017. «Great no day»

Actualizado 17.09.2018.


Por cierto, estamos en categoría  #1 SHADOWHUNTERS !!!!

Lydia se había marchado horas antes a quién sabe dónde con su hermano Joe, siguiendo la antigua tradición de que el novio no debe ver a la novia antes de la boda.

Alexander estaba acostado en un sofá de la sala principal, observando lo poco de felicidad que le quedaba, la misma que estaba dejando ir.

Horas antes Isabelle había aparecido con varias botellas de alcohol, con la excusa de festejar por el pronto y 'feliz' matrimonio de su hermano. Pero no tuvo un final feliz.

Isabelle había bebido más de la cuenta, olvidando completamente que era una despedida de soltero, por consecuencia, solo deberían haber estado hombres en la celebración. A la morena poco le importó, pues solo quería olvidar el amargo sabor de saber que su hermano mayor estaba dispuesto a ser infeliz de por vida al igual que su mejor amiga, y que sus padres apoyaban la desdicha de su hermano.

La fiesta terminó en cuanto Cristie vio en aquel deplorable estado a su mejor amiga.

Belle, no deberías haber bebido demasiado —la rubia la regañó como si fuera una adolescente en completo proceso de rebeldía, pues lo parecía.

Fue hacia ella bajo la mirada penetrante de Alexander y cogió del brazo a Isabelle, que parecía no hacerle mucho caso.

N-no. No he bebido demasiado —se excusó con dificultad. Su lengua parecía trabarse más que de costumbre, lo que hacía percibir que no se encontraba en sus cinco sentidos. —¿S-sabes? Mi hermano no debería casarse con esa bruja —añadió arrastrando las palabras. —Ella lo manipula, y lo hace una peor persona... en cambio tú... —Cris la hizo callar, y rodó los ojos divertida por lo graciosa que se veía su mejor amiga.

Esto era algo de lo que se iba a tomar como una burla constante para ella.

Isabelle llevaba más de una hora lanzando comentarios mordaces, hasta que Cristie llegó en su rescate de dignidad. Al menos solo estaba Jace y Clarissa para oírla.

Jace parecía como si su cabeza se mantuviera en otro lado después del ataque al East River, Savannah lo había hecho perder la cabeza por completo.

¿Haría magia?, se preguntaba Cristie al ver a su ex parabatai tan ido de sí.

Vamos a tu habitación —terminó por ordenarle a la morena.


(...)


El 'gran día' había llegado.

El mismo gran no día para Alexander y Cristie. ¿Podría soportar que su corazón se viera en vuelto de oscuridad?, ¿cómo iba a poder olvidar el hecho de que al único hombre que ha querido más de lo que pensaba se casará con otra mujer en unas cuantas horas más?

—Pongan los lirios en el altar y esparzan los pétalos de rosa por la entrada. ¡Corre! —ordenó Isabelle a un par de chicas. Su cabeza se dio vueltas por un momento, pues no debió haber bebido más de la cuenta el día anterior.

Se giró y se apoyó en las barandillas, observando cómo su mejor amiga estaba frente de unas pantallas, buscando algún escape e intentando decidir si huir o quedarse a ser frente.

Hoy era el día de la boda, y sabía que no se sentía bien por la fiesta, pero tampoco podía hacer nada. Era decisión de Alexander.

Otra chica apareció por detrás.

—Isabelle —la chica la llamó desde las escaleras, mientras que la morena se giró a mirarla—, ¿qué color prefieres para las cortinas que adornarán la carpa?

—Azul cobalto —tocó la tela con una sonrisa forzada—, es elegante y masculino. Muy de Alec —sonrió nuevamente.

La chica asintió y se marchó diciendo que iba a sacar el azul de inmediato.

Cristie sabía que aunque intentara evadir todo el tema del matrimonio, no iba hacer escapatoria momentáneamente para ella, ¿o sí? Así que, se acercó a su mejor amiga y se apoyó en las barandillas tal como ella lo hacía, pero de manera contraria.

