Capítulo 3

Capítulo 3

—¿Ha ido todo bien?

—Francamente bien, Daniela; mejor de lo que esperaba. ¿Ha llegado ya Adam?

—En media hora, Parente. Lo tengo ya todo preparado; la cena, la presentación holográfica... únicamente me faltan los últimos datos de la misión para acabarla. ¿Le parece bien que se los mostremos?

Aidur lanzó los guantes sobre la cama y se desabrochó las botas. El abrigo y la máscara, entre otras cosas, lo esperaban allí, desordenados. Una vez acabase de desvestirse y entrase en la ducha, un androide de limpieza entraría para encargarse tanto del desorden como de la limpieza y planchado de las prendas.

—Fantástico. Adam se va a quedar boquiabierto. Cógelos de mi consola, la tengo en el bolsillo interior del abrigo. Voy a darme una ducha. ¿Todo bien por aquí?

—Por supuesto.

—Perfecto.

Más contento de lo habitual gracias al éxito de la misión, el Parente acabó de desnudarse y se adentró en el amplio y lujoso baño de su celda. Para muchos habitantes del planeta, el tamaño de aquella estancia equivaldría al de su propia vivienda, pero dada la posición privilegiada del Parente los arquitectos no habían escatimado ni en espacio ni lujos. Aidur disponía de una celda de tamaño más que considerable, muebles y tecnología de última generación de refinado gusto y un armario repleto de ropa de la más alta costura.

Vivía, como se solía decir vulgarmente, como un rex.

Claro que, por supuesto, no era el único. Al igual que él, todos sus asistentes, Daniela incluida, disponían de unas habitaciones y unas posesiones que ni tan siquiera en sueños hubiesen creído poder poseer jamás.

—Si necesita algo estaré en el salón, Parente.

Daniela aguardó a que el agua empezase a caer en la ducha para sacar la consola del bolsillo de su abrigo y salir al corredor. Una vez fuera se encaminó hacia el piso inferior con paso firme, dispuesta a no fallar más veces aquella noche.

A Daniela no le gustaba mentir a Aidur. En algunas ocasiones tenía que hacerlo para protegerle de sí mismo, pero incluso así le disgustaba tener que hacerlo. Después de todo lo que el Parente había hecho por ella, le parecía injusto y desleal ocultarle según qué cosas. No obstante, no tenía otra opción. Siendo posiblemente la que mejor le conocía de todo el castillo sin contar a Thomas Murray, no tenía otra opción que ser la que tomase las decisiones. Así pues, por mucho que le disgustase, por el momento era mejor que no lo supiese.

Aunque, siendo realistas, en el fondo era cuestión de horas de que se enterase. En cuanto viese que faltaba Thom a la mesa su mascarada se vendría abajo, pero algo era algo.

Daniela entró en su despacho y tomó asiento frente a su terminal portátil. Además de cuidar de la fortaleza y de sus residentes entre otras cosas, Nox era la encargada de presentar el material del Parente públicamente. Aquello provocaba que, noches como aquella, pasase muchas horas delante de la pantalla dando forma a los informes de su Parente. De aquel modo, aunque prácticamente nunca le acompañase, siempre era consciente de todo cuanto sucedía en su vida. Daniela conocía todas sus expediciones, los resultados obtenidos y sus opiniones al respecto; conocía a los nuevos aliados, a los enemigos y a aquellos que pasaban de largo sin dejar huella alguna en su existencia.

Daniela lo sabía absolutamente todo, incluido los detalles más privados; incluso aquellos que Aidur había intentado ocultarle. Detalles como que, por ejemplo, tras la muerte de su madre había pasado unos cuantos años en un orfanato, en Nifelheim; que allí había conocido a Thomas y a Tanith siendo los tres niños y que, el padre de esta, un personaje de gran importancia en la zona, se había convertido en su protector. 

Aquellas personas, aunque no lo admitiese, eran importantes para él. Muy importantes. Tanto que, bajo ningún concepto, debía saber lo que había sucedido. Al menos no mientras otro Parente estuviese delante. Y es que, aunque ella no tuviese pruebas que lo evidenciasen, Daniela sospechaba que, en caso de auditoría interna, Aidur tendría algún que otro problema si se dedicasen a investigarle.

Por suerte, eso no iba a suceder por el momento... O al menos eso era lo que quería creer.

Puntual como de costumbre gracias al uso de transporte privado, el Parente Adam Anderson acudió a su cita con Aidur Van Kessel. Los dos hombres se conocían desde hacía ya bastantes años, y aunque desde que el segundo fuese ascendido apenas compartían tiempo, entre ellos seguían existiendo grandes lazos de amistad.

