3
-¿Dónde has estado toda ésta mañana? Te llamé a tu casa, pero me dijeron que te habías ido muy temprano.
Dani se paró en seco. No esperaba aquella pregunta y no iba a decirle con quien había estado y menos, de que habían hablado. Si no, se ponía la soga al cuello.
-Pues, tuve que ir a comprobar unas cosas sobre los diseños del señor Smith... Pero lo qué no entiendo, es qué estás haciendo aquí, teniendo vacaciones y encima tan temprano.
-Solo venía a visitarte... Pero... No es un poco temprano para ir de visita a casa de un cliente –sospechó un poco.
-¿Qué? –contestó poniéndose nervioso-. No, no. Éste cliente se marcha muy temprano a trabajar... Bueno, ya me has visto, creo que deberías marcharte. No pintas nada aquí.
-Vale, ya me voy. Pero estas muy nervioso hoy –Dani no le prestaba atención, esperando a que se marchara-. Me voy en vista de que no me quieres aquí y porqué estas muy raro.
-No es eso, cariño –dijo soltando unos papeles encima del escritorio-. Es solo, que quiero que descanses. Últimamente llevas mucho estrés encima.
-Déjalo ya, quieres –soltó enfadada-. No hace falta que actúes como un padre, ya tengo uno. Y te recuerdo, que es igual de pesado que tú. El pobre está deseando de casarme, para que le dé un nieto. Dice que ya es mayor –le expresó con sorna.
-Sabe que tú corazón, late últimamente por un hombre al que conoce.
-Quieres callarte.
-Pero si es verdad...
-No, aún no es verdad. A lo mejor, es solo un capricho de peleas.
-¿Capricho de peleas? Vaya, no sabía que aún estuvieras en la edad del pavo.
-Ahora sí que me marcho. No tengo ganas de escuchar tonterías.
-Gallina –la provocó-. Tienes miedo de hablar sobre ello, porque sabes...
-Adiós, Dani –se despidió, hiendo hacia la salida-. Si me necesitas para algo, no dudes en llamarme.
-Tranquila, tú vete a soñar como una colegiala.
-Recuérdame que te pegue una paliza cuando vuelva. Ahora me encuentro muy cansada para ello.
-Muy graciosa, Les.
Se cerró la puerta, dejando a un Dani muy aliviado. Esperaba, que Bendelin tuviera cuidado en no irse de la lengua. Sabía que era un hombre al que le gustaba provocar a las mujeres, y cuanto más lista fuese está más insistía. Y Leslie era una mujer, que se ajustaba a todas esas prioridades.
Dani tenía mucha razón. Esos días de vacaciones que se estaba cogiendo, le estaban hiendo de maravilla. Hacía una semana que no aparecía por el trabajo, desde que le hubo contado a Dani, lo que le ocurrió con Bendelin. De momento, la única preocupación que tenía era Bendelin, que por más que quisiera no lograba sacárselo de la cabeza. Por una vez en la vida, que creía haber encontrado al hombre perfecto... Resulta que se chocaba de bruces, con el peor Casanova de todo Londres.
Ahora entendía, el por que las mujeres se volvían locas con solo escuchar su nombre. Bendelin, lo tenía todo. Ni un gramo de imperfección en su cuerpo. Pero en lo referente a cerebro, el pobre tenía un gran defecto. Podía ser todo un genio en las finanzas, pero seguía siendo el mismo machista que se aprovechaba de las mujeres que se abalanzaban sobre él... En el fondo, él no tenía ninguna culpa. Al fin y al cabo, él solo cogía lo que le ofrecían... ¡Pero igualmente era un cerdo! No tenía ningún respeto por esas mujeres, solo estaba con ellas el tiempo en que tardaba el sol en volver a salir, después del atardecer. Sin llegar a pensar, que con ello ya les asignaba una mera reputación.