—Deberías ser organizadora de bodas —comentó con sarcasmo y una sonrisa forzada. Isabelle la miró.

—Pensaba en organizar la tuya —Cristie puso los ojos en blanco, mordiéndose el labio inferior. —¿Cómo estás? —preguntó preocupada.

La rubia se encogió de hombros y contestó.

—Sobreviviré. Solo tengo que centrarme en algo que no sea en Alexander y su boda feliz.

El ex parabatai de Cristie se acercó a ambas y le preguntó a la morena.

—¿Qué vamos a hacer con todo esto por el medio? —sonaba fastidiado.

Isabelle suspiró.

—Hace años que no celebramos una boda. La gente tiene derecho a alegrarse, al menos deja que ellos sean felices.

—No todos están alegres —dijo lo evidente, y clavó su vista en Evans.

—Bien —contestó fastidiada. —Dejen de tener lástima por mí. Estaré bien, ¿De acuerdo? Lo prometo —mencionó antes de salir casi corriendo de la habitación fuera del instituto.

Era algo que realmente no estaba dispuesta a presenciar aunque si con eso su vida corriera peligro.


(...)


Alexander había preferido por encerrarse en su habitación para observarse frente a un gran espejo de cuerpo completo que su parabatai le había llevado, mientras terminaba de alistarse. Observó su reflejo sin terminar de convencerse que estaba solo a unas horas de casarse.

El traje no era de su agrado, era dorado con un material duro con tonos de color crema, una camiseta blanca y pantalones de un negro opaco al igual que su corbatín. Era demasiado brillante para su gusto.

¿Quién había escogido su traje? Empezaba arrepentirse por no haberse interesado más en los preparativos de su boda.

A diferencias de otras parejas o novios, Alexander se encontraba fríamente tranquilo. Se movía con soltura por la habitación sin nervios o ataques de histeria como los comunes comprometidos. ¿Era algún efecto secundario de la boda? ¿O se sentiría así de ahora en adelante?

—¿Estás listo? —preguntó Jace entrando por la puerta. El rubio llevaba un traje oscuro, el cual al instante de verlo Alexander lo envidió. Quería estar en su traje, en sus zapatos y no tener que casarse con años de desdicha por venir.

—No —admitió cerrando los ojos y apretando los puños con fuerza. —¿Cómo está? —inmediatamente su corazón dejó de palpitar por unos instantes. Le importaba demasiado cómo se sentía ella.

Encogió los hombros y su expresión cambió.

—Ha ido a dar una vuelta fuera del instituto. No te preocupes por ella, Alec. Sabe cuidarse por sí sola —contestó antes que su hermano lo hiciera, lo conocía a la perfección.

El azabache deseaba decir tantas cosas que se cruzaban por su cabeza en ese instante, pero por alguna razón sus labios permanecían sellados. Por segunda vez se dio cuenta de aquel muro que se alzaba entre ellos. Eran mejores amigos, parabatai. Desde niños habían compartido todo, desde las travesuras, secretos, batallas y noviazgos. ¿En qué momento se habían alejado tanto?, ¿cuándo Clary llegó? O ¿Cuándo empezó a sentir una atracción especial por Cristie? Realmente se sentía muy confuso.

—¿Todo bien? —preguntó Wayland desde su posición.

—N-no lo sé, Jace. Esto es muy confuso —admitió exhausto. —Tienes un plan para tu vida, sabes lo que debes hacer y cuáles son tus responsabilidades. Piensas que seguir las reglas hará que todo esté bien. Luego viene alguien y te saca del plan...

Jace bajó la mirada a sus zapatos para lamer sus labios, e instantáneamente la dirigió a su hermano.

—Lo entiendo —aseguró.

—Las emociones estorban. Somos cazadores de sombras y debemos estar un cien por ciento en ellos; no dejar que nada ni nadie te saque del camino.

