Capítulo 11: Me dejaste sin palabras

N/A: Desde este capítulo las risas se volverán cada vez menos frecuentes en la historia. Me disculpo desde ya.

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—Estás preciosa —le dijo su mamá después de lo que pareció una eternidad—. No puedo creer...

Eli se separó de ella.

—Dame un segundo.

—¿Qué? —Preguntó extrañada—. ¿Qué ocurre, Lizzy?

A modo de respuesta, Eli entró a la casa. Examinó el lugar, buscando... Buscando...

—¡Tú! —Gritó señalando con el dedo a Patrick—. ¡Eres un mentiroso!

—¿Qué está pasando? —Quiso saber una chica de cabello rubio y ojos verdes, quizás un poco mayor que ella.

Eli no se había dado cuenta que había más gente hasta que ella habló. Si bien rebuscó entre el lugar a Patrick, no se fijó si en el camino había otras personas. Resultó que, ahora que le respondía la pregunta a la chica de su edad con una mirada confusa, se dio cuenta del pelotón de rubios y pelirrojos que la contemplaban asombrados, pero confundidos, como si ella fuera un animal que se creía extinto.

—¿Elizabeth?

Sus ojos buscaron la boca responsable de pronunciar su apodo más conocido. Y, al hallarla, ambos se sumergieron en un mundo diseñado sólo para ellos; los demás se desvanecieron junto con la casa, dejándolos libres para poder mirarse con amor, con cariño, con pena por todas las miradas que habían perdido a lo largo de los años. Lo único que existía ahora para Eli se resumía en un par de ojos muy azules y muy oscuros, eran del color que adopta la noche al iluminarse con la luna: un azul sin brillo que lucha constantemente para diferenciarse del solitario y negro.

Eran sus mismos ojos. Sus pestañas. Sus cejas. Su expresión de sorpresa. Su cabello rojo, igual que las rosas que plantó en su enorme jardín.

Estaba mirándose al espejo o, si dejaba llevarse por su imaginación, podía tratarse de una apertura a una dimensión alterna, en la que existía tu otro yo, pero de diferente sexo.

—Dominic —pronunció en voz alta.

Mi hermano, se dijo para sí.

Los pares de ojos verdes, cafés y azules, dirigieron la mirada de él a ella en cuestión de milésimas de segundo, casi parecían un público en un partido de tenis.

—Tú —repitió Eli apuntando al culpable de todo eso—. Me mentiste.

Él no respondió. Otra vez.

—¿Conoces a mi hermano?

—¿Y quién es ella?

—¿Por qué es igual a mamá?

—Creo que me doy por vencido —comentó un adulto muy parecido a la chica que le habló al principio y con el mismo cabello rubio y rizado de Patrick—. ¿Alguien gusta de galletitas?

Un hombre un poco mayor que él le dio un codazo a modo de regaño.

Su madre biológica la tomó por los hombros con gentileza.

—Creo que lo estás confundiendo. Verás... —su voz era dulce, intentaba expresarse de manera delicada; tal vez, usó un tono demasiado cauteloso.

Mas Eli se zafó de sus manos, dispuesta a enfrentarlo de una vez por todas.

—Eres la peor basura que he conocido —le soltó de la manera más despectiva que pudo. Se acercó, cada vez más molesta.

Él, igual como hizo la primera vez que el destino los reunió, se quedó con la vista fija en el libro. La ignoró aún mejor que aquella vez en la que dejó El principito de lado para presentarse. Parecía que había sido hace años.

Siguió leyendo.

—¡Ya, para de una vez! —Sí, sonaba como una completa loca. No, no le importaba ni en lo más mínimo lo que el resto de su familia pensara.

—Eh, esto, Elizabeth...

—No creo...

—No deberías...

—Victoria, detenla —pidió el Ofrecedor de galletitas. Su voz sonaba ahora preocupada e, incluso, algo molesta. Tuvo intenciones de interrumpir, pero fue contenido por quienes podían ser sus hermanos.

Eli ignoró las advertencias tímidas, aunque preocupadas de la familia.

Le arrebató el libro, lo arrojó al suelo de madera y, por fin, logró captar su atención. Alzó la vista sin sorprenderse pero sí algo enfadado, pues, al parecer, nada justificaba interrumpir su lectura, ni siquiera ella. Un clásico de Patrick. Ladeó la cabeza, como un perro que no acaba por comprender lo que su amo le dice. Oh, por supuesto, olvidó que él no la recordaba. En su defensa, Grace era la inteligente, ella, la valiente. Enfrentarlo frente a toda su familia honraba su nombre.

