuevo éxito de ventas, no te vayas a olvidar de nosotros para la adaptación a la pantalla grande —comentó la señora Stevens.
Los cinco adultos voltearon en dirección a la entrada. El matrimonio de actores acababa de pasar y los saludaba desde la puerta con una enorme sonrisa.
—¿Planeado ganar un nuevo Óscar? —le preguntó Bernard, volviendo a acomodarse los anteojos.
—Por ahora no. Veníamos a ver qué tal estaba nuestra niñita.
—Recién salieron los tres —respondió Crystal—. El pobre de Zack no aguanta ni un segundo sin ella.
—Y donde está Zack, está Kev —añadió Robert.
( )
—¡Podemos salir a andar en skate! —me propuso Zack con entusiasmo.
—¿Estás loco? —lo regañó Kev—. Sigue con kinesiólogo y terapeuta ocupacional.
—Sabes, Kev, muchos dicen que tres son multitud. Otros, que una bicicleta con una tercera rueda sobra... Espero que me estés comprendiendo.
—El que sea tu novia no te da derecho a apartarla de mí.
—Ni tú tienes poder para decidir qué puede hacer y qué no.
—Eh, chicos —comenté, llamando su atención—. Estoy justo aquí. —Miré a Kevin—. Y no somos novios.
—No aún —esclareció Zack con una sonrisa de medio lado—. Pero me considero una persona optimista.
Tengo que admitir que era un chico perseverante. Rayaba entre lo romántico y lo hostigaste; algo así como cien cajas de bombones rellenos en forma de corazón.
Sonreí ante su comentario y lo tomé de la mano durante unos segundos. A pesar de que en ese entonces no estábamos juntos (por mi decisión de esperar), era normal que nos diéramos muestras de afecto; éramos mejores amigos que tiempo atrás fueron novios, y nunca dejaríamos de amarnos. Pasara lo que pasara.
Kevin nos lazó una mirada cargada de desprecio, pero al instante dejó de prestarle atención a nuestras manos entrelazadas y prosiguió hablando. Creo que de a poco se iba a acostumbrando a la idea de que él y Zack ya no volverían a ser inseparables. Tarde o temprano, volvería a quedar en segundo plano en la vida de su hermano. O peor aún, nunca había dejado de estarlo, y lo había olvidado hasta que nos vio unidos como si nunca nos hubiésemos alejado.
—¿Qué te gustaría hacer, Eli? —preguntó Kev, con un tono más suave, más delicado. Se estaba esforzando en apartar sus pensamientos para centrarme en hacerme sentir mejor.
Miré a mí alrededor con la esperanza de hallar una respuesta. Vi la cama hecha de Kevin y me pregunté si yo era tan ordenada como él (respuesta: no); me fijé además, en el estante repleto de trofeos e intenté recordar mis propias victorias deportivas, pero no obtuve resultados. Recorrí con mis ojos toda la habitación, intentando siempre evocar alguna escena pasada de mi vida que hubiese ocurrido dentro de esas cuatro paredes. Y sin embargo, por mucho que me esforzaba en relacionar cualquier mínimo objeto con mi pasado, todo lo que conseguía era formar una enorme mancha en donde debía ir un recuerdo.
Volví la atención a mis amigos y suspiré. Me sentía exhausta y frustrada.
—Me gustaría saber qué me gusta hacer.
—Eh, bueno, sí... Creo que fue una pregunta media estúpida.
—Qué más se podría esperar —le respondí.
Ambos chicos me miraron con orgullo, como si al hacer un chiste sarcástico o lanzar un comentario ácido, mi memoria mostrase un indicio por regresar y solucionar mi inminente crisis existencial.
—Te encantan los mataderos y los zoológicos —dijo Kevin sonriendo de oreja a oreja—. Ni hablar de los circos, que son tus favoritos siempre y cuando disfrutes de la función con un buen hot dog.
Le alcé las cejas.
—El que haya estado en coma no me vuelve imbécil, Kev. Pero buen intento.
—Ah, claro, recuerdas que amas a los animales pero no que me amas a mí —se quejó Zack frunciéndome el ceño.
—La chica tiene sus prioridades claras —respondió Kevin, dándole un codazo.
Adoraba a ese idiota.
Zack lo golpeó de vuelta, y nos pusimos a reír como locos. En ese momento de lucidez, tan típico de nosotros, mi teléfono vibró.
Acabo de desocuparme, voy por ti en 1 seg
Estoy con Zack y Kev
También adoraba a Amy, pero me sentía neutral ante su increíble "don" para imponerse sobre todos los demás. ¿Tenías planes? Pues te los aguantas, porque ya organicé toda la tarde para nosotras. Eso fue justo lo que me dijo.
—¿Quién es? —me preguntó Zack inquieto, ya que no alcanzaba a ver la pantalla de mi teléfono celular.
—Solo es Amy, celópata —respondí, bloqueando el aparato. Lo guardé en mi bolsillo y le sonreí.
