Única parte

Lo que la vida puede dar, también te lo puede quitar.

Aquello que mi abuela me decía cuando era tan solo un niño siempre rondaba por mi mente, siempre allí, latente, sin querer apartarse de mis pensamientos ni por un segundo.

No entendía, no entendía el porqué de esto, no entendía cómo aquella frase jamás salía de mi cerebro.

Quizás fue en el momento en el que me lo dijo por última vez, en su lecho de muerte, cuando mi padre acababa de apuñalarla.

"La vida puede dar, pero también te lo puede quitar."

Quizás no iba dirigido hacia mí, lo más probable era que aquellas palabras eran para mi padre que asesinaba brutalmente a su propia progenitora, destruyéndola a ella, destruyéndome a mí. Destruyendo nuestra familia.

Destruyendo mi vida.

Desde aquella noche soñé con el Páramo. Aunque con suerte pude pegar un ojo.

Desde aquella noche él me atormentaba mientras dormía.

Nunca le dije a nadie, poco me creerían en el orfanato ni en el hospital.

Mi madre ya no estaba, había decidido quitarse la vida cuando mi padre realizó aquella horrible acción. Él se encontraba tras una celda, pagando por toda la destrucción que provocó.

— ¿Por qué no tienes amigos, Roger?

Porque soy un maldito fenómeno.

— ¿Por qué siempre estás tan solo?

Porque no tengo amigos.

— ¿Qué es eso en tus brazos? ¿Son cortes?

No los hice yo, los hizo el chico del Páramo.

¿Por qué sigues llorando?

Porque no tengo a nadie.

Farrokh y John seguían interrogándome una y otra vez, yo no respondía, nunca lo hacía. Siempre me mantenía callado, con la vista gacha, la capucha de mi sudadera puesta y tratando de que mi cabello tapase mis ojos.

Trataba de verme serio, indiferente, aunque en mi interior estaba roto, quebrado, como una muñeca de porcelana.

Una muñeca de porcelana rota.

Durante años lloré contra mí almohada durante las noches. Lloré y lloré, hasta que me percaté de que aquello no iba a solucionar nada y dejé de hacerlo.

Quería mi antigua y alegre vida, en la que no sabía que mi padre era esquizofrénico y un psicópata, en la que tanto mi madre, como mi abuela estaban vivas y yo vivía en una casa y no en un miserable orfanato.

Tenía cuatro años cuando todo ocurrió. Los años pasan y me hice —entre comillas— "un hombre". Tenía veintitrés años, pero seguía con el mismo dolor, la misma actitud y el mismo sueño.

O mejor dicho, la misma pesadilla.

Ya casi no dormía, llevaba días sin hacerlo, lo cual se evidenciaba en las grandes bolsas que reposaban bajo mis ojos.

Estaba cansado, odiaba mi trabajo, pero no pude ir a la universidad y fue lo mejor que conseguí.

Aquel día me dormí casi instantáneamente, cosa que no me había ocurrido de hacía años atrás.

— Volviste —me había dicho nuevamente, comprendí que había vuelto a allí y me estremecí.

Di la vuelta y nuevamente vi al de rizos frente a mí con una amplia sonrisa en el rostro. Se acercó y no evité retroceder algo asustado.

— Hey, Rog, no tienes que tenerme —volvió a sonreír, diablos, lo despreciaba.

Permanecí mudo.

Seguía acercándose a mí, paso a paso, sabía que quería hacerme daño, lo sabía.

Odiaba el lugar, odiaba a Brian, su habitante, odiaba la pesadilla y odiaba esos recuerdos que me molestaban siempre.

— L-Lo que la vida puede dar, también te lo puede quitar —murmuré cerrando los ojos con fuerza.

Brian tomó mi brazo Con brusquedad, dispuesto a hacer lo que normalmente hacía mientras sacaba la navaja que no sé dónde guardaba.

Me solté, corrí, corrí lo más rápido que pude mientras oía cómo me llamaba y como me seguía.

Diablos, diablos, diablos.

Corría entre los árboles del Páramo, la sombra oscura que era Brian no era visible en ningún lado cercano.

Me detuve en seco para respirar hondo numerosas veces tratando de recuperar el aliento, mirando a mi alrededor, sin encontrar a nada o a nadie.

Odiaba y odio el Páramo.

Comencé a caminar más calmado por el lugar, había un silencio sepulcral y casi todo se veía negro.

Miré mi mano pudiendo percatarme de que podía ver un poco a través de ella, como si de una especie de holograma de ilusión se tratase.

Sentía pasos tras de mí y me di vuelta dispuesto a correr de Brian y sus golpes, sus cortes y lo que me hacía.

Pero no era Brian, solo era un animal que a medida que iba acercándose hacía que me estremeciera más y más, comencé a correr de forma descuidada, sin darme cuenta que mis pies se enredaban con una raíz de árbol y caí.

A un vacío que desconocía.

