Capítulo 5
Capítulo 5
Thomas Murray siempre había sido una persona muy peculiar. Dotado de una mente perceptiva y sorprendentemente sensible para la ciencia, el nifeliano había logrado ascender con rapidez desde la más baja capa de la sociedad hasta el lugar que en aquel entonces ostentaba. Un lugar que muchos envidiaban, pero al que muy pocos podían aspirar.
Un lugar que tan solo alguien como él, alguien con esa extraña y compleja mente, podía sobrellevar.
Desde que le conociese hacía ya dieciocho años, Aidur había creído ver en aquel peculiar muchachito de cabello rubio y piel sonrosada llena de pecas a un buen compañero de viaje, pero no a un amigo. El término, al menos para el caso de Thomas, no era del todo adecuado para describir su relación puesto que, en el fondo, Murray únicamente tenía un motivo por el que vivir. Y ni Aidur ni ningún hombre eran aquel motivo.
La ciencia, su auténtica y única pasión, era lo único que le llenaba. Van Kessel siempre lo había sospechado, pero no había sido hasta entonces que, al fin, lo había logrado ver con absoluta claridad. A aquel hombre no le importaba que el lugar que le había visto crecer durante las primeras semanas hubiese sido herido de muerte; tampoco que sus habitantes hubiesen desaparecido o que no hubiese ni rastro de su padre. Nada de aquello importaba mientras hubiese una posible explicación científica.
Thomas, simple y llanamente, era así. Y precisamente por ello era tan bueno.
Demasiado bueno incluso.
—Puede que estén escondidos en algún lugar —reflexionó Aidur mientras iluminaba con su linterna los paneles de control ahora abandonados de la torre de comunicaciones. Justo debajo de una de las pantallas holográficas que pendían de la pared había colgado un calendario picante con todos los días tachados a excepción del actual—. Quizás el registro de un posible fallo en el sistema haya provocado que abandonasen la localidad.
—Cabe la posibilidad, sí... —respondió Thomas con la mirada fija en la pantalla de su consola portátil. Tras realizar un análisis inicial de las condiciones atmosféricas de la zona, Murray estaba estudiando y comparando los resultados con los últimos datos guardados en la memoria virtual de la localidad—. Si pudiésemos devolver la energía a la torre quizás podríamos saber algo más. Las mediciones de mis sensores portátiles no son todo lo detalladas que necesitaría.
—No parece haber habido ningún fallo a nivel estructural, por lo que imagino que se podrá recuperar. Daniela ha enviado el mapa de la torre; revísalo y encárgate de devolver el suministro a la zona. Yo voy a dar una vuelta; me cuesta creer que no haya nadie. ¿Debo tener algo en cuenta?
Thomas alzó momentáneamente la vista de la pantalla, alerta. A la luz de ésta, tanto su cabello rubio como su fino bigote tenían una tonalidad azulada.
—Ten cuidado con los escapes de gas, Aidur —advirtió con severidad—. No te quites la máscara bajo ningún concepto. Conozco su composición química y te aseguro que no te arreglarían precisamente la mala cara. Al contrario. Dependiendo de las cantidades puede llegar a ser incluso mortal.
Van Kessel salió del edificio con paso ligero, iluminando siempre con el haz de luz cuanto le rodeaba. Encerrado en el interior de aquella estrecha y pestilente mina, el Parente se sentía oprimido. Kandem era un lugar realmente espeluznante. Lo ocurrido allí, sin embargo, era tan sorprendente que no sabía ni por dónde empezar.
Tras dejar atrás la alta torre de comunicaciones, Aidur se adentró en el poblado de chabolas que la rodeaban. En otros tiempos, aquella fría explanada había estado llena de mendigos delirantes tirados entre los harapos y escombros que conformaban sus casas, bidones en llamas y alimañas. Ahora, sin embargo, no quedaba rastro alguno de ninguno de ellos. Los bidones estaban apagados, las casuchas vacías y las alimañas, antes enormes de tanto alimentarse de cadáveres, ausentes.
Aidur comprobó unos cuantos habitáculos antes de seguir su camino hacia las estructuras colgantes de las paredes. En la mayoría de ellas el desorden era tal que era imposible reconocer algo de utilidad: cartones, plásticos y basura se amontonaban por igual por todos los rincones. Basura. Sin embargo, en una de ellas, la última antes de dejar la zona, encontró lo que parecía ser un biberón a medio beber encima de una mesa. Aidur lo tomó con las manos enguantadas, vertió parte del contenido sobre la mesa y lo olió.
La leche aún no se había agriado.
En los edificios colgantes encontró también otras evidencias que, lejos de despejar sus dudas, despertaron aún más preguntas en él. En un baño, el más limpio que había localizado hasta entonces por la zona, encontró una bañera llena y ropa esparcida por el suelo, como si alguien se hubiese estado bañando. En el salón de otra vivienda, sin embargo, encontró la mesa a medio poner. Encontró libros abiertos tirados sobre camas deshechas, comida a medio preparar sobre las cocinas portátiles y bocetos a medio acabar sobre las mesas. Juguetes rotos en el suelo, cartas a medio escribir y puertas abiertas.
Encontró mil y un indicios de vida en Kandem, pero no a sus habitantes.
Era como si, de algún modo, se hubiesen evaporado.
