Capítulo 34: Adivina adivinador, ¿cuál es la verdadera intención del narrador?

N/A: ¡10, 9, 8, 7, 6, 5, 4...!  

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—Eh, tío...

—Ahora no es muy buen momento, Sebas —contestó Samu alejándose del alboroto que se había formado en la habitación. Se tapó un oído con la mano para acallar un poco el griterío. ¡Oh, lo golpeó!—. Te llamo luego —añadió apresurado.

—¡No te he dado autorización para que me dejéis colgado! —el chico suspiró y aceptó la derrota—. Eso es trascendental, Samu. ¡Definirá tu futuro!

—¿Desde cuándo te las das de gitano?

Mamahuevo, estoy intentando darte una mano.

—Gitano venezolano, interesante combinación —se burló con sosería—. Nos vemos, chamo.

—¡Es sobre tu postulación a Juilliard! —exclamó cuando Samu estuvo a punto de cortar.

Interesado, acercó el teléfono nuevamente a su oído.

—Si me estás tomando el pelo, ten la cortesía de visitar a tu progenitora e importunarla de mi parte.

—¡Entraste!

Sam pegó un grito que pasó desapercibido, camuflándose entre la pelea que se llevaba a cabo, pero no lo suficiente para que Grace lo dejara pasar. Él no lo notó, se había enfrascado en su propio sueño hecho realidad; la sonrisa que se le formó no se la quitaría ni con un limón, menos ahora que se había mandado un taco entero, el cual si bien no había contenido ají, había bajado por su estómago como la caricia de un ángel.

—¿Cómo te enteraste? —quiso averiguar—. ¡No me digas! Conseguiste entrar en la base de datos de la universidad y revistaste la lista como regalo de cumpleaños adelantado, ¡eres mi hacker favorito! Nunca dudé de ti.

—En realidad fui a visitarte, pero cuando no me abriste, decidí entrar y esperar a vuestra Majestad. Una cosa llevó a la otra y...

—¿Allanaste mi casa y abriste mi correspondencia?

—¡Enhorabuena, entraste!

—Serás pendejo. —Soltó una risa—. No sé por qué me esfuerzo en amarte tanto, pendejo.

—¿Tanto me quieres que ni me invitas a tu súper fiesta? Tremendo capullo que tengo por mejor amigo.

—Me dijiste que no te querías saber nada más de los gringos.

—Irrelevante si hay tías majas, ¿las hay?

—Pues ninguna es una vil arpía, todas se ven buena gente, así que no para ti. No hay ninguna chica que sea de tu gusto. —Vio al pelirrojo salir disparado fuera de la casa y le preocupó en enormidad sus heridas—. Quizás cuando dejes de ser tan masoquista y decidas prestarles atención a chicas que sí valen la pena, te presente ante el grupo en un ritual de iniciación pagano.

—¡Ve a por el cordero y la leña que desde hoy seré un hombre nuevo!

—Nos vemos, Sebas. Ya que estás ahí, aprovecha de regar a Remedios, Demián y Aleph, por favor. Si se marchitan, cambiaré la cerradura.

—Si la seguridad rusa no me detuvo, dudo que una puerta lo haga.

—¿Finalmente aceptaste el trabajo con el gobierno?

—Eran tantos ceros... —se justificó su amigo.

—¿Quién necesita moral cuando tienes al capitalismo comiendo de la palma de tu mano? —dijo Sam sarcásticamente.

—Gracias por entender —finalmente él le cortó.

Estuvo por salir para ayudar a Dominic, cuando Grace se le acercó. Se la veía incómoda y arrepentida, como aquella vez en la que entraron a escondidas al laboratorio de electromagnetismo junto con Sebas y Vice para comprobar experimentalmente la ley de las mallas en circuitos resistivos; no verían eso hasta el siguiente año, pero que se tomaron el privilegio de adelantar la materia sin supervisión alguna.

Flo había preferido quedarse dibujando.

—¿Está todo en orden? —le preguntó ella. Usó una voz preocupada, cálida, le obligó a viajar a la tierna edad de catorce años, cuando su mayor preocupación consistía en declarársele sin estropear la amistad—. Oí que gritaste. No un grito de espanto, sino ese grito típico de Samu cuando algo bueno le pasa.

—Gracie no puede quedarse atrás, ¿verdad? Ella siempre tiene que estar enterada de todo. Siempre anda preocupándose por los demás, con esa expresión de madre angustiada, tan típica de ella.

