Capítulo 3: Más abajo del cielo. Más alto que el infierno.
Hay un lugar llamado Parahell, que se encuentra abajo de los cielos y por encima del infierno.
Al parecer todos los vivos estuvieron aquí y aprendieron parte de las cosas que saben en el mundo, pero... han olvidado este lugar, tal vez porque así quisieron.
Para ellos, este lugar es irreal.
Un mito.
Algo que nadie quiere recordar.
Algo que nadie puede recordar.
Para mí, ¿qué es Parahell?
La pesadilla de alguien más.
—Y entonces, analizas cada momento de la vida de esta persona, como un destello fugaz transformado en un deseo moribundo hasta la muerte temporal. Las cosas que más lo marcaron y lo hicieron feliz, por las que lloró y sonrió con nostalgia, por el valor de su vida, como si fueras el juez de su destino —Elián subió el tono de su voz al ver la confusión en mi rostro—. Lo sé, es raro que se resuma la vida en un video corto, pero así es. No es imposible, nada lo es.
Terminó de explicar, sacando unas fichas extrañas de un color grisáceo.
—Estos son noun de mínimo valor, lo que te mencioné. Con ellos podrás pagar una prueba y listo, estarás siendo un juez pisoteando uvas para extraer la verdad —me miró seriamente, dejando de lado su humor perturbador—. Y recuerda, solo hay cuatro opciones. Gloria celestial, terrestre, telestial, y el infierno. No lo olvides: el sol, la luna, las estrellas, y la niebla. No hay más. ¿Quedó claro, rarito?
—Ah... sí. —Asentí fingiendo entender sus palabras.
Demonios, el rarito eres tú no yo.
El zumbido resonaba como el canto de una sirena en las profundidades de mi destransformación. Un sonido continuo y punzante. Beep. Beep. Beep.
No sabía la razón de mi presciencia y rápidamente traté de adaptarme para conseguir respuestas. Acababa de aparecer allí y ya me estaban induciendo al mundo de las apuestas, o eso era lo más obvio. Al parecer era algo llamado "Esper". Debía recordar el nombre sagrado que me dió un Ser superior, y debía entender el por qué estaba allí.
¿Pero cómo quieren que recuerde algo que nunca me pregunté?
No sabía qué carajo era un Esper, no recordaba mi nombre, y no sabía qué demonios estaba haciendo en esos momentos. A veces me preguntaba entre murmuros el por qué terminé allí, ganándome miradas extrañas de esos personajes curiosos.
¿Qué estaba haciendo antes de despertar?
—Mocoso, tú siempre encajándole cosas a extraños que acabas de conocer —bufó Drick irritado, tomándolo de su camisa blanca y sacudiéndolo como muñeco de trapo—. Se nota claramente en su rostro de estúpido que no quiere hacer estas cosas, date cuenta. Deberíamos enviarlo a un par de clases en Lux y que él decida por su cuenta lo que quiera hacer, ¿vale? Recuerda que no podemos meternos con el albedrío, y menos con alguien extraño.
¿Extraño? ¿Yo? Caray, él es quien tiene una serpiente albina de mascota prensada a su brazo y yo soy el extraño y rarito aquí. Irónico.
—Tengo razón, ¿o no? —le preguntó a su serpiente. Drick juraba que Baku hablaba, pero era tímido y prefería callarse frente a mí. Estaba completamente loco, pero la fascinación de su piel idílica ante mis ojos me hacía ignorar las raras palabras de Drick.
—Je...Ya me comuniqué con Neferet y Acfred. Dicen que están teniendo una discusión con la arcángel Filiae en la segunda jerarquía sobre la administración de milagros... Je... Vendrán en cuanto puedan, como se rige el tiempo de Kólob no será mucho. Pero para los humanos quizás sean semanas, jeje.
Su risa me perturbaba más que sus confusas palabras, y su sonrisa me causó escalofríos.
Me siento un inútil en este lugar.
—Agh... ya llamaste a los ancianos aburridos. —Elián rechinó los dientes. Montón su pie en una silla junto a mí, causando que el estruendo hiciera voltear a varios bebedores del centro. Una mujer dejó caer gotas de la bebida roja en su vestido plateado—. Mirt, ven, vamos a coger una cinta para que podamos enseñarle lo básico a... ¿Él?