Sería mejor que dejase de pensar en él. Porque cada vez, iba poniendo mala cara y la señora que tenía a su lado en el semáforo, la empezaba a mirar con expresión de temer a que le fuera hacer alguna cosa. Una calle más abajo, recordaba que había una librería muy grande y muy bien surtida. La tranquilizaba bastante, el poder mirar los libros durante el tiempo que quisiera, sin que nadie la molestara. Además, tenía que buscarse un par de libros, ya que no tenía ninguno nuevo para las tardes y noches que deseara pasarlas tranquilas.
Se encontraba en la sección de espionaje, cuando una voz masculina muy conocida para ella la interrumpió.
-Sabes, creo que das un poco de miedo al estar buscando un libro en ésta sección –bromeó Bendelin-. Puedo pensar, que estas buscando un crimen cruel para emplearlo conmigo... Pero para ayudarte, te recomiendo mejor la sección de sexo y erotismo. Me han dicho, que hay un libro llamado kamasutra, que resulta fascinante al ponerlo en práctica...
¡Porqué!... Londres era grande y había mucha gente. Y encima en una librería, el lugar en donde menos le gustaba que la molestasen. No sabía si seguir mirando el libro que tenía aún en las manos y no prestarle atención, o cogerlo y aplastarle la cabeza con él.
-Buenos días, señorita Mckendricks. No esperaba encontrármela en un lugar como éste.
-Apuesto que el lugar en donde usted pensaba encontrarme, era un lugar cómodo y suave como el satén... Pero lo siento mucho, soy alérgica a lugares como esos. Y es más, según la persona que lo habite, es decir, personas como usted.
Aguantó la respiración hasta diez y dejando el libro en donde estaba, se alejó como si no hubiera ocurrido nada.
Bendelin se rió de aquello. Por lo visto se había equivocado, la gatita aún tenía ganas de seguir enseñándole las uñas, en vez de dejarse acariciar como su instinto le indicaba. Decidió dejarla tranquila por el momento, pero sin quitarle el ojo de encima. También recordaba lo escurridiza que llegaba a ser, en cuanto uno menos se lo esperaba.
¡Diantre!. Lo único que le faltaba, tal como tenía la cabeza en aquellos momentos era encontrarse con él. Y encima, que le viniera con bromitas. Cuando tendría que haberle venido hecho una furia, por cómo se hubo marchado el otro día, sin siquiera tratar una palabra del contrato de E.K.
Aquello había hecho que su padre se preocupase un poco más, de lo que ya estaba. Él decía que Bendelin era un hombre muy listo y que si empezaba a investigar, podía averiguar todo y no quería pensar en lo que ocurriría... Por eso le había llamado una noche, diciéndole que concertara una cita con él, para acabar de aclarar el contrato. Pero pensaba hacerlo cuando lo encontrara oportuno.
Bueno, ya tenía algún que otro libro escogido. Así que decidió que era mejor marcharse de allí, antes que Bendelin volviera a molestarla.
-Son cincuenta y dos con veinte nueve euros –la cajera, cogió la tarjeta de crédito que le entregó-. Disculpe, tiene la tarjeta caducada y la máquina no me la acepta –dijo, momentos después.
-Es verdad, no me acordaba. Disculpe las molestias –guardó la tarjeta y cuando fue a pagar en metálico, comprobó que no llevaba suficiente dinero-. Vaya, lo siento. Le importaría descontarme uno de los volúmenes, no llevo...
-No importa, señorita –una voz grave y muy conocida, apareció nuevamente por su espalda-. Cóbrelo todo de aquí –le ordenó suavemente a la joven cajera, con una atractiva sonrisa.
-Sí, señor.
-¡No! –replicó mordazmente Leslie.
Estaba consternada, por lo que estaba sucediendo. Solo tenía que mostrarle una sonrisa y la chica se derretía. Haciendo caso a sus órdenes. ¡Por qué tenía que ser tan encantador! Pero que decía...
