Capítulo 3
❝El Primer Gesto de Amistad"
La segunda semana de ser el apoyo y guía de Suznette Ishii fue... diferente. Al principio, creí que podía ayudarla con todo, que con un poco de paciencia y tiempo ella se adaptaría a las clases y al ritmo del instituto. Pero pronto me di cuenta de que, por más que quisiera, no siempre iba a poder ser ese puente. Había cosas que ella tendría que enfrentar sola.
En materias como lengua japonesa e historia, Ishii-san realmente luchaba. Era evidente que no lograba captar bien las explicaciones del profesor, y aunque yo hacía lo posible por ayudarle, su frustración era palpable. Sin embargo, lo curioso era que, cuando alguien le explicaba en inglés, todo cambiaba. Su habilidad para absorber información en ese idioma era admirable, casi como si fuera otro lado de ella que todavía no había tenido la oportunidad de mostrar plenamente.
En cambio, en materias como inglés, ciencias naturales y matemáticas, era impresionante verla trabajar. Tenía una facilidad para resolver problemas y un nivel de comprensión que dejaba a muchos atrás. Incluso a mí, debo admitirlo. Pero lo que realmente llamó mi atención esa semana fue otra cosa, algo que no tenía que ver con su inteligencia, sino con sus limitaciones físicas.
Durante las clases de educación física, Ishii-san era diferente. No trotaba al mismo ritmo que los demás ni participaba en las actividades más exigentes. Nuestro sensei la había designado como asistente para las clases, un papel que algunos podrían considerar aburrido, pero que ella cumplía sin quejarse. Sin embargo, esto no pasó desapercibido para las chicas del grupo, quienes no tardaron en empezar a murmurar.
—Mira a la princesita extranjera, ni siquiera puede correr como nosotras. —Escuché que decía una, su tono lleno de desdén.
—¿Crees que tenga algo? Tal vez es demasiado frágil para nuestras actividades. —Otra añadió, riéndose entre dientes.
Ishii-san, como siempre, no mostró que estas palabras le afectaran. Si lo hacían, no lo dejó ver. Su postura seguía recta, su mirada tranquila, y de vez en cuando, me dedicaba una sonrisa. Una sonrisa que decía más de lo que las palabras podrían expresar. Era como si me estuviera diciendo: Estoy bien. No te preocupes por mí.
Esa actitud suya me confundía. Era como si llevara un muro invisible a su alrededor, uno que yo no podía atravesar. Me intrigaba. Y al mismo tiempo, sentía una creciente molestia hacia las chicas que se burlaban de ella.
—¿No creen que ya es suficiente? —No pude evitar decir un día, cuando los comentarios fueron demasiado evidentes. Las miradas se volvieron hacia mí, sorprendidas.
—¿Qué pasa, Azumane? ¿Estás defendiendo a tu amiga la débil? —Una de ellas dijo, con una risa burlona.
—No es cuestión de ser débil o fuerte. Es cuestión de ser respetuosos. —Mi tono fue más firme de lo que esperaba. —Y, honestamente, creo que Ishii-san podría superar a cualquiera de ustedes en lo que se proponga, si se lo explica alguien que realmente quiera ayudarla.
No respondieron, pero sus expresiones hablaban por sí solas. Mientras tanto, Ishii-san, que estaba unos metros más allá, recogiendo las pelotas que habíamos usado para los ejercicios, levantó la vista y me miró. No dijo nada, pero esa sonrisa tranquila y cálida volvió a aparecer. Sentí un calor extraño en el pecho, algo entre orgullo y... algo que no podía identificar aún.
Fue entonces cuando empecé a notar cosas más misteriosas sobre ella. La forma en que siempre parecía mantener la calma, incluso cuando estaba claro que algo la molestaba. La manera en que se esforzaba, en silencio, por adaptarse a nuestro entorno, a pesar de las dificultades. Y esa sonrisa, esa sonrisa que parecía estar dirigida solo a mí.
Cada día que pasaba me hacía darme cuenta de que había algo en Ishii-san que me atraía. Algo que no entendía del todo, pero que quería seguir descubriendo. Y mientras más me daba cuenta, más profundo parecía hacerse mi interés por ella.