—No sé quién soy. Si me lo preguntas no puedo responder tampoco —contesté al ver su deseo de saber mi nombre.
No importa si no puedo recordarme.
Me miró fijamente, excavando con sus ojos en mis sentimientos, como si intentara adivinar que clase de persona era y cual parecía ser mi nombre. Mi semblante fue serio, poniéndole un alto a sus encantos para descifrarme.
¿Cómo puedes reconocer a alguien que no puede reconocerse a sí mismo, joven luna?
—Cero... Te llamaré Cero. Suena lindo, ¿no? Un poco ridículo, pero lindo, y tonto, pero estaba bien, ¿sí? —susurró sin perder esa sonrisa perturbadora. La repetición de la palabra "lindo" era una obvia capa de humo para ocultar lo patético de mi apodo.
Hizo unas señas atrayendo a Mirt como un perro fiel a su lado. Mirt sólo rió tontamente acomodando su flequillo ondulado. Los ojos de ambos brillaban como faros de luz de mercurio, pero tenían un matiz dorado en lo profundo. Como un mar de plata donde nadan peces dorados felices en su ignorancia.
Después de unas palabras y advertencias, tomaron el camino en busca de los vid. Un túnel gris que no te dejaba ver más allá del primer metro adelante de la entrada, cubierto por un aura fantasmagórica pero atrayente; el túnel de las memorias. Parahell, apodado por mí como "el casino de la preexistencia", estaba rodeado de puentes para entrar y salir por diferentes lugares formando una combinación de pasajes peligrosos.
En ese entonces no había pisado los túneles desconocidos, pues Elián dijo que nunca fuera más allá de los límites. Por ende, no conocía aún la ciudad Nonato de la que hablaban tanto. Comencé a relajarme en las habitaciones de arriba, donde ellos descansaban y molestaban a Drick, el único que "trabajaba" frente a mis ojos.
—Cero, ni más ni menos. Suena bien para mí —expresó Drick detrás de mí, riendo con malicia.
Sus palabras me hirieron. Ni más ni menos. Ni siquiera sabía como comportarme, pues mi personalidad había sido desfigurada o simplemente aún no era formada. Lo de existir y vivir aún era un misterio menester para mí.
Drick, de ese Esper sólo podía sentir una vibra pesada, lúgubre, melancólica. Como si algo ocultara detrás de esa sonrisa burlona y su aparente personalidad madura. Un adulto escondiéndose detrás de las cortinas.
¿De quién se esconde?
¿Será del Alfa y Omega que tanto mencionan? Es ese personaje... ¿Alguna clase de dios?
—¡Drick! Terminé la votación por aquí, necesito que la califiques y envíes los datos a la sala principal para que me retire por hoy. ¡Y tráeme algo que beber! —gritó un tipo tres mesas más atrás de mí, jugando con sus dedos y tarareando una canción conocida sobre las estrellas. Su cabello y sus ojos también eran grises, pero sus rasgos eran delgados y por un momento lo confundí con una mujer guapa. Todos similares y tan diferentes.
—Deberías dejar de beber, idiota Rean. Terminarás destruyendo lo poco que te queda de lux calí en el cuerpo. Te desmayarás algún día si no cuidas tu salud —se dirigió a su mesa, dándole sermones como un padre.
La luz del cuerpo, lux calí, según Elián y su complejo por siempre tener la razón, era lo equivalente a sangre para los humanos. Pero en vez de roja, es más bien... un universo en blanco con tinta dorada y azul luminiscente que forma miles de estrellas ante los ojos de un Esper.
Un líquido perfecto que fluía dentro de los espíritus, contando el principio y el fin de la tierra, la energía que fluía en cada rincón de las galaxias y los universos, uniendo a cada inteligencia que vagaba sin un propósito para darles algo más allá de todo el conocimiento humano y la transmutación.
Lo explicaron de la manera más hermosa para evitar que yo me sorprendiera y quisiera abrirme el brazo para comprobarlo.