Él la codeó de forma amistosa, pero ella se alejó un pequeño paso. Sus ojos pardos viajaron al vaso que traía en la mano; tal vez había pegado un estirón y ya no era la bajita Gracie, pero Sam no podía negar lo pequeña que se veía cuando ponía esa mirada de corderito asustado.

—No me llames así —le suplicó en voz baja—. No me hagas recordar.

—Grace, ¿hay algo que pueda hacer para volver el tiempo? —inquirió Sam preocupado.

Quería que sonriera, que riera. La quería feliz...

La quería para ella.

—Puedes construir una máquina del tiempo —contestó ella.

—Pídemela y la invento. El tiempo es relativo, lo que siento por ti es absoluto —expresó con desorbitado arrebato.

Ella alzó la cabeza por primera vez.

—Te irás a vivir con mi novio, no vuelvas a decirme una cosa como esa. Si quieres que volvamos a ser amigos, tendrás que dejar de lado... eso.

—No puedo hacerlo, no me pidas que lo haga. ¿Por qué te esmeras tanto en partirme el corazón? ¿Crees que así conseguirás alejarme?

—Te estoy salvando de una decepción. Lo que sea que sentías por mí, ya no puedes sentirlo, porque no soy lo que era. Tuve que matarla para que dejara de sufrir... Y cuando te veo, la extraño. Extraño a la persona que era —reveló con una impresionante cara de póquer—. Extraño la vida que tenía, el futuro que podría haber tenido.

—Gracie...

—Me recuerdas todo lo que perdí —esclareció sin miramientos. Sam sintió un hoyo en el pecho, pues sabría lo que diría a continuación—. Y ahora tengo la oportunidad de comenzar de nuevo, por favor, no me lo hagas más difícil.

—¿Por qué habría de hacértelo más difícil? Has dejado tu decisión bien clara.

—Porque cuando me hablas, sólo pienso en nuestro primer beso y lo que podría haber pasado si nos hubiéramos ido juntos a Harvard.



*******



Daisy tocó la puerta con apremio.

—¡Quiero estar solo! —gritó Bruno desde el interior de la habitación.

—Hola, hola caracola, ¿tiene tiempo para hablar de nuestra Salvadora, la... pianola?

Neruda ha de estar revolcándose en su propia tumba; Daisy, a pesar de considerarse una fanática de la poesía, carecía de talento a la hora de crear la más simplona oración.

—Esta es la peor rima que es escuchado en toda mi vida —oyó que respondía, apostaba su colección empastada de Jane Austen que lo había hecho reír.

—No me subestimes, tengo peores.

Entonces, una risa entró a sus oídos como la mejor sinfonía jamás escuchada, y le abrió la puerta. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos, el cabello desordenado y los nudillos ensangrentados.

—Los habitantes de esta pieza se consideran ateos, pero agradecemos su interés por inculcarnos la fe.

—Mira, me saltaré la parte en la que te pregunto cómo estás y si puedo hacer algo por ti y si quieres hablar sobre ello, porque siempre me ha parecido un diálogo muy forzado y carente de sentido.

—¿Entonces?

—Te traje una galleta. —Sacó una con chispas de chocolate del bolsillo. Era grande y venía dentro de una bolsa plástica que había sido sellada con un listón de color verde—. Llorar con el estómago vacío es inhumano.

—Me vendría bien un abrazo.

Daisy se mordió el labio, tanto tiempo con la familia Sommer le había pegado unos cuantos hábitos suyos.

—Las muestras de afecto físicas no contienen calorías, azúcares o grasas. —Bruno recibió el paquete entre suspiros y sonrisas—. Mucho mejor. Ahora, ¿puedo pasar o tendré que insistir como los religiosos que andan en traje y saludan a todo el vecindario?

—¿Dylan te autorizó para que te mofes de su religión?

—Está muy ocupado regañando a su novio por esnifar cocaína. Patrick tampoco está contento con su actuar, estoy segura que se muere de ganas por castigarlo. Tal parece que adoptamos un hijo sin mi consentimiento.

—Un hijo que me odia.

—John es incapaz de odiar, sólo te desprecia un poquito porque te gusta su mejor amiga —contestó Daisy entrando al dormitorio. Se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en la cama—. Nick reaccionó igual cuando se enteró de mí y Patrick.