Desperté con la frente perlada de sudor, como siempre, a mi lado no había nadie.

— Tim —llamé a mi compañero que se encontraba durmiendo en la cama al otro extremo de la habitación, él simplemente se acomodó y siguió durmiendo.

Suspiré y miré las sábanas que me cubrían. Blancas. Siempre blancas. Odiaba ese color.

Sin más que hacer me levanté e intenté pasear por el lugar, pero recordé que estaba encerrado allí, no tenía ningún remedio.

Miré mis brazos, tenía la marca de que alguien me había sujetado fuertemente de ellos, además de las vendas en las cicatrices.

Me coloqué las manos en la cara, y sin más remedio empecé a leer el único libro que tenía, ya por décima octava vez.

Frankenstein, de Mary Shelley.

Madrugué leyendo y cuando abrieron la puerta para que fuéramos a desayunar, al parecer, me encontraron allí. Sin haber dormido.

Tim despertó lentamente y se tapó la cara con las sábanas intentando aislar la luz notoriamente artificial que se filtraba a la habitación desde el pasillo.

— Taylor, ¿por qué no dormiste?

No respondí. Solo dos personas habían escuchado mi voz tras el asesinato: Tim y Brian.

Aunque claro, el primero solo lo había hecho pocas veces.

Los demás solo habían oído gritos o sollozos provenientes de mí, nada más.

— No estás en condiciones de no contestar —siguió.

No respondí.

— Roger no ha hecho nada —me defendió Tim, lo miré y emití una media sonrisa, lo que él sabía interpretar como un "gracias".

— Tú no tienes nada que ver aquí, Staffel —lo riñó también—. Retírate y déjame hablar con Taylor.

Tim me dedicó una mirada asustada y nerviosa, sabiendo lo que podía pasarme si me dejaba allí solo con ese tipo.

Yo solamente asentí para indicarle que estaría bien, mientras el tipo seguía gritándole que saliera.

Tim no tuvo otra que obedecer y salió no sin antes ser guiado por otro hombre.

Muchas otras veces no había dormido, pero nunca había sido descubierto, puesto que siempre fingía estarlo mientras abrían la puerta.

Me había descuidado, y lo más probable era que tendría que pagar las consecuencias. Debí ser más atento.

— Con que tú eres el que no habla —comento acercándose a la cama, yo mantenía una expresión neutra en el rostro, mirándolo fijamente—. Te estoy hablando, por si no lo sabes.

Noté lo estúpido que era, menciona que sabe que no hablo nunca y me pide que le conteste. Idiota.

Aunque claro, ahora el idiota sería yo por haber olvidado fingir que dormía.

— ¿Sabes la hora que es? —no respondí ni hice ningún gesto—. Son las cuatro de la madrugada. A esta hora los hospedados duermen, Roger.

Asentí.

— Tu actitud ha causado muchos problemas aquí —dijo—. Quién diría que has intentado fugarte treinta y siete veces... ¡y casi lo logras en ocho de ellas! Niño astuto.

Aquello era verdad, luego de eso me habían cortado el cabello a modo de castigo. Al principio se había sentido extraño, sentir como el pelo solo me tapaba la nuca y no caía en mis hombros como normalmente hacía.

— Que también intentaste usar de rehén a un guardia.

Aquello también era verdad, lo había hecho la última vez que intenté escapar. No sirvió, solo aumentó el castigo.

— Que tienes cuchillas y navajas en la habitación y realizas autolesiones —siguió.

Pero aquello no era verdad, yo no me cortaba, era Brian quien me pasaba aquella navaja por los brazos cada vez que lograba conciliar el sueño.

No era culpa mía.

Sin embargo, seguí callado.

— Incluso dicen que has iniciado revueltas donde han salido heridos y muertos, ¿no es así?

No respondí, aquella vez simplemente querían obligarme a salirme de donde estaba sentado y no quise. Que el tipo fuese uno de los psicópatas del lugar no era mi culpa.

— ¿Sabes? Eres jodidamente desagradable, no sé cómo Staffel te soporta —dijo el hombre.

Le escupí.

Simplemente como reflejo, me sentía amenazado y en cierta forma molesto. Siquiera me conocía.

Vi como se limpiaba el rostro con displicencia y enojo. Me estremecí.

— Hasta aquí llegaste —masculló tomándome fuertemente del brazo y arrastrándome por los pasillos.

Gritaba.

Gritaba de pánico y miedo, desgarrando mi laringe y cuerdas vocales, mientras ese hombre arrastraba por el blanco piso de los pasillos.

Me empujó dentro de una habitación, me amarró a una silla de madera y tras golpearme, cerró la puerta.

Empecé a sentir como la corriente eléctrica pasaba a través de mi cuerpo. Grité nuevamente de dolor.

— ¿Por qué huiste la última vez?

Diablos, otra vez el Páramo. ¿Habré quedado inconsciente?

— Porque te odio —solté.

