021. Bad Birthday

ACTUALIZACIÓN 23.09.2018


Solo les digo... NO me odien ):    & lean hasta el final.

...



El día que más había intentado retrasar, había llegado. Era absurdo tapar el sol con un dedo, y eso Cristie lo sabía perfectamente.

La resplandeciente masa de calor se comenzaba asomar por el Noroeste, iluminando poco a poco la ciudad. Las pocas nubes que quedaban de la noche anterior se alejaban rápidamente, tal como la sonrisa que se había formado en sus carnosos labios al recordar lo feliz que era su familia antes de la partida de Samuel.

—Paciencia —murmuró la rubia cerrando los ojos mientras se alejaba de la ventana por la cual miraba los modernos edificios, acostumbrados a observar diariamente.

Paciencia era la palabra que se estuvo repitiendo constantemente durante toda la noche al tratar de conciliar el sueño. Hoy sería el último día que debía soportar para volver junto a su madre. Anhelaba tanto poder abrazarla cálidamente y desahogarse en sus brazos, pero también sabía el vacío que se llevaría con ella.

Salió prontamente de sus pensamientos, al oír como la puerta a su espalda se abría cautelosamente. Una cabellera rubia hacía presencia ante sus ojos azules, y se cruzó con los inigualables de su ex parabatai.

—Feliz cumpleaños, C —dijo él con una gran sonrisa esbozada de sus labios. Entró por completo a la habitación, evidenciando una pequeña caja en su mano derecha, muy similar a la que había utilizado hace tres años atrás.

—Eso es... —inquirió Cristie, mirando fijamente la caja— ¿lo que pienso que es?

—¿Esto? —Jace señaló la caja con la que sus dedos jugaban, y sonrió ladinamente. —Tal vez —dijo coquetamente—, pero ahora será diferente.

—¿Diferente? —la rubia entrecerró los ojos, casi fulminándolo con la mirada. —Al grano, Jonathan.

Sabía que era una de las tantas bromas de su mejor amigo.

—Ábrelo y sal de dudas.

Evans dudó un par de segundos, hasta que cogió la caja que Jace extendía en su gran mano. Era de color amarillo, con una gran rosa de un tono más pálido.

—No es una bomba, ¿verdad? —preguntó antes de querer abrirla.

—¿Qué? —frunció el ceño. —¿Crees que si tuviera la posibilidad de poner una micro-bomba en esa caja no habría asesinado a todos los demonios de nuestro mundo? —cruzó miradas con su mejor amiga, que estaba más confundida que al principio. —Solo... ábrelo, ¿sí?

—De acuerdo.

Cristie tomó una gran bocanada de aire, para no demostrar sorpresa. Había jurado decir y ordenar —obligar prácticamente— que no quería recibir regalos en su cumpleaños, puesto que eso sería como si celebrara un día inolvidable para ella.

—Es... ¿SC? —frunció aún más el ceño. No entendía absolutamente el regalo de Wayland, y estaba comenzando a sospechar más que al principio. —¿Qué significa esto?

—Es un anillo.

—Sé lo que es, Jace... pero ¿por qué esas iniciales? —tomó el hermoso y gran anillo dorado con su mano, lo observó un par de segundos hasta... —¿Te has visto con Savannah? —frunció aún más su ceño, demostrando su molestia.

—No —mintió. —Bueno, sí... pero no es lo que estás pensando.

Cristie bufó. Era confuso y sospechoso que el anillo que Jace le estaba obsequiando era idéntico al que su media-hermana portaba en su mano izquierda.

—Era de suponerse —masculló entre dientes. Puso el anillo en el lugar que correspondía y extendió la caja. —No lo quiero.

Jace hizo el intento de protestar, pero ella negó con la cabeza reiteradas veces.

—No entiendes, Cris... esto no es lo que tu cabeza con esa gran imaginación procesa —se defendió con ese tonto argumento.

¿Qué sacaba con discutir sobre el anillo?

Sí, era cierto. El anillo se lo había dado Savannah, pues ella estaba al tanto del cumpleaños de su media-hermana, y para su suerte, Jace no dejaba de decir que era "destino" el encontrarse con ella siempre que podía. Y en una de esas últimas reuniones, la morena le pidió como favor que le diera el anillo, así las mantendría unidas.

—Lo siento, pero no quiero nada que tenga relación a ella o Gabriel —se limitó a contestar.

