Capítulo 35: Adioses ineludibles

Zack se contempló en el espejo el tiempo suficiente para que cualquiera pensara que se estaba por convertir en el Narciso del siglo XXI. La diferencia recaía en algo m­uy simple: él no estaba enamorado de lo que veía. Justamente era eso lo que lo hacía enloquecer a tal punto de no poder despegarse de su reflejo, pues tenía la triste esperanza de que eventualmente sus ojos se acostumbrarían a la mirada que ese extraño le devolvía, y reconociera que se trataba de él mismo.

Desde pequeño creció con la ególatra idea de que todo el mundo lo admiraba por su belleza física; que sus pupilas esmeraldas y cabello oscuro y misterioso como la noche misma lo posicionaban en una categoría superior al común de los mortales. Cabe aclarar que este pensamiento no fue propio, sino externo. Impuesto. Sin embargo, con el correr de los años, terminó por creérselo y añadir dos puntos a la barrita de autoestima, como si se tratara de un personaje de videojuego al que se le pueden quitar y agregar características.

¿Dónde estaba esa hermosura? ¿Estuvo ahí alguna vez?

Giró, en un intento frustrado por contentarse con su espalda trabajada, mas el traje de miles de dólares era lo único que destacaba en el espejo. No lo lucía bien, el esmoquin bien podría ir solo con Eli como pareja, tal vez así la chica no desentonaría.

Estoy gordo, concluyó abatido.

La doctora Flores le advirtió de los efectos que tendrían los medicamentos en su mente y cuerpo. Si bien estaba satisfecho por la mejoría en cuanto a su enfermedad (hacía días que no se sentía triste o con desaforadas ganas de cometer alguna locura), se sintió profundamente estafado al notar los daños colaterales que la nueva prescripción le provocaba. Ya se había acostumbrado a dormirse en clases y a ser un alumno por debajo del promedio; le era inevitable con tanta medicación. Pero los kilos extras que había ganado era algo que no podía tolerar. Se partía la espalda todos los días en los entrenamientos de baloncesto, e incluso pasaba fines de semana enteros en el gimnasio con Kevin. ¿Para qué? Sí, sus pensamientos resultaban frívolos, no había duda de ello. Pero cuando lo único en lo que destacas es en tu apariencia física, te aseguras que eso se mantenga. De lo contrario, ¿qué te queda?

El vendedor le sonrió al espejo, obligándole a fingir una alegría que no podía encontrar. Le acomodó las hombreras y alisó los pliegues arrugados con suma delicadeza.

—¿Qué te parece? —le preguntó orgulloso.

—Luzco horrible.

El grupo completo se dio un golpe en la frente.

—Zack, te has probado dieciséis trajes. ¡Escoge uno antes de que me muera de hambre! —se quejó Eli, echándose pesadamente en el sofá de terciopelo que Grace y Kevin compartían.

—Comer pasto no es comer —dijo Grace.

—Zack, te ves bien —opinó Kev, acercándose a él. Apoyó las manos sobre sus hombros y le revolvió el cabello—. ¿Podemos comer ahora?

—Sólo lo dices porque eres mi mejor amigo.

—Eh, falso. El deber de un mejor amigo es ser brutalmente honesto, no un pedante adulador. Si te vieras como un montón de basura, te lo diría sin pensarlo dos veces, pero no es el caso. Luces atractivo.

—¿Qué tanto?

—Si fuera gay te daría aquí mismo.

Zack se dio vuelta y le lanzó un beso.

—¡Zack, deja de coquetear con mi hombre! —alegó Grace, poniéndose de pie. Atrajo a Kevin del brazo y le dio un beso que Eli jamás daría frente a sus padres. Afortunadamente, sólo estaban Ben y Robert.

Ben se acomodó las gafas y, al ver la enorme cantidad de personas que sofocaban a su mejor amigo de toda la vida, decidió abandonarlo a su suerte y aproximarse a su hijo. Robert le alzó el dedo del medio, pero no tuvo más remedio que fingir una sonrisa de galán y aceptar las decenas de peticiones de selfie y uno que otro autógrafo.

—Hijo, te ves encantador. ¿Ya decidiste cuál llevarte?

—Me veo horrible con todo —contestó de mala gana. Miró a Eli con pesar—. Al menos tu aspecto resaltará debido a mi monstruosidad.

—Estás siendo dramático —contestó la pelirroja.