Inquieto ante sus descubrimientos, Aidur salió de nuevo al exterior y se aproximó a los accesos de las minas. La puerta que sellaba la entrada no parecía haber sido tocada en mucho tiempo; e pendía como el primer día en sus goznes, siempre con el aspecto de estar a punto de caerse. Aidur se acercó con cuidado, esquivando las vías de las vagonetas que en otros tiempos habían comunicado las dos secciones, y se detuvo frente a esta. Alguien había pintado en rojo sobre su superficie la frase "Nadie os oye".
Van Kessel leyó un par de veces la frase antes de abrir la puerta. El peso del tiempo y el abandono había oxidado la estructura, provocando que esta chirriara estrepitosamente al abrirse. Por suerte ni tan siquiera la acumulación de escombros que aguardaba al otro extremo del umbral pudo detenerle. Aidur apoyó ambas manos sobre la superficie oxidada y, empleando toda la fuerza y el empeño que era capaz de reunir, la empujó hasta abrir una brecha. Inmediatamente después, con el arma en una mano y la linterna en la otra, se coló al otro lado de la galería.
Lo primero que Van Kessel percibió fue el hedor. Nada más cruzar la puerta, una fuerte bocanada de aire purulento chocó violentamente contra los filtros de la máscara respiratoria, provocando que estos empezasen a trabajar al máximo de rendimiento. Seguidamente, superado el golpe de aire, Aidur percibió la oscuridad. En el interior de la galería la oscuridad era tan intensa que incluso parecía capaz de devorar el brillo apagado de la linterna.
Finalmente, descubrió el silencio.
Siguiendo los rieles de las vagonetas, Aidur se adentró en la explotación minera. A diferencia de la sección anterior, la cual había sido explotada hasta acabar convertida en una gran estancia vacía, ésta aún albergaba la forma habitual de las minas. En ella se podían percibir los túneles excavados en la piedra, las escaleras que unían los distintos niveles y las intersecciones. Incluso aún había material de trabajo diseminado por el suelo: palas, picos, taladradoras...
Paso a paso, agudizando el oído, Aidur se fue adentrando en el túnel principal de la mina. De vez en cuando, procedente de los rincones más variopintos del lugar, una bocanada de gas rompía el silencio. El mismo gas por el que, finalmente, había sido cerrada la mina.
Se preguntó cuánto pasaría antes de que decidiesen retomar las tareas de explotación. Aunque un humano no pudiese soportar las condiciones, los androides podían hacer perfectamente el trabajo. De hecho, en parte, aquel era el motivo por el cual el centro de las investigaciones de Tempestad en Mercurio tenía como objetivo la mejora del ser humano. Cuanto más eficientes fueran los obreros, más lejos podrían llegar y menos tendrían que depender de los androides.
Paso a paso, Aidur fue hundiéndose más y más en la oscuridad de las minas. Realmente, llegado a aquel punto, el Parente no sabía qué era lo que estaba buscando, pues no había indicio alguno de que los habitantes de Kandem se ocultasen allí, pero había algo que le atraía. Era una especie de canto de sirena que, metro a metro, le iba arrastrando más y más al interior de la piedra. De hecho, tal era la atracción que, veinte minutos después de atravesar el umbral, Aidur ya había alcanzado la primera gran galería de almacenaje. Atravesó la puerta doble de metal que separaba los túneles de la amplia sala y se adentró en su cavernoso interior. Allí, diseminados a lo largo y ancho de toda la estancia, decenas de cajas abandonadas almacenaban viejos recuerdos de los mineros que, años atrás, habían entregado sus mejores años a la causa.
Aidur abrió una de las cajas para comprobar que en su interior ya no quedaba nada de valor. Lo que en otros tiempos seguramente había sido algún tipo de recurso o suministro, ahora no era más que polvo y suciedad. Volcó un par de bidones, con el mismo resultado, y empezó a deambular por la zona sin rumbo fijo.
Hacía ya demasiado tiempo que nadie visitaba aquel lugar.
Finalizada la inspección de las cajas, Aidur enfocó el halo de luz hacia las paredes. Éstas, lisas y negras como el resto de la mina, revelaban inscripciones de los antiguos trabajadores hechas a cincel. En algunas se podían leer los cánticos propios de los mineros; en otras los nombres de los caídos. También habían algunos dibujos de lo que parecían ser gatos, todos ellos muy sencillos, y símbolos cuyo significado le resultaban desconocidos.
—Interesante —exclamó Aidur mientras observaba con atención las inscripciones. Resultaba enigmático ver como los trabajadores retrataban a animales de otros planetas.
Interesado por las figuras felinas, el Parente fue siguiendo sus imágenes hasta alcanzar la entrada a uno de los túneles. Allí, alzándose con cuerpo humano hasta la cintura, dos grandes estatuas con torso y cabeza de gato de hierro fundido custodiaban la entrada. Aidur inspeccionó sus rostros, perplejo ante la visión, e iluminó el interior del túnel.
Inmediatamente después, sintiendo un fuerte golpe en el pecho al acelerársele el corazón, cubrió el haz de luz con la mano. Procedente del interior del túnel le había parecido escuchar algo. Algo que le hizo retroceder un par de pasos. Aidur agudizó el oído, obligándose a sí mismo a mantener la respiración, y aguardó unos segundos, a la espera de volver a escuchar el sonido. Transcurrido medio minuto, volvió a oírlo.
Pasos; voces.
Golpes.