—¿Por qué? Deberías darle la oportunidad de... —fue interrumpido por la rubia.

—¡No! —giró sobre sus talones, encontrándose rápidamente con los ojos de Wayland. Apretó los puños con fuerza, sacó la ira y frustración que tenía guardada por años. —¡Ella no es parte de mi familia! ¡Por culpa de ese bast... demonio, es que mi familia se destruyó! Gabriel le fue infiel a mamá y eso no se lo perdonaré ahora ni nunca, más aun sabiendo que Savannah es hija de un demonio como lo fue su madre —tragó saliva con fuerza y continuó—, aunque Gabriel diga que me quiere, no lo hace —sonrió sin gracia— eso lo sabemos todos, solo intenta utilizarme para sus beneficios. Ningún padre hace tanto daño como lo hizo él. Es por eso que solo le digo papá a Samuel, se lo ha ganado por derecho, no por obligación —alejó la vista del rubio, y caminó hacia la salida de su habitación—. Y esta conversación termina aquí.

Con los ojos cristalizados salió a paso rápido. Poco le importó el estar desarreglada y malhumorada, lo único que deseaba era desaparecer de la faz de la tierra y de cualquier mundo para encontrar la paz que tanto esperaba.

El oscuro pasillo que decoraba cada parte del instituto, no eran más que laberintos, entristeciendo aún más el ambiente. Cristie se dirigió hasta la sala de entrenamientos, con desesperación buscó su caraj, arco y flechas, ya que para ella era la única forma en ese momento de borrar todo recuerdo de su mente, y de su desalmado corazón.

—Solo un par de horas más —volvió a susurrar.


(...)


—¡No! Te dije que debías poner eso más abajo —Isabelle reclamó a un par de chicas que la ayudaban con "la decoración" para la fiesta que le querían dar a su mejor amiga.

La morena se tomó la mejilla y negó con frustración. Quería que todo saliera perfectamente como lo suele hacer con cada evento que organiza.

—Deberías tomarte un descanso —le sugirió su hermano adoptivo.

Ladeó la cabeza sin ánimos y lo observó detenidamente.

—¿Dónde está?

—No lo sé —encogió sus trabajados hombros y los alzó. —No salió como esperaba.

—Eso es lo que pasa cuando no sabes comprender que es lo que quieren las chicas —tomó su hombro y lo golpeó con suavidad—, la iré a buscar.

El rubio negó con la cabeza.

—No. Deberías esperar a que tenga su espacio y piense tranquilamente.

Isabelle se lamió los labios, y asintió. Pero la curiosidad era más grande, así que preguntó.

—Irá Alec, ¿verdad?

Jace solo la observó.

—Debemos terminar con esto, ¿crees que necesites mi ayuda? —cambió el tema, intentando no ser tan invasivo respecto al tema. —Creo que el morado no es su color favorito, fuimos parabatai bastante tiempo ¿lo sabías? —bromeó.

Isabelle lo fulminó con la mirada y pisó 'accidentalmente' su pie con su tacón alto. El rubio maldijo por lo bajo y se limitó a gruñir, para no seguir hablando del tema.


(...)


Era cierto que debían esperar a que Cristie tuviera el espacio suficiente para poder despejar su mente. Pero era imposible sacar tantas cosas de su mente; su padre, Gabriel, Savannah, la pulsera de Armadia, la magia, su sangre, los portales, Jace, Izzy, sus sentimientos... Alec.

¿Qué era lo mejor que podía hacer?

Ya estaba haciendo la peor parte, que era ignorar completamente a Alexander para que no tuviera problemas con su esposa... aunque, no la había visto en absoluto en el instituto las veces que salía de su habitación, pero tampoco era algo que le importase demasiado.

Solo esperaba pacíficamente con su amado arco el momento indicado para explicarles a todos sus futuros planes, pero ¿qué si no les importaba en absoluto? De todos modos, ella no era una parte fundamental del instituto. Todo lo contrario a lo que Lydia Branwell era; una líder nata, organizada, una de las mejores shadowhunter, la encargada del instituto enviada especialmente por la clave, hermana y esposa de Alexander.

Le dolía demasiado el seguir pensando y darse cuenta que lo había perdido para siempre. Quiso luchar por lo que ambos sentían, pero fue él quien se negó. Y eso no era lo peor, sino que por más que se internalizara que él era un hombre comprometido, su corazón latía con fuerza al verlo o con solo oír su nombre.