—¿Cuándo no? —respondieron Grace y Kevin al unísono.

—Mira, cariño. Te ves increíble. Tú y Kev se verán los chicos más geniales de todo el baile, ¿de acuerdo? Y sé que la opinión de un padre es sumamente subjetiva, pero tus amigos no mienten. Recuerdo cuando le mostré el conjunto que usaría para mi primera cita con tu madre a tu tío Robbie. —Meneó la cabeza—. Malos recuerdos.

—¿Qué pasó?

—Lo arrojó al fuego —respondió serio.

Los tres amigos volvieron la vista a Kevin. La genética resultaba asombrosa como fuente fiable de evidencia. Eso era algo que él haría.

—Quiero que el baile de graduación sea perfecto —protestó el chico.

—¿Qué te parece si vamos a comer y proseguimos con la búsqueda mañana, eh? Tu mamá y John se morirán de hambre si siguen esperándonos en el restaurante. —Zack apoyó la cabeza en su hombro y su padre comenzó a acariciarle el cabello—. Todos estamos cansados, y las chicas todavía no compran sus vestidos.

—No hay problema con eso, Ben. Me he probado un par de vestidos y ninguno me queda mal.

Zack se separó de su padre y le dio unas palmaditas en la espalda.

—Yo no estaría tan seguro, ¿recuerdas el oliva que vimos el viernes pasado? Te veías súper plana.

—¡Eh!

—Noticia de último minuto, amigo: Eli es plana —agregó Kev—. Apuesto que anda trayendo un sujetador de la sección para preadolescentes. ¿Me equivoco?

Elizabeth golpeó a ambos. Ben se alejó hacia la entrada. La violencia lo ponía tenso. Las cosas sobre mujeres, el doble.

—Son lo peor.

Zack se llevó una mano al pecho.

—Como tu mejor amigo, mi deber es ser brutalmente honesto. No puedo creer que no me fijara antes lo plana que eres.

—Eso es porque la veías como tu novia —explicó Kevin—. Ahora que terminaron puedes verla como realmente es: una tabla.

Kevin aceptó la bofetada gustoso.

—Hablando de terminar, ¿cómo va tu sabotaje, Lisa? —inquirió Grace con interés.

—Mal. Zack no aprueba mi plan.

—Por última vez, Eli. No puedes matar a Daisy. Sería mucho más sensato si le dijeras a Patrick lo que sientes.

—Pero yo no soy sensata.

—La chica tiene un punto —terció Kevin—. Además, tarde o temprano van a terminar. Es obvio. Mis padres han filmado, producido, protagonizado y dirigido cientos de películas con la misma trama: Dos chicos que se aman, pero que toman caminos distintos. En el fondo quieren estar juntos, blah blah, pero no lo hacen. ¿Sabes por qué? Relleno. Las historias de amor son puro relleno, porque si los personajes dijeran lo que sienten por el otro sin tapujos, sería una porno de treinta minutos. —Tomó a Eli por el hombro y extendió su brazo hacia el horizonte—. Eventualmente se mirarán los ojos, se profesarán su amor eterno, y ¡tadá! Pareja unida y feliz.

—¿Dices que Daisy es relleno?

—Yo digo que está rellena.

—¡Eli! —la regañó Zack—. Es mi amiga también.

—Eso no la vuelve bonita.

—¿O sea que puedo salir con ella si Patrick la termina? —Eli le clavó un par de ojos bañados en ácido—. ¡Sólo bromeaba! —exclamó alejándose—. Dios, ya ni una broma te aguantas.

—Sí, Eli. Estás de pésimo humor sólo porque el granjero prefirió a la bajita por sobre ti. Deberías aprender de Zack, le partiste el corazón hace unas semanas y está fresco como una lechuga.

—Lloro por dentro, mi alegría es plástica —respondió éste sonriendo—. Pregunta casual y completamente hipotética: si Patrick se muere por causas misteriosas...

—Noup. Seguirías friendzoneado.

—Eres un monstruo, Scott.

—No seas llorón. Ya te encontraremos una chica perfecta. ¡Y saldremos juntos en citas dobles! ¡Y celebraremos Navidad y Año Nuevo como una familia!