El corazón de Van Kessel empezó a latir con fuerza. El Parente apagó la linterna, consciente de que a partir de ahí sería un problema llevarla, y se adentró en el túnel. A lado y lado de este, grabadas en la pared, figuras medio humanas medio felinas surgían de la piedra en forma de estatua. Sus garras, todas ellas acabadas en afiladas uñas, se extendían hacia el túnel como si intentaran atrapar a los visitantes.
Una a una, Aidur fue esquivándolas, contoneando el cuerpo a su alrededor para evitar el roce de la piedra. A oscuras el avance era complejo, pues el suelo no era liso, pero poco a poco, con cada metro que recorría, el nivel de luminiscencia iba aumentando ligeramente.
Van Kessel siguió avanzando hasta, al fin, escuchar los golpes, las voces y los pasos con terrorífica claridad. El hombre se agazapó, consciente de que la luz ya era suficiente como para poder ser visto, y se arrastró por el suelo a lo largo de la pequeña pendiente que describía el túnel hasta alcanzar la entrada a una galería. Una gran galería en cuyo interior, sumergidas en una mezcla de sombras y luz, había decenas de figuras.
Unas figuras que bajo ningún concepto podían ser humanas.
Boquiabierto, Aidur se incorporó, olvidándose por completo de su cobertura. Ante él, danzando al ritmo de las llamas que iluminaban la sala en forma de antorchas, decenas de grotescos seres como los que había ido viendo a lo largo del túnel grababan terroríficas imágenes de seres imposibles en las paredes. Los seres eran altos, de casi dos metros y medio de altura, esbeltos y sorprendentemente brillantes, como si su pelaje fuera de plata. Disponían de piernas humanas, o al menos eso parecía en la distancia, pero de cintura para arriba eran totalmente felinos. Sus manos, garras de aspecto metálico, sujetaban el cincel y el martillo con una destreza pasmosa. Y sus rostros... ¿qué decir de sus rostros?
Aidur creía poder perderse en aquellos diabólicos rostros de expresión gélida.
Anonadado ante la visión, Van Kessel decidió quitarse la máscara para poder comprobar con sus propios ojos lo que aguardaba en el interior de la galería. Aquellos monstruos, pues no podían tener otro nombre, trabajaban pacientemente la piedra, al margen de cuanto les rodeaba. Se movían por las paredes con gracilidad, empleando las cuatro extremidades para ello, mientras emitían extraños pitidos a través de los cuales parecían comunicarse.
Pitidos, no maullidos ni palabras.
Era realmente extraño. Muy extraño.
Por un instante, Aidur se preguntó si se estaría volviendo loco. Aquellas grotescas figuras que tenía ante los ojos no podían ser producto de la realidad. En algún momento durante el viaje debía haberse dado un golpe, y estaba siendo víctima de una pesadilla.
No podía tener otra explicación.
Lamentablemente, ya fuese cierta o no su teoría, Aidur no tuvo tiempo para comprobarlo. Uno de los seres giró sobre sí mismo, alertado por el sonido que habían provocado sus botas al pisar la gravilla intentando adelantarse unos pasos, y giró sus ojos de hierro fundido en él. Inmediatamente después, emitiendo un ensordecedor pitido, advirtió al resto de sus compañeros de su presencia, los cuales, décimas de segundo después, ya le estaban mirando fijamente.
Aidur dio un paso atrás, sintiendo el miedo ascender por su garganta, y empezó a correr. Acto seguido, el sonido de decenas de pies descalzos al impactar en el suelo le advirtieron de que sus perseguidores avanzaban a cuatro patas.
Cuatro rapidísimas patas que le estaban recortando la distancia.
El mundo a su alrededor empezó a enloquecer al adentrarse de regreso a los sombríos túneles de la mina. Aturdido por el estruendoso ruido de los pasos y los gritos de los seres, Aidur avanzaba a trompicones, chocando y tropezando continuamente con la piedra a causa de la oscuridad.
De repente, todo cuanto le rodeaba empezó a temblar. Aidur aceleró el paso, sintiendo como miles de ojos felinos se abrían en la piedra de las paredes para observarle. Podía sentir a sus perseguidores cada vez más cerca, prácticamente rozándole la espalda, pero sin llegar a alcanzarle. Sus zarpas únicamente dibujaban cortes en su abrigo de plumas negras.
Alcanzada la galería donde había hallado los primeros grabados, Aidur se desprendió del abrigo ya destrozado y de la máscara, la cual llevaba desde que se la quitase en la mano, y aceleró aún más el paso. Hacía años que no corría tanto. Tantos que, quizás a causa de la pérdida de forma, apenas era capaz de pensar en lo que estaba sucediendo. Aidur únicamente oía gritos y golpes, veía el mundo girar sobre sí mismo y, de una forma salvajemente irracional, sentía miedo.
Un miedo atroz gracias al cual, incluso ardiéndole los músculos como si estuviesen a punto de rompérsele, no paró de correr. Van Kessel recorrió el túnel de regreso a gran velocidad y no se detuvo hasta alcanzar la puerta que separaba las dos secciones. La cruzó a grandes zancadas, dejando escapar un grito de pura adrenalina al cruzar el umbral, e inmediatamente después se abalanzó sobre esta, para cerrarla.
Decenas de cuerpos se estrellaron contra la puerta al hallarla cerrada.
—¡¡Thomas!! ¡¡Thomas!! —gritó Aidur mientras se mantenía de espaldas a la puerta, clavados los pies en el suelo, para intentar evitar que los seres entrasen—. ¡¡Thomas, por tu alma!! ¡¡Thomas!!