—Maldito —dijo en voz baja. Pero no lo suficiente, pues alguien más la había oído.

—Uhm, no creí que me odiaras tanto —se hizo el ofendido.

El corazón de la rubia pareció detenerse por unos segundos. No sabía si seguía latiendo.

Bajó el arco con rapidez y giró sobre sus talones para quedar lo bastante cerca del azabache, tanto, que podía oír su respiración acelerarse.

O tal vez era solo la suya.

—¡Por el Ángel!, ¿no te han enseñado que no debes asustar a los demás?

Alexander sonrió de lado como siempre lo solía hacer. Lo que provocó un revuelco de emociones en Cristie, tanto que tuvo que morder su labio interiormente para no demostrar debilidad.

—No te burles —le dijo ella con el ceño fruncido. Parecía mucho más molesta que antes, y eso a Alexander le divertía bastante.

—No lo hago —se defendió. —Solo quería que termináramos nuestra conversación pendiente.

Ella no tenía nada que hablar con él, por lo mismo evadió su penetrante mirada, y se enfocó en dejar su arco en una pequeña mesa de la habitación.

—Creí que no teníamos nada que hablar, ¿no fui lo suficientemente clara? —respondió fríamente, al punto de sentirse mal por hablarle de esa manera.

Alexander la tomó del brazo, haciéndola girar a su lado. Las piernas de Cristie temblaron por completo solo con sentir el contacto de su mano sobre ella. Le seguía importando, y eso le dolía más de lo que pudo imaginar en su momento.

A pesar de ello, el corazón de ambos latían desbocados, y respiraban irregularmente.

—Alec, mamá te... busca —dijo el menor de los Lightwood asomándose a la sala de entrenamientos con suma inocencia.

Los dos nephilim se separaron automáticamente, con vergüenza. Sus rostros lo reflejaban todo.

—Dile que iré enseguida —contestó el azabache, sonando lo más normal posible e intentando recuperar la compostura. Aunque eso se le dificultase estando cerca de Cristie.

Maxwell se alejó corriendo, y ambos escucharon como sus pequeños pasos se alejaban de la incómoda situación.

—Debo... ir.

Evans manteniendo el nerviosismo asintió. Pero antes de eso, le dio la espalda para no tener que mirarlo fijamente.

—Sí, sí. Entiendo, ve —contestó apresuradamente.

El corazón lo tenía revuelco, brotando una confusión de sentimientos en quien la mirara. Se le notaba demasiado que lo seguía queriendo, pero el impedimento tenía nombre y apellido; Lydia Branwell.


(...)


Las horas habían pasado hasta que el sol decidió que era tiempo de esconderse detrás de las montañas. Entonces, la oscuridad tomaba su lugar donde correspondía, y el frío azotador perturbaba a los árboles alrededor del instituto.

—Ya es tiempo —se asomó Isabelle y le informó a su mejor amiga.

Cristie solo asintió con una sonrisa, claro que bajo de esa hermosa curva escondía tristeza e inquietud acerca de lo que podría pasar.

Estaba inquieta y todo en ella era incierto. Tal vez, ese era uno de los motivos que la gatillaron a tomar aquella decisión, eso y que Alexander no estaba allí para ella.

Tomó una última bocanada grande de aire, y se observó por última vez en el espejo apreciando su hermoso vestido. Aunque claro, no acostumbraba a utilizarlos, pero por ser una ocasión especial, lo hacía.

Cruzó por todo el pasillo con un dolor en el pecho, como si fuera la sentencia de su muerte. Estaba enterada que todos estaban invitados a su celebración, y sí, eso incluía a la flameante esposa del moreno.

Se detuvo unos instantes antes de descender las escaleras para mirar su alrededor perfectamente decorado por su mejor amiga. Era espléndido.

Cristie se veía absolutamente hermosa, mucho más radiante y bella que otros días. Aunque, para Alexander siempre había sido la chica perfecta.

Definitivamente el negro era su color.

Bajó las escaleras con elegancia, utilizando unos tacones que —prácticamente— Isabelle la obligó a usar, pero era lo que la hacía mucho más alta y estilizada.

La observó detalladamente, como si no hubiera mañana. Recorrió cada centímetro de su atlético físico, sintiendo que la escaneaba mucho más allá de lo habitual.

—Te ves... —la rubia interrumpió.