—¿Y crees que me importa? Como si quisiera conservar mi "divinidad" en este punto. Es repugnante intentar mantener algo que perderás en el viaje inevitablemente, así que es mejor perderlo antes. Sírveme más, es tu trabajo. —Rean exclamó irritado, golpeando la mesa con sus uñas. Drick no podía negarse.
—Pero esa es la prueba. Para ver que tanto podemos mantener y cuánto dejaremos podrirse, cuánto valemos o porque debemos ser desechados en la hoguera. —Tomó una botella de la barra y le sirvió sonriente, dándole un porta vasos transparente.
—"Para ver si harán todas las cosas que su Dios les mandare". Me acaban de decir lo que viviré en la tierra... y créeme que no eran cosas lindas ni un camino de flores con colibrís. Maltrato infantil, un suicidio en mis hombros, prostitución y tendencias suicidas. Dijeron que valdría la pena al final. ¡Tú sabes mejor que nadie que el suicidio mortal nunca sería una opción para mí! Aún así las acepté. ¿No es suficiente? ¡¿Acaso no lo es ya?!
—Nunca es suficiente. Lastimosamente, nunca lo es, Rean, y nunca lo será.
Quizás me dió miedo escucharlo decir eso.
Me levanté de la silla con ímpetu, decidido a buscar una salida a cómo diera lugar, no me importaba tener que cruzar algún puente extraño y morir. Necesitaba irme. Ni si quiera estaba seguro de que eso fuera real, y no quería creerlo. Quedé atrapado por la negación.
Una ligera brisa aromática corrió por el pasillo sin iluminación, golpeando contra mi espalda, intentando susurrarme algo y tal vez detenerme. La sensación de frío y vértigo era solo eso, una sensación y lo mejor era ignorarla; aún sabiendo las consecuencias de hacer lo que no debes hacer. Para quien sea, Parahell sería un lugar terrorífico, pero en esos momentos vagos en mi cabeza solo era un lugar vacío. No sentía nada, y eso era lo mejor por el momento.
El pasillo junto a las mesas no era un túnel. Daba con diferentes habitaciones confusas que me hacía ver doble y un camino interminable. El principio y el fin...
Debería entrar a alguna de las clases que mencionó Mirt, tal vez pueda servirme de algo, murmuré. Comprender la razón del porqué estaba allí era lo que quería hacer, pues era el único raro que desencajaba en todo excepto el cabello. Incluso mis ojos eran color café. Me hablaron de los nuevos aparecidos, pero ellos comprendían todo a la perfección: sabían su nombre, habían visto lo eterno, el inicio, y querían saber más de lo que les rodeaba lejos de su pequeño universo infantil.
Yo solo deseaba saber quien era, pero algo dentro de mí comenzó a negarse.
Me acerqué a los salones especiales, donde se desarrollaban las apuestas más complicadas y de mayor costo. Según Elián, relatos macabros disfrazados con enseñanzas antiguas a través de varias guías psicológicas. Entender los sentimientos de alguien, las consecuencias de sus malas decisiones, y la recompensa inmarcesible por hacer las cosas bien.
La iluminación de Parahell provenía de unas llamas frías de color gris en los techos, como focos. Grandes puertas plateadas y negras, con cerraduras doradas, símbolos extraños, jeroglíficos formaban cosas ilegibles. Un número 7 en todas ellas y en algunas el 12.
Comencé a mover las cerraduras inocentemente de cada puerta, buscando alguna abierta para ocultarme y ver lo que hacían en realidad. Un vistazo a la realidad detrás de toda su filosofía de mierda.
Espero y Drick no me vea, tal vez me golpeen y me echen si es que esto está prohibido, me dije aún sabiendo la verdad.
Una de las puertas se abrió, sin causar sonido alguno ni sombras en el interior. Me acerqué a pasos lentos, asomándome con cuidado y tratando de disminuir los latidos de mi corazón.
—¿Sabes, hermano? Desde que me asesinaste siempre te imaginé con cola y un par de cuernos. —La voz del video sonaba extraña, como un silbido desesperante. Dos chicos, aparentemente Esper, veían aquellas cintas de las que hablaban Elián y Drick.
¿De qué trata esto?
