🎵Antes de comenzar a contar🎵

—Eres un mentiroso. Si le hubieses dicho la verdad, ella aún estaría aquí.

—Es por eso que lo hice, Grace. —Jugueteé con la cinta roja que le había regalado a Elizabeth. Era lo único que me quedaba de ella—. No iba a darme el lujo de perder a alguien más.

—Pero ella todavía recordaba. Su Estrella podría haber llegado.

Me guardé el lazo en el bolsillo, y la miré para responder.

—¿Qué tal si no? ¿Qué tal si moría justo cuando yo no estaba con ella? Daisy se cansó de esperar, y yo aprendí la lección: nunca juegues con el tiempo. Mi Estrella llegó justo en el momento indicado, justo antes de que Elizabeth olvidara su Vida Terrestre.

—No puedo creer que le dijeras que cuando regalas tu Estrella, recibes otra de inmediato.

—Creyó cada palabra de lo que le dije —contesté, esquivando sus ojos pardos. Tampoco permitiría que Grace se enterara de lo que en realidad pasó. 

—¿Te das cuenta de que hiciste lo mismo que hizo Lisa por Zack? —Me sonrío con los ojos cansados.

—Qué te digo, Grace. El amor es capaz de convertimos en lo que más odiamos.

A mí, por ejemplo, me transformó en un imbécil.

Ese mismo día, Grace utilizó su Estrella, dejándome solo. Me quedaba un único propósito para continuar con vida.


(   )


Con su dedo, Bruno aceptó la videollamada.

Ciao!

Ciao, Alonozo! Come stai? —lo saludó Bruno a través de la pantalla—. Che cosa succede?

Stono ben. —Su amigo frunció el ceño, mostrando su descontento—. Quando intenzione di venire in Italia? Ci manchi un sacco, pezzo di immondizia.

El chico soltó una risotada.

Molte grazie per il soprannome. Por cierto, ¡Sasha te manda saludos! —agregó, cambiando al inglés. Su amiga se sorprendió por la fluidez con la que hablaba dos idiomas tan distintos.

La pequeña de cabellos dorados dejó que Bruno la apuntara con el celular.

—Hola, Sasha. —Alonzo le sonrió y sacudió su mano con energía—. Bruno dijo mucho de ti a mí. ¿Podrías tú decir a él que no se debe olvidar de nosotros?

Bruno se dirigió a Sasha.

—Nunca ha sido muy bueno en inglés —le explicó entre risas.

—¡Eh..., eso... entendí... muy bien! —se quejó Alonzo en baja calidad. 

Skype era muy útil, pero insuficiente. Bruno se dio cuenta lo mucho que echaba de menos a su amigo. Quería verlo; ir al cine con él y quejarse de que hubiera tantas parejas besándose en vez de disfrutar de la película. Pero no le quedaba más que conformarse con ver a su mejor amigo a través de una pantalla tan pixeleada como Minecraft.

—Hablas mucho mejor inglés de lo que yo italiano —le respondió Sasha con una amplia sonrisa.

—Eres mucho bonita y simpática. Igual como Bruno dijo que tú eras.

Las mejillas de Bruno enrojecieron. Bastardo desgraciado, quiso decirle. Por un momento había olvidado lo terrible que era Alonzo para guardar secretos.

Sasha le alzó una ceja.

—No sabía que hablabas de mí con tus amigos de Italia.

Bruno iba a responderle, mas Alonzo se le adelantó.

—¡Siempre! Él solo dice que...

Bruno cortó la llamada, creando en el ambiente una incómoda atmósfera de vergüenza que ninguno de los dos se atrevió a cortar. 

Ambos amigos, sentados sobre la cama de Bruno, contemplaron la habitación ya sin cajas de la mudanza. Ninguno habló y prefirieron recorrer el lugar como si hubiese sido la primera vez que lo veían.

—¿Y si continuamos con el trabajo para la escuela? —propuso Sasha.

—Claro, sí. 

Se levantaron del colchón al mismo tiempo, con las manos apoyadas sobre este para ponerse de pie; sin querer, se llegaron a rozar. Bruno se apartó de inmediato. Y, por fortuna, ninguno de los dos hizo un comentario al respecto.

Mientras el italiano prendía el portátil y lo colocaba sobre el escritorio, el iPhone de Sasha comenzó a sonar, lo que era extraño en realidad; sus amigos le enviaban mensajes de texto.