—¿Fea?, ¿horrible? —lo bombardeó con preguntas inocentes, lo que provocó que el azabache dejara en evidencia una sonrisa. —Espera, ¿me veo mal? —finalizó, dándose cuenta que le estaba dirigiendo la palabra como si nada de lo pasado le importara.

—¿Qué? No —respondió antes que siguiera con sus incoherencias. —Te ves hermosa, y no digo que antes no lo estuvieras es solo que...

Cristie sintió como sus mejillas se ruborizaban, y el mismo calor que él le provocaba cada vez que dirigían palabras, subía a su cabeza.

—Siento interrumpir —el resonar de unos tacones los distrajo—, pero hay alguien que desea darle el primer obsequio a mi mejor amiga —dijo Isabelle, ganándose el odio absoluto de su hermano mayor, y una gran sonrisa de Jace que no hacía más que observar la divertida escena.

—Maxi —giró sobre sus talones para recibir con los brazos abiertos al menor de los Lightwood.

—No pude esperar más, así que decidí traerte esto —la mini copia de Alexander extendió un paquete de color azul, con una rosa del mismo tono.

«Para la mejor nephilim de todos los mundos, y a quien quiero como una hermana. Con cariño, Maxwell Lightwood»

Una inesperada sonrisa se formó en los labios de Cristie. Con el hecho de saber que Max existía en su vida, el corazón se le apretaba. Odiaba admitirlo, pero él era mucho más cercana a ella que a sus propios hermanos de sangre.

—Es... perfecto —su voz sonó sin coherencia y algo interrumpida.

—Pero debes abrir el regalo —insistió el pequeño, tomándola de su hermoso vestido negro con detalles en dorado.

Evans asintió, y conteniendo las horribles ganas de llorisquear como una niña pequeña —el hecho de estar hormonalmente activa le provocaban sentimientos encontrados—, todo le afectaba de manera doble.

—¿Tú hiciste esto? —preguntó la ojiazul.

El regalo se trataba de una hermosa foto familiar de hace tres años atrás, pero eso poco le importó al pequeño, aun cuando él era mucho menor que ahora.

Maxwell asintió avergonzado. Para él no era costumbre dar obsequios a otras personas que no fueran sus padres o hermanos, y eso incluía a Jace, a pesar de ser bastantes cercanos.

—Es perfecto, Max —suspiró profundo y se puso de cuclillas frente al muchacho de ojos azules. —Es el mejor regalo que pude haber recibido antes —agradeció con un cálido abrazo, porque parte de estar celebrando su cumpleaños, era por él.

—Maxwell, deja de acosar a la cumpleañera —advirtió con su típico tono de voz Maryse desde el otro lado de la habitación.

El menor Lightwood corrió hasta su madre con vergüenza, a lo que Cristie solo sonrió.

Los extrañaría, claro que lo haría.

—¡Es mi turno! —exigió Isabelle. —No es algo grande, pero creo que es perfecto para ti —extendió una pequeña cajita, que contenía un collar en forma de corazón con ambas iniciales IC. Algo muy similar al anillo que Jace quiso darle como recuerdo que Savannah seguía siendo su hermana, a pesar de todo lo que haya pasado.

—Iz —se limitó a decir, y corrió —literalmente— a sus brazos. Se hundió en el cabello oscuro de su mejor amiga, y la abrazó como si no quisiera perderla jamás. —Gracias.

—Hey, pero no me asfixies —sonrió. —Además, no es como si no nos fuéramos a ver más, ya mañana tendremos una resaca de los mil demonios —bromeó. Luego le dirigió la mirada a Alexander que no hacía más que observar detenidamente a Evans. —Bueno —tosió intencionalmente— mi hermanito, también te tiene un regalo, ¿verdad, Alec? —levantó una ceja, esperando que el azabache reaccionara —hombres.

Rodó los ojos y caminó hasta al lado de su hermano. Lo cogió del brazo para dejarlo de pie junto a su mejor amiga y se alejó, dejándolos solos.

Nuevamente Cristie sintió que el mundo se detenía. ¿Por qué tenía que ser tan difícil todo esto?

—Bueno, yo... uhm —Alexander tartamudeó como no lo había hecho en mucho tiempo. —Lo mío es un poco más... presencial, y no está precisamente aquí.

La ojiazul lo miró más confundida que al principio, y su corazón no dejaba de palpitar como si corriera una maratón.

—¿Cómo?

—Sígueme —le pidió.