El hasta entonces silencio reinante de Kandem le respondió en forma de una repentina explosión de luz. Todas las casuchas, ya fuesen nuevas o viejas, la torre de comunicaciones y los edificios colgantes se encendieron de repente, cegando momentáneamente a Aidur.
—¡¡Thomas!!
Alzó la mano en un intento desesperado por cubrirse de la luz, pero el destello de éste era tan potente y la presión de la puerta tan fuerte que, finalmente, Van Kessel acabó cayendo al suelo, derrotado. La puerta tras de sí se volvió a abrir, emitiendo un potente rugido al chirriar los goznes, y procedente de las minas surgió una gran sombra negra en forma de bandada de pájaros que, rápidamente, cayó sobre él. Aidur trató de defenderse con manos y pies, disparando incluso en varias ocasiones la pistola, pero las alas de los pájaros le golpeaban sin cesar la cara. Las plumas se le metían en la boca, impidiéndole gritar y respirar, mientras que las alas, fuertes como hojas de metal, le golpeaban una y otra vez el cuerpo y la garganta, imposibilitándole así la visión. Los ojos se le llenaron de lágrimas, la boca de sangre y la mente, su brillante mente, de extraños destellos y gritos; cuervos y felinos: de monstruos.
Finalmente, la sombra lo devoró.
Ya amanecía en la Fortaleza cuando al fin las puertas se abrieron. A la cabeza de la comitiva, tal y como había prometido, se encontraba el Parente Adam Anderson, todo seguridad y determinación. En su rostro, hasta entonces siempre amable, no había rastro de sonrisa alguna. Al contrario. Tras él, escoltando la camilla gravitatoria y ocultándola con sus propios cuerpos, estaba parte de su equipo, cuatro hombres cuyos nombres en aquel entonces no recordaba. Además estaba también Kaine Merian, visiblemente preocupado, Varick Schmidt y Thomas Murray, cuyo rostro evidenciaba la gravedad de la situación.
Ansiosa, Daniela acudió al encuentro de los hombres con rapidez, deseosa de poder ver el estado del Parente, el cual, cubierto por una sábana, viajaba sobre la camilla gravitatoria. La última noticia que tenía sobre él era que estaba en estado crítico por lo que el nerviosismo la carcomía. Sin embargo, a pesar de la necesidad imperiosa de comprobar que al menos respiraba, Adam no dejó que se acercara. El Parente le bloqueó el paso al verla acercarse tomándola por la cintura, como si de una niña se tratase, y ordenó a Teresse, su asistente, que se encargase de ella. Una vez firmemente sujeta por el brazo, Adam volvió junto a la comitiva, la cual, guiada por Kaine, se encaminaba hacia el laboratorio.
—¿Cómo está? —preguntó Daniela con nerviosismo, tratando de zafarse de las manos de Teresse—. ¡Por tu vida, Murray! ¡Dime como está!
A pesar de su insistencia, Thomas no volvió la mirada hacia la asistente. Demasiado concentrado en lo que tenía entre manos, que no era poco, Murray ni tan siquiera la había escuchado. Había demasiado en juego. Así pues, sin volver la vista atrás, el científico siguió a la comitiva hasta perderse por uno de los pasillos, camino al laboratorio.
Ya a solas en el recibidor, tras lograr evitar que la asistente de Van Kessel saliese corriendo tras la comitiva, Teresse soltó a Daniela únicamente para tomarla por los hombros y sacudirla con violencia.
—¡Cálmate! —le ordenó con tono cortante—. No es momento de perder la cabeza.
—¿Cómo está? ¿Qué ha pasado?
—Vivo, que no es poco. Todo apunta a que se ha intoxicado con las emanaciones de gases de las minas. El Parente Anderson y vuestro equipo médico se van a ocupar de él así que tranquilízate. Tenemos mucho trabajo por delante.
—¿Trabajo?
Aún aturdida por lo ocurrido, Daniela guio a Teresse hasta su despacho donde, juntas, empezaron a realizar todos los trámites necesarios para cerrar el acceso a Kandem. El gran misterio que comportaba lo ocurrido en la ciudad nifeliana prometía muchas horas de trabajo, pues tras la primera visita había llegado el momento de empezar a analizar todos los informes que había al respecto, pero por suerte aquello no era algo que la asustase. En aquel entonces, con las palabras que Thomas le había transmitido horas atrás aún demasiado presentes en la memoria, Daniela era incapaz de pensar con claridad.
Por suerte, no estaba sola.
—Has hecho bien avisándonos, Nox —aseguró Teresse antes de tomar asiento junto a ella en el escritorio—. Nuestros Parentes son como hermanos. Grandes amigos desde hace años.
—Me ha hablado de ello en muchas ocasiones. Aidur ve a Adam como un hermano.
—Precisamente porque el sentimiento es mutuo hemos acudido tan rápido. ¿Sabes? No acostumbro a inmiscuirme en temas que no van conmigo, pero dadas las circunstancias permíteme que te dé un consejo: convence a tu Parente para que consiga una nave de transporte rápido. Lo de moverse a través de la red ferroviaria es muy romántico, pero poco útil en este tipo de circunstancias. De no ser por nuestra nave a estas alturas es probable que tu Parente ya estuviese muerto.
Daniela asintió. No era la primera vez que surgía aquel tema; ni muchísimo menos. Bajo su óptica, la necesidad de tener una nave a su servicio era evidente. Como Parente, teniendo en cuenta los riesgos que vivía a diario, aunque la normativa planetaria dictase lo contrario, el lujo se convertía en necesidad.