La situación, como podrán suponer, no fue ni remotamente análoga a lo que Bruno estaba viviendo. Para empezar, Dominic se alegró al enterarse de la primera cita no cita que su hermano y ella tendrían. Es más, me di la tarea de narrar tal escena, con un poco de ayuda extra, claro está, porque yo no estaba allí, ¿o sí? No se preocupen, mi identidad no es relevante por el momento. El punto es, cualesquiera que hayan sido los motivos de Dominic para enfadarse con su amiga y hermano, la relación que iniciaron ambos no entraba en esa lista, no principalmente. Eventualmente haré hincapié a lo que realmente ocurrió para que los lazos se desataran y los restos fueran incinerados, pues mi trabajo consiste en dejar la menor cantidad de lagunas a lo largo de esta historia, enfocándome en cada gota de agua que forma el río que intento mostrarles. Y si bien éste fluye en completa libertad y rebeldía, debo seguir el curso para que así ustedes no choquen contra las piedras que se presenten ni se vean arrollados por las furiosas olas.

La vida no es más que una corriente de agua llena de óbices y la muerte, la cascada. Está en nuestras manos adaptarnos al bote que se nos otorga, y acondicionarlo de la mejor manera posible. De lo contrario, ¿cómo podríamos disfrutar el viaje?

Daisy aguardó en silencio a que Bruno abriera el paquete. Era consciente de que había sido traída al mundo en una especie de canoa hecha con material ligero, así que había decido desde muy pequeña, a ser la encargada de tapar las filtraciones de barcas ajenas. Cuando Bruno olió la galleta y le regaló una sonrisa, Daisy pegó un parche y dio por finalizada su primera tarea.

—¿Las hiciste tú? —preguntó con cierto escepticismo.

—Tuve un poco de ayuda de papá y Patrick. —Sacudió la cabeza, acusándose a sí misma—. Bueno, papá compró los ingredientes y mandé a Patrick a lavar los trastos, pero de igual manera me pidieron créditos.

—¿Tu padre vino? —inquirió Bruno—. ¿Cuánto se quedará?

Resultaba asombroso lo mucho que conocían sobre la vida del otro, no sólo porque ambos eran chicos muy introvertidos que rara vez compartían algo acerca de ellos mismos, sino porque habían pasado unas cuantas semanas desde que se vieron por primera vez. Una amistad no podía forjarse tan rápidamente, ¿o sí? ¿Cuánto tiempo es el indicado para saber que ese desconocido, esa persona que apenas acaba de entrar a tu vida, se convertirá en alguien trascendental para ti?

Ambos daban por muerta su relación con sus mejores amigos, pero el luto estaba por acabar y esta nueva amistad iba renaciendo como una nueva oportunidad.

—No puede estar mucho tiempo, por los gemelos —contestó ella soltando un suspiro—. Pero prometió que se quedaría hasta mi cumpleaños.

—¿Casi un mes te parece poco? Consentida.

—Cualquier tiempo es corto si lo comparo a cuando vivía con nosotras. Los meses que pasé allá... cuando Patrick estaba en coma, fueron maravillosos. Sentí que me iba a morir sin él, pero sobreviví. Papá y los libros me salvaron.

—Fueron maravillosos quitando el hecho de que tu novio estaba en coma, asumo.

Daisy le plantó un merecido coscorrón.

—¡Las florecitas no golpean! —se quejó Bruno—. Está bien, me lo merecía. Demasiado pronto para bromear con eso. ¿No te has replanteado volver a Inglaterra? Te llevas mejor con él que con tu mamá.

—Por muy magnifica que haya sido mi estadía allá, no me imagino como parte de esa familia. Siempre seré una invitada. Él tiene a su esposa y a sus tres hijos, yo no pinto nada ahí. Soy su huésped no su hija.

—Qué lástima. Habría sido divertido, podríamos habernos juntado —dijo Bruno con pesar—. A veces no estoy seguro si quiero regresar a Italia. Nunca creí que haría tantos amigos aquí.

—Todavía nos falta un año para la universidad, dejémosle las preocupaciones a Dylan, John, Kevin y Zack, que se gradúan en junio. —Daisy lo señaló como una madre de un programa de televisión—. Ni creas que me engañas jovencito, cómete esa galleta.

—No tengo hambre.

—Nunca tienes hambre.

—Tienes sangre en la boca.

—No me cambies el tema.

Bruno le pasó la manga toscamente por la cara. La punta de inmediato adquirió un color escarlata revelador.

—Este maquillaje es demasiado gore para ti. Esto... lamento lo que pasó allá abajo. Quiero decir, no fue mi culpa que te besara Nick, pero sí que su sangre esté manchándote la cara ahora. Te ves como el Guasón o el payaso de Eso. —Arrugó la nariz—. Desagradable.