Eli no había dejado de amarlo ni un poco, pero por fin había comprendido que el amor que sentía por él, aunque igual de intenso, no se asemejaba a lo que sentía por Patrick en lo absoluto. Quería que su mejor amigo fuera feliz, ¡dichoso! Sólo que no con ella, y eso no tenía nada de malo. Habría sigo egoísta y manipulador de su parte, retenerlo por miedo a lastimarlo y quedar como la villana; romper con él fue duro, pero un acuerdo mutuo. Por alguna razón, Zack se lo esperaba, e incluso le había dicho que él mismo le iba a proponer acabar con la relación. Resultó un quiebre sano. Envidiablemente maduro, y no cambió el amor que se tenían. Siempre serían mejores amigos, de eso no había duda.

Patrick y Daisy seguían juntos. Bruno y Lauren pasaban mucho tiempo con ellos, y según parecía, el niño amish no tenía ni la más mínima intención de cortar esa relación.

Eli no lo presionaría, ella sabía que él la amaba.

Sólo esperaba que él no se lo dijera a los cincuenta años, luego de hacer una vida junto a Daisy, y que ésta falleciera por su enfermedad, dejándolo viudo pero disponible, para reencontrarse con su amor de la juventud. O, que le confesara sus sentimientos, pero decidiera ignorarlos y permitirle ser feliz con un nuevo hombre, uno que la amara como se merecía; y que en una reunión de amigos, aparecieran con sus respectivas familias y se sonrieran con nostálgica complicidad. O aún peor, que le profesara su amor y que trágicamente uno de los muriese después de eso, dejando al otro con el corazón roto, y el único recuerdo de que se amaron como nadie en la tierra.

De acuerdo, Eli tenía que dejar de leer tantos libros juveniles; últimamente los finales estaban cada vez más tristes. Deseó que solo fuera una moda pasajera, como los ángeles caídos y las distopías con adolescentes (en realidad ésta última era de sus tramas favoritas, pero, ¡por favor! Tómense un respiro). Ella prefería los finales esperanzadores, esos que eran abiertos pero que dejaban la puerta abierta a uno feliz. Su hermano, por el contrario, le dijo que los odiaba porque se le hacían flojos, como si el autor se hubiese aburrido de seguir con la historia o no supiera cómo acabar, y dijera: bien, tomen esto y creen su propio final. Sí, Lauren Oliver, Dominic se refería a ti.

Tomó la mano de su confidente, hermano, mejor amigo, ex novio y futuro padrino de sus hijos, y se encamino al restaurante con la feliz pareja y ambos adultos. Ella se encargaría de darle un final feliz a Zack, era lo menos que podía hacer. La pregunta era, ¿junto a quién? Ya, sí, sabía que uno podía ser completamente feliz sin pareja, porque la felicidad propia no debería depender de alguien, etcétera, etcétera. Ustedes también lo saben, quizás lo han leído muchas veces, pero revivamos los cuentos de hadas. Los finales en los que el héroe se queda con la princesa han sido opacados por anodinos intentos de romantizar la cotidianidad. Un poco de fantasía no muerde, y sumergirse en un mundo de magia y amores victoriosos siempre tendrá su encanto. Que la edad no los vuelva amargados, que los tiempos modernos no los obliguen a abandonar la magia.

La ficción no se guarda lo que realidad deja de lado. No permitan que les vendan desenlaces fatídicos con la etiqueta de realistas. Esos son pesimistas disfrazados, la peor clase de personas si me permiten opinar.



*******



—¡Nuestra corbatas combinarán! —exclamó Dylan entusiasmado.

Sus tíos soltaron una risa e intercambiaron una agradable mirada con Crystal. "Crecen tan rápido, ¿no te parece?", se dijeron con los ojos. John intentó contentarse con la eufórica alegría de su novio, pero se le hacía difícil tomarle importancia a algo tan pueril como la tonalidad de sus atuendos para el día de su graduación; celebración que se llevaría a cabo en menos de un mes. Luego, vendría la licenciatura, y después, la universidad. ¡Dios mío! ¿Cuándo avanzó el tiempo tan rápido?

—¿Ya decidieron a qué baile asistirán? —inquirió Crystal amablemente.

—¡Al de aquí! No tiene chiste que John viaje a Seattle, ni a mi escuela actual en Santa Mónica. Será mucho más divertido con Zack, Eli, Grace y Kev —opinó Dylan con una sonrisa.

