Capítulo 8: Siempre hay espacio para un té

Sam estuvo pendiente de Zack hasta que llegaron al aeropuerto de su destino, el cual, extrañamente, resultó ser el mismo.

Kev se comió su miedo lo mejor que pudo y le agradeció la ayuda médica. Apenas el moreno de acento británico hubo cruzado la puerta con nada más que una mochila, el pavor que había intentado digerir se removió en sus entrañas; su angustia le exigía ser liberada, pero calló y le hizo una seña de despedida. Kevin era excelente ocultando las todo aquello que lo hiciera medianamente humano (amor y miedo principalmente), sin embargo, cuando se trataba de Zack, su habilidad se debilitaba. Estamos hablando de su mejor amigo. Su hermano. Su tercer ojo. La única persona que lo comprendía.

Sintió ardor en las mejillas y frío bajo la nuca. Zack, Sasha y él estaban ahora en una de las ciudades más pobladas del país... ¿y si le daba otra crisis en el subterráneo o en medio de la calle? ¿Podrían ayudarlo? Pero esa pregunta lo llevó a una interrogante aún más escalofriante: ¿existiría el día en el Zack no necesitase ayuda? Ahogó la respuesta entre sus jugos gástricos, y se dijo que, si eso no la mataba, probaría un bar en la noche. Nada mejor para matar los problemas que el vodka. O el tequila. O whisky. Incluso un ron barato podía ayudar a apagar su temor como si fuera un interruptor de luz. Bebería hasta emborracharse y entonces se enojaría y golpearía a cualquiera que le hablase; su adrenalina subiría, al igual que su estado anímico.

Puede que Zack y él tuviesen muchas cosas en común, no obstante, manifestaban sus sentimientos negativos de formas completamente distintas. Mientras su mejor amigo se empeñaba en dañarse a sí mismo para hallar la paz que había perdido, Kev lastimaba a los demás como si se tratase de una competencia deportiva.

—¿Nos vamos? —propuso Zack con el entusiasmo de un pequeño niño que miraba por la vitrina de una dulcería.

Kevin volvió a la tierra. La mayoría de los pasajeros se habían ido, dejándoles el paso libre hacia la salida.

—Es lo mejor, no es correcto hacer esperar al conductor tanto tiempo —opinó Sasha.

—Tú y tu infinita empatía —comentó Kev sonriendo.

—Tú y tu maleducado sarcasmo —respondió la chica.

—Hablaba en serio. —Kevin chasqueó la lengua—. Pero tranquila, mi cuota de amabilidad acaba de agotarse. El sarcasmo vendrá pronto y serás mi primera víctima.

—Kevin, estimado idiota —comenzó diciéndole Zack—, espero que no hayas olvidado tu cita.

—Ni por un segundo.

—Bien. —Dejó su maleta y guitarra a un lado para acercársele y posar su mano en su hombro—. En ese caso, te recomiendo ser más gentil con las chicas o resignarte a la eterna soltería.

—Sasha no es una chica —replicó Kevin—. Es Sasha.

—¡Qué se supone que significa eso! —intervino la pequeña rubia.

Zack tiró de su oreja con fuerza.

—¡Eh! —se quejó intentando zafarse.

—Pídele disculpas.

—¿Por qué de pronto te preocupas? Has tenido ocho años para jugar al héroe. —Tiró más fuerte y le plantó un golpe en el estómago—. ¡Está bien, está bien! Perdón, Sasha.

Ella simplemente sonrió. Mas no supo si fue por el gesto que hizo él, o por la intervención de Zack.

Se sobó la oreja mirando a su mejor amigo con notorio recelo.

—Acepto tus disculpas, Kevin. —Sasha comenzó a caminar hacia la salida del aeropuerto—. Zack, aprecio que te preocupes por mí, pero no está bien recurrir a la violencia.

—Lo lamento, Sasha —dijo Zack. Pescó su equipaje y siguió a la chica.

Como siempre que salían sin sus padres, los tres amigos fueron escoltados por guardaespaldas contratados hasta la limusina que se había estacionado lo más cerca de la salida posible. Había unos pocos paparazis esperándolos afuera (además de los hombres que gritaban "taxi" y "se ofrece alojamiento"). Zack les sonrió y los saludó con la mano, Sasha se detuvo a desearles un grandioso día, Kevin... Kevin besó su dedo del medio y lo alzó con gracia y firmeza.