Aún enojada (aunque tantito menos), Elizabeth lo tomó bruscamente por la muñeca.

Ahí lo sintió, el tan característico choque eléctrico; un dolor chispeante se aventuró de la punta de sus dedos hasta la muñeca, provocando asombro en la familia anaranjada.

Eli no esperó un desmayo por parte de Patrick, ya que ella no perdió el conocimiento cuando Grace le devolvió los recuerdo de Coma hacía tan solo unas horas. Sin embargo, cuando los ojos de Patrick pasaron de blancos a cafés, algo en su expresión la atemorizó. Él no se alegró. Por el contrario, su rostro se desfiguró en una mueca de espanto, el tipo de expresión que se apropia del rostro de Sasha cuando ve una película gore. Eli lo soltó de inmediato, asustada, pero eso no cambió el horror que se apoderó de su lector favorito. Patrick se echó hacia atrás, afirmándose del sofá con fuerza, y gritó.

Y lloró, como cuando un bebé ve un payaso terrorífico.

Eli buscó ayuda, alguna explicación; volteó hacia la familia en el mismo instante que la chica de más o menos su edad se había acercado a ella, y la empujó. Se golpeó la cabeza y la espalda al caer al suelo, pero el sufrimiento que flechó su pecho no se debió a la golpiza.

—¡Qué crees que haces, imbécil! —le gritó la rubia furiosa.

—¡Savannah! —La regañó su madre—. ¡Compórtate!

—¡Nadie toca a mi hermano, mamá! —Bramó con las manos empuñadas; no despegó los ojos de Eli, quien seguía en el suelo, estupefacta—. ¡Nadie!

Patrick volvió a gritar. No estaba fingiendo o actuando, él realmente gritaba de puro horror.

Eli fue incapaz de pronunciar palabra.

—Patrick, tranquilo —dijo un chico de cabello anaranjado intentando acercarse. Los dos adultos de pelo amarillo posaron suavemente sus manos en los hombros de los más pequeños. Él, una niña de cabello color cereza y un infante.

—Eh, niños, vengan —los animó el mayor, dándoles un pequeño empujón en dirección a un gran ventanal que daba al patio trasero—. Denle espacio a su hermano.

—Pero tío Daniel...

—Vamos, vamos, Connor. De seguro los caballos necesitan de un buen cepillado —insistió la mujer.

Y así, la enorme casa de madera quedó habitada por Dominic, Savannah, Victoria (su mamá), posiblemente el padre de Patrick, y Patrick. O alguna extraña versión de él, que Elizabeth no conocía. Y que, francamente, le asustaba quizás tanto como a él.

Victoria se desinteresó en ella, y se agachó para quedar frente a su hijo adoptivo. Savannah y Dominic, guardaron distancia. Es más, su hermano no se había movido de la mesa en la que, hacía unos minutos, toda la familia estaba. El padre, por el contrario, ya se encontraba junto a Victoria.

—Patrick, mírame —tomó sus manos; su voz era firme, pero llena de amor—. Mira a mamá y a papá, tesoro. Estamos aquí, ¿de acuerdo? —La respiración de Patrick recuperó el ritmo normal—. Mamá no te va a dejar. Alexia está bien. Está muy bien. —Dirigió su atención a Savannah—. Cariño, llévate a Lizzy y Nick.

—Pero mamá...

—Haz lo que dice tu madre, Savannah —exigió el padre.

Savannah le hizo un gesto a Eli para que se levantara, pero la pelirroja solo pudo voltear a ver a Patrick, quien poco a poco iba calmándose gracias a las palabras de sus padres. No supo cómo, pero se levantó. No se dio cuenta cuándo, pero salió de la sala. No se dio cuenta quién, pero alguien la llevaba hacia alguna parte. En su mente todo era confuso, borroso, sus pensamientos se enredaban, y terminó, de alguna forma, en el patio de la casa, con dos chicos que no conocía.

—¿Eli, cómo me encontraste? —Oyó que Dominic le preguntaba.

Se tardó en situarse. Estaba en un campo, lejos de todo. Había una enorme casa, un granero y varios animales de granja. Algunos enrejados y otros pastando. Ese era el mundo de Patrick. Ese podría haber sido su mundo.