—Amy también irá —comentó John viendo su plato vacío con pesar; el estómago protestó por la eterna espera, alegando que los jugos gástricos estaban listos y dispuestos para desintegrar la cena—. Creo que es la acompañante de Jake... o Ben. No sé cuál es cuál.

—Creí que Amy salía con el hermano de Eli —terció Crystal.

A pesar de ser una mamá, la señora Anderson estaba al corriente de todo. Los padres de hijos únicos suelen extraerle todo tipo de información confidencial a su escasa descendencia, alegando que no disponen de nadie más con quien compartir de una plácida conversación. Sin embargo, tal pareciera que esta clase de papás necesitan de un pasatiempo que no sea exclusivamente participar en la vida de su sofocado heredero.

—Sí, pero resultó ser que el hermano de Eli es un imbécil.

—¡Dylan!

—Perdón tío Elliot, pero es verdad —se disculpó Dylan mirando a sus tutores temporales (sus padres seguían sin dirigirle la palabra).

—El gemelo perdido siempre es el gemelo malvado —dijo Crystal con alma de lectora; soltó una suave risa al notar el asombro de los dos adultos que acompañaban al novio de John—. Perdón, me es inevitable asociar los hechos a tópicos literarios.

—¡Jesucristo, ahí vienen!

En efecto, Ben y Robert habían ingresado al lujoso local, seguidos muy atrás por los cuatro menores. El sujeto de cabello hecho un desastre y anteojos con cristales tan gruesos como el fondo de una botella de vidrio, se acercó tímidamente a su esposa y la saludó con la mano. Crys, que cada día amaba un poco más a su gallardo príncipe, lo atrajo para darle un beso en los labios.

—Consíganse una habitación —espetó Robert sentándose entre los dos.

Crys lo codeó, enfadada. Pero rápidamente dejó pasar por alto el típico comentario odioso de su mejor amigo y procedió a presentar a los tíos de Dylan, quienes cortésmente habían aceptado la invitación de la señora Anderson a comer con ellos. Vivían a unos pocos minutos, por lo que le pareció prudente tomar la oportunidad de conocer a la familia del novio de su hi... de John. De John.

Apretó los dientes, llamarlo por su nombre la llenaba de frustración. ¿Por qué un chico tan bueno tuvo que nacer en un lugar que no se lo merecía?

—¿Por qué tardaron tanto, amor? —preguntó Crys intentando sonreír.

—Eh..., esto. No lo sé. Cuando empezaron a hablar de sostenedores, hui.

—Sujetadores, cariño.

—Ah, sí, eso.

—Me alegra muchísimo saber que John está siendo acogido en una familia tan buena como lo es la suya —comentó el esposo de Elliot—. Dylan se moría de nervios, temiendo que tuviera que regresar ahí.

—No volveré a casa —espetó John tajante—. Prefiero morir.

—No tienes que hacerlo, eres mayor de edad. Prácticamente familia —repuso Ben, guiñándole el ojo. Ambos se llevaban de maravilla, John pasaba días enteros en su trabajo.

A Crystal le preocupó las palabras que John empleó, pero nadie salvo ella pareció tomarlo en serio. Quizás ese era el problema; se bromea tanto con la muerte que cuando alguien se refiere de verdad a ella, es tomado como un comentario inocuo.

—Y tú tampoco tienes que hacerlo, sobrinito —dilucidó Elliot al notar el rostro abatido del chico—. Mi hermana claramente no está en sus cabales si piensa que darle la espalda su único hijo es la mejor opción. Puedo vivir con el hecho de que no me perdone a mí —se detuvo. Su esposo, Henry, le tomó la mano para brindarle de su fuerza—.... Pero tú...

—Ese hombre nunca me agradó, Elliot —opinó Henry—. Te lo dije. Le mete cosas en la cabeza a tu hermana.

—Ese hombre es mi padre —apuntó Dylan enfadado—. No hable de él así, no lo conoce.

John le dio un beso en el lóbulo de oreja, lo calmó con otro en la mejilla y finalmente terminó por juntar sus labios con los de él; siempre disfrutaba llegar allí, al único lugar en el que sus almas se fusionaban, sus corazones se sincronizaban y, por una milésima de segundo, ansiaba vivir un día más. Por y para él. Quería querer vivir, porque amaba a Dylan más de lo odiaba la vida.

Lástima que, pasado ese instante, la ganas se desvanecían cuál humeante escenario ficticio en el que intercambiabas votos, anillos y lágrimas de alegría.