Aidur acudió a la puerta a recibir a su gran amigo. Ambos se estrecharon primero la mano tal y como marcaba el reglamento, con formalidad. Seguidamente, ante la ambigua sonrisa de las dos asistentes, tanto Daniela como Teresse, la agente de Anderson, se fundieron en un abrazo fraternal. Se palmearon las espaldas, bromearon y, tal y como marcaba la tradición, entraron en el salón de actos.

Adam Anderson apenas había cambiado en los últimos años. Alto y delgado, el Parente era un hombre muy apuesto de porte imponente que difícilmente pasaba inadvertido. Dotado con una sonrisa de ensueño y hermosos y llamativos ojos azules, Adam era capaz de eclipsar prácticamente a cualquiera, incluido a Van Kessel. Su cabello, castaño oscuro, dibujaba suaves hondas alrededor de su rostro, tal y como siempre lo había hecho desde que era un niño. Vestía de verde esmeralda y negro, sus colores favoritos, con botas altas hasta las rodillas y un largo abrigo aguamarina que, dependiendo de la luz, parecía fluctuar como las olas del mar.

Desde que le conociese hacía ya cinco años, Daniela había caído presa del encanto del Parente. Pocos hombres había visto tan inteligentes y misteriosos como él. No obstante, había algo en su manera de pensar que la inquietaba demasiado como para poder llegar a confiar en él. Van Kessel, sin embargo, difería. Él le quería como si de un hermano se tratase y, como tal, le confiaba prácticamente todos sus secretos.

—Tienes muy buen aspecto. ¿Sales poco del templo, eh?

—Por lo que tengo entendido bastante menos que tú, Aidur. ¿Con qué has perdido ahora la cabeza? No me digas que sigues con esas locas investigaciones tuyas. Ahí abajo no hay nada, amigo.

—Ya veremos lo que opinas cuando salgas de aquí.

Daniela les seguía a una distancia prudencial, junto a Teresse. La asistente de Adam, al igual que ella, se había vestido elegantemente para la cena, aunque sabía que nadie iba a fijarse en ello. Al igual que le sucedía a Nox y al resto de agentes, mientras hubiese un Parente delante nadie repararía en ellos.

—Me alegro de verte, Teresse —saludó Daniela educadamente. Teresse, al igual que Adam, era algo más mayor que Aidur y ella, pero ambos tenían actitudes tan desenfadadas que apenas se notaba la diferencia—. ¿Has venido sola?

—Yo también me alegro, Daniela. Y sí, vengo sola. Hasta donde sé esta una visita a nivel personal, no laboral, así que el Parente ha preferido dejar al resto en el Templo.

El resto de compañeros ya les estaban esperando en el salón de actos, de pie frente a la gran mesa central en la cual se celebraría la cena. Varick Schmidt, todo serenidad y calma, aguardaba en un lateral acompañado de su  media docena de lobos, los cuales, obedientemente, permanecían sentados con la cabeza bien estirada a modo de saludo. Kaine Merian, en cambio, no se despegaba ni de la mesa ni de su copa, la cual, según había podido saber la asistente gracias a los camareros, ya había llenado cuatro veces.

 Daniela solo esperaba que, al menos, aquella noche la acabase sereno.

Adam saludó amistosamente a los agentes, estrechándoles la mano y las patas a todos, y tomó asiento en la mesa. Seguidamente, siguiendo las órdenes de Aidur, el resto también se sentaron.

Los sirvientes empezaron a llenar platos y copas de oro y vidrio por igual. Los mejores manjares y vinos se sirvieron a todos los comensales. Frutas, verduras, carnes, pescados... A pesar de las limitaciones planetarias, el menú ideado personalmente por la propia Daniela no tenía fin. Aquella debía ser una noche especial.

—Imagino que te habrá sorprendido la visita, Aidur. ¿Hacía cuanto que no nos veíamos?

—Demasiado, aunque debo admitir que, en cierto modo, es culpa mía. Últimamente paso demasiado tiempo viajando de un extremo al otro del planeta.

—Desde luego —admitió Adam con una amplia sonrisa adornando sus labios—. Eres un hombre muy ocupado, de eso no me cabe la más mínima duda, aunque temo que tanto viaje acabe dando al traste con tus ilusiones, Aidur. Ha llegado a mis oídos que sigues visitando minas. ¿Hasta cuándo vas a seguir así?

