Capítulo 15

Capítulo 15

Anonadados ante la visión, Kaine y Aidur permanecieron unos segundos en silencio, pensativos, concentrados en la inquietante imagen que aquella pequeña apertura en la puerta les mostraba. Aquel pedazo de pasado, o presente, o lo que realmente fuese, pues a aquellas alturas ya no sabían a qué se enfrentaban, les tenía muy desconcertados.

Jocelyn Bicault no había envejecido un ápice. La joven se había mantenido joven y hermosa a pesar de la desnutrición y el paso de los años. Su cuerpo había adelgazado notablemente en comparación a las fotografías de archivo que había de ella, pero era evidente que aquello era producto de los años de encierro.

O siglos, mejor dicho.

Van Kessel estaba perplejo. A lo largo de sus años había podido ver muchos avances médicos. La mayoría de ellos se había dado en el interior de Tempestad, y únicamente a nivel teórico, pues la organización había decidido ocultarlos a la luz pública, pero todos estaban a años luz de lo que tenía ante sus ojos. Y es que, por mucho que hubiesen avanzado, hasta ahora no existía soporte vital alguno que pudiese mantener a alguien vivo durante todo ese tiempo.

Era imposible... descabellado.

Y en caso de haberlo inventado, que teniendo en cuenta el secretismo de la compañía bien podía haber ocurrido sin que él fuese informado, era evidente que no era el motivo por el cual aquella joven seguía con vida.

—No tiene ningún tipo de soporte vital especial, Parente —murmuró Kaine en apenas un hilo de voz, impresionado—. Es como si simplemente durmiese.

—Como si llevase doscientos años durmiendo, sí. —Aidur lanzó un sonoro suspiro, superado por los acontecimientos. Volvió a mirar por la ventanilla para asegurarse de que sus ojos no le engañaban. Ciertamente, allí había una chica—. Pero es fisiológicamente imposible. El equipo de Thomas lleva mucho tiempo estudiando anatomía y el modo de mejorar a los hombres, y ni tan siquiera se han acercado... Y son los mejores de todo Mercurio, te lo aseguro. Todo esto... Maldita sea, es de locos. Si realmente existiese la posibilidad de alargar la vida de este modo la habrían descubierto, ¿no te parece? O al menos se habrían acercado. Tempestad posee muchísimos más recursos de los que poseía esta gente hace doscientos años. ¿Qué demonios significa todo esto entonces? —Sacudió la cabeza con brusquedad—. ¿Acaso es un fraude?

Merian se encogió de hombros. Dudaba mucho que aquello fuese un fraude. De hecho, en caso de ser así, Varnes no se hubiese molestado en tomarse tantas molestias para aislar aquel lugar. Lo que tenían ante sus ojos, simple y llanamente, era maravilloso: un milagro.

Claro que Merian no creían en los milagros. Ni él ni nadie: sin un Dios al que adorar, los milagros no tenían cabida. Así pues, aquello tenía que tener una explicación.

Volvió la mirada hacia las escaleras. Aidur ya las subía de dos en dos, alterado, deseoso de obtener respuestas, cuando él comprendió que Erinia era la única que podría ayudarles. Si realmente ella era el holograma, o una proyección, o un avatar, o lo que demonios fuese, de la mente activa de aquel cuerpo, podría responder a sus dudas.

La encontraron en lo alto de la escalera, de brazos cruzados sobre su túnica verde y con una expresión sombría cruzándole el rostro. A ojos de Merian, la mirada de la muchacha parecía haber envejecido los doscientos años que llevaba con vida, aunque no su semblante. Este, brillante y reluciente como el de cualquier niña, evidenciaba que la edad de la mente y el cuerpo se llevaban siglos de distancia.

—¿Cómo es posible? —preguntó Aidur con exigencia, visiblemente nervioso—. Espero que esto no sea un truco: no tiene la más mínima gracia. ¿Qué demonios...? Joder, ¿qué demonios está pasando? ¿Qué es eso? O mejor dicho, ¿quién es esa? ¿Quién eres?

—¿Un truco? —respondió ella—. ¿Qué motivos tendría yo para intentar engañarte? Vamos, Parente, ¿realmente crees que te he traído hasta aquí para engañarte? Llevo muchos años esperando reunir la fuerza suficiente como para poder levantarme. No físicamente, desde luego: dudo poder hacerlo mientras me mantengan encerrada ahí dentro. Pero sí de otros modos.

—¿Otros modos?

