Capítulo 36: Bienvenidas insospechadas

Patrick estaba ayudando a Savannah con matemáticas cuando su teléfono móvil comenzó a sonar, emitiendo a máximo volumen Du hast. Al fijarse en la pantalla, se levantó de la mesa y salió de la cocina a contestar. Esperó no tardar demasiado. Su hermana estaba irritable como un gato al que obligan a bañarse; era entendible, pues en pocos meses comenzaría la universidad. Se había tomado un año para preparase para los exámenes, así que ya no tenía segundas oportunidades.

—Zack, ¿qué ocurre? —preguntó a regañadientes. El chico le caía muy bien, pero si no lo callabas, se volvía un suplicio.

—¿Es el Crustáceo cascarudo?

—No, es... —Se detuvo. Tuvo que aguantarse las ganas de golpearlo.

—Anda, dilo. Diloooooooooooooooo.

—No lo diré.

—Dilooooooo.

—Veo que estás disfrutando de la graduación, Zacky. El tufo a alcohol acaba de penetrar mi oído.

—Es Patriciooooooooo —gritó Zack entre hipos—. ¡Penetrar es una palabra sucia! Sucia, sucia. Se ocupa para hacer niños, pero también para arruinar relaciones. ¡Si no penetras, adiós! ¡Si penetras mal, duele más! ¿Y si no quieres? ¡Oh, no puedes no querer! Todos quieren penetrar, ¿acaso tienes algún problema? —Patrick salió al jardín, ya que el bullicio que se transmitía a través de su teléfono había comenzado a captar la atención de sus abuelos—. ¿Y si penetras a quién no debes? ¡Sucio, sucio! Penetrar... No hay que penetrar para de amar de verdad, ¿o sí? Peeeneetraaar. Pene. Pene atrás. ¡Eso es penetrar, nada más! —finalizó entre risas—. Soy hilarante. Debería dedicarme a la comedia.

—Zack, acabo de perder el poco respeto que te tenía.

—Pffff... He perdido cosas peores... ¡Ups! Casi me caigo. Estas escaleras se mueven solas. ¿Te imaginas me lastimo y nadie se da cuenta? ¡Qué cosas sinsentido digo! ¡Cuándo se ha dado cuenta la gente de alguien además de sí misma! —exclamó dramáticamente—. ¿Por la mañana en el noticiero matutino? ¿O con la visita policiaca en la puerta de su aparente hogar ideal?

—¿Estás solo? —inquirió Patrick preocupado. No le gustó el rumbo que su monólogo había tomado—. ¿Dónde estás? ¿Llamo a John? ¿A Elizabeth?

—Eli está más ebria que yo.

—No te discutiré eso —estuvo de acuerdo el chico.

—¿Dónde está Dom? —soltó de pronto Zack—. ¡Hola, Dom! ¿Por qué no viniste? ¡Kevin ya no me habla! No me necesita, porque consiguió alguien para pene atrás, digo penetrar, ¡já já! Dice que está enamorado. ¿Tú le crees? Veen, y así la pasamos bien. Te presento a chicas atractivas, y hablamos y hablamos y nos reímos y... Y... ¿Qué decía yo?

Dios, dame la fuerza necesaria para tolerarlo... Pero no demasiado, temo matarlo, pidió Patrick. Todos tenemos claro que la paciencia no es una de sus virtudes más desarrolladas.

—Yo no conozco a Kevin como tú...

—¡Exacto! Sé que miente. Se miente. ¡Me miente! ¿Qué mejor amigo hace eso, eh? Quiere querer estar enamorado de Grace, como Amy quiere estar enamorada de Dom, como Sasha quiere estar enamorada de Bruno y como tú quieres estar enamorado de Daisy, ¿no?

—¿Qué?

—¡Daisy! ¡No tiene un pelo de tonta! Es muy simpática... Tan pequeñita, tan gruñona... Le brillan los ojitos cuando habla de sus libros, ¿te habías fijado? Claro que no se compara con el fulgor de sus pupilas al hablar sobre ti. ¡Envidiable destello, ella te ama! ¿Por qué le mientes de ese modo, Pat? ¿No te da vergüenza? ¡Dom, dile a tu hermano que no se acobarde como una gallina!