—Lo sé; es algo que ya hemos tratado en varias ocasiones, pero...
—No debes tratar el tema —interrumpió Teresse—, debes convencerle de ello. Tu deber es asegurarte de su bienestar, y moviéndose de aquí para allá en tren no lo vas a conseguir. Van Kessel es complicado, lo sé, pero no estúpido. Convéncele de que no es un privilegio, es una necesidad, y no se negará. Además, tienes el ejemplo de las armas. ¿Por qué lleva pistola si están prohibidas? La situación es la misma; gánatelo por ahí. Y ahora calma; hay que seguir el protocolo. Conoces los pasos a seguir así que empieza; el tiempo vuela. No le des motivos a Van Kessel para estar más cabreado con el mundo de lo que ya estará cuando despierte.
Nox sonrió, agradecida. A pesar de la brusquedad que a veces las palabras de Teresse denotaban, sabía que únicamente intentaba ayudarla. De hecho, todo su grupo, con Adam a la cabeza, no había cesado de hacerlo desde el nombramiento de Van Kessel. En ese sentido, eran realmente afortunados. Después de todo, ¿qué otro Parente iba a dejar todo lo que tuviese entre manos en esos momentos para salir en busca de otro?
Rarezas y misticismos aparte, Adam Anderson era un gran hombre.
Aidur tardó casi dieciséis horas en despertar. Durante todo aquel periodo el Parente se vio atrapado en un océano de pesadillas de las cuales, al despertar, no recordaba nada. No obstante, el mal sabor de boca que aquellas imágenes le habían dejado le acompañaría durante los siguientes días, enturbiando todos sus pensamientos.
Según el diagnóstico de los científicos y doctores al cargo de Van Kessel, Aidur había sufrido una intoxicación de categoría Alfa. Al adentrarse en la sección sellada de la mina, la letalidad de los gases había provocado que los filtros de su máscara se saturasen hasta el punto de acabar fundiéndose. Así pues, durante varios minutos, incluso con ella puesta, había estado respirando gases tóxicos. Poco después, al quitársela, el proceso se había acelerado hasta tal punto que, víctima de un ataque cerebral, Aidur había acabado fulminado en el suelo, atormentado por aquello que su cerebro había ideado para él.
El Parente había sufrido una conmoción importante, pero el diagnóstico hablaba de una recuperación lenta aunque total, detalle que le tranquilizaba bastante. Después del susto inicial, la buena noticia había logrado devolver la esperanza a la Fortaleza.
Adam, en cambio, tenía ciertas dudas al respecto, pues según sus propias palabras, aquel tipo de intoxicaciones siempre dejaban secuelas, pero en cualquier caso confiaba en la pronta recuperación de su buen amigo.
—Al menos ahora tus locuras tendrán razón de ser —había exclamado Adam tras informar a Aidur de lo ocurrido durante las últimas horas—. Tómatelo con calma, la medicación que te van a recetar es fuerte así que es posible que pases una temporada un poco descolocado.
—¿Me van a tener sedado?
Adam se encogió de hombros, restándole importancia al detalle. Llegado a aquel punto, aquello era lo de menos.
—Puede que sí, o puede que no, quién sabe, ¿pero qué más da? No te iría mal descansar un poco; tantas expediciones te están consumiendo, Aidur. De todos modos no me iría mal que te pasases una temporada callado; al menos durante la auditoría. ¿Recuerdas que te dije que tus teorías iban a acabar dándote un susto?
—Si hubieses visto lo mismo que yo, Adam...
—No le des importancia. Todo ha sido producto de la intoxicación, nada más. Ahora descansa. Mi equipo y yo nos vamos a ir ya, pero seguiremos en contacto, ¿de acuerdo? Nos vemos pronto.
El Parente Anderson y su equipo abandonaron la Fortaleza varias horas después de su despertar. Con la llegada de los auditores más inminente que nunca, Adam no podía permanecer fuera del Templo más de lo imprescindible. Pronto Jared les haría llamar y, por supuesto, él tendría que estar preparado.
Se jugaba demasiado.
Aidur, aún demasiado convaleciente como para ponerse en pie, permanecería unas cuantas horas más en el laboratorio, acomodado en una de las celdas experimentales, pero tan pronto pudiese ponerse en pie volvería a su celda personal, lugar en el que, ya con todo el material a mano, podría seguir trabajando desde la cama.
Durante los siguientes dos días no permitió que nadie le molestase. Con toda la información sobre lo vivido aún muy reciente, el Parente dedicó todas y cada una de las horas que los fármacos le permitían a transcribir los detalles de lo vivido en las minas. Lógicamente, con cada minuto que pasaba, el recuerdo se volvía más difuso por lo que Aidur intentaba permanecer despierto el máximo de tiempo posible. Incluso tratándose de un sueño, o de una alucinación tal y como aseguraban los médicos, cosa que él dudaba enormemente, el Parente estaba convencido de que toda la información era tremendamente valiosa. Tanto que, una vez finalizado el escrito, Aidur guardó el cuaderno en la funda de la almohada y apoyó la cabeza sobre esta, convencido de que aquel era el único lugar de donde no podrían arrebatárselo. Tan pronto se recuperase, volvería a la mina. Volvería a atravesar aquella puerta y, de una vez por todas, descubriría el gran misterio que durante tantos años había atormentado a Mercurio.