-Va mujer, no te me enfades.
-Es que no quiero deberte nada –intentó calmar los nervios, con una fingida sonrisa.
-Eso es fácil, ahora me invitas a comer y quedamos en paz –le sugirió firmando ya el tiquet de compra.
-Por supuesto, no faltaría más -¡Pues lo tenía bien claro! Si se creía que iba a conseguir algo de aquella forma, iba muy mal encaminado.-. Porque no me esperas aquí fuera, mientras yo guardo en un momento los libros en el coche. Y así, nos vamos en donde tú digas, pero en tu coche –sonrió.
En el rostro del hombre, se vio por unos momentos la sombra de la duda. Pero aceptó la oferta, diciéndole que no tardara mucho.
Leslie cogió la bolsa y salió apresurada hacía el coche, en donde dejó los libros en el asiento del copiloto y con sonrisa traviesa, salió del aparcamiento en dirección a su casa. Le encantaría ver como se encontraría Bendelin al cabo de un rato, sin ella aparecer. Seguramente estaría muerto de frío y con cara de pocos amigos, por haberle plantado otra vez.
-¡Hanna! –gritó Bendelin enfurecido, entrando en su despacho y revolviendo los documentos que tenía en uno de los archivadores.
-¡Qué? –Matt entró muy apresurado, pensando que algo grave debía ocurrir, para que estuviese de aquel humor.
-Diablos, en dónde está... –removió más documentos-. ¡Hanna! –volvió a gritar con desesperación.
Como no lo detuviera, acabaría por tirar todas las cosas al suelo, pensó Matt al encontrarse con aquel panorama.
-Por si no te acuerdas –le comunicó con cierta tranquilidad-, hoy es el día libre de Hanna –Bendelin cerró de un golpe el cajón del archivador, produciendo un fuerte estruendo en todo el despacho. Seguro que la gente que había por los pasillos, se habría asustado y saldrían de su alcance durante las próximas horas del día, para no recibir su mal humor.
Suerte que eran amigos de casi toda la vida y ya le conocía bien, como para saber que solo había que tratarle con calma y no hacer mucho caso a sus sugerencias en momentos como aquellos.
-¡Mierda! –se pasó las manos por el pelo, mientras pensaba-. Necesito el documento que hiciste de Leslie Mckendricks.
-No lo entiendo. ¿Por qué ahora, si ya te has entrevistado con ella?.
Se acercó a uno de los ventanales y apoyó la frente en él. Le gustaba sentir aquella frescura y además, parecía que lo calmaba un poco.
-El viernes, cuando fui a tomarme una copa con Henry conocía a su secretaria –se calló un momento, recordando aquella imagen-. Como un tonto, me sentí terriblemente atraído por una mujer, por primera vez en la vida. Nunca había sentido sentimiento parecido por una mujer. Así que persuadiéndola un poco, conseguí que quedásemos para el lunes...
-No entiendo nada –lo interrumpió Matt con extrañeza-. ¿Pero... no era Leslie, quién te gustaba?
-No tan rápido, Matt –le cortó con mirada irónica-. Que sorpresa es la mía, cuando el lunes tenía que venir nuestra dama, Leslie Mckendricks. Quien resulta ser para mí, Laura la secretaria...
-Un momento –interrumpió con cierta cautela-, sigo sin entender nada.
-Muy fácil. Leslie se encontraba utilizando el ordenador de Laura, la secretaria, que no se encontraba en aquel momento. Y cuando me presenté, bueno, solo dije mi nombre de pila ella me dio el de la secretaria...
-¿Porqué? –preguntó Matt, cada vez más confuso.
-Eso es una cosa, que aún no he averiguado –sonrió divertido-. Pero te puedes creer que me dijo que no sabía quién era yo.
-Puede ser...
-Matt, que salgo en los periódicos todos los días, por no mencionar las revistas y programas del corazón –le espetó incrédulo.