—Zack...

—¿Patrick? ¡Dios mío! Esto es una conversación privada, ¡qué vergüenza!

—Nick... Fue al baño. Volverá enseguida.

Tapó el teléfono con la palma de su mano y se encaminó al bosque en el que su hermano se encontraba.

Suspiró, no le pagaban lo suficiente. ¿Era muy tarde para volver en el tiempo a la época en la que no tenía amigos? Preocuparse por tanta gente a la vez le estaba consumiendo la poca energía que los introvertidos poseen. 

Sonrió. Qué estupidez estaba pensado; tener de segunda familia a su nuevo círculo de amistades valía cada dolor de cabeza. 



*******



Dominic odiaba cientos de cosas, mas la fotografía no calificaba en dicha lista. Desde pequeño había sentido una inexplicable pasión hacia el bello arte de capturar trozos de su vida y el mundo; una cámara y un buen ángulo era todo lo que necesitaba para hallar el esplendor oculto de la naturaleza o la magnificencia intrínseca de las emociones humanas.

Más de una vez se planteó dedicarse de forma profesional a la fotografía, pero al cabo de un tiempo siempre desechaba la idea. ¿Y si no era lo suficientemente bueno para conseguir triunfar? Ser fotógrafo era su sueño, pero la vida se vive despierto; los sueños se esfuman como la bruma matutina, y sólo queda la monotonía de la rutina.

Un viento helado lo distrajo de su ensimismamiento, tensándole los músculos y causando que sus cabellos rojizos se erizaran a lo largo y ancho de su cuerpo, principalmente en sus brazos descubiertos.

Volvió a concentrarse en la luna llena. A pesar de que no poseía una cámara profesional ni ningún accesorio costoso, había conseguido fotografías bastante envidiables del satélite natural que reposaba sobre su cabeza. La noche era espesa; una capa blanquecina ocultaba el refulgir de los astros, dándole el merecido protagonismo a la fiel compañera de los licántropos.

Consiguió fotografiar a la luna vestida de plata varias veces, y habría seguido con su pasatiempo preferido de no ser por su hermano, quien había aparecido de quién sabe dónde y lo había pescado del hombro sin el menor cuidado.

—¿Se te perdió algo? —espetó Dominic, zafándose de su agarre.

—¿Te das cuenta que son más de las dos de la madrugada, cierto? —Señaló su atuendo—. Si te enfermas, papá y mamá te matarán.

—Cómo si te importara.

Patrick le miró con profundo dolor.

—Nick... Me importa. Me importas muchísimo.

—Ajá.

—Ni sé para qué me molesto. —Le tendió el teléfono celular—. Tu novio quiere hablar contigo —explicó con una sonrisita burlesca—. No lo hagas esperar que se pone muy celoso según me han contado.

—Ya quisieras que estuviera desocupado para poder encamarte con mi hermana sin culpa —dijo Nick aceptando el móvil de mala gana—. ¿Cuánto tiempo más estará Eli soltera? Las chicas bonitas y simpáticas como ella no duran mucho tiempo sin pareja, Patrick. Tic tac.

—¿De qué estás hablando? Ella está...

La engreída risa de Dominic cortó la oración, bañando el ambiente de malicia.

—¿No te lo dijo?

—¿Qué?

—Eli y Zack terminaron días después del cumpleaños de Kevin.

—Pero... pero eso fue hace dos meses...

Dominic se puso el teléfono en el oído y dio por terminada la conversación.

—¡Aló, aló, aló! Escucho gritos, pero vodka me impide entender nada. Con razón los alemanes murieron congelados al intentar invadir Rusia: la cerveza no tiene ni la mitad de la fuerza que el vodka.

—Creo que en ese entonces se llamaba Unión Soviética.

—¡Doooom! Volviste del baño, ¿cómo te fue? ¿Estabas con una chica, pilluelo? Te prestaría algún condón, pero no uso xxxxxxxx...