A mitad de la semana, mi cabeza era un desastre. Todo empezó con algo tan simple como notar que Ishii-san comenzaba a encontrar su lugar en la escuela, específicamente en una clase extracurricular. Era una elección lógica para ella: arte y música. Sabía que ambas cosas le gustaban, ya que siempre la veía dibujando en su cuaderno negro o moviéndose al ritmo de una música que parecía solo existir en su cabeza. Su estilo de dibujo era único, lleno de detalles y matices, como si expresara todo lo que no podía decir con palabras.
Sin embargo, lo que debería haberme alegrado me dejó incómodo. No era solo que estuviera mostrando otra parte de sí misma, sino que, al hacerlo, empezaba a alejarse de mí. Me di cuenta de que el idioma era su mayor limitación para relacionarse con los demás, pero también su escudo. Si algún día lograba superar esa barrera, sería mi declive final; ya no necesitaría a alguien como yo.
Esa sensación se intensificó cuando cada uno se fue a su clase extracurricular. Yo, como siempre, al voleibol, y ella a música. Al principio no me molestaba, pero un día, al salir de la clase, la vi caminando con dos chicos hacia su aula. No pude evitar detenerme a mirarlos: uno de ellos tenía el cabello blanco corto, ojos verdes y varios piercings; el otro, un pelirrojo con ojos dorados y una sonrisa constante. Parecían sacados de un drama juvenil, y por alguna razón, me incomodaban más de lo que debería.
El viernes llegó con la noticia que corría como pólvora: el chico de cabello blanco, Shuma Yamamoto, había sido la ex pareja de Ishii-san, aunque supuestamente terminaron como amigos por un tema familiar. Las chicas de nuestra clase no tardaron en sacar su lado más cruel.
—¿Vieron a Ishii? Claro que tiene que ser el centro de atención, ¿cómo no? Una extranjera con dos chicos tras ella. —La voz de una de las chicas resonó en el aula.
—¿Y uno de ellos es su ex? No me sorprende que haya terminado con ella, seguro era insoportable. —Otra agregó con un tono de burla.
No pude evitar buscar a Ishii-san con la mirada. Estaba de pie junto a la ventana, aparentemente ajena a los comentarios. Sin embargo, su expresión cambió cuando se giró hacia ellas, sus ojos brillando con una intensidad que nunca había visto.
—¿Eso es lo mejor que tienen para decir? —Su voz era baja pero cortante, como una navaja afilada. Las chicas se quedaron en silencio, sorprendidas. —Si van a hablar de mí, al menos asegúrense de que sea algo interesante. Porque hasta ahora, todo lo que escucho suena patético.
La clase entera quedó en silencio. Ishii-san volvió a mirar por la ventana, como si nada hubiera pasado, mientras las chicas no se atrevían a decir una palabra más. Yo sentí una mezcla de orgullo y algo más... algo más profundo que no podía nombrar.
El sábado, esa sensación me alcanzó de lleno durante la práctica de voleibol. Mi frustración se reflejaba en cada remate que daba, tan fuerte que Daichi tuvo que pedirme que bajara un poco la intensidad.
—Oye, Asahi, ¿qué te pasa? —me preguntó finalmente Sugawara, lanzándome el balón. —Estás rematando como si quisieras arrancar la cabeza de alguien.
Me detuve, respirando hondo, pero no supe qué decir. Daichi me miró con una ceja levantada, claramente sospechando algo.
—Esto tiene que ver con Ishii, ¿verdad? —dijo finalmente, directo como siempre.
—¿Qué...? No. Claro que no. —Mi respuesta salió demasiado rápido.
—Ah, claro, para nada. —Sugawara se cruzó de brazos, su tono lleno de sarcasmo. —¿Entonces por qué estás actuando como si quisieras matar a alguien?
—Esos dos chicos... —Murmuré finalmente, apretando los puños. —Shuma y el otro, el pelirrojo. Siempre están con ella, como si no hubiera más personas en la escuela.
Daichi y Sugawara intercambiaron una mirada, y luego Sugawara soltó una risa suave.
—Asahi, amigo... Estás celoso.
—No lo estoy. —Negué de inmediato, pero incluso a mí me sonó poco convincente.
—Claro que lo estás. —Daichi se acercó, dándome una palmada en el hombro. —No es malo admitirlo. Parece que te importa más de lo que pensabas.
Sugawara asintió, sonriendo.