—Tú eres todo un príncipe sacado de una novela romántica, ¿lo sabías?

—Técnicamente, soy un príncipe azul —fanfarroneó Bruno señalándose las pupilas con una sonrisa de medio lado—. Sólo tienes que escarbar más allá de este cuerpo compuesto por nervios y limitaciones sociales. Discúlpame por no encajar con tus irreales expectativas literarias —añadió burlesco—. Pobre Patrick, debe sentirse miserable cuando lee sobre los chicos que pintan en tus libros diabéticos. Conquistar a una lectora parece una tarea imposible.

Entonces, Bruno le dio una mordisca a la galleta.

—Si en sus videojuegos sangrientos hipersexualizan a las mujeres, no veo por qué nosotras no podamos soñar con un Akiva, un Day o un Maxon.

Bruno alzó las manos, dejando caer unas cuantas migas al suelo.

—Me perdí en el primer nombre raro. Por cierto, la galleta está deliciosa. Me hace sentir como si no hubiera comido hacía días. —Daisy lo miró sin un gramo de diversión en el rostro—. Perdón, mamá. Mala broma. ¿Cuándo tengamos cincuenta también me obligarás a comer o qué?

Daisy no pudo evitar derramar una lágrima, ella era llorona de nacimiento y hasta las películas conseguían aguarle los ojos. Especialmente las de Disney.

Se opuso por demasiado tiempo, y acabó por creerse su propia mentira. Ella jamás podría llevar una vida normal, el constante recordatorio de su enfermedad la atormentaba hasta en los momento más felices de su vida. Estúpido parvovirus B19. Inútil sistema inmunológico. Desgraciada miocarditis pediátrica. Maldita miocardiopatía dilatada. Incompetentes médicos y tratamientos. Engañoso trasplante.

Letal pronóstico.

Un nuevo corazón no le salvaría la vida, tan solo se la alargaría por unos años.

Sintió una mano acariciándole el cabello, apoyó su cabeza en el hombro de Bruno y se permitió sonreír por haber sido bendecida con una amistad como aquella.

—¿Sabes? —comenzó diciendo Bruno. Sintió el vibrar de su voz por debajo de la piel—. Por mucho que odie lo que hizo Dominic, en parte le agradezco. Me ayudó a cerrar el capítulo con Sasha. Tal vez deberías hacer lo mismo tú.

—Yo nunca estuve enamorada de él —dijo Daisy sin apartarse de él—. Sigo sin creerme que me besó.

—Al menos se atrevió, cuando yo tuve la oportunidad... Cuando la tuve suplicándome por un beso, la rechacé. Nunca sabré si lo hice por caballería, cobardía o desinterés. Quizás sea mejor.

—No lo es. No es bueno que te olvides de Sasha, es tu amiga. Te haya gustado o no, es tu amiga y no puedes darle la espalda. No es demasiado tarde para que salves esa amistad.

—¿De qué sirve, Daisy?

—Para vivir. Estamos hechos de todos esos momentos que compartimos con quienes amamos. Sean amigos o pareja. Sepan nuestros sentimientos o no. Somos las risas que generamos, los llantos que provocamos, los abrazos que damos y los amores que a los cuatro vientos gritamos; o, en ciertos casos, que musitamos por lo bajo, conscientes de que se lo llevará la ventisca, capaz de despeinarnos hasta los pensamientos. ¿Tú, qué opción escoges?

—¿La cobarde?

Daisy le jaló el cabello.

—¡No! —exclamó separándose de él—. No puedes ser cobarde como yo. De no ser por Patrick, puede que jamás le hubiera revelado mis sentimientos. La cobardía no lleva a ninguna parte. Arriésgate. Sé mejor que yo. Sé valiente. Vive la vida por mí.

Se quedaron en silencio un momento.

—¿Daisy? —la llamó luego de varios minutos.

—¿Sí?

—¿Vas a morirte?

—Sí.



*******



Lauren se arremangó su camiseta manga larga. Luego de reunir a John, Patrick y Grace, dio por terminada su tarea. Contempló a Lisa por última vez, que dormía plácidamente en el sofá.

—Muy bien, tenemos un soldado caído —anunció al grupo—. ¡Equipo comatoso, en marcha!

—¿Comatoso? —repitió John con las pupilas sumamente dilatadas—. ¿Nos llamaste para ir a acostar a Lisa?

Patrick retrocedió.

—Yo paso —dijo sacudiendo la cabeza—. No pienso cargar a mi ex escaleras arriba. Te recuerdo que mi novia está aquí.