—Hasta que dé con lo que busco, Adam. Sé que no crees en ello, pero más tarde, cuando te enseñe mis averiguaciones, comprenderás mis motivos para seguir adelante. Te voy a dejar boquiabierto, te lo aseguro... Pero eso será más tarde. Tal y como has dicho, me sorprende tu visita, pero no tanto como que el maestro te visitara a ti en el Templo. Dime, ¿qué está pasando? ¿Qué es eso tan importante que has venido a decirme cara a cara? ¿Te envía Jared?

Adam dio un sorbo a su copa de vino para asimilar las preguntas antes de buscar la respuesta. Por suerte para todos, después de tantos años de convivencia, el Parente ya estaba acostumbrado a la brusquedad de Aidur.

—Esas son demasiadas preguntas juntas, Aidur, pero por suerte puedo responderte a todas con sencillez. Veamos, me preguntas qué está pasando... te diré que es algo importante; algo que nos afecta a todos, incluidos tus hombres. Es por ello que creo que sería bueno que estuviese Thom también aquí. Y respecto a si me envía Jared... sí, me envía el maestro, Aidur. Quería ser él quien te lo dijese en persona, pero aprovechando que tenía ganas de verte decidí ser yo quien te transmitiese el mensaje. Espero que eso no te comporte ningún problema.

—En absoluto, Adam. —Carente ya de humor su sonrisa, pues las palabras de Adam denotaban que algo importante sucedía, Aidur buscó con la mirada a su asistente—. Daniela, avisa a Thom: quiero que suba de inmediato. De hecho, debería estar aquí.

Nox asintió con lentitud, repentinamente enmudecida. Se puso en pie, dubitativa, y salió del salón con paso rápido. Llegado a aquel punto, no sabía qué debía hacer. Por orden directa de Aidur, Thomas no podía abandonar la Fortaleza sin su consentimiento. El mero hecho de que lo intentase, incluso, era considerado una traición. ¿Cómo decirle, entonces, que se había ido hacía ya casi nueve horas?

Daniela se detuvo en mitad del pasillo para coger aire. No sabía qué debía hacer. Admitir que había desobedecido sus órdenes al dejarle partir sin su consentimiento no iba a servirle de demasiado. Claro que, dadas las circunstancias, dudaba mucho que fuese a ser aquel el detalle en el que Aidur se concentrase. El problema, en el fondo, era de Thom. Así pues, ¿qué debía hacer? ¿Confesar que se había ido?

Aunque tentador, Daniela apreciaba demasiado a Thom como para hacerlo.

El sentido común le decía que tarde o temprano lo descubriría, de eso no cabía duda. El Parente querría hablar con él y no podría seguir fingiendo que estaba ocupado. No obstante, podría intentar retrasarlo el máximo posible. Quizás no mucho, pero sí lo suficiente hasta que Adam y Teresse dejasen la Fortaleza.

Al menos, si tenía que sufrir las consecuencias, no quería que fuese con público delante. Claro que, después de todo, no eran un público cualquiera...

Barajando la posibilidad de emplear la presencia del Parente y su asistente para rebajar su castigo, Daniela se puso en camino hacia el laboratorio. Por el momento, al menos hasta que se lo ocurriese algo mejor, un sustituto valdría para mitigar la ausencia de Thomas durante la cena. Así pues, Nox acudió rápidamente a los laboratorios subterráneos de Murray en busca de uno de sus asistentes. Eligió a uno de ellos, el mejor dentro de la materia, el Doctor Fox Wertel, y juntos regresaron al salón donde, charlando de los viejos tiempos, los Parentes y el resto de sus compañeros les aguardaban.

—Thom está enfrascado en una operación de altísimo riesgo, Parente. Ahora mismo no puede unirse a nosotros; no obstante, el Doctor Wertel suplirá su ausencia. Como ya saben, es la mano derecha de Thomas. Espero que no sea un problema para usted, Parente Anderson.

—Para nada, querida. Wertel y yo ya nos conocemos. Un placer volver a verle, doctor.

Wertel y Adam se estrecharon la mano antes de que éste tomase asiento. Al parecer, habían coincidido con anterioridad.

Eso era bueno.

Daniela regresó a su silla y tomó asiento, consciente de la mirada que, desde el otro lado de la mesa, Van Kessel le estaba dedicando. Obviamente, no había operación alguna; el Parente era consciente de ello, y su mirada lo advertía.

En cuanto acabase la cena, tendrían una larga y distendida discusión.