-Bueno, puede ser que se salte el apartado de financiación cuando le el periódico por que no le sea de su agrado. Y en cuanto a las revistas no las compre, son muchas las mujeres que no lo hacen. Y respecto a la televisión, en cuanto vea que es un programa de esos los salte. Apuesto a que ella también le horroriza por que la hayan sacado más de una vez, siendo quien es su padre.
-Es cierto –pensó-. Bueno, el caso es que huyó como bien sabes. Pero hoy, me la he encontrado en la librería y ha pasado completamente de mí. Solo que al pagar, tenía la tarjeta caducada y no llevaba suficiente dinero, así que, como buen samaritano...
-Perdón, dirás como buen playboy –bromeó Matt, sacándole una sonrisa a su compañero.
-... Pagué su cuenta, sin que ella estuviera de acuerdo. Diciéndole, que me podía devolver el favor invitándome a comer. ¿Qué te crees qué hizo?
-Según la hora que es y el humor en que has venido... Te ha rechazado la oferta.
-Peor aún. Me dijo que la esperara afuera mientras guardaba los libros en su coche y así ir en el mío... Pues bueno, aún la estoy esperando.
Matt se quedó callado unos segundos, mirando a su compañero. Para luego romper el silencio inmediatamente con fuertes carcajadas.
-Matt –intentó acallarlo-, Matt, ya vale...
-Lo siento, tío –respiró hondo-. Pero macho, hay que ser tonto para caer dos veces con la misma mujer.
-Muy gracioso, por eso busco su informe –le recordó-, necesito su dirección para devolverle el favor.
-Que yo sepa, no es manera de conquistar a una mujer.
-¿Qué?
-Nada, nada –mejor era que callara-. Anda, quédate ahí que ahora te lo traigo, lo tengo en mi despacho.
-De acuerdo, pero no tardes.
Susana llegaba por la noche a su casa, después de un día de trabajo en el hospital. Esa noche, al igual que la noche de todos los jueves cenaban los tres juntos. Y por lo visto, Ben ya había llegado al estar su coche ocupando la plaza de ella. Menudo morro tenía.
Cuando entró en el salón, se encontró a su hermano trabajando con el ordenador portátil. Nunca paraba, así que no le extrañara el que no se hubiera casado aún. Solo esperaba que esa mujer, fuera la ideal para él y no una modelo tonta con las que solía quedar la mayoría de las veces.
-Es que nunca te tomas un respiro –le riñó. Bendelin apagó el ordenador y sonriendo, se acercó a ella.
-Vaya, hoy vienes agotada –le masajeó los hombros-. Si quieres me voy y así, te puedes acostar temprano.
-¡No! –se giró-. Tengo que averiguar una cosa antes de que venga mamá.
-¡AH, ya! –Se dirigió al sofá-. Es una mujer bella, inteligente, dulce y con carácter.
-¿Y? –se fue asentar al sofá, junto a él.
-Se llama Leslie Mckendricks. Es diseñadora de interiores, muy buena por cierto. Y creo, que ya casi es mía...
-Espera... –se regocijó la mujer-, el gran Bendelin Van Holden. Conocido en la prensa del corazón, como el príncipe del amor... Dice por primera vez, casi... Tratándose de una mujer. Caray hermanito, estás perdiendo facultades. ¿Serán los años?.
-Tú no la conoces bien...
-¿A quién no conoce bien? –preguntó María, la madre de ambos, entrando en el salón para anunciar que la cena estaba lista.
A Bendelin, parecía que se le había atragantado la lengua. Y su hermana, tenía una sonrisa divertida en la mirada. Si su madre se enteraba que estaba interesado en una mujer, era hombre muerto. Lo primero que haría, averiguar quién era y visitarla. Y si le gustaba, empezar hacer planes de boda. No podía consentirlo, pero ahora mismo dependía de su queridísima hermanita.