En el video reproduciéndose, el joven que hablaba al inicio se dirigió al otro, mirando su muñeca de forma desagradable y dijo nuevamente lleno de hastío:
—Pero... —miró la herida una vez más, con mucho odio y un tono burlón—, lo único que tienes es una gran cicatriz... —susurró sin decir más, portando su sonrisa demoniaca, orgulloso por lastimar al otro.
Diferentes escenas tétricas comenzaron a pasar en la pantalla, alterando mis nervios. Los chicos lo vieron tranquilamente, podría decir que incluso lo disfrutaban y se deleitaban en lo que quizás era "arte". El audio sonaba quebrado y creí que mis oídos sangrarían. Imágenes donde un hombre levanta una piedra y golpea a otro, pasaron velozmente de forma macabra. Tomó una daga, la clavó en el cuello de un chico, derramando sangre por doquier como un ser necrófago. Tomó un cúter, y cortó desesperadamente sus muñecas, dejando ver gotas de sangre fusionándose con lágrimas de arrepentimiento. El hombre vió fantasmas, soñó con sangre, y ahora su corazón se detuvo, muriendo en agonía y su miseria causada por su mismísimo hermano.
El vomito parecía ser inevitable de contener. La desesperación comenzó a masticarme como una sanguijuela. Los chicos hablaban y discutían acerca de las escenas que pasaban, analizando pequeños detalles.
—Eso es algo que yo... ¡YO NO PUEDO CAMBIAR NADA! —gritó uno de ellos, destrozado, empujando al de su izquierda.
No podía contenerme más, y no tenía vomito que expulsar. El dolor se incrementó en mi estómago y creí que perdía aire.
Estoy vacío igual que un muñeco, intentando llenarme con cualquier cosa que pueda, y eso es tan doloroso. Un muñeco... ¿Cómo sé estas cosas?
—¡AHHHHH! —mi cabeza iba a explotar mientras las escenas se revivían una y otra vez en mi mente.
¡Quiero morirme! QUIERO MORIR.
Retrocedí gritando aterrado, causando que tropezara contra uno de los escalones. El mareo y la poca cordura que me quedaban se hizo más confusa cuando caí de golpe azotando mi cabeza como una pelota, sólo que yo no rebotaba.
—¡Cero, hey, CERO! —Drick corrió hacia mí.
—¿Quién es...? —uno de los chicos murmuró, apartando al otro.
~•~•~•~
Drick me tomó del brazo con fuerza y enojo, haciéndome ver un niño pequeño que no escuchaba a sus padres. Me sentó en una silla al fondo del lugar donde compran noun, pidiendo a los presentes que se retiraran. Trató de relajarse tocando su cabellera, pero fue inútil.
—¡Tú, eres un comple...! —levantó la mano, decidido a golpearme en cualquier parte. Escondí mi cabeza abrazándome con mis propios brazos, esperando no recibir el golpe. Si me golpeaba, estoy seguro de que me habría abierto la cabeza.
El golpe no llegó cuando yo esperaba.
—¿Qué crees estás haciendo con mi muñeco, Drick? —preguntó Elián, deteniendo su mano, con una mirada penetrante, dejando atrás su personalidad relajada y bromista—. Me voy unas horas y le pones la mano a mi juguete. Muy mal, muy mal, Rapunzel con miembro.
¿Eh? ¿Qué clase de chiste horrible es ese? ¿Trata de imitar a los "humanos"?
—Jeje... Creo que iba a golpearlo, Elián. —El risas-molestas interrumpe.
—¡Este inepto entró a una de las salas más caras sin si quiera pedir permiso ni pagar! ¡¿Qué es lo que le pasa?! ¡¿Cree que puede hacer lo que quiera?! ¡Nadie hace esas cosas aquí! Parece que tiene más parecido a los humanos entrometidos y sordos que a los Esper. ¡Nosotros si pensamos las cosas antes, no como ellos! —comenzó bramar, sin tomar pausas.
¿Parecido a los humanos? ¿En qué me parezco y cómo puedo parecerme a algo que no he visto?
—¿Qué él hizo qué? —Elián también se mostró enojado después de la confusión. No me imaginé que todos fueran tan serios con respecto a eso.