—¿Cuándo vas a terminar con la pobre chica? —preguntó John molesto—. ¿Estás esperando una invitación para romperle el corazón?

—Eh... Daisy y yo estamos perfectamente bien.

—Se te escapó un Pandita hace menos de una hora.

—Todas las parejas tienen altibajos.

—Lisa dijo que te ama.

—¿En serio? —inquirió desesperado.

—No, quería ver tu reacción.

—¡Te pusiste rojo! —afirmó Grace con una carcajada.

—¿Voy por tu babero? —le preguntó Lauren dándole un codazo.

—Los odio —reveló Patrick con las mejillas ardientes.

—Hablando de baberos, ¿cuándo piensas dar el siguiente paso con Bruno? —quiso averiguar la británica—. Tanta demora me exaspera.

Lauren sonrió.

—Creo que ahora.

John suspiró para sus adentros. Tendría que buscar otro momento para suicidarse. Hasta él sabía que matarse el día que su mejor amiga conseguiría novio era de mala educación. Jugueteó con el cóctel de pastillas dentro de sus bolsillos, ansioso por hallar otro momento y terminar lo que Lauren le impidió concluir.

Cuando su amiga partió corriendo hacia el italiano, el grupo comatoso se rehusó a quedarse atrás y la siguió entusiasmado.

Abrió de un portazo, encontrándose además con Daisy que tenía los ojos hinchados. Los cuatro se miraron asustados, creyendo haber interrumpido algo privado.

Patrick lo comprendió: se lo había confesado.

Al verla, Bruno se levantó de inmediato.

—Lauren, necesito que sepas que me gustas mucho —confesó alzando la barbilla—. Me gustaría darte un beso y darte la mano. Quiero ver películas contigo y que comentemos sobre las historietas.

La pequeña sonrió como una estúpida, corrió hacia él y juntó los labios con los suyos de la manera más extraña y torpe que nunca una película de amor ha mostrado. Chocaron las narices e intentaron juntar las lenguas, pero soltaron una risa ante su nula experiencia y desistieron de la idea. Fue, en resumidas cuentas, como cualquier otro primer beso. Incómodo, pero correcto.

—Siempre me he preguntado por qué las mujeres esperan a que los hombres den el primer beso —dijo Laury separándose de Bruno—. Yo pienso que si las mujeres podemos votar, también podemos ser las que se atrevan, ¿no? ¿Te gustaría ser mi novio, Bruno?

Daisy, Grace, John y Patrick vitorearon el gesto y no tardaron en unírseles y formar un abrazo digno de osos. Sin embargo, Patrick no podía quitarse de la cabeza lo que Nick había dicho y hecho. Más importante aún, le intranquilizaba lo que Daisy le había comentado acerca de Zack.

Tenía que actuar.



*******




—Si viniste a golpearme, saca número y ponte a la fila —escupió Dom con desprecio. Zack se tensó al ver a Patrick, no sabía si podría seguir aguantando tanta violencia.

—Te ves asqueroso —dijo su hermano—. Ve adentro y deja de Samu te cure la cara, porque el corazón bien podrido que lo tienes. No creo que pueda salvar eso.

—Es curioso como antes te creías mi héroe por golpear a los que me molestaban —dijo Dominic poniéndose de pie—. Y ahora lo único que quieres es pegarme como ellos.

—Eso es porque antes eras una persona que valía la pena defender. Y ahora, me das asco.

—Patrick, basta —terció Zack.

Dom agachó la cabeza y se alejó con el gatito en sus brazos.

—Con hermanos como tú, agradezco ser hijo único.

—Zachariah, no escojas lado si sólo conoces una versión. Ese es un error garrafal.

—Dominic no es mala persona, en el fondo tiene un gran corazón.

—¿De qué sirve tener un fondo? Somos lo que hacemos y decimos, no lo que pensamos y creemos. Si quiere arruinar su vida, no tiene por qué arrastrar a todos a su gris panorama.

Patrick lo acompañó por varias horas. Charlaron de lo humano y lo divino; el pelinegro le enseñó a fumar y se burló las cinco primeras veces en las que Patrick se atoró y prácticamente murió ahogado. Compartieron la lata de cerveza que Zack tenía y hasta hablaron del futuro que querían trazar. Se llevaban muy bien. Zack lo ayudaba a salir de su caparazón de ansiedad social, y Patrick lo aterrizaba a la realidad para que no se perdiera en su propia fantasía.