Los periodistas, egresados de universidades públicas lo más probable, tomaron fotografías con más entusiasmo que antes; ahora, todos los focos lo apuntaban a él. La luz blanquecina de las cámaras fotográficas lo envolvieron en un espectro brillante y confuso, negándole una completa visión de su alrededor.

Kevin ya tenía pensado el encabezado de las revistas para las que estuvieran trabajando. "Kevin Stevens, el hijo problema de la pareja ganadora del Óscar". "Kevin Stevens, el famosos adolescente que siempre parece estar a la defensiva."

—Kevin, Kevin, ¡cuéntanos que haces aquí!

—Kevin, ¿es cierto que fuiste adoptado?

—¿Cuáles son tus planes luego de la escuela?

—Joven Stevens, ¿por qué siempre está con la hija de la famosa modelo Anne Thompson?

La excitación del grupo aumentó de golpe. Muchas preguntas chocaban, impidiendo que se oyeran con claridad.

—¿Son pareja?

—¿Cuánto llevan juntos?

—¿Planean hacerlo oficial en algún momento?

Se cubrió la cara con ambas manos, ya no lo soportaba más.

Mi. Cabeza. Va. A. Reventar.

—Estamos muy apurados, lo sentimos —intervino Zack, apartando a un guardia que le impedía acercarse más a la presa, o, mejor dicho, impedía que los periodistas se acercaran a su cliente—. Realmente es una pena que sean tan mierda de profesionales que solo comen gracias a chismes que ustedes mismos crean. Así nunca los contratarán en un lugar serio. —Zack sacudió ligeramente a Kevin—. ¿Estás bien, amigo? —le preguntó en voz baja, sólo era para él.

Kevin sonrió, agradecido.

—Gracias.

—No es nada, hermano. Siempre no apoyamos, no olvides que somos uno.

—¿Podrías darme una respuesta no gay por una vez en tu vida?

—No te pongas gruñón, tesoro —respondió Zack haciendo pucheros—. Tu linda frentecita se arruga.

—¡Sasha, Sasha, señorita Thompson! —Oyó que uno de los sujetos le gritaba por detrás de la reja que los separaba—. ¡Una fotografía para nuestra portada, por favor!

Kevin, ya habiéndose recuperado de la conmoción, empujó a sus amigos por la espalda para que se apresuraran en ingresar al automóvil. Algunos guardias incitaron la acción, mientras que otros se mantuvieron haciendo una barrera que impidiera cualquier comunicación con los paparazis.

Sasha se detuvo cuando ambos chicos ya se habían subido a la limusina.

—Denme un segundo. Estos hombres nada más hacen su trabajo. —Hizo una seña a uno de los guardias para que se apartara. Sonrió mirando el lente que tenía al frente; los flashes llovieron de inmediato—. ¡Les deseo un bello día! —repitió despidiéndose amablemente.

Maldición, Sasha. ¿Por qué era tan políticamente correcta?

Si bien había renunciado a la chica, apagar sus sentimientos no era tan sencillo como él así lo creyó. Porque era una mierda. Apestaba saber que ella siempre estaría fuera de su alcance, porque no era a quien quería.

Miró a su mejor amigo. El hijo que su mamá quería. El alumno que los profesores adoraban. El chico con el que su mejor amiga prefería estar. El novio con el que la chica de sus sueños, soñaba.

Kevin era su sombra.

Sacudió la cabeza, como intentando sacarse algo. Algo tóxico y corrosivo, conocido como celos. Zack era su hermano. Y merecía todas esas cosas buenas, no él. No tenía sentido alguno atormentarse con tonterías como ser inferior a Zack. Siempre supo que así era. Por muchos más instrumentos que él supiera tocara, jamás podría componer una canción con tanto sentimiento como Zack. Por más que se aprendiera los diálogos de memoria, jamás lograría que sus emociones conectaran tanto con el público como lo lograba Zack. Por más que fuera el mejor alumno de su generación, Sasha prefería a Zack.