Descubriría quienes eran esos seres... y los sacaría a la luz.
Pero eso sería cuando estuviese mejor, por supuesto; cuando cesase el dolor de cabeza y las heridas que se había auto-infligido sanasen. Hasta entonces, muy a su pesar, tendría que esperar.
Finalmente dejó de resistirse al influjo de Morfeo.
Aidur despertó doce horas después. El sueño le había servido para recuperarse físicamente, pero el dolor de cabeza y los recuerdos de todo lo ocurrido seguían allí, muy presentes, taladrándole la memoria cada vez que intentaba componer algún pensamiento.
Adormecidas las piernas debido a los medicamentos, el Parente se levantó con lentitud, apoyándose en el mobiliario para poder caminar. Se dio una ducha rápida, tomando asiento en la bañera para evitar caer, y a base de masajearse las piernas con agua muy caliente logró recuperar parte de la sensibilidad.
Un rato más tarde, ya vestido adecuadamente y con la cabeza algo más centrada gracias a la ducha, tomó el cuaderno donde había tomado nota de todos sus recuerdos y cambió la celda por su despacho.
—Daniela, vuelvo a estar activo. Pide que me traigan algo de desayunar al despacho—ordenó tras acomodarse en su escritorio y activar en el comunicador interno la línea privada que él y su asistente compartían—. En media hora quiero que me informes del status de Kandem; quiero saber en qué situación se encuentra, todas las noticias que existen al respecto y, por supuesto, el resumen del testimonio de Murray por escrito. Prepara también al equipo para realizar una segunda visita; esta misma tarde partiremos para allí. Por cierto, mándame a Thomas lo antes posible: tengo que hablar con él.
—¿Una segunda expedición tan pronto, Parente? ¿No cree que es demasiado pronto? El equipo médico recomienda que descanse al menos unas cuantas jornadas más.
—Haz lo que te mando —respondió Van Kessel con sencillez, obviando la respuesta de Nox—. Quiero a Thomas aquí en diez minutos, y una vez se vaya él, te quiero a ti con todo el material preparado. ¿Queda claro?
El silencio a modo de respuesta por parte de Nox bastó para que Van Kessel diese por buenas sus peticiones. Al parecer, Daniela tenía tan pocas ganas como él a discutir. No obstante, acostumbrado ya a su insistencia en ponerle trabas a absolutamente todas sus decisiones, Aidur no pudo evitar sentir cierta decepción al no recibir contraataque alguno.
—Perfecto; por cierto, ¿ha habido alguna llamada?
—No, Parente. —El tono de voz de Daniela denotaba cansancio—. No ha llamado nadie, aunque el Parente Anderson y el Maestro me pidieron que le informase de que esperan su llamada en cuanto esté disponible. Ambos están preocupados.
—De acuerdo; lo tengo en cuenta. Por cierto, pide que suban dos tazas con el desayuno, quiero que me acompañes. Me gustaría contarte algo.
Algo más animada ante la invitación, Daniela se despidió con una amplia sonrisa en la cara. Al igual que su Parente, la asistente apenas había logrado conciliar el sueño durante todos aquellos días. Estando Van Kessel como estaba, no se atrevía a quedarse dormida y que Kaine o Varick la despertasen con la noticia de que el Parente había muerto. No podría soportar el haberle fallado. Así pues, había valido la pena el esfuerzo.
Cumpliendo con sus órdenes, Nox se encargó de que los brevísimos plazos estipulados por el Parente se llevasen a cabo con precisión. Ordenó al equipo de cocina que preparase un suculento desayuno con el que devolverle parte de las fuerzas perdidas, recopiló toda la información en la que había estado trabajando aquellos días en una tarjeta de memoria y, finalmente, contactó con Murray y Varick para que cumpliesen sus respectivos cometidos.
Una vez todo organizado, se acomodó en la sala de seguridad frente a las pantallas holográficas en las que visionaba el corredor que daba al despacho de Van Kessel para, llegado el momento, acudir a su encuentro.
Puntual como pocas veces, Thomas Murray entró en el despacho del Parente cinco minutos después de que éste le convocase, cumpliendo así sorprendentemente con su petición por primera o segunda vez en su vida. Saludó a Van Kessel con una amable sonrisa que denotaba cansancio, pues había estado muy ocupado estudiando sus diagnósticos, y tomó asiento frente a él, al otro lado del escritorio.
Depositó los informes en la mesa, entre ambos.
—Llevo días estudiando tus resultados, Aidur. La intoxicación ha afectado profundamente a varias partes de tu cerebro y al sistema nervioso central, pero creo que si sigues el tratamiento a rajatabla y descansas, podrás estar en plena forma en solo dos semanas. Te advierto que la alimentación también es importante por lo que vamos a tener que modificar tu dieta.
Pálido como un cirio y con un aspecto tan malo o incluso peor que el que había mostrado al despertar, Van Kessel alzó la mano en señal de silencio. Aunque agradecía sus esfuerzos por mantenerle informado sobre su estado de salud, no era sobre ello de lo que quería hablar.
Ni muchísimo menos.
—¿Has informado a Daniela sobre todo esto, verdad?