Algo en él le decía que debía apoyar a su hermano, pero no podía dejar que fuera infeliz de por vida. No debía permitir que arruinara su vida de aquella manera.

—Aun así, tienes que ser fiel a ti mismo, Alec.

—Lo soy. Estoy cumpliendo con mi deber.

Wayland negó con la cabeza insistentemente mientras le dedicaba una sonrisa irónica.

—Aun puedes cancelar todo —dijo para pararse tras de su hermano.

—No —musitó. —No puedo.

—Puedes. ¿Por qué sigues con esto? —frunció el ceño.

—Es mi deber —se limitó a responder.

Jace frunció los labios.

—Está bien. Si es lo que deseas, te apoyaré —suspiró y alargó sus manos acomodando el moño del azabache.

Alexander abrió los ojos sorprendido, mirando a su hermano con agradecimiento.

—Gracias, Jace —susurró con una leve sonrisa.

Isabelle entró de golpe a la habitación y anunció lo que evitaba pensar.

—Es hora.

Suspiró nervioso, alisó las pocas arrugas de su traje y salió del cuarto con sus hermanos tras él.


(...)


El llanto del cielo no se quiso hacer esperar. La ciudad de New York se encontraba bajo las nubes negras que se habían dejado posar sobre ella.

Cristie observaba atenta el fuego de la chimenea, de color vivo y cálido, pero a la vez mortal. Coffe-Pub, el mismo lugar en el que había preferido alejarse de todos sus problemas y pensamientos que últimamente la acongojaba y la hacían sentir débil, era ese su momento de escape.

La dominaba el miedo de volver a perder a alguien que ella quería, y sería la segunda vez que no lucharía hasta el final para salvar la única posibilidad de ser feliz.

Su pecho se sentía apretado con un gran nudo en la garganta, como si el aire se le fuera acabar, así que suspiró una última vez y bebió el último sorbo de su Whisky hasta que su móvil comenzó a sonar.

Ignorar.

Colgó su móvil sin ni siquiera ver el nombre de quien la llamaba. No quería hablar con nadie, mucho menos si se trataba de sus compañeros.

Bufó con el poco aire que le quedaba. Al frente de ella se dejaba ver una botella vacía, igual que como se sentía.

Una segunda vez sonó su móvil. Con poco movimiento lo alzó a su frente para mirar quien la volvía a llamar. Jace.

Ignorar.


Apagar.


No iba a responder, no cuando no tenía planeado presenciar la boda. ¿Para qué? No era tan masoquista para hacerlo. ¿Debía importarle?

—Eres una completa idiota, Cristie —murmuró arrastrando las palabras.

¿Era el día para embriagarse y olvidar todo?

Claro que lo era. Quizás había llegado al punto en que debía hacer lo que mejor sabe; huir. Huir como una cobarde que no sabe enfrentar los problemas con la frente en alto. Pero ¿estaría dispuesta a no ver más a Isabelle? ¿Jace? O ¿Alec?

¿Qué haría sin este último?

—Empezar de nuevo —se respondió ella misma a medida que observaba por el gran ventanal del lugar, mientras la lluvia inundaba el lugar, dejando escasa visibilidad a esas horas de la noche.


(...)


La esperanza que toda la pesadilla acabara, se hacía mucho más distante con cada minuto que transcurría.

Alexander se paró frente de los invitados, al lado de su parabatai, quien le dedicó su mirada de apoyo a pesar de todo. Su familia estaba sentada en primera fila; Maryse tenía una gran sonrisa que daba a entender lo orgullosa que se sentía de su hijo, llena de emoción maternal al verlo dar un paso tan importante en su vida. Junto a ella estaba Robert, tan serio como siempre. Isabelle se veía resignada, mientras que Maxwell se removía incómodo el elegante traje que hacía juego con el de Jace, mientras le sonreía con inocencia. Recorrió por última vez con la vista a los invitados, buscando desesperadamente una cabellera rubia especial para él, pero no la veía por ningún lado.