Pero, por primera vez, Kevin tenía algo que él no. Le esperaba una cita con una británica que ocultaba un cuchillo en su calcetín y quizás que otras cosas en su corazón. Que no le temía a nada a simple vista, pero que temblaba de miedo si veías más adentro. Que destellaba fuerza, pero suplicaba ayuda. Saldría, en resumidas cuentas, con un precioso enigma, y eso, en opinión de Kev, era insuperable.

Con la mente más tranquila y el cuerpo relajado, se recostó en la pared acolchada con la intención de despreocuparse por lo que viniese a continuación. Se mantuvo fuera de la conversación que mantenían sus amigos, pero eso no significó apagar su oído. No hablaban nada demasiado interesante, pero notaba la voz de su amigo calmada y feliz. Lo vio sonreír y no pudo aguantarse la sonrisa. Porque, ver bien a la persona que te hace feliz, es impagable.

Kevin se sorprendió a sí mismo manteniendo la sonrisa durante todo el trayecto hasta el hotel. Era increíble en realidad que, todo lo que le pasaba a Zack, ya fuera bueno o malo, lo afectaba de manera directa. Casi parecía que el gay era él.

Se bajaron con la idea de recorrer la ciudad de inmediato. Por lo tanto, fueron rápidos en todos los trámites. Los padres de Zack ya habían hecho la reserva en el hotel Mandarin Oriental, así que nada más tuvieron que hacer el check-in en la recepción para obtener las llaves de la habitación. Aunque, técnicamente, eran dos habitaciones en una. Si bien era una puerta la que daba al pasillo, al entrar te encontrabas con una sala de estar de lujo; sillones de cuero, mesas de cristal con enormes arreglos florales y muchos adornos importados, seguramente excesivamente costosos. Allí, había una puerta en cada lado. A la derecha, el cuarto contaba con dos camas tamaño King y baño privado. Mientras que a la izquierda, únicamente había una cama, y una tina de hidromasaje cubría la faltante. Por supuesto que también había frigoríficos, televisiones, y tantos otros lujos innecesarios para un viaje de menos de una semana, sin embargo, estaban tan acostumbrados a esa clase de cosas, que ni les prestaron atención.

Se ducharon, cambiaron de ropa y arreglaron rápidamente. Pues decidieron no perder tiempo y desempacar luego. Claro que, Kevin podía apostar que Sasha había incumplido la promesa, ya que tardó el doble que ellos en estar lista.

Puede que fuera una chica, pero todos estaban de acuerdo con que nadie se demoraba más en enlistarse para salir que Zack y Kev.

—¿Qué quieren hacer primero? —preguntó Sasha una vez que se juntaron en el pasillo.

Kevin y Zack compartieron una mirada. Se hablaron. Asintieron.

—¿Qué te gustaría hacer a ti? —quiso saber Zack.

—¿A mí? —Sasha se sorprendió.

—Nunca te dejamos escoger —explicó Zack—. Decide tú, nosotros estaremos de acuerdo.

—Excepto si quieres ir a la iglesia, en ese caso te devuelvo a casa —amenazó Kevin.

—Soy atea —dijo Sasha sonriente—. Y muero de ganas de visitar el museo que está en Central Park.

—¿El Museo Metropolitano de Arte o la Nueva Galería?

—¡Sorpréndanme!

Finalmente escogieron el museo. No estaban del todo emocionados, pero habían acordado en levantarle el ánimo a Sasha. Algo había ocurrido entre Bruno y ella mientras él se había quedado conversando con Grace, pero fuese lo que fuese, se notaba decaída. Además, si Zack y él decidían centrarse en Sasha, puede que su amigo se olvidase de Eli por unos días, y, de paso, su ánimo podía levantarse. Muchas veces, el modo de alcanzar la alegría propia era brindársela a alguien más. Y no es que él supiera mucho de eso, pero había oído a Sasha decir eso y le encontró razón.

Tomaron un taxi pese a que estaban a unas pocas calles del lugar.

—Pienso que deberíamos regresar temprano —comentó Sasha en el interior del auto—. Para que así tengan tiempo de practicar.

—Pff... Practicar es para débiles —respondió Zack restándole importancia.

—¿Piensas interpretar algo o tocar un instrumento?

—Aún no lo sé.

—¡¿Qué?! —intervino Kev con tal estruendo que el chofer pegó un pequeño respingo en su asiento delantero—. ¿No sabes lo que harás para la prueba más importante de tu vida un día antes de darla?