—Ya entendí.

—...xxxxxs. De hecho nunca he comprado uno, ¿cómo se compran? ¿Sirven de algo? ¡Oh, Dom! Deberías estar aquí, mi mejor amigo me remplazo. ¡Podríamos estar bailando y divirtiéndonos, mi hermano! Te nombraré oficialmente como mi segundo mejor amigo. Mi mejor amigo de repuesto.

—Qué honor —contestó con desgana—. Mi sueño hecho realidad.

Zack soltó una risotada.

—¡Eres muy chistoso, Dom! Dices chistes todo el tiempo... ¡Un columpio! —añadió ansioso—. ¿Te acuerdas cuando te obligué a subirte a uno?

—Y sigues igual de insistente —le respondió Dom sonriendo—. Anda, colúmpiate en mi honor, Anderson.

Oyó pasos, hasta que la música del fondo se volvió un suave susurro que al cabo de otro par de segundos se extinguió, dejando al aliento agitado de su amigo y a sus pisadas apresuradas como únicos referentes de que la llamada seguía entrante.

Entonces, un escolfriante grito desgarró el sosiego de la noche como garras contra el acero. Entró a sus oídos en forma de llanto desesperado; y la angustia al otro lado del teléfono le bloqueó la respiración hasta que al alarido se transformó en llanto, el llanto se tradujo en un nombre, y el miedo lo obligó a actuar.

—¡Zack! ¿Estás bien? ¿Zack? ¿ZACK? —A modo de respuesta, un estruendo estalló en lo profundo de su oreja—. ¡Zack! ¿Qué ocurre?

Lo que pasó a continuación es difícil de narrar, ya que Dominic nunca pudo recordar del todo qué fue lo que ocurrió. Asegura que arrojó el teléfono al suelo, o que se le cayó al correr. Dejó todo tirado, y partió de una carrera a la casa. Se topó con Patrick en la entrada. Algo de que era un mal hermano.

Corrió al interior de su casa, hurgó en sus ahorros, y vació todos los bolsillos y rincones de su habitación. Tomó el dinero, y así, congelado y sin medio de comunicación, se precipitó escaleras abajo, entró al establo, montó un cabello sin siquiera ponerle montura, y partió a ayudar a su amigo.

Todo sin pensarlo, sin idear un plan y sin plantearse las consecuencias de sus actos. La bruma del instinto y la emoción opacó a sus estrellas lógicas y racionales.

La oscuridad siempre le pareció más fascinante.


*******


Es igual a su hermana, pensó Patrick al verlo galopar en dirección al aeropuerto.

Sonrió orgulloso.



*******



Lo maté, lo maté, lo maté, lo maté.

—¡Lo maté! —vociferó Zack sacudiendo el cuerpo inerte de su amigo.

Cualquier persona en su sano juicio, habría llamado a Emergencias. Pero como ya saben, Zack, aunque buena persona, no podía presumir de una salud mental ejemplar. Por favor, no lo culpen, no lo regañen por no haber actuado en cuanto se encontró a John echado sobre un charco de sangre en el parque que estaba cerca de la escuela.

Zack no sabía qué hacer, y de haberlo sabido, posiblemente tampoco lo habría hecho. Sus dedos temblaban demasiado como para ser capaz de sostener su teléfono celular. Se sentía aprisionado, aplastado y las ganas de desaparecer se lo estaban tragando. No podía pensar claramente, en su cabeza resonaba únicamente "lo maté", un repiqueteo, como clavos incrustándose en su cráneo, haciendo sonar el gong.

Se jaló el cabello, se golpeó repetidas ocasiones e incluso comenzó a rasguñarse agresivamente bajo las mangas del esmoquin. Pero nada conseguía calmarlo, quizás nunca podría volver a ser alguien que vivía en paz. ¿Cómo podría?

Lo maté, se repitió incrédulo. 

Nervioso, asustando.

¿Qué dirían los demás?

Todos lo juzgarían, ¡hasta él le pediría a Dios que lo arrojara al Infierno por acabar con la vida de quien prometió mejorar!