Merian apartó la mirada del holograma, repentinamente asustado. Aunque desde pequeño le habían inculcado que la tecnología y la ciencia era la única llave al futuro, después de lo que había visto era inevitable empezar a dudar al respecto. ¿Sería posible que, después de todo, las leyendas que tan estrechamente acompañaban a los curianos no fuesen del todo falsas?

Cruzó los dedos de la mano derecha. De niño, uno de sus vecinos le había dicho que aquel era el único modo de espantar a los fantasmas.

—No más juegos: necesito respuestas —exclamó Van Kessel—. ¿Quién eres? ¿Eres realmente Jocelyn Bicault, la hija de la Condesa?

—Bueno, esa pregunta es...

—¡¡Responde!!

Por un instante, el rostro de la muchacha reflejó una extraña expresión de miedo que pronto se disipó en lo más profundo de sus ojos azules. Aidur no había gritado en exceso, al menos no tanto como solía hacer en sus peores días, pero sí lo suficiente como para que Erinia comprendiese que los juegos de palabras y misterios debían acabar allí. Si realmente aquella mujer, o niña, o lo que fuese, quería algo de ellos, había llegado el momento de ser clara y directa.

—Sí, lo soy. Esto no es ningún juego ni truco: soy la hija de la Condesa, Jocelyn Bicault, aunque ese nombre nunca fue del todo real. Mi auténtico nombre es Erinia, pero eso no tiene importancia ahora. Sé que tu mente no puede asimilar que mi existencia se haya alargado durante tanto tiempo, pues choca de pleno con todo aquello que crees saber, pero lo cierto es que así es. Puedes comprobarlo por ti mismo si así lo deseas. Hay registros por todas partes: todo este laboratorio vive por y para mí.

—Lo haría si pudiese —admitió Van Kessel—. Lástima que tenga que bajar ahí abajo, ¿no te parece? —Negó suavemente con la cabeza—. Imaginemos que te creo: ¿Cómo has logrado llegar hasta mí?

—Hace ya mucho tiempo que existe la conexión cervical, Parente —respondió con sencillez—. Mi cuerpo está conectado a la maquinaria suficiente como para poder moverme libremente por toda la red. No puedo negar que me causa mucha fatiga, pues no me encuentro en las mejores condiciones, pero con el tiempo he ido mejorando.

—Dime una cosa, Erinia —intervino Merian—. Ha sido así como has logrado que entrásemos, ¿verdad? Tienes el control absoluto de las instalaciones.

La niña se encogió de hombros. Ciertamente tenía acceso a gran parte de la red de la instalación: las bases de datos y de seguridad eran terreno fértil para ella. No obstante, no podía acceder a todas partes. Algunos recintos, como bien podían ser las bancas virtuales o los archivos de mayor cifrado, quedaban fuera de su alcance.

—Absoluto no, pero sí el suficiente como para poder moverme con cierta libertad. Puedo controlar las cámaras de vigilancia, los sensores y los radares: abrir algunas puertas y cerrarlas... pero no tengo el control absoluto, te lo aseguro. Si así fuera ya no estaría aquí.

—Y es por ello que has acudido a mí, ¿verdad? —Comprendió entonces Van Kessel—. Tu mente vaga libre, pero tu cuerpo sigue ahí atrapado.

—Y ahí seguirá hasta que alguien me saque, sí. —Erinia sonrió levemente, con melancolía—. Yo misma controlo el soporte vital que me mantiene con vida. Los científicos creen que es cosa suya, pero en realidad soy yo. Sus decisiones, aunque sabias para con los humanos, habrían acabado conmigo hace ya mucho tiempo. Es por ello que decidí tomar las riendas de mi propia supervivencia hace años. No obstante, tengo ciertas limitaciones. Y esas limitaciones me llevan hasta ti, Aidur. ¿Quieres respuestas? Las tengo. He podido leer algunos de tus informes a través de la red interna de Tempestad y sé que estás investigando las últimas desapariciones. Yo podría ayudarte en eso y en muchas otras cosas. En muchísimas otras cosas... Pero para ello tienes que sacarme de aquí.

Por un instante, Van Kessel se vio a si mismo tumbado en aquella camilla, atrapado por una decena de cables y tubos a través de los cuales fluían todo tipo de sustancias, e inmovilizado. Sus ojos, siempre fijos en el globo lumínico del techo, eran incapaces de enfocar; le costaba respirar y sentía la garganta seca. Intentó mover el cuerpo, pero únicamente la mente respondió a su petición. Estaba encerrado en su propio interior, atado a un cuerpo marchito incapaz de obedecerle.

Comprendió entonces que, sin su ayuda, aquella muchacha estaba sentenciada.