—¿Zack? —contestó con una sonrisa—. Hola, tanto tiempo. ¿Ocurre algo?

Al oír el nombre, Bruno volteó ligeramente para concentrarse en la conversación. Intentó parecer desinteresado. Sin embargo, al ver cómo el rostro de su amiga perdía color, para luego, adquirir un destello en los ojos que él nunca le había visto antes, no pudo seguir fingiendo indiferencia, y se acercó.

—¿Hablas... Hablas en serio? —preguntó incrédula.

Luego cortó.

Bruno no la presionó para que le explicara el motivo de la llamada, no fue necesario. Porque, con una mirada esperanzadora y los ojos a punto de desbordar en lágrimas, le dijo:

—Despertó, Bruno. Eli despertó.

Y salió disparada al hospital.


(   )


Cuando pude ver dónde me encontraba, intuí que algo grave me había ocurrido. Parecía estar en una habitación de hospital, con paredes blancas y una ventana que enseñaba un jardín verde y bien cuidado; quise girarme para apreciar el paisaje con mayor detenimiento, pero me fue una tarea imposible. No era capaz de moverme. 

Oí de pronto un pitido que provenía de una máquina conectada a mí, y me pregunté por qué no lo había escuchado antes. Entendí que mis sentidos no funcionaba en su totalidad; me sentía aletargada y exhausta, y mi alrededor se develaba lentamente ante mí. Diversos cables atravesaban mi cuerpo para quién sabe qué, pero no tuve la fuerza suficiente para tocarlos. No, era peor que eso; no sentía mi propio cuerpo, y por ende estaba incapacitada para darle órdenes tan básicas como rozar el cableado que conectaba con mis venas. ¿Qué diantres me había ocurrido? Quise desesperarme, pero incluso eso me agotó. 

Volví a cerrar los ojos para hallar respuestas en la oscuridad, donde todo me era más cómodo y tranquilo. De seguro si me relajaba, la explicación de mi actual paradero aparecería. La sangre se me heló al descubrir que no podía encontrar tal cosa; no recordaba nada, ni siquiera mi propio nombre. Intenté tranquilizarme, ya que al menor estímulo de estrés, mi cuerpo me exigía con vehemencia un descanso. Me repetí una y otra vez que todo estaría bien, que estaba a salvo en ese lugar y que lo que me había pasado ya era historia, pero me costaba concentrarme. Todo me suponía una gran dificultad.

¿Vendría alguien a ayudarme? ¿Cuánto tiempo había permanecido inconsciente? De seguro días, pues la fatiga que me consumía me debilitaba con cada segundo que permanecía despierta.

Mis padres debían de estar muy preocupados... ¿Estaban vivos mis padres?

Mis muchas preguntas quedaron selladas en el instante que oí la puerta de la habitación abrirse. Con el instinto de una presa, me paralicé. 

En mi defensa, no recordaba nada y estaba en todo mi derecho de asustarme.

Concéntrate, Eli. Continúa con la historia. 

¡Ah, sí! Estaba entonces yo ahí, muerta de miedo por el potencial peligro que se me avecinaba. Pero, cuando lo vi, mi corazón volvió a bombear con una frecuencia saludable.

—¿Eli? —llamó el chico que acababa de entrar—. ¡Eli! —exclamó con lágrimas brotándole de sus ojos verdes.

No parecía preocupado por llorar frente a mí; es más, me sonreía. Era una sonrisa quizá demasiado grande para alguien que tenía el rostro cubierto de lágrimas. Y sus ojos..., confieso que me perdí un par de segundos en ellos. Quise continuar examinando al chico, que por alguna razón me observaba como si yo fuera una especie de espejismo, una criatura mitológica, pero mis ojos se cansaron y tuve que cerrarlos.

Recuerdo que me recosté sobre el respaldo de la camilla con dificultad, ¿fue ese mismo día u otro?

Recuerdo también que, un día, me desperté y una ola de pánico me corrió todo el cuerpo. ¿Y si...? Moví los dedos de los pies. Los sentí. Exhalé, aliviada.

—¡Eli te extrañé tanto! —dijo el chico a continuación. 