—¡No le hables así, Dominic! —le gritó Savannah de mal humor—. No la trates como si no hubiese metido la pata.

Eli quiso abrazar a su hermano; pensó durante todo el viaje en el emotivo reencuentro que tendrían; llorarían, reirían y podrían conocerse y así formar lazos de hermandad. Pero se abstuvo, porque ya no era él en quien pensaba.

—¿Qué acaba de pasar allá adentro? —Preguntó Eli a ninguno en específico.

—Exacto, chica. Tú dímelo. Te apareces de la nada y vienes y lastimas a mi hermano. Dame una razón para no quebrarte el brazo.

—Savannah, no es momento.

—Que tu clon haya caído del cielo no la hace inmune a mi puño. El que toca a mi familia lo recibirá doble. Du weisst das, Dominic.

Eli suspiró hondo antes de responder lo que sí entendió.

—Somos familia —soltó no muy convencida—. Somos hermanastras.

—¿Cómo sabes de nosotros? —preguntó recelosa.

Eli se mordió el labio.

—Por Patrick.

—Eso es imposible, ¿cuándo lo conociste? —Dominic abrió los ojos al máximo, incapaz de creer sus palabras—. Él... él me lo hubiera dicho. Era nuestra misión de espionaje. —Agachó la cabeza, intentando que la voz no se le quebrara—. Cuando éramos los tres como uno solo.

Daisy, pensó Eli. Patrick le contó lo unidos que eran.

Al oír a Dominic, el rostro de Savannah se suavizó y le tomó la mano unos segundos.

—No puedes llegar como si nada, decir que conocías a Patrick de antes y esperar a que te creamos —le explico Savannah—. No sé qué es lo que quieras, pero la vida nos ha quitado demasiadas cosas como para que tú intentes destruir a nuestra familia. No te lo tomes personal, reaccionaría así con cualquiera que desestabilizara a mi hermano.

Sabía que tenía que confesarlo o sino jamás se ganaría la confianza de esos chicos. Se preparó, aclarándose la garganta y jugueteando con un mechón de su cabello.

—Yo también lo haría. —Los hermanos pusieron la misma cara de estupefacto—. Yo amo a tu hermano, y jamás me perdonaría si algo malo le llegase a pasar por mi culpa.

—¡Que tú qué! Tú no lo...

—¿No lo conozco? —Sonrió casi sin alegría, pero llena de nostalgia—. Tienes razón. Yo no sé que el ama los libros más que a las personas. Que su color favorito es el de mi cabello, que odia el color de su cabello. No tengo idea que su libro favorito es Orgullo y Prejuicio, ni que tiene diecisiete o que se muerde el labio cuando está nervioso. Tampoco sé que prefiere quedarse un viernes junto a la chimenea que de fiesta, o que su círculo de amigos es reducido. Porque cuando logras entrar en su burbuja, te vuelves parte de él, te cuida como si fueras algo preciado y único, porque así valora él la amistad. Oh, pero sé su enemigo o piensa distinto a él, porque ahí te mata. Desconozco que su cabello es desordenado, pero perfecto para pasar tus dedos por sus resortes de oro, y que sus ojos oscuros pueden abrazarte o hundirte en la oscuridad. Pero, más aún, yo jamás me enteré que él dio su vida por salvar a su hermanita de unos ladrones, justo después de que su novia decidiera dejar de esperar un trasplante. —Cerró los ojos por unos segundos, los suficientes para dejar las lágrimas salir; ni cuenta se dio lo mucho que lo conocía y lo mucho que lo extrañaba—. Sé que estuvo en coma muchos meses, porque yo... también. Y ahora que lo recuerdo, me doy cuenta que tengo el corazón divido en dos. Y no sé si esto se los estoy diciendo porque quiero que me crean o porque realmente necesitaba decírselo a alguien más que a mis propios pensamientos. Así que, por favor, entiendan que yo lo único que quiero es hablar con él. No sé qué es lo que pasó ahí dentro, pero aunque no se note, muero de miedo.

En contra de lo que ella hubiera pensado, le respondieron de inmediato.

—¿Amas a mi hermano? —Preguntó Dominic—. ¿Acaso sabes que él...?