Cruzó los brazos sobre el pecho. La oferta era tentadora, pero Van Kessel tenía sus dudas. Ciertamente, el mero hecho de acceder a Acheron ya iba en contra de la normativa establecida. Varnes había restringido su acceso y eso le incluía a él. No obstante, ¿acaso había tenido otra opción? La supervivencia de Mercurio iba mucho más allá de un simple tratado de normas estúpidas impuestas por alguien a quien, en el fondo, no le importaba demasiado.

Así pues, no se sentía en absoluto culpable por haber viajado hasta allí. Al contrario: teniendo en cuenta lo que estaba viendo se podría considerar un gran acierto. El problema radicaba en el siguiente paso. Si bien viajar hasta allí y volver sin apenas respuestas era una estupidez, también lo era el secuestrar a la paciente. Había que tener en cuenta que la segunda opción era bastante más grave que la primera, pero llegado a aquel punto, siendo realistas, era también bastante más útil. Además, después de todo, dado que ya habían incumplido una regla, ¿qué importaba hacerlo con unas cuantas más?

—¿No cabe la posibilidad de que mueras al desconectarte? Tu cuerpo no parece estar en condiciones óptimas precisamente.

—Llevo años esperando este momento, Van Kessel. Créeme: aguantaré. Quizás no eternamente, al menos no sin atención, pero sí unas cuantas horas: puede incluso que un día. ¿Es tiempo suficiente?

—¿Para ponerte a salvo? Sí. —Aidur volvió la mirada hacia Merian—. Contacta con Thomas: que tengan todo preparado.

Kaine parpadeó un par de veces, incrédulo, pero rápidamente asintió, consciente de que su opinión no tenía valor alguno. El Parente había decidido y, aunque algunos le tachasen de loco, creía que había hecho lo correcto. Por muy líder que Varnes fuese de la organización, ese hombre no tenía derecho a ocultarles algo tan grande como aquello.

—En cuanto salgamos de aquí lo haré. La cuestión es: ¿cómo lo hacemos? Imagino que este lugar, como cualquier otra instalación, tiene un sistema de emergencia. En cuanto descubran que la chica ha desaparecido todo el laboratorio caerá sobre nosotros.

—Eso es cierto —admitió Erinia—. Existe un sistema de emergencia que se activaría en caso de que sufriese algún ataque. Quizás no lo sepáis, pero aparte de los sistemas de vigilancia visibles, mi celda está siendo monitorizada continuamente por un vigilante. En el momento en el que entraseis para liberarme éste lo podría activar de inmediato.

—¿Y eso qué comportaría? ¿Androides de combate?

—Y el cierre de todas las compuertas. —Erinia sacudió la cabeza—. No; sería demasiado complicado. Una vez me desconectéis de la red no podré participar en la huida por lo que debemos ser muy precavidos. Por suerte, tengo un plan.

Erinia extendió la mano derecha y sobre ésta surgió una maqueta tridimensional de todo el recinto. En apariencia, el laboratorio Acheron se mostraba como un lugar de pequeñas dimensiones repartido en tan solo dos plantas: una inferior donde se encontraban los laboratorios y una pasarela superior a través de la cual se conectaba la entrada con la celda de Erinia. No obstante, había muchos más pisos. Por debajo de la segunda planta el complejo disponía de seis niveles más en cuyo interior más miembros del equipo científico estudiaban otros restos encontrados en las antiguas instalaciones de Lady Bicault.

Finalmente, en la última planta, se encontraban los escombros de lo que una vez había sido aquel lugar.

Erinia señaló con el dedo índice el lugar en el que se hallaban. Irónicamente, incluso estando bajo tierra varios niveles, se podría decir que estaban en lo más alto del Acheron.

—Hace unos días realicé una copia de seguridad de seis minutos de metraje en la cual se me ve tumbada en la camilla, como siempre. Se trata de unos minutos en los que no hay apenas cambios en mi estado por lo que no llaman la atención. Mi idea es que el vigilante visione esos minutos de metraje mientras vosotros escapáis... Es decir, insertar la imagen en la base de datos de la cámara de seguridad y engañarle el tiempo suficiente como para que podamos huir.  

—Me parece bien —concedió Van Kessel—. Seis minutos no es mucho, pero más que suficiente. —Sonrió lacónicamente—. Ahora dime el "pero".

—Siempre hay un "pero" —le secundó Kaine—. Y más en Tempestad. Esta organización está asquerosamente llena de "peros".

El holograma asintió, plenamente consciente de ello. Había investigado lo suficiente como para saber que tenían razón. Después de todo, ni Van Kessel ni Merian eran personas corrientes.

Ni muchísimo menos.