¿A continuación de qué? ¿Qué día estoy narrando ahora? Las fechas se me confunden, los días se mezclan dentro de mi cabeza y recrean algo distinto a lo que en realidad pasó. La cronología de mi vida luego de despertar no es más que un salpicón de diálogos, sensaciones y colores; tengo un desorden mental que me impide revivir esos momentos con claridad. 

Cuenta todo lo que puedas, Eli. Ayudará a organizar tus ideas.

—¡Despertaste! ¡Estás despierta! —Recuerdo que el adolescente se acercó a mi cama con total confianza, como si fuésemos familia o algo parecido, pero no estoy segura cuándo ocurrió esto. No puedo estar segura de nada.

—No... no me toques —titubeé. Me di cuenta que era la primera vez que oía mi voz, y decidí que mi voz no me gustaba. Además, mi garganta escocía... ¿Hacía cuánto que no hablaba?

—Eli —me llamó el chico, decepcionado. No pude evitar un calor en el pecho luego de oír el dulce tono que usaba al decir mi nombre.

Sus ojos parecían los de un cachorrito al que habían arrojado a la calle en un día lluvioso.

—Soy yo, Zack. —Acercó su mano.

Di un respingo, pero no pude moverme, acaso siquiera me sacudí. 

¿Quién se creía que era? Ya no me parecía tan enternecedor.

—¡No me toques! —le exigí—. Yo no sé quién eres tú.

Mi revelación pareció llevarse el bronceado de aquel chico, dejando en su lugar un rostro blanco, como un alma que vaga por el Purgatorio. Su estupefacción mutó poco a poco a una notoria tristeza. 

—Soy tu novio. ¿No te acuerdas de mí? Mi nombre es Zack.

—¿Novio? —repetí desconfiada.

Tal vez me podía ayudar a recordar, si era mi novio como aseguraba. O, tal vez, me había mentido y era un maldito-violador-asesino-en-serie que quería ahogarme con una almohada. Las posibilidades eran infinitas.

Tengo un talento innato para llegar a conclusiones verdaderamente irracionales sin el más mínimo respaldo de argumentos. De verdad que necesito una nueva dosis de antipsicóticos.

¿En qué iba? ¡Ah, sí!

—Te amo —me dijo, intentando mitigar mi escepticismo. ¿Fue ese mismo día u otro, o quizá nunca salió de sus labios y estoy alterando mis propios recuerdos.

Recuerdo que me quedé callada, perdida en la inmensidad de mis pensamientos. No le correspondí, pero no me presionó. Me di cuenta que tenía unas profundas ganas de que le contestara, aunque fuera una sonrisa. Pensé que en realidad sí era mi novio, porque de lo contrario, su rostro, sus facciones, su voz..., todo en él me habría resultado distinto, nuevo. Y no lo era. Su presencia era como hallar una vieja fotografía de la infancia que había olvidado por completo; y que, al contemplarla, la nostalgia del recuerdo me azotara de golpe.

—¿Cómo sé que no eres un asesino en serie? —le pregunté.

Eso le arrancó una sonrisa. Era fácil hacerlo sonreír, lo recuerdo bien.

—No lo sabes, pero, hipotéticamente hablando, si lo fuera, ¿me darías una oportunidad? —me respondió.

Cerré los ojos. ¿Me habré dormido luego de eso?

—Necesito espacio, por favor —le pedí. 

—Lo entiendo. Haré todo lo que me pidas.

—Respóndeme una cosa. ¿Cómo llegué aquí? —quise saber—. Quiero decir, ¿me ocurrió un accidente o algo?

Tenía otras preguntas revoloteando alrededor de mi cabeza, pero, sin duda, esa cautivaba la mayor parte de mi interés.

Zack pareció apunto de desmayarse. Como si hubiera temido por esa pregunta desde siempre. O por su respuesta. ¿Que acaso me había metido en la mafia rusa o algo?

—Me salvaste la vida —confesó avergonzado.

Juro que pude ver su corazón abrirse y volver a sangrar.

¿Qué te hace creer que eso es un recuerdo? 

No estoy segura si lo es, pero sí entiendo que no todo lo que recuerdo en verdad pasó. Estaría mintiendo si digo que en cuanto me desperté pude sentarme, hablar y encontrarme con mi novio. Es demasiado sincronizado, inverosímil, fantasioso. Puedo darme cuenta de eso.

No hay que creer todo lo que la televisión muestra. Sí, es cierto que habría sido muy lindo despertar del coma y que el amor de mi vida me recibiera, pero no fue así cómo pasó. Sé que pasaron días desde que di señales motoras hasta el momento que acabo de contar. 

