Capítulo 31: Un plan para nada amistoso (remasterizado)
—Casi no hablaste en toda la noche —puntualizó Kev abrazándola por detrás. Al ver que la chica no reaccionaba, posó el mentón en su hombro y se aproximó lentamente a su cuello, hasta conseguir hacerle cosquillas con la nariz. Nada—. ¿Te pasa algo, Encanto inglés?
—Creí que saldríamos los dos, solos —explicó ella aceptando el contacto físico, pero sin intenciones de corresponder su afecto—. Y no me refiero a la prensa que nos venía siguiendo, Lisa me advirtió que pasaría.
Kevin la besó detrás de la oreja, consiguiendo que una ventisca imaginaria le erizara el cuello; los escalofríos, inconformes con atacar sólo esa pequeña región de su piel, recorrieron su espina dorsal hasta al punto de que el más sutil roce de pieles se volvió insoportable. Alejó el rostro de las caricias del chico, consciente de que estaba actuando como la peor cita del mundo, pero incapaz de evitarlo.
—No pensé que te molestaría —Kevin respetó su especio personal. Se mantuvo en su lugar, mirándola con preocupación—. Era una buena forma de que conocieras a mis amigos.
Grace se abrazó los codos, sintiéndose ligeramente desprotegida sin un idiota pegado a ella.
—¿Tú eres así de retrasado o tus padres te botaron de la cuna?
—Yo diría que lo segundo. Estoy seguro que apenas nací se arrepintieron de no haber abortado y atentaron contra mí en reiteradas ocasiones cuando era un bebé. —Se encogió de hombros—. Me detestan. —Antes de que Grace respondiera algo, Kevin abrió la boca, dispuesto a cambiar de tema—. Sólo estaba ayudando a una amiga en su primera cita. Sasha no es de salir con chicos, y pues, me pareció una buena idea.
—Amiga —Grace se mordió una uña—. Eso no fue lo que me dijo Amy.
Eso es Grace, échale la culpa a la rubia santurrona.
Tú no conoces a Sam.
Kevin chasqueó la lengua, sonriendo como alguien que acababa de ganar la lotería. Cuando se mostraba así de contento, Grace sentía que sus ojos pasaban a ser los de un adicto; el brillo que reflejaban era alarmante y sus pupilas aumentaban notoriamente de tamaño.
—¿Estás celosa? —preguntó divertido. Grace dio un paso al frente y lo empujó, pero Kev aprovechó la oportunidad y atajó sus manos para atraerla más hacia él y así poder darle un beso. Intentó quitarse, pero al cabo de unos segundos cedió por completo y le correspondió el gesto. Enredó los dedos en su cabello castaño de forma desesperada, como si hubiese aguardado siglos por un beso como ese, por un chico como ese.
Finalmente, ambos se apartaron para respirar con normalidad.
—Ya no —contestó ocultando pobremente la sonrisa de medio lado que tenía dibujada en la cara—. Esa fue una excelente forma de hacerme cambiar de opinión.
—No tienes por qué sentir celos. Es mi amiga. Como Eli, como Amy, como Zack; son mi familia y si quieres formar parte de ella, tendrás que aceptarlos. A todos.
—¿Y yo quiero? —preguntó alzando una ceja.
¿Quiero?
¿Puedo?
<<A todos>>.
¿Qué tan difícil era deportar a un latino criado en Europa?
—Por supuesto que sí, estamos hablando de mí. —Se señaló el abdomen—. ¿Quién no querría estar conmigo?
—Alguien medianamente cuerdo. —Grace tomó la iniciativa y le dio la mano—. Afortunadamente para ti, yo no lo estoy. Creí que mis problemas se solucionarían matándome. Pero como no lo logré, sigo ahogándome en ellos. A veces ni siquiera soy capaz de nadar y dejo que el mar me trague, esperando que acabe conmigo. —Le sonrió—. ¿Ves? Estoy desquiciada.
Kevin le apretó la mano y la evaluó con sus ojos, que se tornaron tan grisáceos como una mañana de invierno en Londres.
—Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿no? —dijo Kevin con ese tono preocupado que le encantaba, porque casi nunca lo usaba. Se lo guardaba para ella. Le fascinaban muchas cosas de él, y apenas era su segunda cita—. Grace, viajé hasta aquí por ti, para que sepas que me gustas. Me tienes vuelto loco, mujer. Soy todo tuyo y necesito que lo entiendas.
Ella le asintió, pensando en el pésimo gusto de su amiga al tener por novio a Zack estando Kevin disponible. Pero gracias por dejar el camino despejado, de verdad. Le debía la vida a esa pelirroja.
—Lisa nunca me dijo que eras del tipo romántico.
—Todos los hombres somos románticos, es una ley universal. Sólo que algunos no manifestamos nuestro romanticismo hasta estar realmente seguros de nuestros sentimientos, incluso si estos no son correspondidos.
—Tú no puedes ser real —declaró Grace flotando entre las nubes, como una tonta.
—Lo dice la que conoció a mi mejor amiga mientras estaba en coma.
—Es que eres malditamente perfecto —aclaró ella, y se ganó un beso por el extraño cumplido.
El auto finalmente llegó a buscarlos. Al parecer, el conductor era nuevo y no conocía esa parte de la ciudad. Permanecieron callados, acurrucados como una pareja. Grace apoyó su cabeza en el hombro de Kev, agotada por la cita. Él se entretuvo acariciándole el cabello, y la mejilla, y el alma. La acarició con tanto amor, que terminó enamorándola.
Una salida costosa era para asombrarse, pero jamás se compararía con un cariño sincero, teniendo a la luna de testigo y al corazón de cómplice.
No hay nada que resguarde tanto amor como un acto puro del corazón.
Grace cerró los ojos, y dejó que la media hora de viaje le ayudara a aclarar sus pensamientos. Quizás con algo de paz interior, lograría quitarse las fervientes ganas de arrojarse desde lo alto de un rascacielos. Quizás muerta, el recuerdo de Sam dejaría de atormentarla. ¿De qué otra forma te olvidas de alguien que nunca dejaste de querer?
Ninguno de los dos anticipó lo que vendría luego de su primer beso, y claramente no estaba en sus planes dejar de sentir lo que sentían. Pero estar con él significaba estar con su pasado, y eso estaba enterrado, tan muerto como sus padres.
Podía comenzar de nuevo. Podía tener a un novio que la ayudara a olvidar en vez de recordar. A crear nuevos recuerdos en vez de desenterrar malos.
Agradeció que su antiguo amigo le siguiera el juego cuando dijo que, si bien estudiaron juntos, nunca llegaron a ser muy cercanos. Y esperó —muy cruelmente—, que ese comentario y su fría actitud le partieran el corazón lo suficiente como para que Sam no quisiera involucrase en su vida nuevamente. Ya no eran amigos cercanos, no eran niños. No ella por lo menos.
El vehículo se detuvo fuera de su casa; vivían en los suburbios así que podían darse el lujo de tener jardín y silencio. Y a las diez de la noche todo parecía haberse ido a dormir, muy contrario a lo que ocurría en el centro de la ciudad.
Kev la acompañó hasta la puerta. A pesar de que las cortinas estabas cerradas, se percibía la luz desde el interior.
—¿Puedo pasar a saludar a tu familia? —pidió él rascándose la nuca—. No me suelen agradar los adultos, pero soy un grandísimo actor.
Grace estuvo por explicarle la situación, pero una idea caída del cielo opacó cualquier otra y le asintió a la vez que abría la puerta.
—¡Andrew, tarado inservible! —lo llamó cortésmente entrando a la casa con su cita—. Ya llegué. Qué sorpresa —le dijo a Kev soltando un suspiro—. Mi hermano y su prometida salieron. De seguro volverán en unas horas.
—¿Y tus padres?
—Oh, cierto, olvidé comentártelo. Soy huérfana. Mi mamá murió de cáncer cuando era pequeña y mi papá tuvo un accidente en avión hace unos cuatro años —Kevin la miró sorprendido por la ligereza en su forma de hablar. Ella se encogió de hombros—. No me importa ya, hay peores tragedias en el mundo.