Los presentes se pusieron de pie cuando llegó una nueva presencia femenina al poder.

Alexander junto a la inquisidora caminaron al altar para esperar como se hace tradicionalmente; esperar a la novia. La mujer se sentó en primera fila resguardada por varios hombres, cuando lo hizo, dio la señal para que la música de fondo comenzara a sonar. Al final de la sala había un hermoso piano de cola, y las primeras notas de la música de los nephilim empezó a expandirse por todo el salón.

Alexander se dio cuenta que lo que vivía era tan real como su corazón se apretaba, así que se paró de manera rígida y trago saliva con fuerza.

Lydia entró al salón del brazo de su padre. Los invitados giraron sus asientos para observar a la hermosa novia. La joven llevaba un espléndido vestido dorado con corte de sirena, el cual era decorado con piedras brillantes. Y entre sus manos, apretaba con fuerza un ramo de rosas doradas.

Por un momento, Alexander imaginó que se trataba de Cristie entrando por la puerta ancha bajo ese hermoso vestido, pero con el parpadear volvió a la realidad, solo era Branwell. Su corazón se estrujo con fuerza. Olvidando completamente por un momento donde estaba.

Jace le dio un codazo en la espalda sacándolo de sus pensamientos. Alexander parpadeó con más fuerza y se paró rígidamente, con las facciones rígidas e inmunes a cualquier cosa, mientras cruzaba sus manos por delante.

Cuando padre e hija llegaron al altar, el moreno extendió su mano de forma mecánica y caballerosa. El hombre tomó la mano de su hija e hizo que la mano de su hija cayera de forma suave sobre la de su futuro esposo. Ambos se miraron por un segundo, hasta que apretaron sus manos y giraron al hermano Zachariah.

«Damas y caballeros, estamos reunidos el día de hoy para celebrar la unión de dos cazadores de sombras...» —dijo el hermano con voz profunda y celestial. Continuó repitiendo las palabras sagradas de la unión de dos nephilim, pero Alexander era incapaz de escuchar lo que el hermano Zachariah decía.

¿Estaba haciendo lo correcto?

Su cerebro estaba por explotar y muy confundido, incapaz de pensar con coherencia. Quería gritar y ahogar en llanto todo el sufrimiento que ha oprimido durante tantos años. Correr y quedarse quieto, casarse y no hacerlo. Todo parecía tan irracional. Le dolía el pecho al respirar, que con cada latido de su corazón sentía como si su final se acercara.

Nuevamente sintió un golpe por parte de Jace.

«Es hora que Alexander Lightwood y Lydia Branwell se marquen el uno a otro con la runa de matrimonio. Una en la mano, y una en el corazón» —sentenció el hermano Zachariah moviendo sus manos.

El azabache giró quedando frente a Lydia, quien recibía una estela de su dama de honor. El chico le ofreció su mano y ella la tomó con gusto, apartó la tela de su muñeca y lo miró por última vez. Era el momento, ya no había marcha atrás.

La estela se acercó a la piel lentamente, lista para marcar la runa que los uniría de por vida con la rubia, cuando la puerta de la sala se abrió de golpe.

El eco resonó por el lugar, haciendo que todos los invitados y los novios giraran sorprendidos de manera brusca y una imagen de Cristie junto a él se le vino a la mente horas antes de la boda, y la última vez que cruzó palabras con la rubia: «No lo hagas, Alec. No te cases con ella y vámonos, huyamos de todo y todos. No le temo a nada». Las palabras seguían rondándole en la cabeza, y aunque hubiese preferido pegarse una flecha en la cabeza o el corazón, el daño ya estaba hecho. Con un simple no, lo había arruinado todo.

Alexander suplicó que se tratara de Cristie, Magnus había irrumpido la boda y su expresión dejaba muy poco a la imaginación.