—No puedo insertarla así como así: me detectaría. Necesito que salte la corriente energética. En cuanto se registre el fallo, los sistemas de reserva tardan doce segundos en activarse. Aprovecharé entonces. En cuanto vuelva la energía, la grabación ya estará activa.

—Eso no es tan fácil, Erinia —advirtió Kaine—. Desconozco que fuente de energía se emplea aquí, pero te puedo asegurar que, sea cual sea el modelo, tan solo hay dos formas de generar un fallo: o sobrecargándolo o haciéndolo manualmente. Sobrecargarlo es imposible, o al menos lo es en un complejo tan extenso. Los generadores de energía deben ser muy potentes para mantener un lugar así: no podemos luchar contra ellos.

—Así pues solo queda la opción manual. —Van Kessel sacudió la cabeza, divertido—. Vaya, vaya, esto empieza a complicarse. Imagino que lo sabes, Erinia, pero en Tempestad los generadores de energía están muy bien protegidos. Nuestras instalaciones y redes dependen de ello.

—Lo sé. No está demasiado lejos de aquí, a tan solo a cuatro plantas de distancia, pero como bien dices, está protegido. No creo que haya demasiado personal: estas instalaciones no reciben ninguna visita, pero deberíais ser muy precavidos. El auténtico problema no está en la bajada, sino en la subida. Seis minutos es muy poco tiempo. El elevador tarda medio minuto en realizar el trayecto en estado normal: en caso de fallo energético es posible que se bloquee. Esto significa que habría que utilizar otra salida.

—¿Y existe?

El mapa cambió sobre su mano. La imagen se centralizó en el piso en el cual se hallaba el generador y, seguidamente, tras señalarlo con el dedo índice, volvió a cambiar. Esta vez, mostrando a su paso amplios corredores abandonados, la imagen les mostró el camino a seguir. Recorrió un par de corredores más, girando en varios recodos siempre a la derecha, y no se detuvo hasta alcanzar unas pequeñas escaleras. Al final de éstas, justo antes de girar el pasillo, se hallaba una pared aparentemente cualquiera en cuyo interior, oculta tras el panel, había una puerta de emergencia.

—Aquí —explicó—. Al otro lado del panel hay un corredor muy estrecho que da a la sala de máquinas. Desde allí podéis emplear el elevador mecánico, el cual es manual, por cierto, y ascender directamente hasta los accesos a la estación de Flashwere. Su uso está reservado a los miembros de Tempestad por lo que no creo que nadie os detecte. El código de apertura es el 25.398.2547.2518.0548.935872.KL. La puerta de salida debería abrirse al introducirlo... pero en caso de fallo, podéis volarla de un disparo: no es demasiado resistente. Además, no estoy segura de que vaya a estar activa en el modo de emergencia.

Aidur esquematizó todos los puntos a seguir mentalmente. En apariencia, el plan no parecía ser demasiado complicado. Erinia llevaba mucho tiempo allí encerrada, estudiando los sistemas de vigilancia y las puertas, por lo que todo parecía relativamente sencillo. No obstante, no quería confiarse. Las instalaciones de Tempestad, al igual que sus agentes, no se caracterizaban precisamente por su simplicidad.

Aquel lugar debía guardar mil secretos en su interior.

Se tomó unos minutos para reflexionar y tomar la decisión definitiva. Aidur tenía la sensación de que Erinia no estaba siendo del todo sincera, que había algo que se guardaba, pero imaginaba que la presencia de Merian la frenaba. Habiendo un testigo delante la joven debía vigilar muy bien sus palabras. Sin embargo, eso era algo que no le preocupaba en exceso. Si realmente todo salía bien, y esperaba que así fuera, ya tendrían tiempo para hablar.

—Si me fallas o traicionas en algún momento te mataré —advirtió Van Kessel con seriedad—. Y si después de sacarte de aquí decides no responder a mis preguntas o hacerlo con mentiras, te mataré también. O peor aún, te devolveré al laboratorio, así que ni se te ocurra engañarme. Si me conoces un mínimo sabrás que no tengo demasiados escrúpulos.

—¿Significa eso que tenemos un trato?

Aidur le tendió la mano, sin ánimo alguno de recibir un apretón, pues consideraba a Erinia un holograma. No obstante, para su sorpresa, ésta se la estrechó con fuerza, acrecentando así aún más el misterio que giraba en torno a su naturaleza.

Realmente valía la pena arriesgarse.