—Bueno, como os estaba explicando antes... —Adam retomó la palabra—. Hace unas noches recibí la visita de Jared. Al igual que hago yo hoy, él acudió al Templo para informarme de la peculiar situación en la que nos encontramos actualmente.

—¿Y bien?

—¿Has escuchado alguna vez el nombre de Caylie Novikov, Aidur?

Varick Schmidt y Kaine Merian intercambiaron rápidas miradas de sorpresa al escuchar aquel nombre. Daniela Nox desconocía a quien pertenecía, pero ellos, al igual que el propio Aidur, lo sabían perfectamente.

Caylie Novikov, como pronto descubriría, era una Parente al servicio de Tempestad cuya hoja de servicio se iniciaba hacía ya cerca de tres décadas. Después de pasar la mayor parte de su vida sirviendo en júpiter, Novikov había sido elegida por el mismísimo Eliaster Varnes para que formase parte del equipo de control y auditoría interna que, cada cierto tiempo, acababa con la carrera de algún Parente.

Aquellos hombres y mujeres, con la palabra de Varnes como espada, buscaban y daban caza a los Parentes que, por la razón que fuese, habían dejado de ofrecer el servicio esperado. En sus redes caían hombres y mujeres cuya avanzada edad ya no les permitía seguir trabajando como en su juventud, Parentes corruptos a los que las mieles del éxito les habían cegado, o, simple y llanamente, a todos aquellos que pudiesen considerar simple y llanamente fuera de las leyes de Tempestad.

No eran buenas noticias.

Sorprendido ante la noticia, Aidur tardó unos segundos en responder. En el fondo de su alma siempre había imaginado que, tarde o temprano, se daría aquella situación; que la mala conducta de los suyos acabaría por traer a los auditores, pero no pensaba que fuese a ser tan pronto. Después de todo, ¿cuánto tiempo había pasado desde la última auditoría? ¿Siete años? ¿Nueve?

Dio un largo sorbo a su copa en busca de la paz que las palabras de Adam acababan de arrebatarle. Mientras que su compañero se mostraba tranquilo y relajado, como si la noticia no le afectase, sus hombres no podían evitar moverse con cierto nerviosismo en sus sillas. Obviamente, ninguno de ellos sabía todo lo que tanto Adam y él ocultaban, pero tampoco eran estúpidos.

—¿Cuándo llegarán?

—Se supone que dentro de una semana, pero estoy convencido de que ya están en el planeta. Imagino que todos lo sabéis, pero Novikov es una de las Parentes más severas que existe. Hasta donde sé, a pesar del poco tiempo que lleva como auditora ya ha acabado con la carrera de al menos cinco Parentes, dos de los cuales han acabado siendo ejecutados. Y bueno, ¿qué decir de los agentes? Ha hecho grandes limpiezas. —Adam sonrió sin humor—. ¿Qué significa esto? No tiene por qué suceder nada; considero que todos somos buenos profesionales, pero, como entenderéis, debemos ser precavidos. Hasta donde Jared ha podido saber, cada ciertos años se realiza una visita para verificar el status de Tempestad en el planeta por lo que todo apunta a que no tenemos motivos para preocuparnos. No obstante, pido precaución.

Llegado aquel punto, el ambiente distendido que hasta entonces había reinado en la cena se esfumó. Los comensales tomaron unos cuantos sorbos más de sus copas, visiblemente incómodos, y uno a uno, sin necesidad de que los Parentes lo pidieran, todos fueron abandonando la sala hasta dejarles finalmente solos.

Necesitaban hablar.

—Así que no hay motivos para preocuparnos —murmuró Aidur transcurridos unos minutos desde la partida de Teresse en compañía de Daniela. Dadas las circunstancias, era de suponer que su asistente se hubiese llevado a la de Adam a dar una vuelta por los alrededores—. Sabía que tarde o temprano esto pasaría.

—Aidur, no te lo tomes como algo personal. Jared cree que es por él; se está haciendo mayor y todo apunta a que han encontrado un candidato al que quieren empezar a darle poder. Yo no estoy demasiado convencido con esa teoría, pero...

—Adam, déjate de tonterías: vienen a por ti. ¿A qué demonios viene eso de Jared? No tiene el más mínimo sentido. ¡Esto es por ti y por Alex, y lo sabes! Demonios, sabía que no deberías haberlo hecho. ¡Te lo dije!