—Desde luego. Todo el equipo ha sido informado sobre tu situación por lo que, entre todos, vamos a trabajar para que te mejores lo antes posible. Sé lo poco que te gusta tener que permanecer en la Fortaleza, pero me temo que, por esta vez, es necesario. Ayer me reuní con Varick y con Kaine y discutimos al respecto. Nosotros podemos encargarnos de seguir con las investigaciones de Kandem. Si estás de acuerdo, por supuesto, la decisión es siempre tuya. Tú puedes ir revisando toda la información desde aquí. Además, estamos preparando un sistema de grabación a través del cual puedes ir visionando a tiempo real todo lo que sucede. Es decir, en cierto modo, sin necesidad de estar allí, podrás monitorizar todos nuestros movimientos. Lógicamente no será lo mismo que estar en persona, pero algo es algo. Una vez te recuperes, podrás ir sin problemas.
—Interesante... —Aidur entrelazó las manos sobre la mesa, adoptando una gélida expresión en el semblante que evidenciaba aún más las ojeras que envolvían sus ojos oscuros—. Veo que has estado trabajando muy duro estos días; me alegra escucharlo. Tanto Daniela como Adam se han encargado de informarme de que si sigo vivo es gracias a ti, y quería darte las gracias por ello. Gracias, Thom.
Aidur extendió la mano sobre la mesa a modo de ofrecimiento, pero Thomas no se la estrechó. Había algo en la mirada del Parente que le impedía poder creer en sus palabras; algo que el advertía de que algo iba mal.
Muy mal.
Lo mismo que, en el fondo, le había hecho acudir puntual a su encuentro, trabajar durante todas aquellas horas como un descosido y, en general, permanecer a su lado desde que le viese caer en Kandem.
Thomas apartó la mirada, sintiéndose incapaz de enfrentarse a los ojos de Van Kessel. El científico tenía alguna que otra sospecha sobre lo que podría estar a punto de ocurrir y bajo ningún concepto quería vivirlo. No después de lo de Kandem.
No era el momento.
—Aidur, sé que no debería haberlo hecho, pero...
—Pero lo hiciste. No deberías haberlo hecho y, sin embargo, lo hiciste. —Van Kessel se reclinó sobre la butaca, juntando ahora las manos sobre el regazo—. Trabajas bien, Thom. Siempre supe que eras muy bueno en tu campo. De hecho, sé que hay quien piensa que te permití unirte al equipo únicamente por la relación que nos unía desde niños. Habladurías hay siempre, ya lo sabes. Estupideces. Lo cierto es que lo hice porque sabía que eras el mejor, y no me equivoqué.
—Bueno, en realidad...
—No me interrumpas. —El Parente volvió a alzar la mano, esta vez, con mayor severidad—. Tienes una mente privilegiada; para según qué cosas eres un tanto holgazán, no nos vamos a engañar, y padeces algún que otro déficit de atención, pero eso no es algo nuevo para mí. Nos conocemos desde hace dieciocho años y, por supuesto, sé tanto sobre tus debilidades como tú de las mías. ¿Estamos de acuerdo?
Thomas asintió, confuso. Probablemente lo que estaba presenciando era una especie de revelación producto de los fármacos. Según él mismo había podido comprobar, durante los siguientes días el Parente iba a sufrir desequilibrios mentales importantes. No obstante, incluso así, le resultaba extraño ver a su compañero pronunciar aquellas palabras. Y no solo por la expresión con la que lo hacía, pues a la luz de la pantalla de su terminal, el Parente parecía más una estatua que un hombre, sino por la carga emocional que comportaban. Aidur jamás se había molestado en felicitarle por su trabajo. De hecho, nunca le había felicitado, ni el día de su boda.
Absolutamente nunca.
Precisamente por ello, por aquel cambio de talante, Thomas no sabía cómo reaccionar. Aidur estaba molesto por la visita a Tanith, de eso no cabía duda, pero llegado a aquel punto desconocía cual iba a ser su reacción final. ¿Iba a gritarle? ¿A degradarle? ¿A abofetearle? ¿O simplemente iba a felicitarle y palmearle la espalda?
Fuese cual fuese su determinación final, Thomas únicamente esperaba que no fuese demasiado dura. A pesar de haber incumplido con la normativa, el científico creía haber hecho lo correcto.
—Por supuesto, Aidur. Ya son muchos años los que llevamos juntos.
—Muchos. Es por ello que, al igual que yo acepto y comprendo tus manías e imperfecciones, tú debes aceptar y comprender también las mías.
—Lo hago, te lo aseguro.
—Entonces imagino que esto va a ser fácil. —Aidur esbozó una sonrisa tensa, carente de humor—. Lo siento Thom, pero tienes que irte. Es probable que esto te sorprenda pero, como comprenderás, no puedo contar con alguien incapaz de cumplir con mis órdenes en el equipo. Llevo varias horas pensando en ello y creo que es lo mejor. Y que conste que te agradezco que me hayas salvado la vida, eso ante todo, pero en fin, ¿qué te voy a decir que tú no sepas?
La sonrisa de Van Kessel se tiñó de una malicia frente a la que Thomas no pudo resistirse. El hombre abrió la boca, perplejo, anonadado ante la decisión del Parente, y durante unos instantes permaneció en silencio, incapaz de articular palabra alguna.
—Ha sido un placer, Thom. —Aidur se puso en pie, de repente todo sonrisas y amabilidad, y tendió la mano hacia el científico, el cual, anclado a la silla, aún seguía estupefacto—. Espero que a partir de ahora...
—¿Esto es una broma, verdad? —respondió finalmente, prácticamente escupiendo las palabras—. No puede ir en serio. ¿Aidur?