—Dios mío, cuando mis padres se enteren que bebí alcohol y aprendí a fumar, me matarán.

—Bienvenido a la adolescencia, Patrick.

—Zack, no te lo dije, pero creía que eras un idiota. Lo lamento —confesó nervioso.

—No te culpo, lo era. Lo soy un poco. Sé que no es excusa, pero cuando éramos pequeños, a Eli la molestaban mucho porque no hablaba ni se juntaba con los demás niños. Kevin y yo siempre fuimos muy protectores con ella. —Se encogió de hombros—. Supongo que teníamos tanto miedo de los bravucones que nos convertimos en ellos.

—Ahora eres mejor persona.

—Gracias. Daisy me ayudó bastante y tu hermano también.

—Daisy está preocupada por ti. Dice que te cortas.

—Dile que es una bocona. —Zack se subió las mangas y Patrick desvió la mirada—. Lo sé, es asqueroso. Pero estoy bien, lo prometo. No volví a hacerlo por mí, sino por John. Lo encontré robando un cuchillo de la cocina. No quería que mis padres se enteraran de sus tendencias suicidas porque creerían que es una mala influencia. Así que volví a cortarme. Mi psiquiatra se lo creyó y les dijo que sacaran todos los utensilios afilados de la casa. —Sonrió tristemente—. El dolor vale la pena cuando es para salvar a alguien más.

—Zack... Pero tú... ¿estás bien? ¿Te sientes bien?

Éste se encogió de hombros.

—Estoy tan roto que sólo sirvo para arreglar a los demás.

—Zack. Eres sumamente importante para las tres personas que más amo en todo el mundo. Así que te lo voy a dejar bien claro: si te mueres, te mato.

—Estoy mejor, tranquilo. ¿Sabes? Creí que tardarías más en decirme que amas a Eli.

—¿Hace cuánto lo sabes?

—Más de lo que admitiré en voz alta. ¿Por qué no has intentado recuperarla?

—La amo más de lo que me ama ella y menos de lo que la amas tú.

—Ah, por cobarde entonces.

—No quiero lastimar a medio mundo. Daisy tampoco se lo merece. La amo, de verdad que sí.

—Puedes amar a dos personas a la vez, pero nunca con la misma intensidad.

—¿No te duele perderla?

—Me duele más que esté con quien no ama de verdad. Ante todo, ella es mi mejor amiga. Y quiero que sea la persona más malditamente feliz de la tierra, incluso si no es conmigo. Admito que al principio actué como un paranoico, estaba desesperado por tenerla, por recuperar su amor. Pero ahora que lo pienso, no sé si fue por amor o miedo. Tenía miedo de que su vida no volvería a ser la misma por mi culpa. Me sentía culpable porque le había arrebatado meses de vida. Quería redimirme, quería darle todo mi amor.

—Ella te ama, Zack.

—Lo sé, es por eso que no ha terminado conmigo. No quiere lastimarme. Y si lo hiciera, no sentiría que merece ser feliz.

—Vaya lío.

—Si realmente estás dispuesto a todo por ella... Yo la dejo. Si termino con ella, no se sentirá culpable por amar a alguien más.

—Zack, eres realmente una muy buena persona. Realmente lamento... lo que siento. Daisy me odiará.

—Muchísimo, y tendré que ponerme de su lado. Lo siento, pero es mi amiga de antes.

—¿No te gusta ni en lo más mínimo?

—No. Lo intenté. Hasta lo pensé. Pero supongo... Supongo que unir a dos personas sólo porque no tienen pareja es algo forzado, ¿no te parece? Es como el síndrome de la película Encantada. Algunos finales felices tardan más que otros. No lo apresuraré. 

—Espero que encuentres el tuyo.

—También yo.

Siguieron charlando acerca de las estrellas, del mar, de los sueños, del fútbol, de las chicas y hasta de música. Todo parecía estar llegando a un final. A un cierre definitivo y digno.

Quizás ustedes piensen: ¡pero qué desenlace tan simple! ¿Tanto enredo amoroso para que todo se resuelva con una cerveza? ¡Esto es francamente una estafa!

También podría no importarles. Puede que más de uno esté feliz de los que les depará a Elizabeth y Patrick. Pero si creen que aquí acabaron los problemas, que por fin Elizabeth y Patrick podrían ser felices juntos, déjenme decirles que cayeron en mi trampa. Su relación aquí no es lo importante, no para mí al menos. Ellos no son más que un distractivo para demostrar mi punto. Porque esta historia no es sobre ellos dos.

Nunca lo fue.

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