—Trato hecho. Merian, tú te encargarás de sacarla del recinto: yo haré saltar los plomos. Una vez salgáis de aquí llévatela a la estación y espérame allí, ¿de acuerdo? Recuerda, que Thomas lo prepare todo. Si en una hora no he vuelto vete sin mí... aunque volveré, tenlo por seguro. —Aidur le guiñó el ojo—. Y tú, Erinia, ¿podrías crear un segundo avatar que me guíe? Antes de que te desconectemos quiero hablar un par de cosas contigo.

—Puedo hacerlo, sí.

—Pues no perdamos más el tiempo: vamos.

Siguiendo las órdenes de Van Kessel, un segundo holograma de la joven ya le aguardaba a la entrada del primer elevador, expectante. Aidur se despidió de Merian deseándole suerte y, desenfundando ya su pistola, cruzó las puertas abiertas del montacargas.

Toda la cabina empezó a temblar al ponerse en marcha el motor. Aidur apoyó la mano instintivamente sobre la pared contigua, junto a la puerta, y contó en completo silencio los segundos que transcurrían.

Desconocía qué era lo que le esperaría al final del trayecto, pero suponía que no sería fácil.

Treinta segundos después de cerrarse las puertas del elevador, volvieron a abrirse. Aidur salió de este, con paso precavido, y se adentró en un amplio y silencioso corredor de paredes metálicas en cuyo interior no parecía haber absolutamente nada salvo puertas cerradas y globos lumínicos.

Empezó a caminar. Según el mapa de Erinia, aún quedaban bastantes metros antes de que alcanzase el primer recodo. A partir de ahí, todo se aceleraría notablemente.

Antes de adentrarse mucho más Aidur consultó en su sensor de temperatura la posible presencia de humanos en la zona. Según éste, tan solo el Parente poblaba el área, pero aquello no significaba nada lógicamente. Probablemente, en caso de haber vigilantes, y los habrían, seguro, serían androides los que vigilasen la zona.

—Hay dos Parentes más en Mercurio aparte de mí y anteriormente ha habido otros tantos: ¿por qué has esperado hasta ahora para pedir ayuda? ¿Estabas demasiado débil? ¿O me esperabas a mí?

La pregunta logró arrancar una sonrisa a Erinia, la cual, a su lado, permanecía en silencio, aparentemente tranquila: confiada.

—Hace años que soy dueña de mi misma: podría haber pedido ayuda a otros.

—Me estabas esperando.

—Te estaba esperando, sí.

Aidur asintió. En el fondo de su corazón lo presentía.

—¿Por qué?

Erinia sonrió nuevamente, pero no respondió. Doce metros por delante se encontraba ya el primer recodo. Aidur alzó su arma y, con paso rápido, se adelantó. Pegó la espalda a la pared y se asomó. Al otro lado del recodo tan solo le aguardaban más puertas cerradas y silencio...

Y una cámara de vigilancia de circuito cerrado.

Antes de que ésta pudiese enfocarle, Aidur volvió a esconderse tras la pared, consciente de que probablemente decenas de androides caerían sobre él en caso de ser detectado. Comprobó el cargador y cogió aire. En su mente, la imagen exacta del corredor se dibujó a la perfección. Aidur apenas había dedicado unos segundos al visionado de la zona, pero tampoco necesitaba más para poder captar hasta el último de los detalles.

Aquello era un juego de niños para él.

Cogió aire y cerró los ojos, centrando el objetivo mentalmente. Inmediatamente después volvió a asomarse ágilmente y sin detenerse a apuntar descerrajó un único disparo que hizo volar por los aires la lente de la cámara. Aguardó unos segundos, a la espera de una posible reacción, y salió de su escondite. Al final del corredor, ya en el suelo, los restos de la lente eran testigos mudos de lo que había sido un disparo sorprendentemente preciso.

Aidur tuvo que repetir la operación tres veces más, pero no tuvo problema alguno en ello. Su puntería, al igual que sus capturas mentales de los pasillos, rozaba la perfección.

Recorrida ya media planta, Aidur se detuvo en mitad de un corredor siguiendo las indicaciones de Erinia. Bajo sus pies, oculto bajo un falso suelo de fibra de vidrio, aguardaba la trampilla a través de la cual accedería a la sala del generador. Van Kessel se guardó el arma en la cintura del pantalón y arrancó la porción de suelo en cuestión. Bajo esta, empotrada en la superficie de la trampilla, había una consola cifrada.

Erinia se arrodilló a su lado. Estando ahora tan cerca el uno del otro, Aidur no podía evitar sentir nuevamente la misma sensación embriagadora que, días atrás, en su celda, le había hecho sentir tan cómodo a su lado.

Había algo en aquella jovencita que le hacía sentir demasiado cómodo.