Si bien todo es un caos en mi cabeza, confío en lo que me dijeron mis amigos. Ellos venían a diario a ver cómo progresaba, hasta que, un día, y luego de mucha terapia, pude hablar. Comencé pestañeando. A veces mis dedos se movían..., fue un proceso paulatino, aunque rápido en comparación con otros casos en los que los pacientes pasan así durante meses. 

No recuerdo mucho de las visitas de mis amigos, pero sí de una en particular, cuando ya estaba consciente, y vinieron todos ellos a saludarme. Mi segunda familia. Recuerdo que no quise que Zack estuviera allí. Siempre me insistía demasiado, me amaba más de lo que podía ofrecerle. 

Esperé su llegada con gran incertidumbre, como la sensación exitante que se logra en la cúspide de la montaña rusa, justo antes de que esta descienda y haga saltar tu corazón.

Recuerdo que, cuando me dijeron quiénes vendrían, asocié el nombre de Kevin a un tipo bajo y risueño. También me pregunté por las dos chicas que me mencionaron. ¿Serían amables, o intimidarían mi espacio personal igual que Zack? Sé no estaba siendo empática con Zack. Él era un buen chico, eso estaba claro. Pero me sentía presionada, casi obligada a quererlo con la misma intensidad que él. Y no era mi culpa no recordar nada.

¿Cómo iba a amar a ese dulce chico, si no sabía nada de él?

Sin embargo, lo que más me carcomía, era saber cómo lo había salvado. Seguramente lo había amado mucho. ¿Volvería a sentir lo mismo por él? Si él me había dicho la verdad, que sacrifiqué vida por la de Zack, el sentimiento no podía irse tan deprisa, ¿cierto? Lo amaba. Lo hice en algún momento de mi vida.

Cuando sentí la puerta abrirse, tomé posición de ovillo y me tapé hasta la nariz con la manta. Al instante recordé que se trataba de mis amigos que habían quedado de venir. Tenía que dejar de actuar como una loca paranoica. Lo que es curioso, porque, de hecho, lo soy. 

Es por eso que estoy aquí con usted, ¿no?

—¡Pero si es la bella durmiente! ¡Te extrañamos muchísimo Eli!

Parecía que solo me rodeaba gente bonita. La portadora de aquella voz era una hermosa adolescente; delgada, pero curvilínea. Su cabello era rubio, y sus ojos, celestes, como el cielo en primavera. Noté que llevaba maquillaje. Rozaba la línea entre lo provocativo y lo elegante. Parecía entender sobre moda.

—Hola —fue todo lo que dije.

—Eli, no sabes toda la mierda que tuvimos que pasar sin ti —dijo una voz muy masculina. Grave y áspera.

Un chico (debía ser Kevin), me estaba sonriendo de oreja a oreja. Reparé en lo atractivo que era, y ahí fue cuando concluí que solo me rodeaba gente bien parecida. Tenía el cabello castaño y los ojos grises, y una actitud relajada que le envidié. Llevaba puestos unos vaqueros simples. Me fijé en un pequeño arito que tenía en la oreja izquierda y, sobre esta, guardaba un cigarrillo.

Así que, en resumidas cuentas, mi círculo de amistades consistía en un acosador con un físico irreal, una rubia que vestía como modelo y un chico que bien podría fundar una empresa de modelaje junto con mi supuesto nuevo. 

Me pregunté si siempre había sido de pensamientos tan superficiales. 

—Hola, tú debes ser Kevin —lo saludé con una sonrisa.

La chica se decepcionó.

—No es justo. —Se dirigió al chico—: ¿Por qué ella se acuerda de ti?

—Porque soy mejor —propuso. 

Ah, Kevin, siendo tan idiota como siempre.

—Zack me lo dijo —expliqué, aunque en realidad, no recuerdo cómo supe sus nombres.

—Oh, increíble. ¿Y no te habló de mí? Vaya hijo de puta.

Tragué saliva. Esa chica se veía amenazante, la clase de persona con la que no debías enemistarte. Agradecí que fuera de mi bando, pero entonces me pregunté si yo era como ella. No conocía mi personalidad, no sabía qué me gustaba hacer. ¿Y si en mi tiempo libre me drogaba y asaltaba bancos?, ¿y si intimidaba abuelitas?