Seguía en shock, pero de alguna forma, sus temblorosos dedos lastimados por tocar la guitarra alcanzaron a marcar su contacto de emergencia.

Esperó dos pitidos.

—¿Zack? —contestó una voz tan angelical que por un momento creyó que estaba por despertar de un mal sueño—. ¿Qué ocurre? ¿Estás bien?

—¡Lo maté, Sasha! —lloró desconsolado—. ¡Lo maté!

—Quédate ahí, Zack. Iré enseguida. Zack —lo llamó intensamente, pero a la vez con una dulzura con la que intentó refugiarse—, no mataste a nadie. Nunca lo harías. Hiciste lo mejor que pudiste.

Pero no fue suficiente, quedó flotando en el aire.



*******



En la sala de emergencias, Eli, Dylan, Zack y Sasha intentaban consolarse, mas era inútil. La pequeña Thompson supo de inmediato lo que la llamada de Zack significaba, así que en cuanto cortó, llamó a una ambulancia a la ubicación que el chip de rastreo de su amigo indicaba (el origen de éste es una historia divertida, pero siento que no es el momento oportuno).

Zack seguía sin comprender del todo lo que pasaba; caminaba de un lado a otro, se echaba a llorar y preguntaba qué hacía en un hospital. Luego recordaba y volvía a pasearse por el lugar.

Dylan... ¿Cómo describo lo que Dylan sentía sin quitarle intensidad a su dolor? Creo que no existen palabras en el diccionario que posean la capacidad de detallar o simplemente describir el tormento que se lo consumía. Estaba desconsolado, con los ojos rojos y el corazón hecho trizas; pensaba en el calvario del día que su padre lo golpeó y echó de la casa, y se dijo que habría preferido ser molido a golpes por el hombre que lo amó por tanto tiempo a perder al chico que amaba como ninguna otra cosa en esta vida o en la siguiente.

Quiso matar a todos. Quiso destruirlo todo. Pero Eli lo contuvo, y le permitió llorar hasta que ella le acompañó en el llanto, y ambas lágrimas se unieron en una única cascada de amargura.

Kevin y Grace llegaron desastrosos, turbados y preocupados, como todos los del grupo. Ambos fijaron la vista en Zack, aunque con fines totalmente opuestos.

—¡Imbécil! —gritó Grace abalanzándose sobre nuestro fatal testigo. Ambos cayeron al suelo blanco de la clínica—. ¡Todo es tu maldita culpa! —le gritó golpeando su cabeza contra las baldosas. Zack fue incapaz de comprender qué ocurría a su alrededor.

Estuvo por golpearlo por segunda vez, cuando una mano la pescó del vestido ferozmente, empujándola varios metros lejos de Zack y provocando que se estrellara la cadera contra la punta de una de las sillas para esperar. Gimió de dolor, se calló el pánico y se escondió de los recuerdos que de pronto se le vinieron encima.

—¡Aléjate de él, enferma! —espetó Kevin acunando a su mejor amigo en sus brazos. Intentó protegerlo de sus acciones, de Grace, de la vida y de su dolor.

Y mientras Grace y Eli lloraban una sobre la otra, Zack se descargó en los brazos de su hermano.

—Anda hermanito, llora mucho. Desahógate por completo —le susurró Kevin sin soltarlo de su abrazo—. Haz todo menos culparte. —Se despegó de él y le obligó a mirarlo directo a los ojos—. No es tu culpa, ¿me oyes? Tú lo ayudaste, lo ayudaste como nadie más lo hizo. Porque tú eres una persona que hace que los demás se sientan mejor. Eres bueno, eres importante en esta vida. Lo eres todo para mí, Zack. Por favor, no sufras por haber intentado ayudar a alguien. Fuiste noble, fuiste heroico, pero con la persona incorrecta. John nunca quiso tu nobleza, tus buenas acciones o tu cariño. John quería irse. Y ni tú ni nadie más pudo haberlo previsto.