Anderson sonrió sin humor. Con los ojos anegados de melancolía, el Parente asintió ligeramente, consciente de que, probablemente, su compañero tenía razón. Ciertamente, la boda celebrada hacía ya siete años había sido un error.

Aidur recordaba perfectamente aquel día, pues a pesar de todo lo que había insistido en que no lo hiciese, había asistido. La ceremonia había sido celebrada en secreto, en una pequeña población de Nifelheim, bajo la custodia de los familiares de la esposa de Alex. En ningún registro constaba su unión, pues había sido celebrada siguiendo los rituales propios de los nifelianos, pero para todos los allí asistentes aquello había sido una boda.

En aquellos tiempos, Aidur aún no era Parente, pero tenía muy claro que pronto lo sería. De hecho, dos años después conseguiría su nombramiento. No obstante, por aquel entonces, joven y embriagado por los sueños de libertad de su gran amigo, no había podido evitar dejarse llevar y acabar estando a su lado en el día más importante de su vida.

Y allí había estado, un invitado más entre el medio centenar de asistentes, disfrutando de la música, la comida y la bebida de la ceremonia en compañía de Tanith, la cual, exultante con el hermoso vestido verde que había elegido para la ceremonia, había brillado como la más hermosa estrella de todo el firmamento.

—Adam está loco —le había susurrado ella mientras varios metros por delante, Anderson y su esposa pronunciaban los votos—. ¿Qué pasaría si les descubriesen?

—Primero le quitarían el título de Parente—respondió él, rememorando a la perfección las palabras del maestro Jared al respecto—. Después sería sometido a un juicio y, dependiendo de las circunstancias, o acabaría expulsado de la organización, encerrado en la cárcel o, simple y llanamente, ejecutado. A los Parentes no se les permite tener vínculos emocionales con nadie de fuera de Tempestad.

—Vaya... debe ser una vida complicada. Desde luego es un valiente.

—¿Valiente? Es un descerebrado, Tanith. Eso es lo que es; no sabe lo que se está jugando. Y yo un idiota por estar aquí; si nos cogiesen me expulsarían de Tempestad.

—Entonces, ¿por qué has venido?

En aquel entonces la respuesta era sencilla: Aidur había acudido a la boda porque quería demasiado a su buen amigo como para no acudir al día más importante de su vida. No obstante, siete años después, Van Kessel veía las cosas desde otra perspectiva. Ciertamente, en aquel entonces había creído que lo hacía por amistad. Sin embargo, en realidad lo había hecho, al menos en gran parte, para asegurarse de que Adam siempre sería peor que él como Parente.

Él nunca cometería ese error.

—Me lo dijiste, sí —respondió Adam con amargura, la copa firmemente sujeta entre los dedos—. Pero creo que ya es tarde para echar marcha atrás. Ni me arrepiento, ni me arrepentiré jamás de ello, Aidur.

—Me parece magnífico que no te arrepientas, eso es cosa tuya, pero al menos no finjas que no sabes de qué va el tema. ¡Novikov viene siguiendo tu rastro!

—Es posible, pero en su camino dará también con el tuyo, así que deja de gritarme y piensa un poco. No soy el único que ha tomado decisiones difíciles de entender, Aidur. Esto podría dar al traste con la carrera de ambos.

Aidur se puso en pie, furioso. Sabía hacia donde pretendía llevarle su compañero, y no le gustaba en absoluto. Era un juego muy sucio. Lamentablemente, llegado a aquel punto, debían empezar a hablar con claridad.

Novikov, después de todo, no se andaría con tantos rodeos como habían hecho ellos hasta entonces.

—No te equivoques Adam, yo no he hecho nada que deba esconder. Al menos no durante mi etapa de Parente.

—¿Y acaso crees que eso va a importar? Aidur, seamos realistas. Hace tiempo que ligué tu destino al mío al confesarte lo que pretendía hacer. En aquel entonces no era del todo consciente de las consecuencias. Nunca creí que llegarías tan lejos. Ahora, si he de arrepentirme de algo, es de haberte complicado la existencia. Pero debes entender que si lo hice es porque te consideraba mi amigo, no por nada más.

Aidur se tapó el rostro con la mano, confundido. No quería seguir con aquella conversación. Lo que prometía ser una velada inolvidable en la que mostraría todo su trabajo a su mejor amigo estaba convirtiéndose en una auténtica pesadilla.

Una noche para olvidar.

¿Acaso no había pagado ya suficiente a lo largo de su vida?

Cogió su copa de vino y se la bebió de un solo trago bajo la atenta mirada de Adam. De nada servía que discutieran; llegado a aquel punto, únicamente unidos podrían encontrar una solución al gran problema que se les venía encima.