—¿Realmente quieres saber el porqué de mi elección?

Deslizó la mano hasta el teclado de la consola y presionó doce teclas a gran velocidad, imposibilitando que Aidur pudiese reproducirlas. La luz de la consola pasó de dorado a negro y después a un rojo intenso.

Se escuchó un sonido de succión. Van Kessel tomó firmemente el tirador y abrió unos centímetros la trampilla. Al otro lado de esta, envueltos por un zumbido eléctrico, una mezcla de colores y destellos les daban la bienvenida a la sala del generador.

—Quiero saberlo, desde luego, pero no ahora. No es el momento. Creo que me perturbaría demasiado y ahora necesito tener la mente clara.

—Eres inteligente.

—La duda ofende, señorita —ironizó con cierta prepotencia. Ni era la primera vez que se lo decían ni sería la última—. Te recuerdo que tenemos un trato: fállame y sufrirás las consecuencias. Me juego mucho en esto.

—Te lo juegas porque eres plenamente consciente de que tu tiempo aquí se acaba, Aidur. Esa tal Novikov tiene las ideas muy claras: ya ha puesto las fichas sobre la mesa y me temo que tú no formas parte de su juego. Ni tú ni ninguno de tus dos compañeros, aunque uno de ellos crea que sí. Mercurio está en época de transición en todos los sentidos, y él lo sabe.

—¿Él?

Una sonrisa llena de picardía afloró en los labios de Erinia. Aidur no entendía el motivo, pero por alguna extraña razón la joven parecía encontrar su comentario muy gracioso. Tanto que, aunque no llegó a hacerlo, por un instante temió que rompiese a reír.

Consultó de nuevo el sensor de calor para asegurarse de que seguía solo. Más allá de las escalerillas que aguardaban tras la trampilla había algo esperando su llegada, estaba seguro; algo preparado para matar y proteger el generador a toda costa. Algo dispuesto a darle caza...

Pero por suerte, algo que, sin duda, no era humano.

—Varnes —dijo al fin—. Varnes sospecha. No te lo puedo asegurar, pero creo que él conoce el secreto de Mercurio. Y si no lo sabe, al menos tiene sospechas. Es por ello que le interesa tanto este planeta. Necesita tenerlo estrechamente controlado y ninguno de vosotros tres formáis parte de su círculo privado.

—¿El secreto de Mercurio? ¿Hablas del Gran Colapso?

—Hablo de muchas cosas. —Erinia señaló la trampilla con el mentón—. No dejes que muera, Aidur. Tenemos mucho de qué hablar.

Van Kessel dudó por un instante, pero finalmente abrió la trampilla y se encaramó en las escalerillas. Al final de éstas, cerca de veinte metros por debajo, una pequeña sala teñida de oscuridad aguardaba pacientemente su llegada.

Aidur volvió la vista abajo y, rápidamente, como capullos en flor, ocho androides de batalla se activaron. El modelo en cuestión no era el más avanzado, pero Aidur lo conocía perfectamente. Años atrás, en la Academia, Van Kessel había perfeccionado su técnica con la espada ejercitándose con ellos a diario. Obviamente, los programas que empleaban no tenían la opción de asesinato desbloqueada, pero incluso así habían sido fieros enemigos.

Los androides disponían de cuatro extremidades preparadas para la batalla. Las inferiores, firmes y fuertes, acababan en garras mientras que las superiores, en cambio, menos firmes que éstas pero más letales, acababan en cuchillas, las cuales, siguiendo las instrucciones que generaba el cerebro sintético de la máquina, atacaban al enemigo sin cuartel.

Eran buenas máquinas de guerra. Aidur no lo dudaba: las conocía y tenía que admitir que eran peligrosamente rápidas y precisas. Por suerte, él lo era más.

Mucho más.

Sustituyendo su pistola por el fino y largo cuchillo ceremonial que Kaiden Tremaine le había regalado años atrás, Aidur se dejó caer al suelo desde lo alto, en mitad del círculo de enemigos que vorazmente le aguardaban deseosos de cortarle en mil pedazos. Alzó su arma y la descargó velozmente, iniciando así una rápida lucha contra los ocho androides, los cuales, tratando de seguir sus movimientos, lanzaban cortes a diestro y siniestro, sin tan siquiera lograr rozarle.

El Parente era rápido: esquivaba golpes y los detenía con facilidad, estocaba con ágiles fintas y contratacaba. El cuchillo iba y venía en sus manos como si más que de un arma se tratase de una prolongación de su cuerpo; un espectro plateado en mitad de la oscuridad. Diestro en la materia gracias a las enseñanzas del auténtico maestro de la espada, Aidur dibujaba arcos y lanzaba estocadas aprovechándose del conocimiento anatómico que tenía de los androides con estremecedora puntería.