—Si realmente dices la verdad —Lo interrumpió Savannah—. Deberías saber mejor que nadie lo delicada que es la salud de los pacientes que despiertan del coma.

—Yo... fui algo así como un milagro médico. Ese uno por ciento que todos sueñan ser, pero que prácticamente nadie lo consigue.

Savannah resopló.

—Pues verás, chica. En el mundo de la gente sin dinero, los "milagros médicos" son un mito.

—¿Por qué él reaccionó así?

Dominic se relamió los labios. Cambio de peso de la pierna derecha a la izquierda. La pregunta lo había incomodado. Abrió la boca, mas Savannah le dio un golpe.

—No.

—Ella es de la familia. —Dirigió la mirada a Eli—. Trastorno de estrés postraumático.

No.

No.

¡No!

—Y problemas motores —agregó Savannah molesta—. Ahora puede caminar con muletas, pero sigue sin poder tomar un lápiz. O tocar el piano.

—Concentró toda su energía en aprender a agarrar un libro y pasar las páginas, pero incluso hay veces en la que se le cae. Nuestro tío es terapeuta ocupacional y lo ayuda con la equino terapia... pero...

Miró a Savannah, buscando autorización para continuar.

—¿Pero qué? —Exigió saber Eli—. ¡Díganme! —Suplicó agarrándose la cabeza para no gritar de rabia, de frustración, de todo.

—Pero nada ha servido para hacerlo hablar.

—Patrick... ¿no... habla? ¿Nunca? —Negaron con la cabeza.

—No desde que despertó. Creen que no lo volverá a hacer.

Eli cayó de rodillas al suelo.

No fue como cuando se enteró que estaba en coma. O como la vez en la que Zack la terminó. Porque esas veces, el dolor que sintió fue egoísta, fue pensando en ella. Ahora en cambio, el corazón se le había desgarrado, porque, quien lo dio todo por ella, no podía hablarle.

—Eli, sé que pude ser duro —se agachó y le acarició el cabello—. Pero ahora me tienes a mí, y yo a ti. Nos tienes a todos nosotros y saldremos adelante.

—No. No soy yo quién debe salir adelante, sino Patrick.

—Eli...

—¡No!

—Él no...

—¡Cállate, Dominic! ¡Cállate! —gritó levantándose.

Savannah intentó abrazarla, pero Eli la empujó con una fuerza que desconocía.

—¡No me toquen! —Dio paso hacia atrás—. ¡Déjenme!

Estaba destrozada, llorando como una tonta, pero con una energía que bien podía ser venenosa. Partió corriendo hacia ninguna parte, pues la casa estaba, literalmente, en medio de una carretera de puro campo. Corrió con la vista empañada por las lágrimas y la cabeza adolorida por la noticia. Su pecho le pedía aire, o tal vez un nuevo corazón, quizás las dos. Corrió hasta el paradero; quería viajar lejos, y perderse, y olvidarlo todo.

Entonces, en medio de su alocada huida y mirando hacia el suelo, chocó contra alguien que seguramente acababa de bajarse del autobús, pues no había otra forma de que un peatón pudiera llegar.

—¡Lisa! ¿Qué ocurrió? —Alzó la cabeza y se dio cuenta que se había topado con Lauren, Bruno y otra chica que venía con ellos...

Un momento...

—¿Elizabeth Scott? ¿En persona? —Le preguntó—. ¡Por Dios, amiga! ¿Qué te pasó?

¿Era...?

—¿Alena? —Preguntó confundida. Tenía la nariz congestionada, los ojos rojos, y la boca salada.

—¿Me recuerdas? Se ve que necesitas un abrazo de grupo. —Se abalanzó sobre ella y la contrajo con fuerza—. Llorar siempre libera las cosas malas. Pero creo que debería presentarme de verdad primero. Me llamo Daisy. Daisy Campbell, soy amiga de tu hermano. Ayudé a tus amigos a encontrarte luego de que se perdieran.

La flor nunca marchitó.
Pero algo en el interior de Elizabeth sí lo hizo.

—Fue como un google maps más exacto —comentó Bruno mientras le acariciaba el cabello a Eli. Lauren, por su parte, se mantuvo distante, como siempre.

—Amiga de mi hermano —repitió Eli con un alma que le suplicaba descansar de aquel infierno llamado vida.

Novia de Patrick.

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N/A: 

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Amo a Daisy.

Sorry not sorry.

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