—De acuerdo... Calma. Busquemos soluciones. Si quieren investigar, que investiguen: no tienen por qué encontrar nada. Desde aquello ya han pasado muchos años. Además, con todo lo que tengo por enseñarles no creo que pierdan ni un maldito segundo contigo.

—Oh, vamos, no me digas que volvemos a lo mismo de siempre. ¿A qué viene esta obsesión, Aidur? Nunca lo he logrado entender. Eres una persona muy racional para algunas cosas, pero en otras no hay por dónde cogerte. Allí abajo no hay nada. Quizás una vez lo hubo, pero el planeta se encargó de eliminarlo hace ya mucho. Mercurio es lo que ves: no hay ni trampa ni cartón.

Van Kessel negó suavemente con la cabeza, con sencillez. Había escuchado ya tantas veces aquellas mismas palabras que empezaban a perder significado para él.

Tal y como tantas veces le había oído repetir a Kaiden Tremaine durante su infancia, en Mercurio solo aquellos que realmente querían eran capaces de ver lo que aquel maravilloso a la par que misterioso planeta albergaba en su corazón de piedra.

—Eso no es cierto, Adam, y lo sabes. Esa historia puede servir para acallar la conciencia de algunos, pero no la mía. Ahí abajo hay algo y lo voy a encontrar, te lo aseguro.

—Oh, vamos, ¿sabes cuantos hombres han muerto intentando conseguir lo mismo que tú? ¡Centenares!

—¿Acaso eso importa? Maldita sea, Adam, miles de hombres mueren a diario luchando por proteger a la humanidad. ¡Miles! Pero eso no impide que otros tantos sigan haciéndolo. Al contrario, sus muertes sirven de inspiración a muchos. —Van Kessel sacudió la cabeza—. Vamos, Adam, déjame que te enseñe lo que he encontrado. Puedo hacerte cambiar de opinión.

—Aidur...

—Por favor.

Adam puso los ojos en blanco a modo de respuesta, aburrido del tema incluso antes de empezar a tratarlo, pero finalmente aceptó. Estando en sus dominios, no tenía otra opción que escucharle. Además, en lo más profundo de su ser, sentía curiosidad por saber qué era aquello que tanto fascinaba a su amigo.

—De acuerdo... Adelante, enséñamelo. En el fondo sé que ibas a hacerlo igualmente así que no voy a seguir discutiendo.

—Buena elección. Dame unos segundos.

Mientras Anderson apuraba su copa de vino y se la volvía a llenar, Aidur aprovechó para preparar el sistema de reproducción. Normalmente, de aquellas tareas se ocupaba Daniela, pero tras verla hacerlo tantas veces había acabado por aprender a hacerlo por sí mismo. Después de todo, no era tan complicado.

Una vez operativo el sistema, Van Kessel introdujo la diminuta memoria que contenía todos los datos elegidos para la velada y los cargó. Pocos segundos después, generando un mundo audiovisual sobre la mesa, justo a la altura de sus ojos, la lente del reproductor empezó a girar sobre sí misma y a emitir las imágenes de lo que parecía ser el interior de una sombría cueva.

Van Kessel en persona se había encargado de realizar todas las grabaciones.

—Menuda sorpresa, una mina —ironizó Adam copa en mano.

—Una mina, sí. Es la mina Bequet, en Chao Meng-Fu. La visité hace unos cuantos meses; según los registros oficiales, la mina llevaba cerrada más de quince años debido a constantes movimientos de tierra. Al parecer, su explotación era imposible por lo que sus dueños decidieron cerrarla y abandonarla. Sus habitantes fueron los que decidieron sellarla.

—Muy interesante.

En la grabación, Van Kessel y Kaine Merian empezaron a descender lo que parecían ser unos peldaños grabados en la piedra. La luz de las linternas apenas iluminaban cuanto les rodeaba, pues la oscuridad era intensa, pero incluso así de vez en cuando algún destello en la pared dejaba entrever la sofisticada estructura que, años atrás, había mantenido en pie la mina.

—Curiosamente, los terremotos desaparecieron el mismo día en el que se sellaron las puertas. Desde entonces, el sismógrafo no había vuelto a detectar nada. Sin embargo, si te fijas...

Superados los ochenta segundos de grabación, descendidas ya las escaleras, un repentino y atronador crujido en la piedra advirtió a los presentes de que algo iba mal. Van Kessel y Kaine Merian, sorprendidos a la par que asustados, se detuvieron, aunque tan solo durante unos segundos. Procedente del interior de la mina empezó a escucharse un siseo parecido a una respiración.