—¡Adivinen quién no tiene traje! —dijo Zack señalándose a sí mismo—. ¿Creen que me dejen pasar si me pongo una bolsa de basura encima?

—Creo que te verías encantador, cariño —contestó su madre—. Pero para eso tendrías que pasar por sobre mi cadáver. ¡Eli! ¡Tanto tiempo sin verte!

—Hola, Crys. Sí, el tiempo vuela cuando te mudas con tu familia biológica al otro lado del estado. ¡Dylan, hace semanas que no te veía! Te ves distinto sobrio.

—Lo mismo para ti, pelirroja.

—¿Acaso todas sus juntas requieren de alcohol? —protestó Crystal.

—Sí —dijeron John, Dylan, Zack, Kev, Grace y Eli al unísono.

Henry, Elliot, Robert, Ben y Crys fingieron no oírlos. A veces era mejor.

—Bueno, el cumpleaños de Daisy fue sin tragos —dijo Zack.

—No cuenta, no nos invitó.

—A mí sí.

—Porque ti te adora.

Zack desvió la mirada, ocultando una sonrisita que no sabía muy por qué prefería mantener en confidencia.

—Porque yo no la golpeé el primer día que la vi —dijo éste.

—Lo más probable es que el de Bruno tampoco sea etílico —postuló Eli, pasando de Daisy—. Será en un mes, así que les aconsejo que vayan juntando los... —Se calló, al notar que cinco pares de ojos adultos la examinaban con desaprobación— rosarios. Para rezar y agradecer por un año más de vida. Dios nos ha honrado con una magnifica amistad como lo es él, y por eso le debemos todo a nuestro Creador y Salvador. Amén.

Finalmente, la mesa se atiborró de manjares costosísimos para toda clase de paladares. Elizabeth recibió agradecida su cena vegetariana, Dylan, el pobre celíaco que había decidido llevar una dieta vegana hacía unos años, también disfrutó de su exótico y posmodernista platillo. En cuanto a los demás, mientras más carne, mejor.

Fue un día espectacular, que prometía un futuro cargado de maravillas; dejémoslo así. Pensemos que así sería.

Añadamos más alegría: Eli se reencontró con Quince.

Ah, sí, y con sus padres. Pero lo de Quince fue más emotivo, él no la compró de bebé.



*******



—¡Pasear un perro!

—¡Correa!

—¡Competencia!

Patrick negó una y otra vez con la cabeza.

—¡Carruaje!

—¡Sí! —exclamó señalando a Bruno—. ¡Punto para nosotros!

Daisy y Lauren soltaron un resoplido.

—Como sea, de todas formas les vamos ganando por tres puntos. Las chicas mandan —opinó Lauren chocando los cinco con su nueva amiga inseparable. Las citas dobles se habían vuelto prácticamente un hábito y necesidad—. Son pésimos dibujantes.

—Nosotros queríamos ver Star Wars. Fuimos obligados a jugar Pictionary —protestó Patrick, cruzándose de brazos—. Hace semanas que vienen diciendo que la verán. Ya no les creo nada, mentirosas.

—Ya tuve que aguantarme tus seis horas de El señor de los anillos, dame un respiro, Ovejita.

—¡Aguantar! —exclamó Bruno ofendido—. ¡Deshonra, desgracia...! ¡Ay! —chilló zafándose de las cosquillas de Daisy—. ¡Alto al fuego, alto al fuego!

Lauren dejó el cuaderno con el puntaje sobre la mesa de madera; se levantó y, sin siquiera pedirle permiso al anfitrión, se encaminó a la cocina por un bocadillo. A Patrick no le agradaba su actitud desvergonzada, pero había aprendido a lidiar con ella.

Luego de la fiesta en casa de Kevin, Lauren y Bruno habían comenzado una relación de novia y novio, lo que les permitía juntarse en citas dobles. Daisy y su amiga se llevaban de maravilla, y a Patrick le caía muy bien el italiano, así que las reuniones se fueron volviendo más y más frecuentes. Cuando el estudio era un impedimento o el dinero escaseaba, charlaban vía Skype, pues no había que olvidar la considerable distancia que separaba a Lancaster de Seattle y de Beverly Hills.