Caminaron sin dirigirse la palabra, pues pensaban que eso aumentaría más la tensión entre ambos.

Llegaron al hermoso jardín que Hodge cuidaba con tanto anhelo. El mismo jardín que Cristie visitaba a diario para pensar sobre su vida tan complicada.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó la chica, cortando el silencio que la hacía poner más nerviosa.

Alexander sonrió de lado, descolocándola una vez más. Siguió caminando en silencio, y se acercó a una pequeña mesa que se encontraba ahí. Tomó una maseta de color rojo oscuro con una pequeña planta que crecía en ella.

—¿Qué es? —preguntó no pudiendo ocultar la curiosidad.

—¿Ves esto? —ella asintió. —Es tu regalo —Cristie se acercó más al azabache y se sentó a su lado en la escalera, sin dejar de observar a la tan normal flor. —Orchis, llamada originalmente en griego. Según los mundanos, existe desde el siglo I, donde adquirió popularidad en las mujeres por tener "poderes" sobre la fertilidad. Tiene más de 25.000 especies en todo el mundo, pero ésta... —la miró directo a los ojos— es única.

—¿Qué la hace única? —preguntó con curiosidad, sumiéndose lentamente en los penetrantes ojos del azabache.

—Un brujo amigo me dijo que la buscó por siglos, hasta que se dio cuenta que solo se daba en lugares donde existiera magia pura y valiente —lamió su labio inferior.

¿Brujo? ¿amigo? No tuvo que pasar mucho tiempo hasta que Cristie se dio cuenta de la similitud con la que se refería era a Magnus.

—Lo único que se sabe de ella aparte de su origen —dejó la maseta en un peldaño más arriba y se puso de pie. Ella lo siguió— es que, solo crecerá si esa persona elegida está dispuesta a dar todo para que sobreviva. La orquídea es una flor muy especial... —suspiró profundo y tomó las manos de la rubia, que inconscientemente se dejó— y tú eres especial.

La cercanía entre ambos lo estaba destruyendo por dentro. Sentía la necesidad de hacer lo que fuera posible por detener el tiempo y quedarse con ella lo suficiente para que volviera a él.

Sus miradas se cruzaron fijamente, y no había persona en el mundo de las sombras que sintiera o entendiera esa conexión tan fuerte que tenían ambos.

Alexander tomó valentía de donde no había, ni siquiera tenía tanto interés de besarla antes por miedo al rechazo. Pero sus labios lo pedían a gritos, y sabía que era la oportunidad perfecta de decirle todo. Ella era lo que le hacía falta para volver a sonreír una vez más.

La extrañaba.

Extrañaba su perfume con aroma a lavanda, esconderse bajo el calor indescriptible de la chica que le quitaba el sueño, y por la cual estaba dispuesto a dar su vida sin pensarlo dos veces.

El tiempo se dio como el azabache quería. Así que cogió la cabeza de la chica con ambas manos y la acercó a él acortando la distancia que los separaba. Luego puso una mano al lado de su cabeza, aferrándola suavemente a él, y su boca se estampó con la de ella, como si fuera el mismo oxígeno que necesitaba para respirar. Ella era su razón de seguir en pie y por la cual no había renunciado.

Cristie abrió los ojos hasta límites insospechados, y le siguió el beso con pasión. Su cuerpo entró en combustión, su corazón latía desbocado como si fuese un tambor, aporreando contra su pecho. Sus labios eran ardientes, la quemaban por dentro. Sus manos viajaron instintivamente hasta el cuello del azabache, enredando sus manos en el cabello oscuro del susodicho. Alexander respondió apegando su cuerpo al de ella.

La chica pudo sentir el cuerpo bien tonificado y trabajado del azabache acoplarse a la perfección. El moreno bajó sus manos hasta aprisionar la estrecha cintura de Evans.

Ella no encontraba palabras para describir el sabor de sus labios. Se separaron unos instantes para recuperar el aliento, pero Alexander fue mucho más rápido y volvió a unir sus labios. La corriente que los recorría era suficiente para desplazar al mismo infierno.

Todo parecía ir perfecto, pero algo había pasado. Ella se alejó repentinamente.

—Esto no puede pasar —susurró, desordenándose los cabellos dorados de arriba hacia abajo. Por un momento le dio la espalda Alexander que confundido no hacía más que observarla. —Yo... —era el momento de sacar la noticia a la luz, aunque ni siquiera sabía si era el momento. No se sentía preparada, pero tarde o temprano se enteraría— me iré, Alec.