Kevin temía por Zack. No quería que recayera, no ahora que había avanzado tanto con su tratamiento. Necesitaba hacerle entender que él no era el culpable de nada. Más importante aún, debía conseguir meterle en la cabeza el peso de su existencia, pues quienes padecen de cuadros depresivos suelen olvidarla. Se encierran en su aflicción, repitiéndose día y noche que su valor en la vida era nulo. Que dormir para siempre no cambiaría nada, pero que sí lograría acabar con su aparente abatimiento perpetuo.

Las horas pasaban y ningún médico salía a decirles nada.

Amy y Bruno habían llegado pocos minutos después, pero desgraciadamente ningún padre estaba en la ciudad, por lo que sólo hallaron refugio en los brazos de sus iguales, de sus amigos.

La noche no podría haber sido más intensa... 

Luego, Dominic entró y se quedó de pie mirando al grupo que no se creía lo que había frente a él. Pareció que el pelirrojo despertó de una especie de hipnosis, pues entornó los ojos y su expresión pareció denotar que no entendía cómo diantres había terminado en la sala de emergencias de Beverly Hills.

—¿Hermano? —preguntó Eli acercándose a su mellizo—. ¿Qué haces aquí?

—Yo... Zack gritó. Me preocupé. —Se rascó la barbilla, ciertamente incómodo—. Vine rápido.

—¿Viajaste a las tres de la mañana al otro lado del país porque Zack gritó?

—Él es mi mejor amigo.

—Suficiente —dijo Kevin terminante—. Voy a matarte.

—Kevin, no es momento para ponerte celoso —terció Amy poniéndose de pie.

El chico se acercó lo suficiente para que Eli se pusieron delante de su hermano como escudo protector.

—Cuídalo bien, Eli. Así como lo vea solo, lo mato.

Ella ignoró a su amigo y tomó a Nick de la mano. Se quitó su chaqueta y se la entregó.

—Estás congelado, hermanito.

Él aceptó la prenda y se aproximó tímidamente a su amigo, quien lo miraba como si lo conociera de alguna parte.

—Lo maté —susurró Zack tomándolo por los hombros—. Lo maté, lo maté, lo...

Pero un fuerte e inesperado abrazo lo calló, y le permitió reposar su cabeza en su hombro.

—Tú eres todo menos un asesino, Zack —musitó Dom suavemente—. Me devolviste la vida y la sonrisa, me salvaste de mi propio abismo. Lo que pasó con John, va más allá de ti. Está enfermo.

—Quise que mejorara.

—Pero las pastillas no sirven, Zack. La terapia sí. Yo... cuando me dijiste que tenías bipolaridad y tomabas remedios me asusté. Los remedios te controlan a su antojo. Son una vía de escape fácil y te transforman en una persona dependiente.

—Dicen que es por el bien de mi salud.

Dominc negó con la cabeza.

—Lo mismo le dijeron a la madre biológica de Patrick, pero hace dos años, no pudo aguantar más y se mató con lo que se suponía, la estaba haciendo mejorar. Patrick lloró muchísimo, recuerdo que nadie podía consolarlo... Las pastillas lastiman. Por favor, déjalas.

Zack le sonrió.

—Con una condición.

—¿Qué cosa?

—Ni se te ocurra matarte, pedazo de basura. —Dom lo miró confundido—. Cuando estás ebrio se te salen... ciertas cosas.

—No lo haré —respondió Dominic intentando calmarlo—. Ya no.

Un portazo captó su atención. Voltearon y notaron que Dylan acababa de salir furioso. Nick se despidió de su amigo y lo siguió hasta una banca cerca del estacionamiento. Al verlo, Dylan se molestó.

—Quiero estar solo —masculló acomodándose la bufanda.

—¿Puedo acompañarte a estar solo?

Dylan no le respondió, pero tampoco le rehuyó cuando se sentó junto a él. Contemplaron la noche, que comenzaba a aclararse, dando paso a un nuevo día que ninguno de ellos estaba preparado para afrontar.