Habían transcurrido casi dos meses desde aquel encuentro que los unió, la misma cantidad de tiempo que vio a Elizabeth por última vez. La chica había decidido irse a quedar a casa de Grace, Victoria no pudo impedirlo. Patrick oía constantemente los llantos de su mamá detrás de las paredes, sufriendo por su angustia, deseando absorber su dolor. Quería entrar y decirle que no era su culpa, que no se castigara, que Elizabeth la amaba y que si había decidido irse no se debía a ella.

No podía asegurar que su partida era por causa de él, no obstante, las manos le escocían de pecado, y su pecho brincaba por una confirmación.

Sacudió la cabeza y se dio una palmada a modo de castigo. Mientras tanto, su novia ya había sacado ingredientes y utensilios de cocina, y su carita sonriente lo terminó por enamorar una vez más.

Repitió varias veces la mentira en su cabeza, al cabo de un minuto se contentó con haber caído en su propia trampa.

—¡Hagamos muffins!

—Qué aburrido, mejor cupcakes —le respondió Bruno a su novia. Ésta le tomó la mano y comenzó girar en una especie de baile improvisado, sin música y sin la más mínima gota de talento kinestésico.

—Mi papá tiene una receta de magdalenas —ofreció Patrick, buscando el recetario y un par de delantales—. Es como lo mismo, ¿no?

Bruno se arrojó al suelo y comenzó a fingir un colapso nervioso.

—Felicidades, Patrick. Mataste a mi novio —protestó Lauren con la boca llena de uvas que había sacado del cuenco de frutas junto a la nevera—. Lo siento, Daisy, pero tendré que asesinarte para que sea justo.

La castaña aprovechó la oportunidad de hacerle cosquillas a Bruno, pero éste estiró el brazo lo suficiente para alcanzar la harina y arrojársela al cabello.

—No te preocupes por eso, la biología se encargará —contestó, yendo por la crema pastelera antes que su contrincante.

Patrick hizo una mueca.

—Odio que siempre bromees con eso.

—Al mal tiempo buena cara —respondió ella, manchándole el rostro a Bruno—. Si en mi epitafio no tallan un chiste, los penaré —añadió señalándolos.

—Daisy...

No vas a morirte.

No quiero que te mueras.

Por favor no me dejes. Estoy intentando hacerte feliz, estoy recordándome cómo fue que me enamoré de ti. Dame más tiempo, prometo que me esforzaré más. Serás mi todo, permítemelo demostrártelo.

Serás mi todo, por favor no me dejes en la nada.

—Patrick, ¿estás...?

El chico salió disparado fuera de la cocina.



*******



Así como febrero fue de John, marzo de Kevin y abril de Daisy, los futuros graduados habían tomado el control de mayo. El cuatro de junio recibirían sus diplomas oficiales, pero lo que un chico de último año quiere no es un trozo de papel, sino la anhelada fiesta de graduación. Zack finalmente había conseguido un traje en el que sintiera cómodo. Eli se había resignado a ser considerada plana. Grace había aceptado a regañadientes llevar un vestido y Kevin no podía más de felicidad. ¡En agosto comenzaría la universidad en Juilliard junto a Sam y...! Hasta entonces, sólo Sam. Zack no había recibido respuesta de la prestigiosa institución, y eso le estaba carcomiendo el cerebro. Se le dijo que los resultados serían enviados a más tardar en abril, y a pesar de que ya era mitades de mayo, Zack no había querido contactarse con los encargados. Temía no haber sido aceptado. Sus padres y amigos le insistían con que se trataba de un error, y que no había forma de que no entrara, pero esas palabras sólo le hacían querer desaparecer. La gente tiene que dejar de sobreestimar a los demás, ¿que no se dan cuenta toda la presión que ejercen? Como si el pobre ya no tuviera suficiente con sus propios pensamientos.

Era el día antes del baile, Eli no podía dormir de la emoción. ¿Cómo fue que pasó de ver High School Musical 3 a asistir a una verdadera graduación? Estaba creciendo, no, estaba madurando. Había decidido pasar unos cuantos días en casa de sus padres. Sabía que tarde o temprano lo haría. Después de todo, ella no los odiaba. Simplemente se sentía traicionada, y es, justamente eso, lo que la hizo darse cuenta lo mucho que los amaba. Porque la traición proviene de un amor que se quebró, pero los pedazos siempre pueden volver a pegarse.

¡Clac!