Estoy x llegar a tu casa, anda alla, no quiero paparazzis de mierda arruinando nuestra tarde ;) <3 xoxo
Zack no estuvo muy de acuerdo con la idea de separarme de él para pasar el día con Amy, pero, de todo corazón, me daba más miedo Amy que pena Zack.
Resultó que apenas puse un pie en mi hogar, una avalancha de adultos se me vino encima. Me resultaba divertido saber que mientras yo estaba con mis amigos, sus padres estaban con los míos. Éramos una verdadera familia. Me abrazaron; las sonrisas parecían no borrarse de sus rostros. Tuve que escabullirme por entre el gentío para llegar a mi habitación a arreglarme. Ya sabía que iríamos de compras porque al día siguiente comenzaría la escuela, y, como es obvio, necesitaba actualizar mi guardarropa.
Eso pudo haber sonado un poco pretencioso. Mi culpa.
Decidí que un vestido floreado y unas botas cafés me sentaría bien, muy de la onda hip chic. Cuando me estaba colocado la ropa interior, mi puerta se abrió de golpe. Me quedé estática, con la ropa en la mano, hasta que me di cuenta que solo se trataba de Amy, que miraba desde el umbral con una sonrisa que no supe interpretar.
—¿Qué pasa? —pregunté.
Se cruzó de brazos.
—Te extrañé, boba.
—No soy boba —le respondí a la vez que me pasaba el vestido por la cabeza... Y claro, mis palabras resultaron una completa mentira—. Me atoré —le comuniqué, atrapada en la moda—. Ayuda.
Escuché una risa, y a los segundos unos brazos me despejaron el vestido que me había obstruido la visión, encontrándome con unos preciosos ojos celestes, y unos labios rojos torcidos en una sonrisa burlesca.
—¿Nos vamos, Curie? —dijo, ofreciéndome su brazo con caballerosidad.
Me sentí un poco mal por haber dejado de lado a los chicos, pero, por una parte, ellos no habrían recorrido tiendas de ropa durante seis horas; y por otra, me habían dicho que salir de a tantos solo atraía a asquerosas lapas con cámaras. No estaba dispuesta a comprobarlo. Que la hija del dueño de una importante aerolínea internacional haya despertado de un coma sonaba como una jugosa noticia para la prensa rosa.
Viajamos a las tiendas más exclusivas y costosas de Los Ángeles. Cada vez que pasaba la tarjeta de crédito, sentía cierto pudor, pero al instante Amy me daba unas palmaditas, asegurándome que era de lo más normal gastar mil dólares en un par de zapatos. "Solíamos hacerlo cada semana", me repetía cada vez que me tensaba al ver el total en la pantalla.
Me habría encantado decir que me la estaba pasando de maravilla con Amy, y hasta cierto punto, así fue... Luego me di cuenta del susurro, y ya no pude evitar oírlo. Nos seguía a todas partes. Eran chicas, eran chicos; personas mayores y compañeros nuestros; vendedores y compradores. Nunca se nos acercaban, pero oía con claridad cómo musitaban entre ellos. Hablaban entre susurros sobre mí, y ya no podía soportarlo. En un momento determinado, cuando mi angustia y enfado se hicieron tan evidentes que mi rostro adquirió las facciones de esos sentimientos, Amy volteó con expresión dura, y las cinco chicas de nuestra edad salieron corriendo.
Si bien aprecié el gesto, me dio miedo que en la secundaria fuese igual. Así que, mientras veía unos pantalones de mezclilla, me armé de valor y le pregunté:
—¿Acaso en la escuela tampoco nos hablan?
Ella se paseó como una danzarina, luciendo una falda rosa que le quedaba, como todo lo demás, fantástico.
—¿Qué tal me veo?
—Amy, te pregunté algo.
—Y yo también.
Suspiré.
—Te verías preciosa si usaras una bolsa de patatas como vestido. La falda es linda, pero tú siempre te ves hermosa. —Me llevé las manos a mi cadera—. Mi turno.
—Eli, tu versión con amnesia es tan adorable e inocente que me dan ganas de apretarte las mejillas. —Lo hizo de todos modos—. Mira, si te soy sincera, cualquiera de ellos mataría y se comería a sus propios padres a cambio de poder compartir una palabra contigo.
—¿Qué? —Me sorprendí por la sinceridad de sus palabras—. ¿Por qué?
Se encogió de hombros. Recorrió con los dedos toda una sección de faldas, sin que ninguna cautivara su atención, como si fueran indignas de su cuerpo.
—Los adolescentes son extraños. Mueren por amor, matan por lo mismo. Intentan encajar, y sufren por no conseguir ninguna de las dos cosas... Aspiran a lo imposible y admiran lo inalcanzable. Como tú, por ejemplo.
—Yo no admiro lo...
—No, tonta. Tú eres inalcanzable.
—Oh.