—Supongo que confío en mis capacidades. Tú también deberías hacerlo, Kev. Somos buenos. Muy buenos. Será grandioso cuando vivamos juntos.

—Tres amigos en Nueva York —comentó Kev recuperando la compostura—. Deberíamos encontrar un bar y arrendar un departamento arriba. Será nuestro MacLaren's.

—Los tres... —repitió Zack mirando por la ventana.

—Eché sal en la herida, ¿verdad? —Se llevó ambas manos al pecho—. Mi culpa.

—No me digas.

—Oh, por favor, Zack. Tan solo fue una discusión. No puedes lamentarte de por vida.

—Todas las parejas discuten —estuvo de acuerdo Sasha.

—Pero nosotros no somos como una pareja ordinaria —replicó Zack cruzándose de brazos.

—Es cierto, son el sueño de todo psiquiatra —se burló Kevin—. La conmovedora historia de Zack y Eli; jóvenes demuestran que el amor lo supera todo; pacientes locos deciden unir fuerzas y volverse asesinos psicópatas juntos.

Zack lo golpeó.

—Me refiero a que no peleamos —dijo su amigo molesto.

—¿Y qué si lo hacen? Ustedes son asquerosamente tiernos, lo resolverán como siempre lo hacen —insistió Kevin.

Sasha asintió.

—No es bueno que empieces a atormentarte con eso, Zack. Deberías focalizarte en rendir una buena audición. Estoy segura que nada más fue un malentendido que solucionarán en cuanto llegues —dijo su amiga.

Zack le sonrió. Sasha era de las pocas personas que podía calmarlo de verdad.

—No suelo decirlo mucho, pero Sasha tiene razón. Relájate, hermano. No es como si fueran a terminar por una simple discusión —señaló Kevin.

Kev desconocía qué había sucedido entre la feliz pareja, sin embargo estaba seguro que lo solucionarían. Pensó si debería preguntarle qué había pasado, pero desistió de la idea. Incluso él tenía sus límites, y sabía que seguir hablando de Eli estropearía por completo el viaje. Es más, siempre que Zack no hablaba de Eli, parecía más sano...

Podía ser realmente un adolescente, y no un novio faldero. Podía ser su mejor amigo.

O eso creyó hasta que el primer cuadro con el que se toparon era el retrato de una pelirroja. Oh, universo, ¿qué más quieres de Zack?



*******



Samu estaba por irse cuando, cerca de la entrada, vio a la chica de cabello rubio que le había robado el sueño. Sus dos amigos se encontraban también con ella; el grupo estaba mirando La Toilette, por el francés Toulouse-Lautrec. Se sorprendió a sí mismo recordando el nombre que oyó una vez a los cinco años. A veces se olvidaba del poder de su memoria.

Pensó si debía ir a saludar.

Se había dado cuenta que eran amigos muy unidos; recordó su grupo en Inglaterra y sintió una punzada en el pecho, conocida como nostalgia. Ahora todos estaban en lugares distintos, creando proyectos distintos, investigando cosas distintas. Aún se juntaba con Seba de cuando en cuando (de hecho, el español lo acompañaría al conservatorio el día siguiente), pero ya no eran un grupo. No podían volver a ser uno si les faltaba una pieza.

Sam odiaba estar solo, de pequeño se acostumbró a una vida sin familia, mas no sin amigos. Respiró hondo y se levantó de un asiento en forma de paleta de colores para dirigirse a los chicos.

Sasha, según recordaba su nombre, fue la primera en notar su presencia. En su rostro se formó una sonrisa de inmediato.

—¡Hola, Sam! —Saludó.

—¿Qué lo trae por aquí, Doctor? —preguntó el chico que le había pedido ayuda.

Sam se llevó las manos a los bolsillos.

—Lo mismo que ustedes, supongo. Disfrutaba el arte.

—Oh, no soy un gran amante de las pinturas —respondió el chico—. Pero tenemos a una amiga que lo adora.

Sam le sonrió a Sasha de medio lado.

—No me digas.

—¿Vienes con alguien? —preguntó Zack, el de pelo negro.

—No, yo... Yo estoy solo, usualmente paseo solo. —Eso sonó menos patético en su cabeza.