—Y, sinceramente, no te culpo. Ishii tiene algo especial. Pero si no haces algo al respecto, esos dos van a seguir estando ahí, y tú solo vas a frustrarte más.
Me quedé en silencio, mirando el balón en mis manos. Tenían razón, aunque no quería admitirlo. La verdad era que Ishii-san me estaba afectando de una manera que nunca había sentido antes, y eso me asustaba más que cualquier remate fallido.
[...]
Hoy era el inicio de la última semana del acuerdo que el sensei había establecido para ayudar a Suznette Ishii a adaptarse. Era un lunes como cualquier otro para el resto, pero para mí, llevaba un peso distinto. Sentía que el final de este acuerdo significaba perder una excusa para estar cerca de ella, algo que me había acostumbrado a disfrutar en silencio. No sabía cómo afrontar la idea de no ser más su apoyo, su excusa para hablar y aprender. En mi interior, dolía profundamente, pero traté de ocultarlo lo mejor posible.
Sin embargo, ese lunes noté algo diferente en ella. Su nariz estaba roja como un tomate, las ojeras bajo sus ojos eran más profundas de lo normal, y su piel, ya pálida de por sí, parecía casi translúcida. Me bastó un estornudo y verla sacar un pañuelo para confirmar lo que ya sospechaba: Ishii-san estaba resfriada. A pesar de ello, estaba en clase, luchando por mantenerse firme. Su obstinación era palpable, pero esta vez su terquedad me preocupaba más que nunca.
Durante el receso, la vi apoyada en el pupitre, completamente inmóvil. No había tocado su almuerzo, ni siquiera levantaba la cabeza. Cuando llegó el sensei de matemáticas, la situación alcanzó un punto crítico. Al verla en ese estado, fue evidente que no podía seguir así.
—Ishii-san, no puedes quedarte en estas condiciones —dijo el sensei con un tono firme, pero cargado de preocupación. Ella levantó un poco la cabeza, sus ojos llorosos brillando de fiebre y obstinación.
—Estoy bien, sensei. Puedo continuar con las clases. —Su voz sonaba débil, casi inaudible.
—No, no lo estás. —El sensei se cruzó de brazos, decidido. —Azumane, lleva a Ishii-san a la enfermería. Asegúrate de que la revisen y que descanse allí.
Mi corazón se detuvo un segundo al escuchar mi nombre. Solo pude asentir mientras me levantaba y caminaba hacia ella. Sus ojos me buscaron, entrecerrados por el cansancio y la fiebre.
—Netta, vamos. —Intenté sonar tranquilo, aunque mi preocupación era evidente.
—No necesito ir. Estoy bien —dijo mientras trataba de levantarse por su cuenta. Su voz sonaba más frágil con cada palabra.
—Eso no parece cierto —respondí, mirándola directamente a los ojos. —El sensei está preocupado, y yo también. No seas terca.
Ella suspiró, claramente molesta por la situación, pero no tenía energía para discutir. La ayudé a levantarse, sintiendo lo ligera y frágil que estaba.
—Esto es innecesario, Azumane. Solo es un resfriado —murmuró mientras caminábamos por el pasillo.
—No, no lo es. Estás ardiendo en fiebre. —Intenté que mi voz sonara calmada, pero era difícil ocultar mi preocupación. —Necesitas descansar, no puedes seguir así.
—No quiero ser una carga para nadie. —Su voz era apenas un susurro, pero sus palabras me golpearon con fuerza.
—No eres una carga. Nadie piensa eso, y menos yo —dije sin pensar, mis palabras saliendo más sinceras de lo que esperaba.
Ella no respondió, solo siguió caminando a mi lado. Pero a mitad del camino, su paso vaciló, y antes de que pudiera reaccionar, su cuerpo colapsó hacia mí.
—¡Netta! —grité, atrapándola justo antes de que cayera al suelo. Sentí el calor abrasador de su piel mientras la sujetaba, y el pánico me invadió. No sabía qué hacer. Mi corazón latía desbocado, y mi mente se llenó de miedo al verla así, completamente vulnerable.
No había tiempo que perder. La cargué en brazos, ignorando las miradas curiosas de los estudiantes que pasaban cerca. Cada paso hacia la enfermería se sentía eterno, y en mi mente solo podía repetirme una cosa: Por favor, que esté bien. Por favor.