Eli saltó en su cama, dándose cuenta que el sonido contra la ventana no se trataba de un cuervo acechándole sus recuerdos ni un vampiro sediento. Sólo era Zack, que le sonreía al otro lado del cristal.

—Por el amor de todo lo que es bueno, tú me vas a dar un infarto cualquiera de estos días —lo regañó abriendo el ventanal. Su amigo le dio un beso en la frente y la despeinó.

—Había pensado traer una canasta y hacer un picnic a lo Troy y Gabriella, pero luego me acordé que sólo comes comida de vaca, te cae mal el personaje, y me partiste el corazón.

—Zack, supéralo.

—La mejor forma de avanzar es bromear sobre ello. Tranquila, Scott, tengo bien claro que don Gasparín tiene tu corazón. Y si tú eres feliz, yo lo soy el doble. ¿Sigues sin hablar con él?

Eli negó con la cabeza. Le ofreció a Zack una silla, pero éste se lanzó de espaldas sobre su cama ortopédica, obligándole a ocupar un pequeño espacio. Acurrucó su cabeza cerca de su pecho, y aceptó que su amigo le acariciara el cabello.

—Podríamos pedirle ayuda a Dom.

—¿Para cavar una fosa?

—¡Eli!

—Perdón... Lo quiero mucho, Zack.

—Lo sé, Eli. Tú sólo sabes querer mucho. Y él no, lo que hace más especial todavía que corresponda tus sentimientos.

—Tal vez ya no estoy segura...

—Te dio su Estela, Eli.

—Estrella —le corrigió ésta soltando una risa—. Pero sí, tienes razón. Todavía no entiendo cómo es que despertó.

—Eso no importa —(En realidad sí, pero más adelante les hablaré sobre el tema)—. El punto es que te quiere.

—¿Más que a Daisy?

—Oye, oye. No intentes hacerme tu amigo gay. Si quieres saberlo, pídele a John que le pregunte. —Se recostó y se apoyó en el respaldo—. Bueno, yo venía para algo en particular —reveló sacando una cajita de su bolsillo—. Sabes que me gusta exagerar para mis gestos. Ábrelo.

Eli aceptó el obsequio con ojos llorosos por la emoción.

—Zack, es hermoso, pero no puedo ser tu esposa.

Él la golpeó con una almohada en la cara.

—Es un anillo para que lo uses mañana, no de compromiso. ¿Te gusta?

—Siempre me va a gustar lo que escojas para mí, me conoces a la perfección.

Se trataba de una argolla de plata, con una diminuta esmeralda en forma de huella de gato.

—Es verde porque adoras la naturaleza.

—Cualquiera diría que es para que entone con tus ojos.

—Sí, pero queda más linda mi explicación. —Se levantó de la cama y abrió la ventana—. ¿Te veré mañana, cita?

—Buenas noches, Zack. Recuérdame en este estado, porque mañana me haré reventar.

—Como toda una señorita.

El chico bajó de la mansión, se montó en su bicicleta y partió de vuelta a casa. Sus padres yacían dormidos, todo el lugar era pura quietud. Justamente por eso se aguantó un grito al ver a John entre las sombras. Traía el pijama puesto, y lo observaba con el rostro caído.

—¿Estás bien?

—No. No puedo dormir. Las imágenes... —Se pellizcó la nariz—. Mi hermana y... No puedo dormir, no puedo olvidar y no puedo dejar de pensar en las imágenes.

Zack se cambió de ropa en un segundo y se metió a la cama. John no se movió.

—¿No te quedarás ahí observando como duermo, o sí? Anda, ven. —Corrió las mantas para que acostara junto a él.

Ambos chicos se acomodaron. Estaban frente a frente y al notarlo, soltaron una risa.

—Deberíamos besarnos, para romper la tensión —bromeó John.

—Dios, no pensé lo súper gay que esto sería.

—Eh, soy gay. Cualquier cosa que haga será gay. Sólo no le cuentes a Dylan de esto.

—No es justo, las chicas comparten cama y nadie las tilda de lesbianas.

—Zack, deja de luchar con los roles de género por cinco segundos, ¿sí? —Sonrió—. Gracias por recibirme.

—No es un favor dormir con mi hermano...

—¿Hermano?

—O sea... Yo no... Si tú... Esto, quise decir...

—Hermano —susurró John con alegría.

—Todos queremos que seas parte de la familia, John.