Thomas se puso en pie, con el rostro repentinamente rojo. Vencía en estatura y edad a Van Kessel, pero en aquel entonces, anonadado como estaba, se sentía como un niño a la sombra de su padre. Thomas se había portado mal y, como castigo, Van Kessel no solo pretendía quitarle su juguete favorito sino que iba a destruirlo para siempre, imposibilitando así que jamás pudiese volver a poseerlo.
Aquello era cruel.
Demasiado cruel.
Tanto que Thomas no podía ni tan siquiera concebirlo. Su vida no tenía sentido alguno fuera del laboratorio. Todo cuanto le importaba se encontraba allí, en su mesa de operaciones y en las probetas; en los informes y sus experimentos. Aquello era su vida, y si ahora se lo arrebataban, por justo que pudiese ser, dudaba poder sobrevivir.
—Aidur, por tu madre, ¡te he salvado la vida! ¡Podría haberte dejado tirado en esa maldita mina y no lo hice! —vociferó fuera de sí, con los ojos bañados en lágrimas—. ¡Llevo días sin dormir intentando buscar la manera más rápida de que te mejores! ¡¡Llevo años haciendo lo que me pides!! Tú mismo lo has dicho, soy el mejor. Todo esto es mi vida; si ahora me la quitas, ¿qué será de mí? ¡Me enterrarías! ¡Por todo lo que más quieras, Aidur, no me hagas esto!
—Oh vamos, Thom, no me lo pongas tan complicado —respondió Van Kessel con acidez, recreándose en todas y cada una de las palabras—. Sabes que te aprecio y que agradezco todos tus años de servicio, pero ya no puedo confiar en ti. Me has fallado. ¿Quién me dice que no vas a volver a hacerlo mañana?
Thomas parpadeó con perplejidad, estupefacto ante la frialdad con la que su viejo camarada le respondía. ¿Sería posible que, después de todo, los daños causados por el gas fuesen irreparables?
—¡Pero Aidur! ¡Llamó Daryn llorando! ¿¡Qué demonios pretendías que hiciese!?
—No pienso discutir esto: no nos lleva a nada. La decisión está tomada así que, por favor, cierra la puerta al salir.
Thomas dejó caer la mandíbula inferior, mudo al ver que Van Kessel giraba la butaca y le daba la espalda. De haber podido elegir, el científico hubiese querido seguir discutiendo con él hasta hacerle entrar en razón; hacerle entender que el castigo era excesivo. Lamentablemente, Aidur no iba a permitírselo.
Al menos no en aquel estado.
Tal y como había temido, después de lo acontecido en la mina, la mente del Parente no estaba preparada para enfrentarse a la realidad con normalidad. Así pues, lo mejor que podía hacer para evitar que la discusión fuese a más, era alejarse. Quizás, cuando entrase en razón, las cosas cambiarían, pero mientras tanto ni tan siquiera valía la pena intentarlo.
Thomas lanzó un último vistazo a la sala, sintiéndose derrotado, y salió de la estancia con paso rápido. Atrás quedaba Van Kessel, tranquilo y sereno, convencido de su decisión, y un grupo de más de veinte científicos que, sin él, estarían totalmente perdidos.
Cinco minutos después, sorprendida por la repentina salida de Thomas, pero desconocedora de lo acontecido, Daniela entró en el despacho con una amplia bandeja llena de comida entre las manos. Para la ocasión, siguiendo las instrucciones del equipo médico, el personal de cocina había realizado una exquisita selección de verduras, frutas, lácteos y fiambres de gran calidad.
Daniela dejó la bandeja sobre la mesa y tomó asiento en la silla que anteriormente había ocupado Thomas. Sonriente aunque con mal aspecto, Van Kessel le aguardaba al otro lado del escritorio, hambriento después de sus dos jornadas de encierro.
—Me alegra ver que ha decidido salir de su cueva, Parente. Empezaba a preocuparme encontrarle muerto algún día. ¿Se encuentra mejor?
—Como pocas veces. ¿Me has traído toda la información que te pedí?
Como respuesta, Nox depositó sobre la mesa la tarjeta de memoria que había traído consigo en el bolsillo. Toda la información se hallaba almacenada en su interior. Ansioso, Aidur hizo ademán de intentar cogerla, deseoso de poder ver toda la recopilación de datos, pero ella rápidamente se la apartó, señalando con el mentón la bandeja.
—Lo primero es lo primero, Parente. Desayune y después revisaremos todo el material juntos: hay mucho por ver.
—Me parece bien... aunque solo te pido que me digas algo antes de nada. ¿Se sabe algo de la población? ¿Hay registros de su partida? ¿Se refugiaron en algún lugar?
Daniela se encogió de hombros: esperaba aquella pregunta. Tomó la cafetera de cerámica negra que ella misma se había encargado de comprar hacía ya varios años y llenó las tazas de ambos con una humeante mezcla de café con leche y menta.
—No, Parente. No hay registros de ninguna partida ni de ninguna migración ilegal. He revisado los sistemas de grabación de los túneles colindantes y no hay nada. Simple y llanamente han desaparecido: es como si se los hubiese tragado la tierra.
—Interesante... ¿Sabes a qué me recuerda eso, Daniela? —Aidur tomó su taza y, con naturalidad, la alzó a modo de brindis—. A las historias del Gran Colapso. ¿Será casualidad? Sinceramente... —Sus labios se curvaron en una sonrisa oscura, siniestra—. Yo diría que no.
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