Sus golpes eran letales, fugaces y precisos como los mordiscos de una serpiente.

Menos de quince segundos después del salto, su superioridad quedó en evidencia al hundir el arma en el pecho del último androide. Aidur clavó un par de veces el metal en la ranura pertinente más por diversión que por necesidad y, apoyando la bota sobre su pecho, se deshizo de éste de una fuerte patada.

Ya rodeado de los cadáveres de metal de sus enemigos, limpió el filo del arma en la manga de la chaqueta y volvió a enfundarla con gracilidad, con elegancia. Al final de la estancia, iluminada por una tenue y parpadeante luz fantasmal procedente de un foco caído, aguardaba la sala de acceso al generador.

Fin de trayecto.

—¿Esto es todo? —Aidur lanzó una despectiva patada a uno de los androides—. Esperaba bastante más.

Se frotó las manos. Ni tan siquiera la propia Tempestad era rival para él. Ni Jared, ni Anderson ni la propia Novikov: absolutamente nadie. Desde luego era una suerte que le tuviesen de aliado. De lo contrario las cosas serían bastante distintas.

Muy distintas en realidad.

Pero no era momento de pensar en ello. Obligándose a sí mismo a mantener la mente serena, Aidur se encaminó al generador no sin antes lanzar un vistazo a su alrededor y grabar en la memoria la estancia. A partir de aquel punto el tiempo jugaría en su contra por lo que era importante que dominase el terreno.

—Atenta, Erinia, allá voy.

Casi cincuenta minutos después, Aidur Van Kessel llegó a la estación donde, ya acomodado en la parte trasera del último vagón, Merian Kaine le aguardaba con el cuerpo de Erinia tendido sobre un par de asientos. El hombre se incorporó para saludarle, visiblemente aliviado ante su regreso, pero ninguno de los dos dijo palabra. Aidur se quitó la chaqueta, tapó a la muchacha con ella y, dejándose caer a su lado, hizo un ligero ademán de cabeza hacia su camarada para que diese orden de partir.

Pocos minutos después, se pusieron en marcha.

Erinia no dio señales de vida durante todo el viaje. La muchacha tenía pulso y respiraba suavemente, pero parecía sumida en un sueño tan profundo que Aidur tenía la sensación de que nunca más volvería a despertar. Por suerte caería en muy buenas manos: las mejores de todo Mercurio. Así pues, no se preocupaba en exceso. De hecho, tal era su falta de preocupación por su salud que, tras un par de horas junto a Merian, el cual, inquieto por los acontecimientos escuchaba atentamente todas las transmisiones internas de Tempestad en busca de algo relacionado con el asalto a la Acheron, se quedó dormido.

Horas después, sintiéndose agotado pero satisfecho con el éxito de la misión, Aidur dejaba la estación en compañía de Merian y la muchacha para encaminarse a la Fortaleza. Subieron en el trineo privado que les aguardaba en la calle para llevarles de vuelta y, durante el transcurso del viaje, charlaron animadamente de lo ocurrido. Poco después, en menos de una hora, alcanzaron al fin la Fortaleza. Aidur y Merian dejaron el trineo en el aparcamiento y, cargando el primero con el cuerpo maltrecho de la joven, se adentraron en el por aquel entonces silencioso edificio por la puerta trasera.

Varios miembros del equipo de Murray ya les aguardaban con una camilla y el material médico necesario preparado.

—Encárgate de que se pueda conectar a la red —advirtió el Parente a Merian tras entregar a Erinia a los científicos—. Y échale también un ojo al pintor: quiero que le interrogues, a ver que cuenta esta vez.

—Claro, jefe.

—Después descansa un poco: te lo has ganado.

Satisfecho consigo mismo, Aidur subió a la recepción. La aparición de Jocelyn Bicault en su vida le había inquietado notablemente por lo que quería investigar al respecto. Seguro que habría algún volumen que hablase de ella.

Así pues, Aidur se encaminó a la biblioteca. O lo habría hecho de no ser porque, al cruzar la recepción, el Parente vio una pequeña y temblorosa figura oculta tras uno de los jarrones decorativos.

—¿Qué demonios...?

Sintiéndose amenazado en su propia casa, el Parente se llevó la mano a la cintura, dispuesto a desenfundar el arma, pero se detuvo al ver que la figura asomaba la cabeza. Parpadeó un par de veces, asombrado por su presencia, pues se había olvidado por completo de él y de su madre, y rápidamente acudió a su encuentro.