—Elián, jeje... —Mirt posó su mano en su hombro, intentando relajarlo. La sonrisa en su rostro me dió luz verde para no alterarme más—. Te estás poniendo algo... jeje, con Cero.
Elián inhaló y exhaló tranquilamente, apartando la mano de Mirt. Se dirigió a Drick, con una sonrisa forzada:
—Yo me encargo. —Elián se agachó un poco, hasta verme directamente a los ojos y tomarme por los hombros, sacudiendo mi cabello—. ¿Qué fue lo que te hizo decidir por cuenta propia entrar a lugares que no debes, eh?
—¿Qué fue lo que hizo? Hablas como si algo me hubiera llevado a ello. Yo lo decidí, nadie más. —Respondí un poco alterado, sacudiendo la cabeza para negar cualquier suposición.
—¿Tú lo decidiste? ¿Cómo lo hiciste? —preguntó, alarmado. Su rostro comenzó a palidecer.
Una luna desgastada...
—¿Cuál es el problema?
—Los Espers no deciden por cuenta propia. Deben ser guiados, porque si no, son inútiles. Somos incapaces de decidir las cosas, porque es nuestra naturaleza —interrumpió Mirt, seriamente, sin reír como demente—. Solos los humanos deciden las cosas por cuenta propia y se condenan solos, nadie más lo hace por ellos.
No supe qué responder. Desde que aparecí no había sentido alguna clase de restricción en mis decisiones, pero debía tenerla según lo que entendía.
—Cero, ¿quién eres? —interrogó Elián, forzando aún más su sonrisa.
—¡¿Qué estás insinuando?! —me levanté de golpe, apartando sus dedos con un empujón.
¿Qué quieren decir estos tipos?
—¡Estoy insinuando que eres extraño, eso! —gritó Elián de igual manera, chocando contra mí—. ¡¿Cómo no vas a recordar quién eres?! ¡Entiendo que eras una inteligencia sin valor, pero si estás aquí eres capaz de recordar cuando comenzaste a tener un alma, cuando comenzaste a existir!
—¡¿Qué quieres decir con inteligencia?! ¡Sólo estoy vivo, es lo que sé! ¿Cuál es tu problema con eso? —exclamé desesperado. Drick se acercó a mí molesto, apartando a Elián de un golpe.
—¡No, no estás vivo, desgraciado! ¡¿De dónde sacaste esas ideas?! ¡Existes, no vives! ¡¿Quién te dijo que vivías, eh?! ¡¿Acaso fue...?! —jadeó Drick, dándome empujones de forma violenta.
—Paren —las manos de Mirt detuvieron a ambos—. Lo están confundiendo, jeje, eso no está bien. ¿Entendido?
Ambos obedecieron, como si sus palabras estuvieran por encima de ellos. Obedecer, es lo que hacían ciegamente. ¿Pero por qué a Mirt? ¿Por qué él parecía tener más conocimiento raro que ellos? La frustración llegó a mí haciéndome chasquear la lengua.
—Mirt, ¿y si las ideas que tiene son más avanzadas? ¿Es sólo eso o de verd...? —Elián volvió a su tranquila fachada inocente, suspirando.
—Nadie tiene esas ideas fácilmente, Eli. ¡Estoy seguro de que ese condenado metió esas cosas en su cabeza para maldecirnos! Es capaz de cualquier cosa. —Inquirió Drick, sin ocultar su odio con temporizador.
Se referían a ese condenado del que me habían advertido que me ocultara, porque el día que me encontrara en la tierra me ataría una soga al cuello y me arrastraría a sus llamas riendo con locura. Arrastrándome al infierno que sonaba relajador en estos momentos.
—Lo llevaré conmigo a la siguiente asignación en Aureum, jeje. Tal vez pueda hacerle recordar algo, jeje. —Los miró con una sonrisa macabra, simplemente expresando: "Fin de la discusión".
La migraña volvió y creí que perdería la cabeza al tener que enfrentar a un desquiciado yo solo.
~•~•~•~
–Plaza principal de Stars; Gloria Telestial–.
Azra.
—¡¿Por qué nos hacen esto?! ¡¿Por qué sólo sufrimos?! RESPONDE.