— Roger, no tienes que odiarme. Soy parte de ti a fin de cuentas —sonrió Brian.

— No, no lo eres. Eres un monstruo.

— ¿Solo por unos cortes? Te estoy haciendo fuerte —dijo—. Solo recuerda la primera noche en la que no lloraste.

— No recuerdes ese maldito día —dije intentando irme, mas Brian me tomó del brazo para evitarlo.

— Tengo qué, ahora estamos encerrados aquí hasta que no despiertes —dijo—. No te haré daño hoy, pero no creo que logres hacerlo hasta mucho tiempo más.

Me solté de su agarre pero no salí corriendo como la última vez.

— Deberás fijarte en cómo despiertes —dijo, y me estremecí al entender a lo que podría referirse.

— No lo recuerdes.

— Es agradable tener comunicación contigo, Roger —dijo—. No oía tu voz desde hacía meses.

— No me gusta hablar —dije.

— Ya lo sé —sonrió nuevamente—. Pero vamos, nos conocemos desde hace años.

— Hubiese preferido no tener que conocerte —dije—. No tengo idea de qué eres, pero sé que vives en mi mente rota.

— Justamente —dijo.

Caminaba por el Páramo. Cumplió su promesa, no me hizo daño.

Solo aquel día.

Desperté en la camilla, amarrado.

Contemplé con un suspiro de alivio como todo parecía en orden, Tim se encontraba en la cama de al lado, leyendo.

— Hola, Rog —me saludó sonriente cerrando el ejemplar de Frankenstein—. Tranquilo, no te hizo nada.

Suspiré de alivio nuevamente y le sonreí agradecido. Él retomó su lectura.

Me dediqué a mirar al techo sin tener otra cosa que hacer. Mis brazos no tenían cortes recientes y vi aquello como bueno.

Al rato nos llevaron al comedor. Al menos teníamos más suerte que otros que permanecían encerrados.

John y Farrokh se sentaron con nosotros, comíamos en silencio.

— Henry dijo que le gusta tu brazalete, Freddie —comentó John a Farrokh, puesto que le gustaba que lo llamasen así.

— Dile que muchísimas gracias, querido —respondió Freddie.

— Henry, Freddie dice que muchas gracias —dijo mirando hacia el lado.

Freddie miró hacia el enfermo Jim, lamentablemente un guardia lo vio y se lo llevó.

— ¡Henry te dice adiós, Freddie! —exclamó John.

Volvimos a las habitaciones, esta vez me metieron ala fuerza un somnífero a la boca y aunque intenté escupirlo, no tuve más opción.

— Hola, has vuelto —su voz sonó a mis espaldas, me di vuelta y lo encontré—. ¿Sabes? No es tan desagradable verte seguido.

Parpadeé y al volver a abrir los ojos me di cuenta que ya estaba frente mío y pasaba la cuchilla tras mi carne.

Grité, tratando de soltarme sin lograrlo.

Él reía, yo no entendía por qué siempre hacía aquello, por qué lo disfrutaba tanto. Simplemente dañarme.

Logré soltarme mientras mis brazos aún sangraban y seguí corriendo.

Recordé la choza que había en el Páramo y seguí su rastro.

Al llegar, busqué el revólver que había escondido allí y rápidamente lo cargué.

— ¡Roger!

Sabía que me dañaba para matarme lentamente, pero no supe por qué.

Salí de la choza y corrí un poco más, tropecé con una raíz y caí al suelo.

Brian se detuvo unos metros más atrás.

— No huyas, el somnífero durará mucho y te agotarás de tanto correr. Deja que termine de marcarte y puedes pasar a tomar un té.

Me levanté asustado y lo apunté. Él rió.

— ¿De verdad crees que tendrás el valor de ello?

Quité el seguro.

— Rog, para de ser tan dramático —dijo—. Solo son unos cortes, es divertido.

Mantuve mi postura.

Y disparé.

Brian cayó al suelo sin vida.

Por fin lo había acabado, por fin había matado a mi peor miedo.

Y con él a mí mismo.

El hospital psiquiátrico St. Marys, actualmente abandonado, albergó numerosos pacientes psiquiátricos en la década de 1920, entre ellos el callado joven Roger Taylor, quien su voz solo era escuchada mediante gritos que daba al ser golpeado o maltratado con electroshock, y quien tendía a realizar autolesiones mientras dormía siendo sonámbulo.

Actualmente sus gritos aún pueden ser oídos, a pesar que se quitó la vida en el año 1927 con tan solo veintitrés años de vida. Creen que el hecho de ser amigo de un esquizofrénico, un pecador con lujuria y un zoofílico.

Nunca se pudo determinar el trastorno exacto del joven Taylor, pero dicen algunos que incluso lo han visto vagar por el recinto abandonado acompañado a veces de un joven de alta estatura y de cabellos rizados, de quien normalmente huye.

Desafortunadamente, el paradero actual de su cadáver se desconoce.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top