El niño, en cambio, no se movió.

Estaba aterrado.

—¿Daryn? —preguntó con perplejidad. Aidur se detuvo frente a él, demasiado confuso ante la actitud del niño como para saber qué hacer o decir. Daryn intentaba ocultar las lágrimas secándoselas continuamente con el puño de la chaqueta, pero era evidente que estaban allí—. ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? ¿Dónde está tu madre?

Daryn balbuceó algo que Van Kessel no entendió, pues apenas vocalizaba. El Parente se agachó a su lado, creyendo que quizás así lograría entenderle, pero lejos de repetir el mensaje el niño se abalanzó sobre él, rompiendo al fin a llorar. Hundió el rostro en su pecho, tal y como había visto que hacían los niños corrientes con sus padres, y siguió llorando largo rato sin que Van Kessel supiese qué decir o hacer.

Aidur estaba perdido. Nunca se había enfrentado a ninguna situación parecida. Los niños y él no se llevaban demasiado bien. No tenían demasiada afinidad, y se alegraba de que así fuera. Ni le gustaban ni le iban a gustar nunca. No obstante, aquella situación era distinta. Daryn era Daryn después de todo. Su Daryn.

Lanzó un suspiro lleno de pesar. Lanzó un vistazo a su alrededor, asegurándose así de que nadie le veía, y, finalmente, imitando lo que en tantas ocasiones había visto hacer a Thomas, abrazó al niño con el brazo derecho.

Para su sorpresa, era una sensación reconfortante. De hecho, era una de las sensaciones más reconfortantes y mágicas que ha sentido jamás en su vida. ¿Sería por ello que Thomas tenía tanto cariño al niño?

Aidur comprendió entonces que, en el fondo, eso era lo de menos. Ahora que estaba en sus dominios, nada ni nadie más tendría que cuidar del chico. Para eso estaba él.

—Eh, bonito pelo, chaval. Me gusta tu estilo —comentó estúpidamente feliz, embobado—. ¿Te lo ha cortado tu madre? A mí me lo cortaba ella cuando éramos niños... le gustaba, y la verdad es que a mí también. Sienta bastante bien... Oye, vamos, deja de llorar. ¿Tienes hambre? ¿Frío? ¿Necesitas ir al baño? Si quieres te puedo enseñar todo el edificio: tengo un poco de to...

—Se han llevado a mi madre... —interrumpió Daryn al fin en apenas un susurro, ensombreciéndosele la mirada—. No sé quién, pero alguien se ha llevado a mi mamá. Ella me dijo que si le pasaba algo malo te buscase. Me dijo... —Los ojos volvieron a llenársele de lágrimas—. Me dijo que cuidarías de mí...

—¿Cómo? ¿De qué demonios hablas? ¿Dónde está tu madre?

Sintiendo una insoportable opresión en el pecho, Aidur estrechó con fuerza al niño, como si no quisiera dejarle escapar. A lo largo de su vida había tenido que vivir muchas situaciones dolorosas. Siendo un niño había visto morir a su madre y, años después, a su "padre adoptivo". Le habían humillado y golpeado, insultado y denigrado; había visto morir a gente y él mismo había matado. Había visto mil cosas, y poco a poco, había logrado ir endureciéndose hasta llegar a considerarse alguien prácticamente insensible.

Lamentablemente, aquella coraza no era capaz de detener todos los golpes, y aquel, sin lugar a dudas, era el peor.

Cerró los ojos tratando de canalizar la mezcla de sentimientos que en aquel entonces ensombrecían sus pensamientos. Deseaba creer que el niño se equivocaba, que solo decía estupideces, como cualquier niño, pero en lo más profundo de su ser sabía que decía la verdad. Sus ojos no mentían. Además, Daryn no era un niño cualquiera. Daryn era su hijo y, por lo tanto, era lo suficientemente inteligente como para saber diferenciar las estupideces infantiles de algo de auténtica gravedad.

Apretó los dientes, furibundo. Si realmente aquello era real, fuese quien fuese el culpable lo pagaría muy caro. Muy, muy caro. Por suerte, Aidur ya no era el mismo niño que había dejado que asesinasen a su madre ante sus ojos. El miedo podía paralizarle, sí, pero únicamente unos segundos. Ahora las cosas eran totalmente distintas, y dictaría justicia a su manera.

—De acuerdo... Tranquilo; aquí estarás bien. Los míos te cuidarán. Yo me encargaré de traer de vuelta a tu madre, ¿de acuerdo? Te doy mi palabra. Ahora necesito que te calmes: tienes que explicarme qué ha pasado.

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