Un hombre gemía ahogado en sus lágrimas, lamentándose para dejar de sufrir. Que gracia era ver arrepentidos pagar su condena y no cuando sus vidas aún parecían eternas.
Intenté rodear la plaza principal abastecida de aguas grises y medusas rojas; pasar de ser percibido para no causar problemas.
Oír los gritos de gente desdichada sólo me hacían recordar malos momentos de cuando solía ser un humano. Era una sensación escalofriante tener los recuerdos de lo que era vivir en una guerra donde cualquier cosa podía destruirte, donde sacabas un dedo y eso te llevaba a la muerte. Estaba tan agradecido de haber fallecido hace tiempo. La divina enfermedad de la vida era algo que estaba mejor enterrado en mi pasado como humano, algo perecedero que aún se esforzaba por existir en una parte de mi cabeza, por tener un lugar en mi existencia.
La vida... Mensajes sin respuesta. Dolor por doquier. Una que otra risa y momentos felices, fugaces. De todas formas, estaba tan agradecido porque mi vida había sido un deleite lleno de decepciones y milagros. Si no hubiera sido por ello, no sabría lo que es sentir tristeza ni felicidad, y aún sería un Esper inútil que no sabe lo que es progresar.
—¡¿Por qué?! —el hombre sacó la cabeza con violencia de las aguas, asustando a los demás que rodeaban la plaza como un paseo en el parque. El hombre siguió gritando, pero las medusas rojizas se adherían más y más a su cuerpo, quemándole.
El cielo siempre parecía apunto de estallar en llanto, pero raramente llovía la radioactividad.
—Hey..., Tranquilo. No queremos hacerlos sufrir; el sufrimiento por placer es algo lejano a mí. Queríamos salvarlos, queríamos ser suficientes —un espíritu de cristal y oro, con una corona de fuego divina, tomó de los cachetes al ser que sollozaba—, pero... —comenzó a llorar como un bebé recién nacido—, ustedes nos rechazaron y no pudimos hacer nada. ¡No pudimos salvarlos porque nos desconocieron! A pesar de que les dimos otra oportunidad... nos rechazaron con crueldad. Me llamaron monstruo, me escupieron, me maldijeron, e hicieron cosas que yo no pod... Yo... Tú me preguntas por qué, y yo te pregunto a ti: ¿Por qué si querías salvarte no te levantaste y lo hiciste?
—¡NUNCA LOS ACEPTARÉ, USTEDES ME CAUSARON TODO EL DOLOR!
El hombre, atascado por su orgullo aún siendo quemado por las medusas, consiguiendo miradas de desprecio de los ignorantes que andaban para ver la estatua del Espíritu cubierto de fuego en el centro de la plaza, le escupió a la entidad sin cuerpo, tratando de ocultar su culpabilidad en el asunto.
El espíritu cristalino continuó llorando aún más lamentable, por un momento quise ir a brindarle un abrazo. Ese desgraciando hombre se había condenado el doble. Quien rechazara a ese ser, recibía condenación para siempre, fue lo que ordenó el Primero desde antes de que yo despertara.
Ángeles, Alfa y Omega, el Primogénito, y los Esper tenían cuerpos de carne y hueso. Los humanos eran la copia efímera de nosotros, pero no estaban creados de la misma forma. Sin embargo, esta entidad no lo tenía, no poseía un cuerpo como los demás. Un ser extremadamente poderoso y a la vez tan frágil, que con una pluma puedes ser capaz de destrozar todo el cristal a su alrededor.
—Pero yo... —La entidad se levantó melancólico y desapareció con un par de destellos en lo alto, enterrando su tristeza al dejar pedazos dorados sobre el hombre que aún no podía hablar sin mentir.
Ya sabía que yo estaba allí, pero me ignoró a causa de su dolor. Aún recuerdo cuando ese ser era parte de mí. Recordé todas las veces que me guió en la vida y todas las veces que lo rechacé, y aún así volvía a mí... preguntándome porque llorábamos.
El único dios que puede visitar la tercera jerarquía es él, el único que puede morar dentro de alguien. Mejor conocido como El Consolador o Espíritu Santo, que compartía el mismo objetivo que los demás. Era parte de la divina Trinidad, pero para mí siempre fue alguien mágico y sensible sacado de una historia surrealista.