—¿Segura?
—Sí. —Lo invitó a la sala de estar tomándolo de las manos—. No eres el único que se dedicará a la actuación, Kevin. Todos lo hacemos hasta cierto punto.
Él le sonrió, pero de inmediato fijó los ojos en la puerta y luego en ella.
—Tienes algo que es mío —dijo casi orgulloso—. Te queda precioso, pero no quiero morirme de frío.
—¿Ya te vas?
—Es tarde, te recuerdo que vivo al otro lado del país.
—¿No puedo hacer nada para que te quedes? —preguntó quitándose la chaqueta que Kevin le prestó. Este tuvo intenciones de tomarla, pero entonces Grace salió disparada al segundo piso—. ¡Tendrás que atraparme, basquetbolista!
La británica sintió al chico justo detrás suyo, corriendo igual de desenfrenado que ella. Abrió la puerta, entró a la habitación, y antes de que pudiera tomar aire sentándose en la cama, Kevin ya se había abalanzado sobre ella para quitarle su preciada chaqueta deportiva. Grace tomó ventaja de tenerlo encima y rodeó su cintura con sus piernas, aprisionándolo por completo. Kevin tardó segundos en entender su plan, pero cuando lo hizo, su mirada era casi tan confundida como asustada.
—Bienvenido a mi habitación —le susurró traviesa.
—Grace, no —dictó él firmemente. Casi no tuvo que forcejear para salir; ese chico tenía fuerza—. No quiero.
—¿Acaso eres gay?
—¡No!
—¿Entonces? Si te gusto tanto como tú dices, ¿por qué me rechazas? Estoy aquí, dispuesta y...
—Si quisiera una puta, pagaría por ella. Para mí el dinero no es problema —le interrumpió Kevin sentándose en el borde de la cama—. Pero lo que yo quiero no se puede pagar. Y eso eres tú.
—Me tienes.
Él negó con la cabeza, frustrado.
—Quiero presentarte como mi novia, no como la chica con la que me acosté en la segunda cita. Me gustas demasiado para eso.
—Entonces pídemelo —dijo ella sonriendo, sin creer que estaba despierta del todo. Vivía en un sueño.
—Grace —comenzó el con timidez—, ¿serías mi novia?
—No.
Él se levantó confundido.
—Lo siento, yo creí que...
Se vio interrumpido por una chica saltarina que pegó un brinco directo a su pecho. Kevin, todo un galán oculto, logró atajarla en al aire y conseguir que el improvisado abrazo no terminara en tragedia. Se veían como una mamá y su pequeño en esas mochilas/bolsas delanteras.
—Pareces un bebé abrazándome así —se burló Kevin recuperando la sonrisa y la confianza.
—Tu bebé —le dijo ella soltando una risa.
—¿Y mi novia?
—Obviamente, tarado. Tenía que darle suspenso a la situación. ¿Ahora sí te quedarás?
—Pero sólo hasta que tu hermano regrese —ofreció Kevin estirando a la chica en la cama. Se acostó junto a ella y le dio un beso en la punta de la nariz—. Novia.
Grace creyó que así caería, pero la única persona que terminó cayendo fue ella, y de sueño. Quitarse su primera vez de encima sería más difícil de lo que estipuló. Hasta los genios cometían errores cuando intentaban, sin buenos resultados, calcular lo incalculable, predecir lo impredecible, controlar lo incontrolable. En fin, cuando usaban matemáticas para obtener las respuestas que sólo el corazón posee.
********
En las pocas semanas que John había pasado en casa de Zack, sus padres lo habían llevado al dentista (¡no más frenillos, sí!), al dermatólogo (¡adiós acné!), al nutriólogo (sorprendentemente estaba sano, solo un poco bajo peso), al oftalmólogo (todo en orden, nada de miopía), al cardiólogo (uno nunca sabe), al traumatólogo (porque ya saben, estuvo en coma y todo eso) y al neurólogo (el coma otra vez).