Transcurrieron tres segundos.

Cuatro.

Cinco.

Y toda la mina empezó a temblar violentamente. Las paredes se agrietaron, el suelo se abrió sobre sí mismo y las escaleras, peldaño a peldaño, empezaron a estallar.

Aidur y Kaine tuvieron que abandonar la mina inmediatamente.

—El seísmo finalizó al cerrar de nuevo las puertas. Era como si, de algún modo, nos hubiese estado esperando.

—¿La mina? —Adam ensanchó la sonrisa—. Son simples reacciones químicas, Aidur. Vuestra presencia allí debió generar algún tipo de reacción en cadena que provocó que alguna bolsa de aire estallara e iniciara el terremoto.

—Es una posibilidad. De hecho, esa fue la primera opción que barajé; no obstante, un estudio realizado por mi equipo científico junto con los sismólogos de la universidad Kiev de tu querida Melville desechó esa posibilidad.

El Parente detuvo la grabación para mostrar en su lugar los resultados sobre los que hablaba. Tras un largo estudio sismográfico y demográfico, los resultados habían sido realmente desconcertantes.  

—¿Entonces?

—Datos no concluyentes, Adam. —Van Kessel ensanchó la sonrisa, pletórico—. No existe explicación científica. Pero esto no es todo: hay más.

En la siguiente grabación, la cual volvía a darse dentro de uno de los complejos mineros de la propia Chao Meng-Fu, Van Kessel y Merian recogían el sonido de lo que parecía ser la música de un acordeón en el interior de una de las grandes galerías.

El sonido, muy suave y lejano, procedía de los accesos al tercer nivel, zona a la que, por cuestiones ambientales, ningún humano podía acceder.

—Puede ser una grabación —replicó Adam con cierta sorpresa—. Puede que aún haya androides allí abajo en activo.

—Eso es lo que pensé por lo que decidí enviar a uno de mis androides. Como podrás comprobar en la siguiente grabación, en cuanto el androide se adentra en los accesos al tercer nivel, una hora después de mi entrada, la música cesa. ¿Casualidad?

Tal y como acababa de relatar el Parente, las imágenes coincidían con sus palabras. Llegado cierto punto, la música cesaba. Y no solo eso. En la lejanía, aunque confundibles con el sonido ambiente, parecían oírse pasos alejándose.

 Ante la falta de respuesta por parte de Adam, Aidur decidió poner la siguiente grabación. En el archivo había muchas más grabaciones parecidas a las que le acababa de mostrar, pero dudaba mucho que valiese la pena enseñárselas. Adam necesitaba pruebas más claras, y él iba a proporcionárselas.

Activó una nueva grabación. Aquella databa de tan solo unas cuantas horas, y había sido realizada en la mina abandonada de Memsa.

—Hace unos cuantos días desaparecieron unos jóvenes cerca de las minas. Fue durante un fallo energético. La localidad se quedó sin energía y, durante los segundos de duración del corte, los dos jóvenes desaparecieron.

—Algo oí.

—Pocas horas después empezaron a oírse golpes y gritos en el interior de la mina, la cual, por cierto, llevaba cuarenta años cerrada. Puedes comprobar el registro del sistema de bloqueo.

—Siempre pueden haber túneles que conecten...

—Lo hemos verificado, Adam. No hay túneles; están todos sellados.

Ambos observaron las imágenes en silencio, visiblemente perturbados. En estas, tras enfocar la puerta llena de arañazos y golpes, se mostraban manchas de sangre relativamente reciente en el suelo.

—Hemos tomado muestras. En unas cuantas horas tendremos los resultados. Cabe la posibilidad de que se trate de algún tipo de alimaña y su presa, pero quiero asegurarme.

La grabación continuó ante los ojos de un Adam Anderson cada vez más asombrado. Un centenar de metros más adelante, ya en las profundidades de la mina, las manchas se convertían en un rastro que finalizaba en lo que parecía ser un desfiladero.

—No pudimos seguir el rastro por lo que decidimos verificar todos los túneles. Tal y como comentó el guardia, están sepultados.

—Bueno, siempre cabe la posibilidad de que alguien sepa manipular la consola de acceso, Aidur. Los humanos somos retorcidos, y más cuando tenemos tendencias homicidas.