—Pensé que iba a decirme algo por estar aquí... —Suspiré, aliviado.
No sé qué hacer en este punto.
Mi plan era buscar a alguno de mis compañeros y pedirles los registros de los espíritus que se encontraban allí, pero olvidé que ese día era una de las charlas acerca de los planes hoy en día. El siglo XX estaba por terminar en el mundo junto sus canciones y modas, pero todos sabíamos lo que venía para el siglo XXI y estábamos ocupados lidiando con ese futuro presente.
¿Y los demás siglos? No sabíamos más allá de eso, sólo el Omnisciente lo sabía y nunca habla de más. Solo Él tenía el poder de observar cada línea temporal y vernos en cada etapa de nuestras vidas, estar allí siempre, y quizás nosotros viendo cosas a futuro y pasado cuando los famosos déjà vú sucedían en nuestra cabecilla, un pequeño fallo de la línea temporal.
Debería entrar simplemente a alguna de las oficinas con los permisos que tengo como ángel de la muerte, planeé. A pesar de ser el famoso creador de ellos, no les daba órdenes pues todos sabían que hacer, habían ángeles de la muerte más capaces que yo y probablemente más maduros. Nunca supe porque Él me dió la oportunidad de guiar si eta tan torpe y cabeza hueca.
También había considerado cambiar el nombre que usábamos, sonaba distante. Si podía hablar correctamente, quizás el Primogénito lo aceptaría, Él era consiente de que la muerte había vencida hace tiempo, así que no tenía sentido llamarnos de esa manera.
Ángeles de la muerte, el nombre me abrumaba.
Me elevé unos centímetros del suelo, extendiendo mis alas con lentitud asegurándome de que no hubiera nadie cerca debajo de los cielos oscuros. Me dirigí velozmente a alguna de las oficinas ocultas en las minas repletas de cristales verdes, portándome como si no estuviera haciendo algo anormal.
Y la suerte no parecía estar de mi lado, fue cuando recordé que la suerte no existía y sólo lo ya ordenado.
—¿Azra? ¿Qué haces aquí y por qué no estás en la Aureum hablando de la nueva generación? —preguntó alguien detrás de mí, con voz seca.
Sí, mi único dolor de trasero en ese lugar paradisíaco para los espíritus fue quien me reprendió.
—¡Ah, Miguel, mi amigo, cuanto tiempo sin vernos! Pensé que tú también estabas en la charla. —Volteé a verlo con una sonrisa nerviosa, ocultando mis manos detrás.
La triste iluminación me mareó en comparación a él. Su ropa blanca me dejaría ciego pero más su piel resplandeciente. Yo y los demás éramos los únicos ángeles que portábamos ropas grises y blancas sin resplandecer por el tipo de trabajo que teníamos encomendados; no podíamos arriesgarnos por el deseo de brillar más que las estrellas.
—Es mi turno de cuidar esta jerarquía, Gabriel y Daniel estaban ocupados. Y no evadas mi pregunta, habla claro. —Su tono era severo. Enarcó las cejas.
—Verás Miguel, es sólo que quiero encontrar a un conocido que recién terminó su misión y ver en qué jerarquía se encuentra, estoy preocupado por él. Tengo la sospecha de que terminó aquí y me gustaría verlo una vez más. —Respondí nuevamente sin apartar mi sonrisa extraña. Tal vez me veía horrible.
Quiero volver a mi hogar y descansar por horas.
—Ezra, ¿has perdido la cabeza, ridículo? —se cruzó de brazos, irritado—. Dejaste la vida hace más de mil años; no tienes ningún conocido, ni amigos, ni si quiera vivo hiciste amistades. Di la verdad, ahora.
Otra sonrisa nerviosa se articuló en mi rostro.
Definitivamente soy el menos indicado para mi trabajo... No por nada no pude ser un dios y terminé como angel ministrante.
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Mi cerebro se frió y la historia se murió al igual que mi futuro y mi buena salud. ¡Me disculpo por ello!
Cualquier pregunta que tengan acerca de esta confusa historia, pueden hacerla por aquí. <3
~MMIvens.
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