Sí, Crystal y Bernard eran los padres más exagerados y sobreprotectores del mundo... ¡Era genial! John realmente habría disfrutado toda la atención que tenía de no ser porque sus características ganas de quitarse la vida habían vuelto a atormentarlo como fantasmas del pasado. Y es que puedes tener la mejor familia, la mejor pareja, el mejor círculo de amistades y la mejor casa, pero si sufres de depresión nada de eso importa. Si sufres de depresión, todo lo que te rodea desaparece, y solo eres tú en una pequeña isla gris, rodeado por un mar tan negro como el ropaje de la Muerte.
Aislado, aburrido, desmotivado. Ese era John, día y noche; y de un día para otro no iba a cambiar, menos aun cuando fingía que todo marchaba bien. Intentó alegrarse al notar que él y el padre de Zack tenían mucho en común; le pidió al dios en el que no creía pasarlo estupendo yendo al trabajo de Ben. Así fue, como un sueño hecho realidad. Pero no era suficiente motivación para quedarse. Nada ni nadie lo era.
Había tomado un cuchillo lo suficientemente afilado y grande para llevar a cabo su tarea, desgraciadamente nunca conseguía estar solo. Zack lo invitaba a todas partes, lo presentaba a todo el mundo. No le quitaba el ojo de encima. Sin embargo, tarde o temprano se distraería y entonces el arma blanca que se ocultaba bajo su colchón, saldría a la luz. Mientras tanto, seguiría con su pulida sonrisa falsa, sus ánimos fingidos y su alegría de plástico.
Lo siento, Dylan, pero no sé qué más hacer.
Lo triste es que ni siquiera lo intentó, ¿cómo iba a hacerlo?
Él no sabía ser feliz.
*******
Fue pocos días antes de la fiesta de Kevin, cuando Eli se dio cuenta que tendría que partir dos corazones para ganarse el que de verdad quería. (De acuerdo, esa oración puede considerarse como un ligero spoiler del siguiente fragmento. Mis más sinceras disculpas. Continuemos). Zack acababa de revelar la noticia de que pagaría por el tratamiento de Patrick, uno muy costoso por cierto. Pero Victoria y David no eran orgullosos, sabían que no tenían dinero y aceptaron gustosos la ayuda del chico, que por cierto pasó por las manos de Crystal primero. Entre madres estrictas se comunican mejor.
Nick y él se fueron al cine por la tarde y luego pasarían a comprarle algo a Kev. Ambos se habían vuelto muy unidos, lo que alegraba enormemente a Eli, pero por alguna razón inquietaba a la insoportable de Daisy. Ella y Zack también se habían hecho muy amigos, pero Eli dejó pasar por alto aquella traición, pues actuar como una novia loca era algo que no estaba en sus planes. Aparte no era ni la mitad de bonita que ella, así que no tenía nada de qué preocuparse. Una buena autoestima lo es todo.
La tarde era apacible, perfecta para leer sobre un aburrido artículo para la clase de historia, pero las risas de Daisy en la habitación contigua se oían peor que un matadero (con todo respeto a los animalitos que ahí mueren y sufren. Tranquilos, chicos. Eli luchará por ustedes), y la distraían, obligándola a leer el primer párrafo una y otra vez. Sus ojos veían las letras, pero el inútil de su cerebro se había ido a huelga o algo por el estilo, porque se rehusaba a procesar lo que veía, y por ende, su comprensión lectora era nula y tenía que volver a leerlo.
Estoy intentando estudiar.
¡Já! Buen chiste, se burló él. Y yo me uní al equipo de lacrosse.
¡Es enserio, Patrick! Dile a tu noviecita que cierre la boca, o se la cerraré yo misma. Es irritante.
Oye, Elizabeth, como que se cayó un poco de dignidad con ese comentario, ¿te ayudo a buscarla?
Sintió la puerta abrirse y oyó a Daisy acercarse.
—Bajaré a la cocina, ¿quieres algo? —le preguntó con una sonrisa.
A tu novio.
—No —respondió secamente.
—¿Te duele la cabeza? —Daisy se apoyó en el umbral de la puerta—. Me imagino que estudiar más de una hora debe ser un deporte olímpico para personas como tú. ¡Pero no te pongas de mal genio por eso! Tú puedes —añadió con la amabilidad más falsa jamás vista antes.