—Lo sé... Tu mamá me preguntó... Es mucho papeleo la verdad. —Una nueva sonrisa se vislumbró entre la oscuridad de la noche—. Se siente raro esto...

—¿Dormir junto a mí?

—No, tonto... Esto. Felicidad.

—¿Te cuesta ser feliz? —preguntó Zack ya sabiendo la respuesta. Ya sabiendo que él se robaba los cuchillos, ya sabiendo que la mayoría de sus sonrisas era plásticas, ya sabiendo que si no hacía algo pronto...—. Mira, tengo un secreto para hacerlo más sencillo.

Estiró el brazo para encender la luz de la mesita de noche. Sacó una caja de plástico del cajón y se la mostró.

—Me han cambiado tantas veces la medicación, que no alcanzo a terminarla —le dijo, tendiéndole una pequeña pastilla—. Es Fluoxetina, un antidepresivo. Tengo varios, pero tienes que tomarte sólo uno al día, ¿de acuerdo? O podrías ir al...

—No quiero doctores —lo cortó él. Aceptó la caja completa y se dio vuelta para dormir...

Lo normal ahora es se haga de día y que pasemos al baile, al momento en el que el chico le pone el ramillete a la chica, la limusina llega, los padres sacan fotos, y los participantes quedan despampanados con la enorme transformación de la protagonista fea al mero estilo de You belong with me. Pues bien, me saltaré esa parte. Se la saben de memoria. Es más, busquen cualquier escena de graduación a lo Disney Channel y pongan las caras de los chicos, ¡listo! ¿Ven? No es necesario que malgaste palabras en algo que tantas veces se ha mostrado antes. Lo que me importa es una pequeña conversación telefónica pasadas las dos de la mañana entre Zack y el hermano de Elizabeth. Zack, algo ebrio, había decidido salir del lugar para tomar aire fresco (y fumarse un cigarrillo), mientras que Eli se había quedado a beber del alcohol que metió de forma ilegal junto a Dylan, Grace, Kevin y John.

Zack extrañaba a Llamita.

Lo que él no sabía, era que John había desaparecido hacía media hora del lugar, y sus amigos estaban como locos buscándolo. Desgraciadamente, la conversación con Dom era más importante y había ignorado las otras llamadas.

Bajó las escaleras a duras penas, viendo cuatro pies y cuatro caminos; se rió de un chiste de Dom, aunque tal vez sólo dijo algo. La borrachera cambia la perspectiva.


*******


John dejó de columpiarse. Sacó la petaca que traía consigo y las decenas de píldoras que se había conseguido, y comenzó.

Un trago, una píldora.

Un trago, cinco píldoras.

Un trago, un puñal de píldoras.

Alzó la cabeza y le sonrió al cielo.

Develó el cuchillo y comenzó a dibujar pequeñas estrellas en sus brazos; disfrutó el dolor, con el correr de los años había aprendido a acallar el sufrimiento. Pequeñas estrellas escarlata relucían bajo los astros de la noche.

Un trago, todas las pastillas que quedaban.

Las estrellas cada vez más profundas, cada vez más grandes, cada vez más rojas, y cada vez más bellísimas.

Al fin podría tener su anhelado final feliz...


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—¡Un columpio! ¿Te acuerdas cuando te obligué a subirte a uno?

—Y sigues igual de insistente —le respondió Dom del otro lado del teléfono—. Anda, colúmpiate en mi honor, Anderson.


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Y se dijo que, bajo aquel manto estrellado, no existía un escenario más exquisito para morir.


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Pero un bulto en suelo captó su atención.

Se acercó...


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Su amigo pegó un gritó.

—¡Zack! ¿Estás bien? ¿Zack? ¿ZACK?


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El teléfono yacía en el suelo, en donde su dueño lo había arrojado del puro espanto.

—¡John! ¡John! ¡¡John!! Dios mío, no. ¡No, no, no, no!


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—¡Zack! ¿Qué ocurre?


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—¡Lo maté, Dom! —Gritó Zack echado en el piso; sus manos se habían teñido de rojo, y su corazón era ahora polvo—. John... John... ¡Dom! Lo maté. ¡No se mueve! ¡No respira! ¡John! 

Pero ya no había nadie al otro lado del teléfono.




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N/A:  Perdón u.u

Yo necesito aprender a escribir capítulos cortos (ajá, este lo volví a dividir) :'v Pero viéndolo del lado bueno, la siguiente actualización será mañana xD

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