El chico le sonrió. Lo rodeó con un brazo de forma amistosa.

—Nos quedaremos aquí unos días, ¿te nos unes, fanático de los tés?

—Eso es un estereotipo —repuso Sam—. Y, además, no soy inglés... pero me encantaría —agregó sonriendo.

—¿No eres británico? —Sam negó con la cabeza—. ¿Por qué tu inglés tiene acento europeo?

Ojalá le dieran un taco cada vez que un estadounidense le preguntaba eso.

—Porque en realidad el español es mi lengua materna, el inglés lo aprendí en la Nación Té.

—¡Qué! Pero si hablas inglés a la perfección.

—Inglés, alemán, francés, italiano, español, coreano, japonés, gallego, chino mandarín, ruso, y latín a la perfección, si quieren ser más precisos.

Si bien Sam había renunciado a su súper inteligencia por perseguir sus sueños, tampoco es como que la fuera a negar. Sí, de acuerdo, a veces era un tanto engreído.

—Mierda —comentó Kevin—. Eres mucho más interesante de lo que ya eras.

—¿Y qué es lo que los trae a Nueva York, tocayos?

—Zack y yo venimos a audicionar a Juilliard. Y nos encontramos a esta chica en el camino.

—¿¡Juilliard!? —Repitió Sam con fuerza—. ¡También yo!

—¿Por qué un adolescente que es médico y que habla más idioma que el traductor de Google quiere entrar a Juillirad? —quiso saber Zack.

—Porque para cumplir sus sueños, primero debía cumplir ciertas órdenes —contestó Sam—. Conozco esta ciudad como la palma de mi mano, permítanme que los guíe.

Tenía que admitir que estaba emocionadísimo. Esos chicos se veían muy agradables, incluso podían llegar a volverse compañeros de universidad, ¿y quién sabe? Arrendar algo juntos y... Y volver a tener el apoyo de un amigo.

Le sonrió a Sasha y la chica le correspondió el gesto. Era tan bonita. Se veía buena, se veía gentil, se veía amable. Se veía como el perfecto reemplazo de su mejor amiga. Se veía como Grace. Fue estúpido irla a buscar a Los Ángeles, Seba y Vice tenían razón. Necesitaba dar vuelta la página, hacer nuevos amigos. Grace se había ido, quién sabe dónde.

Necesitaba dejarla ir, necesitaba que el niño de doce años que habitaba en su interior, se desamorara de su mejor amiga de una vez por todas.

—¿Y qué hacías en nuestras tierras? —quiso averiguar Kevin.

—Buscaba algo —respondió Sam—. Una especie de ancla, pero me di cuenta que esa ancla no me estaba sosteniendo como yo creía, sino que me hundía.

—¿Decidiste dejar ir tu ancla? —preguntó Zack con ojos preocupados—. ¿Así sin más? ¡No puedes renunciar a alguien así como así!

—A veces nos aferramos demasiado a alguien y nos perdemos a nosotros mismos en el camino. —Sacudió la cabeza—. Ya es tiempo que regrese a ser yo.

—Pues, bienvenido, Sam Díaz, español criado en Inglaterra que habla muchos idiomas, estudiará teatro y puede operar a alguien —dijo Kevin de buen humor.

—Una descripción casi acertada. Soy mexicano, y me muero por unos tacos.

—Eso sí es un estereotipo —se mofó Kevin.

—¿Tacos y tés? —preguntó Sasha.

—Por qué no. Siempre hay espacio para un té.



*******



Amy chasqueó dos dedos frente a sus ojos.

—Hola, ¿hay alguien ahí?

Eli sacudió la cabeza y parpadeó varias veces por la conmoción. Acababa de recordar, acababa de recordar qué fue lo que pasó cuando Patrick le dio la Estrella. ¡Oh, por el amor de...!

—Voy a matarlo —dijo en voz alta.

—¿A quién? —inquirió su amiga.

—Creo tener una idea —contestaron John, Lauren y Grace al unísono.


—No te preocupes, Barbie, es su forma de decirse te amo —añadió Grace. 

—Muy bien, alguien realmente tiene que explicarme de una vez por todas qué está ocurriendo —exigió Bruno por vigésima vez.

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