El corazón del azabache pareció detenerse una milésima de segundos con aquella última frase.

«Me iré»

Era lo único que se repetía en su cabeza una y otra vez.

¿Lo dejaba?, ¿era por culpa suya? Tantas preguntas en sus pensamientos que no alcanzaban a tener concordancia.

Lo estaba alejando nuevamente. Estaba siendo herido.

—¡¿Qué?! ¡No! —se acercó a Cristie —¡Tú no puedes! —exclamó desesperado. —¿Es mi culpa verdad? —no esperó respuesta. —No es lo que estás pensando, C. —cerró los ojos y con rapidez explicó. —No me casé con Lydia. Simplemente, no pude. Lo que siento por ti es mucho más fuerte. Es un sentimiento que no tiene explicación... No te quiero perder otra vez —ella lo interrumpió, antes de que se sintiera más culpable aun.

Ya era demasiado tarde.

—Lo lamento, es una decisión tomada —tragó saliva ásperamente. —Volveré a Idris —terminó por decir.

Respiró profundo y dejó a Alexander con un gran nudo en la garganta. Mientras ella apretaba los puños y disimulaba las ganas de llorar.

Si solo le hubiese explicado antes... Pero ya no había vuelta atrás. Se dirigía con velocidad a su habitación.

Entró y cerró la puerta con fuerzas. Observó las maletas que ya estaban preparadas sobre su cama, solo era cuestión de minutos para que Magnus cruzara su puerta y preparara el portal que la llevaría de regreso a casa junto a su madre.

—¿Llego en mal momento? —el brujo se asomó por el marco de la puerta.

Ella negó.

—No —limpió el resto de lágrimas con el dorso de su mano.

—Está bien. Tengo la autorización para que puedas regresar a tu ciudad natal; Alacante.

La rubia miró por última vez la habitación, y decidida tomó las maletas. Se paró erguida frente la nada, y con la mirada indicó que estaba preparada.

Magnus realizó un par de ademanes con sus manos y la purpurina fluía de ellas. El portal se abría frente los ojos de la chica, y sentía la necesidad de cruzarlo con prisa, antes de arrepentirse.

—Es el momento —dijo él, pero antes que la rubia diera un paso al frente, continuó. —Sé que no soy el mejor consejero, pero con todos los siglos de experiencia que tengo, te puedo asegurar que se volverán a ver, Caramelito. El amor une a las personas a pesar de las diferencias —se acercó a ella y la miró fijamente, mientras el portal se encontraba frente a ambos. —Recuerda cariño; Ama mientras puedas, ama lo que es frágil, hermoso y en peligro. Nadie tiene un para siempre asegurado. Mucho menos los cazadores de sombras.

Cristie Evans estaba dejándolo todo por orgullo y por otras razones más. No era el momento de mirar atrás y recriminarse por las decisiones no tomadas. Ya no había tiempo de arrepentimientos, ni mucho menos, era el día en que todo debía cambiar para ella nuevamente.

Debía continuar con su vida, por más que eso fuera difícil.

—Te amo, Alec —susurró mientras limpiaba las lágrimas con su dorso, y se dirigía con paso firme a cruzar el portal.

Quizás era la última vez que lo vería. O tal vez ella quería eso, para así poder olvidarlo.

Un nuevo comienzo la esperaba en Idris, una nueva etapa y nuevos compañeros.

Una nueva oportunidad de ser feliz, y luchar para que el tiempo de Stairs y Morgenstern termine de una vez.

Y tal vez, solo tal vez, una oportunidad para olvidarse de Alexander Lightwood.



¿Hola? :c

Sí, sé que están llorando conmigo en estos momentos *suspira* :'c

Por la demora, intenté regalarles un capítulo un poco más extenso por lo mismo, aunque es... triste :c pero... además de eso, quería informarles que aquí terminará la PRIMERA PARTE del libro, como bien agregué en el nuevo apartado, dividiré el libro en tres...

Así que mis mundis y nephilim, ¿Qué piensan sobre este capítulo?

Personalmente a mí me ha roto my heart ): y no sé ya que haré con mi vida:c asdsa so, eso por el momento momentáneamente momentáneo, ¿me explico? okno :v


Nos volveremos a ver en nuevas y futuras vidas uwu, bay ;*

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