—¿Me estás llamando tonta?
—No, no, no. Cómo crees —dijo poniendo cara de espanto—. Lenta de aprendizaje es el término aceptado. Y ya sabes, si necesitas ayuda con una materia, puedes pedírmela. Aunque supongo que tu hermano ya tiene cubierto eso, es que él es demasiado inteligente. ¿Lo sabías? ¿O nada más se embriagan juntos?
—No quiero nada —repitió Eli tragándose las ganas de levantarse tomarla del cuello y arrojarla escaleras abajo.
¿Por qué tan molesta, Elizabeth?, le preguntó luego de que Daisy bajara al primer piso. Antes te caía muy bien.
Antes estaba muerta.
Antes tú me querías. Las cosas cambian, supongo.
¿De dónde había salido eso? Más le valía a Nick mantener la boca cerrada.
Eli se levantó de golpe y, por primera vez, entró a la habitación de Patrick sin la compañía de su gemelo. El chico le frunció el entrecejo, pero no dijo nada.
¿Qué fue eso?, demandó saber. Eli era de las pocas personas que enfrentaba las cosas a la cara, que no se guardaba nada, excepto lo que sentía por Patrick porque honestamente tampoco era tan estúpida. Aun si a veces parecía que sí lo era.
Estar en la habitación de un chico teniendo novio es muy maleducado, Elizabeth.
Tal vez para ti, niño amish. No en el 2014. Ahora, ¿qué fue eso?
Patrick se mordió el labio.
Una broma de ex a ex, ¿ya? No te lo tomes todo tan a pecho.
¿Dices que ya no te quiero?
Yo te veo con novio, así que perdona por ser escéptico al respecto, increíblemente el sarcasmo retumbó en su cabeza.
Yo te veo con Daisy.
Eso es porque la quiero.
Y yo quiero a Zack.
Lo sé, respondió él mirándola. Sólo el amor te hace tan imbécil como para dejar que un auto te choque.
Sólo el amor te hace poner la vida del otro por sobre la tuya.
Pero ya no estamos en Coma. Fue divertido conectarnos en nuestros sueños, pero es tiempo de pisar tierra y seguir adelante, dijo él.
Eli se rió de su propia mentira. O de su genuina alegría por el reciente descubrimiento. O una mezcla de ambos. Justo a espaldas de Patrick, estaba su lazo rojo amarrado con sumo cuidado. Se acercó, lo quitó y se lo mostró.
¿Esto es seguir adelante para ti?
Él, sosteniéndose del respaldo de la cama, se levantó para quedar a su altura. Tan solo unos milímetros los separaban, y si esto fuera una película de amor, seguro ya se estarían besando por toda la tensión que se generaba en el ambiente, pero en la vida real, no es tan sencillo que uno tome la iniciativa. Y ninguno de los dos lo hizo.
¿Esto es seguir adelante para ti?, repitió Eli.
Es intentarlo y fracasar humillantemente, confesó Patrick. Y le sonrió tímidamente.
Dicen que dejar de amar a alguien es una de las cosas más difíciles de hacer, que desenamorarse no es ni la mitad de sencillo que enamorase. Porque el primero lleva tiempo, esfuerzo y mucha dedicación, mientras que el segundo puede ser algo instantáneo, casi automático.
Pues bien, tal vez tengan razón, tal vez dejar de amar a alguien no es como apagar la luz, tal vez hacía mucho tiempo que ya había dejado de amarlo, pero se había rehusado a admitirlo, asustada de lastimarlo. Pero esa simple sonrisa, oculta y sincera, fue suficiente para darse cuenta que la quería para ella. Que se tardó demasiado en volver a ser novia de Zack, porque su subconsciente seguía encaprichada con un gruñón que no conocía lo que es un peine.
Deja de mirarme, ¿por qué lo haces?
Creí que mi mirada hablaba por mí, respondió Eli sonriendo ante el recuerdo.
Bueno, ya conseguiste mi número telefónico.