Unos pensamientos aterradores pasaron por la mente de Alexander, pero inmediatamente hizo caso omiso, acercándose a él y soltando el agarre de Lydia.

—¿Qué ha pasado? —preguntó el azabache. La expresión del brujo lo reflejaba todo, y la seguida de Joe también lo preocupaba. El nephilim y el brujo miraron atónitos a los penetrantes ojos de Alexander, deduciendo de quien se trataba. —¿Dónde está? —inmediatamente proclamó que le dijeran.

—N-no aparece por ningún lado —respondió con un trago de saliva. La falta de aire se hacía visible, pero el mejor amigo de Cristie haría lo posible por salvarla, aunque se tratase de su propio padre. —Casi no siento su magia —dijo en tono de preocupación el brujo Bane.

Alexander comenzó a desesperarse, y su pulso se aceleró con fuerza. Apretó las manos y con su dedo pulgar se acariciaba los nudillos para no intentar golpear en el delicado rostro del brujo.

—¡Estaba bajo tu protección! ¡Maldita sea! —se acercó Jace a la espalda de su parabatai con furia.

—Ella... no lo sé. Me llamó desde un local y... —se detuvo mientras una carraspera recorría su garganta— de la nada se empezaron a oír voces de lejos. Lo último que pude escuchar fue un grito —explicó el amigo de Cristie.

¿Cómo pudo Joe dar con Magnus? Es simple.

Desde hace días que han estado escapándose a escondidas y haciendo reuniones privadas, en donde solo asisten ellos dos, con el objetivo de 'proteger a Cristie', pero todos saben que es con otro fin.

—Desde que supo que Lorine y su hija se habían ido del instituto, Stairs la tenía bajo la mira a ambas.

El rostro de preocupación y las facciones rígidas de los nephilim lo decía todo, pero Lydia sin creer que estuvieran interrumpiendo su boda por la hija de Stairs, prefirió hablar restándole importancia.

—Lo siento por ella, pero ¿podemos continuar con la boda? Luego buscan a su... amiga —dijo con cierto desprecio.

Alexander estaba inmóvil, incapaz de apartar sus pensamientos y corazón de la chica que alguna vez detestó. Su corazón latía a más no poder en su pecho, sacándolo de su aturdimiento.

—No puedo —susurró.

Los padres de Alexander rápidamente se levantaron de sus asientos. Maryse estaba sorprendida, mientras que Robert frunció el ceño y apretó los puños molesto. Ambos caminaron hasta el brujo Bane con prepotencia.

—¿De qué hablas, Alexander? —preguntó su padre muy cerca de él, encarándolo.

—No puedo hacer esto —miró a los tres únicos interesados en esa tonta boda. —Pensé que estaba haciendo lo correcto, pero me equivoqué. Esto no está bien... yo, debo salvar a Cristie.

Lydia también quiso meterse entre padre e hijo, por lo que tomó con fuerza al novio y clavó sus uñas como si fueran garras.

—Sabes lo que pasará si vas con ella, Alec.

El mayor de los hermanos Lightwood sintió arder la sangre por dentro, pero intentó hablar lo más relajado posible.

—¿Es una amenaza? —preguntó mordaz.

—Es una promesa —aseguró la rubia presente.

—Que así sea —contestó zafándose del agarre de Branwell.

—¡No puedes hacer esto! —gritó cuando Alexander ya se había dado media vuelta, intentando sacarse el corbatín.

El moreno se detuvo un instante y miró a su alrededor, midiendo la reacción de todos los presentes por no haberse arrepentido antes. Se impulsó para seguir caminando a la salida, pero su padre lo detuvo.

—Alexander, ¿qué estás haciendo? —siseó Robert deteniendo a su hijo del brazo.

—Es suficiente —contestó zafándose del agarre de su padre.

Con determinación y fuerzas de dónde no tenía, Alexander tomó paso al gran portal que Magnus había realizado para ellos, corrió a toda velocidad seguido por sus hermanos, quienes evidentemente no lo iban a dejar solo en esta ocasión.