—Algún día te enamorarás, Nick —dijo Dylan sin apartar sus ojos del amanecer—. Es inevitable en esta vida. Sólo entonces, podrás comprender lo trascendental que se vuelve el bienestar de quien amas para ti. Vivirás para cuidarla porque sin ella, la vida no sería más que rutina enjaulante.

—Lo lamento mucho, Dyl. Sé que amas a John. Puede que no me haya enamorado como tú, pero eso no significa que no sepa por lo que estás pasando. Mi hermano cayó en coma, y mi mejor amiga estuvo a punto de morir por una enfermedad de mierda que no se merece. Así que por favor, no pienses que tu sufrimiento es aislado.

—¿Viniste a competir por quien ha sufrido más?

—No. Vine a rezar contigo. ¿Tú eres mormón, no? —Dylan asintió con escepticismo—. Bien, yo soy católico. Sé que hablar con Dios mejora todo. Él tiene las respuestas que nosotros no, y puede que no seas tan fuerte como tus problemas, pero Dios sí. Y él nos da esa fuerza que nos falta.

—Nick...

—Sé que no ustedes no creen en la Virgen como nosotros lo hacemos, pero ella sigue siendo nuestra Madre. Para que nunca sientas que te falta una. Ella nos cuida, nos protege y nos ama incondicionalmente. Ella te ama sin importar a quién ames tú. Sabe que tu corazón está cargado de amor, y que eso es todo lo que importa —agregó con ojos llorosos—. Dios, te estaba intentando animar y terminé llorando. ¿Será posible que haga algo bien? —añadió sacándole una risa a su amigo.

Dylan se acercó y tomó sus manos con fuerza.

—Tú no eres una mala persona, no en realidad.

Nick asintió.

—Lo sé —respondió con una sonrisa—. Gracias por recordármelo.



*******



Finalmente, el resultado vio la luz. Luz verde o blanca, o como quieran decirle, pero el punto es, que John iba a estar bien (físicamente hablando). Espero que no hayan pensado que el chico iba a morir, porque eso significaría que no están prestando a la historia, y me decepcionaría mucho de ustedes. ¿O es que acaso olvidaron un pequeño paréntesis en que hablo de que John, Sebas Grace ganaron un premio nobel? ¿Ya no lo recuerdan?

Los paréntesis son importantes para mí (¿de dónde piensan que vino el título?), pues la gente suele saltarlos. No los culpo, a fin de cuentas no son más que acotaciones, detalles que no cambian en lo absoluto la oración.

Mi profesor de inglés me regañó una vez por usar demasiados paréntesis en un ensayo, alegando que eso distraía al lector. Yo le respondí que esa fue justamente mi idea. Los paréntesis pueden ser distractores, por supuesto, ¿pero qué tal si es el párrafo el detalle y el paréntesis la idea principal? ¿Qué pasaría si el detalle fuera en realidad la idea principal?

Pistas, mis niños.

Dije que quería que cayeran en mi trampa, pero ahora que lo hicieron, los invito a pensar qué es lo que realmente intento narrarles. ¿El cómo? Bueno, ya tienen un par de ideas.

Sí, es cierto que John Evans había muerto. Y sí, Zack fue quien lo mató. Pero cuando sus padres llegaron jadeantes al lugar, diciendo que eran sus tutores legales y exigiendo verlo, un nuevo John nació. Un John que ya no tenía un padre en la cárcel por abuso infantil ni una madre muerta por sobredosis, sino una familia sana que se preocupaba por él. Un John que pasaría los siguientes meses en un centro de rehabilitación, porque el amor de su novio no lo curaría de su enfermedad. El amor no puede resolverlo todo, pero te engaña para que creas que sí. Es el mejor estupefaciente de todos; no sólo posee unos increíbles poderes alucinógenos que te llevan a la demencia y a la obsesión, sino que además, es gratuito y está al alance de cualquiera. Por eso el mundo rebosa de locura: todos estamos drogados, con un pie dentro del manicomio y otro en el jardín de los corazones rotos.

John Evans había muerto para siempre.

John Anderson estaba listo para comenzar a vivir. 

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