—Creí que eran dos mujeres —comenté, dándome cuenta por primera vez que solo estaba ella.

La puerta se abrió, no sé si en ese mismo momento. Una chica con una dulce sonrisa entró serenamente. Se parecía a Amy lo suficiente como para concluir que eran hermanas, o al menos, parientes. 

—Eli, no sabes la alegría que me provoca verte despierta —me dijo con una voz tranquila, dulce y plácida, para nada como la de Amy.

Las chicas se parecían en los aspectos más básicos: cabello, ojos y tipo de cuerpo. Sus bellezas, sin embargo, eran distintas. Mientras que Amy era lo que bien se conoce como femme fatale, la otra chica me hacía acordar a una fina muñeca de porcelana, que podía quebrarse si no tenías cuidado. Además, era unos centímetros más baja que Amy. 

—Hola. ¿Podrías decirme tu nombre?

La chica compartió una mirada con sus amigos.

—Tenían razón, no recuerdas nada. —Hizo una pausa—. Soy Sasha, supongo que Amy ya se presentó. Somos mellizas. Lamento la tardanza, estaba haciendo un trabajo para la escuela con un amigo y tomó más tiempo de lo que creía.

—¿Estabas con Bruno, no? —preguntó Kevin irritado. 

¿Al chico del cigarro y actitud desafiante le gustaba la estudiante aplicada? Qué trillado; esa relación jamás pasaría en la vida real.

—Sí —le respondió Sasha—. A él también le interesa tener buenas calificaciones, por si no sabías.

Noté una fuerte tensión entre ambos, pero preferí no decir nada. A pesar de que eran mis amigos, y tenía todo el derecho de hablar con ellos, no los conocía.

Amy chasqueó la lengua.

—Muy bien, par de idiotas. Estamos aquí por nuestra amiga. Ahórrense sus discusiones para después. Cuéntame todo, cariño. Dudas, quejas y sugerencias.

—Amigos no reembolsables. Lo que tienes es lo que hay —agregó Kevin.

—Paren —ordenó Sasha—. Acaba de despertar de un coma. Y no recuerda. A ninguno de nosotros. Lo que ella quiere es tiempo, privacidad y paciencia, ¿no es así? —me dijo con una tierna sonrisa. Me alegré al darme cuenta que esa chica era la voz de la razón en el grupo.

Le asentí.

—Gracias, Zack por poco se me lanza encima.

—Bueno, quedó sin novia por casi cuatro meses —se burló Kevin—. Debes comprender al pobre.

—Sí, y él tiene que entender que no lo recuerdo. Alguien dígaselo. Necesito tiempo. Si él creía que me iba a lanzar a besarlo está muy equivocado.

Amy me contempló con curiosidad; Kevin alzó sus cejas; Sasha pareció algo consternada. ¿Había dicho algo malo?

—¿Qué? —demandé.

—Nada. Es solo que... tú nunca habías hablado así sobre Zack —musitó Sasha.

—¿Así cómo?

—Como si te cayera mal. O estuvieras enojada con él —aclaró Kevin—. Ustedes nunca... han peleado. Y lo que acabas de decir... Diablos.—Miró a Amy y a Sasha. Los tres tenían rostros decepcionados.

—Es que yo no sé nada sobre él. Me refiero a que no pueden esperar a que sea su novia, si no lo recuerdo —expliqué a los chicos—. Sé que lo quise muchísimo. Sé que puedo volver a amarlo, pero a mi ritmo.

—Te extrañamos mucho, Eli —respondió Kevin—. Y Zack también. Haremos todo lo posible para que todo vuelva a ser como antes. —Me dio un beso en la cabeza

—Bienvenida —dijo Sasha.

—Me alegro de volver —respondí con absoluta sinceridad.

Y, poco tiempo después, pude retornar a casa, en donde continué con la terapia hasta que fui capaz de caminar por mi cuenta. ¿Cuánto tiempo tardé en conseguirlo? ¿Días, semanas, meses desde que abrí los ojos por primera vez?

¿Fue entonces que comenzaron a llegar los mensajes?

Creo que sí. Recuerdo la primera impresión que me causó ese misterioso trozo de papel colgado del collar de mi gato. En ese momento no tenía idea en lo que me estaba metiendo.

¿Y si no lo hubiera leído?

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