De forma involuntaria, casi como un reflejo egoísta del corazón, Eli le dio la mano. Entonces, antes de que Patrick siquiera se soltara de su agarre, un destello de luz los cegó a ambos, acompañado de una fuerza que disparó a cada uno al otro extremo de la habitación. Se sobó la cabeza con la mano que no le dolía, pues la otra sentía haber recibido una especie de descarga eléctrica.
Se levantó a duras penas, y se abalanzó media atontada a Patrick, que apenas podía moverse.
—¡Patrick! ¡Dime que estás bien! —gritó asustada.
El chico se incorporó y la miró molesto.
—Por Dios, mujer. ¿Alguna vez dejarás de intentar asesinarme?
Eli y Patrick se cubrieron la boca, incrédulos.
—Puedes hablar —logró articular Eli. Toda una genio la chiquilla. Bueno, no todos podemos ser Grace, Sam o Sebas.
—Daisy —dijo él—. Daisy. Tengo que mostrárselo.
Eli lo detuvo extendiendo el brazo. Lo miró con los ojos más apenados que pudo darle, pero él negó con la cabeza.
—No.
—¿No qué?
—No hagas esto. Estoy intentando dejar de amarte, Elizabeth.
—¿Y cómo vas con eso?
—Honestamente, no me lo estás haciendo nada fácil, Pandita —se sinceró él mordiendo el labio—. Quiero decir, te tengo en mi habitación, prácticamente en mi cama, ¿y tú me preguntas que cómo voy? Me estoy quemando en el mismísimo infierno, Elizabeth. Te miro maldita sea. Estás tan cerca de mí y te juro que con solo verte todos mis buenos modales se van al tacho de la basura. Y me acuerdo que ya tienes a alguien... a quien no puedes lastimar, porque no lo merece. Y mi único consuelo es saber que yo llegué a cuarta base contigo antes que él —añadió burlesco.
Eli le dio un golpe en el hombro, por lujurioso.
—Pero nosotros también merecemos ser felices —argumentó ella recuperando la seriedad.
—¿Más que ellos? —Negó con la cabeza—. Son mejores personas que nosotros. La quiero un montón —agregó.
—¿Eh, tenemos visitas?
Ambos chicos, sin haber oído siquiera sus pisadas, notaron que Daisy estaba en la puerta sosteniendo una bandeja con galletas, queques, varios sellados de queso y jamón, y dos vasos con jugo.
—¡Daisy! —exclamó echando a Eli a un lado. Eso no dolió, en lo absoluto.
La castaña tiró la bandeja al suelo y se abalanzó a sus brazos de la emoción. Articuló un par de palabras inentendibles, pero más que nada se dedicó a llorar. Elizabeth supo que sobraba y salió de la habitación para encerrarse en la suya, pensando qué hacer. Diciéndose que no tenía ningún sentido seguir tras Patrick.
Zack, que recitaba de la más cursi poesía. Zack, que le componía canciones, le organizaba citas asombrosas y la despampanaba con su belleza. Sí, ese Zack, había dejado de ocupar su corazón hacía muchísimo tiempo. Y no porque lo quisiera menos, Dioses, eso jamás. Pero lo quería distinto a Patrick.
A Zack lo amaba como Kevin, quizás más pero no se lo digan al último. Lo amaba como para pedirle que fuera el padrino de sus hijos, y que ambos consiguieran que sus hijos se hicieran mejores amigos.
A Patrick lo amaba como para querer tener hijos.
Y podía no ser atractivo como Zack. También odiaba a la mayoría de las personas; prefería el silencio y los libros, y rara vez no era sarcástico. Pero díganme, ¿cuándo ha escogido el corazón con la mínima pizca de razón?
Alzó la vista al techo y sonrió.
—Es tiempo de recuperar a mi alga.
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N/A: ¡Hola gente bonita! El jueves mi mala suerte me atacó y tengo licencia médica hasta septiembre. Así que intentaré terminar la historia en este tiempito de reposo ^^. Gracias por llegar hasta acá y aguantar lo que mi cabeza crea.
Ah, y Coma es trilogía. Pero el tercero será cortito (no más de veinte partes, espero).
Por último, esto es para mi Lisa. No sé, es que reaccioné así con la última frase del capítulo:
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