Van Kessel detuvo la grabación y el reproductor. A pesar de que aún tenía material en la memoria bastante interesante, aquella noche no lo mostraría. No valía la pena.

—Desde luego; barajo esa posibilidad, no te voy a mentir. Es por ello que tengo a Kaine trabajando en los informes extraídos de la consola. Si hay algún tipo de manipulación, la detectará. No obstante, la historia de Memsa no acaba aquí. Investigando la mina encontramos algo importante: una pista sobre el posible asesino. —Aidur introdujo la mano en el bolsillo de sus pantalones y de su interior extrajo una pequeña argolla metálica de color ambarino. A simple vista parecía ser de piedra, pero lo cierto era que, por el tacto y consistencia, se trataba de metal—. Estaba manchada con la misma sangre del suelo.

El Parente tomó la pieza cuando Aidur se la ofreció. Al igual que le sucedía a su compañero, él no era un experto en los metales ni en las aleaciones habidas y por haber en todo el Reino, pero desde luego no conocía la que tenía entre manos. Al menos no con aquel aspecto, claro.

Depositó la pieza sobre la mesa, incapaz de ocultar su sorpresa, e inspeccionó la pieza desde distintos ángulos. El color del material parecía cambiar dentro de la gama de amarillos y naranjas que la componían dependiendo del foco de luz que lo alcanzase.

—¿Qué es?

—Lo desconozco, pero pronto pondré a Kaine a trabajar en ello. Puede que no sea nada, pero puede que sea mucho, Adam.

—Lo más probable es que no sea nada, imagino que eres consciente.

—Lo soy. No obstante, hasta que se demuestre que estoy equivocado, no puedes negarme que esto te crea dudas. Esto, el resto de grabaciones, las habladurías, las leyendas... —Aidur negó ligeramente con la cabeza—. Tiene que haber algo ahí abajo, Adam. Me niego a creer que toda esa gente desapareciese sin más. Además, no soy el único que lo cree. Antes del Gran Colapso había muchos que creían en ello. ¿Acaso has olvidado las últimas palabras de la Condesa? Ashdel Bicault fue contundente: allí abajó hay algo. Y sea lo que sea ese algo, lo voy a descubrir.

La pasión en las palabras de Van Kessel logró arrancar una sonrisa a Anderson.  Hasta entonces, las investigaciones de su compañero le habían parecido poco menos que tonterías sin sentido a las que había preferido no dar valor real alguno. Desde su perspectiva lo único que hacía era perder el tiempo. No obstante, después de ver lo que acababa de ver y escucharle, tenía ciertas dudas. No demasiadas, por supuesto, pero sí las suficientes como para darle un mínimo de confianza.

Quizás, después de todo, tuviese algo de razón.

Adam se puso en pie. La noche era aún joven, pero la visita tenía que acabar ya si lo que querían era no levantar demasiadas sospechas. Novikov pronto llegaría al planeta, si es que no lo había hecho, y empezaría a revisar todos sus movimientos por lo que tenían que ser precavidos.

—A veces me gustaría estar en tu mente para saber qué es eso que tanto te motiva a seguir adelante con esto, Aidur. Tienes una mente privilegiada: ¿será posible que, después de todo, tengas razón? —Adam le tendió la mano—. Seguramente me equivoque al hacerlo, pero por una vez te voy a dar un voto de confianza. En cuanto sepas algo, avísame. Si realmente hay algo ahí abajo, que lo dudo, quiero que me lo muestres.

—Lo haré, te lo aseguro. —Van Kessel le estrechó la mano—. Intentaré apartar a Novikov de tu camino, Adam. Haré todo lo posible, te lo aseguro. Eso sí, por el bien de los dos, no hagas más estupideces. Aunque lo parezca, no puedo hacer magia.

—No las hagas tú tampoco, Aidur. Gracias por la cena; ha sido exquisita. Estamos en contacto. Por cierto, saluda a Thom de mi parte.

—Dalo por hecho. Nos vemos pronto.

Aidur acompañó a Adam a la entrada de la fortaleza, lugar en el que, consciente de la hora, Teresse ya aguardaba a su señor en compañía de Daniela. El Parente se despidió de ambos, deseándoles un buen vuelo, y no se apartó de la ventana hasta ver elevarse su nave.

Inmediatamente después, cumpliendo con los temores de Daniela, acudió al encuentro de su asistente con una única y clara pregunta en los labios.

—¿Dónde demonios está Thom? Y ni se te ocurra mentirme, Nox. Ambos sabemos que no hay programada ninguna operación. Dime ahora mismo donde está.

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