Era el momento indicado para hacer lo correcto; por él, por sus hermanos, por Cristie.


(...)


—Señorita, ¿otra botella? —se acercó un chico apuesto, lo bastante para que Cristie en su poca lucidez lo confundiese con Alexander.

—Oh, claro —asintió mientras se tambaleaba en su propia silla—, pero... —lanzó el vaso con rapidez y se lanzó sobre el chico. El olor a demonio se podía sentir desde kilómetros. La poca certeza y estabilidad de Cristie no favorecían en ese momento. Lo tomó por la espalda y sacó su cuchillo serafín empuñándolo en su cuello, mientras los presentes miraban atónitos la situación. —No se lo acepto a seres repugnantes como tú —el olor a licor le brotaba por los poros.

Sus ojos ya estaban de un color rojizo por tantas lágrimas derramadas que se camuflaron con la lluvia antes de entrar, y se intensificó con los grados de alcohol en su cuerpo.

El chico comenzó a reír despavoridamente mientras sacudía la cabeza en forma de negación sin hacer el más mínimo esfuerzo. Cristie sin entender lo tomó con más fuerzas, entonces él decidió hablar.

—No seas estúpida, Cristie —dijo. La rubia abrió sus grandes ojos azules y apretó los dientes para no salirse de control con tanto alcohol, mucho más cuando no controlaba su asertividad momentánea. —¿En serio crees que me podrás hacer algo en ese estado? —el demonio comenzó a reír con fuerza, y las personas que creía que eran ajenas al tema se pusieron de pie, rodeándola con sus rostros sin emociones y rígidos.

El demonio se soltó, mostró su verdadera y asquerosa identidad. Se soltó con fuerza del agarre de la chica, quien no le quedó más opción que... intentar luchar contra ellos, no se iba a dejar rendir tan fácilmente.

Atacó a uno que otro, pero no a todos les dio certeramente, lo que la hacía tropezar contra las mesas o atacarlas a ellas en vez de a los demonios. De pronto, se encontraba entre el demonio y la pared, dispuesto asesinarla sin importarle qué, pero el mismo maldito ser que le había dirigido la palabra minutos antes, lo detuvo.

—El jefe la necesita viva —señaló caminando en dirección a la rubia que se encontraba mal herida por su tonta acción.

¿Tenía más opción?

Posiblemente, pero por ahora era mejor seguir las indicaciones y ocultar el serafín en caso de emergencia.

Sin esperar, lanzó su cuchillo al piso, dejando que la bella luz angelical se apagase. Alzó las manos en señal de rendición y uno de los miembros del círculo apareció por un portal para poder vendarle los ojos y ponerle cadenas solo en sus muñecas por la espalda.

—Podría apostar que esto es obra de Stairs —murmuró la chica arrastrando las palabras, sin demostrar el terror que su cuerpo sentía por dentro.

Sonrió irónicamente y sin emociones, le repugnaba tener que ser tontamente secuestrada por su propio padre biológico, el mismo que ha querido asesinarla desde el día uno, ¿por qué la dejó vivir?



-



La idea de morir por alguien al cual no veía le era asquerosamente fascinante.

La única heredera de la pulsera de Armadia se encontraba atada de pies y manos con algún tipo de cadena especial, porque ni su fuerza podía contra ellas. Sus ojos se mantenían cerrados por la venda que se posaba sobre sus ojos, y el repugnante olor a basura descompuesta llenaba sus fosas nasales, lo que la hacía sentir mareada y con ganas de vomitar.

Poco lograba recordar, la ebriedad no le había sentado bien en aquel momento en que sillas y mesas volaron por encima de ella. Aunque podía sentir como la sangre le seguía escurriendo a través de sus nudillos y en una pierna.

Los minutos seguían pasando y nadie se acercaba hablarle, siquiera para torturarla, nada. Se mantenía bajo silencio y total oscuridad.