—Divertida, rica y bella. ¿Te sorprende que toda la escuela esté hablando de ti? Todos te conocen y te adoran, cariño. Es inevitable. Tú solo aprovecha las ventajas que conlleva tener el amor del pueblo.
Me quedé pensando en aquella conversación gran parte del viaje de vuelta a casa. Tengo que admitir que la posibilidad de estar en boca de todos se me había subido a la cabeza; me había emocionado por comenzar las clases y descubrir si era tan conocida y amada como Amy me había dicho (mucho, demasiado, pero mejor no me adelanto).
Amy se fue de inmediato, puesto que mis padres, aunque me estaban dejando salir, aún se comportaban de manera aprensiva. Querían que descansara bien y que nadie me molestara. Ella lo entendió y me dio un fuerte abrazo como despedida. Yo hice lo mismo con mis padres; y subí las escaleras, dispuesta a dormir. Sin embargo, la sombra junto a mi cama me hizo pegar el grito más estruendoso que alguien se pudiera imaginar. Adiós a los planes de descansar.
—¡Soy yo, Eli, tranquila!
No lo maté solo porque el homicidio es ilegal.
—Dile eso a mi taquicardia —respondí con ambas manos sobre mi pecho.
Zack dio un paso al frente, mostrándose ante la tenue luz de mi cuarto. Sus ojos esmeralda resaltaban en la penumbra y le daban cierto aire de misterio que me cautivaba. Podría haberme quedado toda la noche contemplándolos; viendo la curvatura de sus labios, el largo de sus pestañas, la forma de su nariz...
Yyyy ya me perdí. ¡Ah, sí!
—¡Qué diablos haces aquí! —le grité. Podía ser atractivo, pero no justificaba que estaba actuando como un condenado psicópata.
—Quería desearte una bonita noche y, tal vez, si soy lo último que ves, puedas soñar con nosotros. Tú eres todos mis sueños combinados.
—Está bien, te lo voy a dejar pasar porque lo que dijiste fue muy tierno —admití, ya más calmada.
—Soy muy tierno.
—No te aproveches —le advertí.
—Perdón.
—Ven aquí —le pedí, estirando los brazos.
Nos tomamos de las manos por un buen rato.
—El que seas lindo no te da derecho a provocarme un paro cardiaco, ¿está claro? Y el que digas cosas adorables tampoco te exculpa. Lo dejaré pasar solo por esta vez.
—¿Ah, sí? —Me atrajo hacia sí en un giro limpio y ágil; me inclinó con suavidad y volvió a alzarme, siempre con una melodía imaginaria, que nos guiaba bajo las sombras: estábamos bailando—. ¿Cuántas más me dejarás pasar hasta que me respondas una? Extraño tu amor.
No pude responderle.
—Ah, Eli, no hagas eso.
—¿Hacer qué?
—Te estás mordiendo el labio, no te lastimes.
—No me había dado cuenta. —Era cierto—, es que..., no sé, debe ser un tic, o algo así
Zack arrugó la nariz.
—Tú nunca te muerdes el labio.
—Eso no lo sabía. Apuesto que morirías por que mordiese el tuyo —le dije, llevando mi dedo índice a su boca sonriente, como en señal de silencio.
No sabía por qué todavía no estaba dispuesta a ser su novia, si le hacía comentarios de ese tipo, y esperaba un beso como respuesta. Acarició mi dedos con sus labios. La sensación se me hizo exquisita; erizó mi piel y me hizo viajar al pasado, pero al instante, sentí que debía detenerme.
—Tiempo de ir a dormir, Zack. Nos vemos mañana.
Sabía que se moría de ganas de darme un beso, y yo también anhelaba que tomara la iniciativa; necesitaba sus labios sobre los míos, su piel cálida contra la mía... Pero algo seguía inquietándome. Cada vez que me sentía enamorada de él, algo me impedía profundizar ese sentimiento.
Se conformó con darme un fuerte abrazo antes de saltar por la ventana. Porque claro, la puerta es para aburridos.
Me enlisté para ir a la cama, y para cuando estuve preparada descubrí al holgazán de Quince echado al centro esta, sin ninguna intención de hacerme espacio. Intenté correrlo con suavidad, solo lo necesario para poder meterme bajo las mantas, pero me detuve al fijarme en su collar.
—¡Dónde te andas metiendo, Quince! —lo regañé.
Llevaba un papel metido, así que lo saqué. Fue entonces que me di cuenta que no podía tratarse de simple basura. Era un trozo de papel blanco, doblado de forma sumamente prolija. Lo abrí con gran interés por descubrir su contenido.
Leerlo fue la sensación más extraña que jamás sentí: una mezcla de nostalgia, asombro y miedo.
Primer intento, Pandita. Y solo tendré unos cuantos más, así que seré breve.
¿Has ido a Pensilvania? Dicen que el pequeño pueblo de Yellow State está habitado únicamente por vegetarianos.
¿Tentador, no?
Atte.,
un Alga marina que aprendió a amar.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top