La enfermera fue rápida y eficiente. Apenas llegamos, colocó a Netta en una de las camillas y le dio un medicamento para aliviar el resfrío. Luego colocó un paño húmedo sobre su frente para controlar la fiebre. Aunque la veía atendida, el susto que había sentido en el pasillo seguía revoloteando en mi mente, como un eco que no podía silenciar. Mi corazón todavía latía con fuerza, y el temblor en mis manos delataba mi estado nervioso.
La enfermera notó mi inquietud y, con una voz amable pero firme, me habló.
—Puedes quedarte aquí una hora si quieres, Azumane-san. Pero no te preocupes demasiado; ya me he comunicado con sus padres. Pronto vendrá alguien por ella.
Asentí agradecido, incapaz de articular palabra. Me senté en la silla junto a la camilla, observándola en silencio. La forma en que dormía, tan frágil y agotada, era completamente distinta a la imagen fuerte y decidida que solía mostrar en clase. Era una dualidad que me descolocaba, pero también me hacía darme cuenta de algo importante: ella no era solo una compañera más. Netta era igual de importante para mí que Daichi o Sugawara. Pero ahí estaba el problema: nunca le había dicho eso, ni mucho menos le había dejado claro que quería ser su amigo. Ahora que lo pensaba, me sentía un completo idiota por no haberlo hecho antes.
Estaba tan inmerso en mis pensamientos que no me di cuenta de que Netta había abierto los ojos. Su mirada débil pero incisiva me sorprendió, y cuando levantó su mano y cubrió las mías con la suya, sentí una mezcla de calor y vergüenza.
—Has estado muy triste estas semanas. —Su voz era suave, rasposa por la fiebre, pero aún cargada de esa sinceridad que me dejaba sin palabras. —¿Qué hice para entristecerlo, Azumane-san?
Su pregunta me desarmó. ¿Cómo podía alguien estar tan enfermo y aún preocuparse por los demás? Sus ojos entrecerrados parecían leerme como un libro abierto. No tenía sentido mentirle, así que, por primera vez, dejé salir todo lo que llevaba guardado.
—No es tu culpa. —Mi voz salió más baja de lo que esperaba, pero continué. —Es solo que… estas semanas ayudándote me hicieron darme cuenta de lo fácil que es estar cerca de ti, pero también de lo mucho que me cuesta saber cómo no ser una molestia. Me alegra que tengas amigos en la clase de música, pero… me asusta no ser parte de eso. Me asusta que, cuando ya no necesites ayuda, simplemente desaparezca de tu vida.
Ella no dijo nada al principio, pero sus ojos me observaban con una intensidad que me hizo sentir más expuesto de lo que quería. Sus labios se curvaron en una débil sonrisa antes de responder.
—¿Y por qué no me preguntaste si podíamos ser amigos?
Sus palabras me golpearon con fuerza. Me sentí tan tonto que lo único que pude hacer fue bajar la mirada.
—Porque… porque soy un tonto —admití, rascándome la nuca con nerviosismo. —Nunca supe cómo decírtelo, y ahora siento que ya es tarde.
Ella soltó un leve suspiro, y cuando volvió a hablar, su tono fue más suave, casi maternal.
—Azumane-san, ya te considero mi amigo. Por eso siempre intenté protegerte también, aunque quizás no lo notaste.
Esas palabras me dejaron sin aliento. ¿De verdad pensaba eso? Antes de que pudiera decir algo, ella añadió:
—Pero si necesitas que sea oficial… ¿Quieres ser mi amigo, Azumane-san?
La pregunta me tomó por sorpresa, pero mi respuesta fue inmediata, casi instintiva.
—¡Sí, claro que quiero!
Su risa resonó débil pero clara, y por primera vez en todo el día, sentí que una nube pesada se levantaba de mis hombros. Saber que yo era quien la había hecho reír en ese estado me llenó de un alivio indescriptible.
—Eres adorable cuando te emocionas así —dijo entre risas, y su comentario me hizo sentir un leve calor en las mejillas.
Nos quedamos en silencio después de eso, pero era un silencio cómodo. Netta volvió a cerrar los ojos, descansando, y yo permanecí a su lado, decidido a quedarme hasta que alguien viniera por ella. Por fin, tenía algo claro: ya no había barreras entre nosotros. Éramos amigos, y eso era todo lo que necesitaba para sentir que el día había valido la pena.
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