Por primera vez en mucho tiempo se sintió víctima e indefensa, no había nadie para salvarla o ayudarla; Isabelle, Jace, Alexander. Los necesitaba, ¡Oh, claro que sí!

Necesitaba de la protección imparable de su mejor amiga, de los tontos regaños por parte de su ex parabatai, y de las palabras no dichas por la mirada de Alexander. Lo necesitaba, lo extrañaba. ¿Pero eso qué diablos importaba? Si él a estas horas debería ser el esposo de Lydia Branwell.

«El flamante matrimonio feliz». Al pensar en aquello bufó fuerte con una sonrisa irónica en sus labios, pero en el fondo sabía que su borrachera no era solamente para disfrutar de una fría noche, no. Sino, que le servía como excusa para olvidar el peor día de su vida, el día no feliz para ella.

—Prefiero morir en este infierno, que vivir sin ti —masculló para sí misma con la voz en un hilo. —No soportaría verte de la mano con otra mujer, tú mujer —una lágrima rodó por su colorada mejilla.

El silencio volvió a inundar la habitación rodeada de miembros del círculo que resguardaban a la hija del jefe.


(...)


Los cuatro nephilim llegaron al Coffe-Pub en donde fue vista por última vez en la mente de Alexander y Jace. Rastrearon su paradero por el último intento parabatai, después de haber recorrido mil lugares más, pero era en vano. El mayor Lightwood recorrió el lugar con la vista y pensó lo peor, más aún cuando se puso de cuclillas y cogió el cuchillo serafín de Cristie, tallado con sus iniciales.

Lo cogió y lo apretó entre su mano con fuerza, oprimiendo los sollozos y lágrimas que querían explotar muy dentro de él. La furia y rabia lo dominaba, lo cegaba, al punto de asesinar a quien fuese por tener que salvar a la chica que él quería con todas sus fuerzas.

—Cris —mencionó el nombre de la chica al ponerse de pie y mirar sin un punto fijo. En su frente se remarcaban las líneas de expresión, y por su cuello se dejaban ver las venas palpitantes con su sangre arder.

—¿Qué has encontrado, Alec? —preguntó su hermana acercándose a él. Rápidamente llevó su mirada al serafín de su mejor amiga, y se llevó una mano a la boca con sorpresa y frustración. Intentó callar el llanto, pues debía mantenerse firme por sus hermanos, además de saber que su amiga seguía con vida. Estaba segura de eso. —La encontraremos, aunque sea lo último que haga. Encontraremos a Cristie, ¿de acuerdo?

Alexander la miró por encima del hombro sin moverse de su posición, y con una leve y forzada sonrisa asintió, antes de ser interrumpidos por su parabatai.

—Miren esto —llamó a sus hermanos para que observaran en uno de los rincones—, es veneno de demonio —señaló sin acercarse demasiado, aunque no pudo evitar maldecir por lo bajo.

—Sé quién puede estar tras esto —habló Joe mirando por el gran ventanal del cual su mejor amiga expresó lo mucho que le gustaba ver llover. Todos miraron al joven cazador. —El círculo —aseguró.






Bueno, además lamento la demora en subir... pero estoy por suicidarme, la verdad que lo he pensado. La universidad me eeeeeeeeeeeeesprime muchísimo, lo siento): Intenté escribir el capítulo lo más largo que pude, porque en verdad creo que podré actualizar nuevamente por navidad /: pero prometo otra vez, que haré un capítulo largo... y lo prometido es deuda, lo cumplo como ahora:) Quedarán en intriga para una próxima vez! sí, porque será un pequeño regalo navideño, un capítulo MUY MUUUUUUUy largo con amor, pasión, llanto y tristezas. Pero será lindo, muy lindo! :)

Gracias por seguir votando, leyendo y comentando, aprecio mucho todo por parte de ustedes, de verdad *-* Mis mundis hermosas/hermosos. <33333

¡Muchas gracias por su paciencia y comprensión!

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