-A Verónica, mamá –contestó por fin su hermana aliviando la tensión del hombre.
-OH, hijo –le amenazó en broma-, como te me cases con una mujer igual de tonta que esa, dejaras de tener madre. Bueno –palmeó las manos poniendo fin al tema-, ahora al comedor, que voy a empezar a servir la cena –comentó mientras salía del salón.
-Bien hermanito, me debes una y bien gorda, tú lo sabes.
-Sí, gordita –suspiró, mientras con una mano le revolvía el cabello-. Pero no te pases, según lo que sea no se realizará.
-Para empezar, deja de llamarme así –empezó a encaminarse al comedor-, lo era a los cinco años.
-Y me reía mucho, cuando te hacían aquellas dos coletas...
-¡OH, calla! –Le empujó suavemente-, siempre odié aquello.
Los dos hermanos entraron al comedor, riéndose de los viejos tiempos. Allí se encontraba María sumida en sus pensamientos.
Estaba segura de que le ocultaban algo. Y que no era precisamente de Verónica, sino de alguien importante. La verdad, es que su hijo llevaba unos días un poco raro y su mirada no era la misma. ¿Sonarían por fin campanas de boda?...
Esa mañana, amaneció con una suave y tranquila cortina de lluvia. Aunque fuese la mayoría de la población quien detestara aquellos días, a ella le encantaban sin olvidarse también de su queridísimo Tor. Al cual le encantaba revolcarse por la hierba húmeda. Así, que con más ganas salió a correr.
-¡Tor!... –tenían que darse prisa, la lluvia caía cada vez con más fuerza. Eran cerca de las nueve de la mañana y se maldecía así misma por haber decidido meterse por el otro camino. Éste conducía a unas cuantas mansiones, que se encontraban muy aisladas entre ellas. ¿En dónde demonios se había metido éste?-. Toor!...
Nada, no se escuchaba ni un alma solo el ruido de la lluvia. No tenía que haber cogido ese camino, era demasiado solitario para su gusto. Porque si le ocurría lago, o aparecía un loco. ¿Quién la iba ayudar?. Entonces, por fin escuchó. Tor se encontraba algo lejos, pero por sus ladridos supo que se encontraba a la altura de la casa que habían pasado hacía un momento. Rápidamente se dirigió allí, por si hubiera ocurrido algo. Aunque lo creía imposible, ya que Tor era como un oso de peluche con la gente.
A medida que se iban acercando, entre el follaje de los árboles y plantas, vio a Tor en las escaleras de la entrada de la casa, acompañado por un hombre alto, moreno... ¡OH!. Era Bendelin. Sus piernas pararon de correr, quedándose clavadas enfrente de la gran verja.
Estaba sorprendida, no sabía que viviera allí. No, si ya sabía que no tenía que haber cogido el desvío a la derecha... ¡Y ahora qué!. Se acercaría a él y le saludaría como si nunca hubieses pasado nada, entre ellos. ¡Si claro, y los burros volaban! –Rió con sarcasmo-. Ellos dos no se aguantaban, bueno eso pensaba ella. Estaba segura, que él la besó solo para seducirla y sonsacarle información. Por nada más, porque bien se sabía que él solo salía con chicas estilo Top-model. Dios... Le tenía tanta rabia. Y había sido y era un atonta, por haberse detenido a pensar en la sensación que le produjo aquel beso y el por qué, no conseguía sacárselo de la cabeza. Además, tenía que reconocer que antes de saber quién era él, se había sentido enormemente atraída por él, deseando que fuera diferente a los demás, pero la realidad se le había aparecido bien rápida, por suerte suya.
Bendelin se le acercó bien sonriente, cubierto por un paraguas y chaqueta negra de sport.
-Vaya, vaya... –silbó con cierta incredulidad-. Pero fíjense, a quien tenemos en la puerta de mi casa. Acaso ha venido a pedir disculpas o tal vez, para que un hombre como yo...
-Buenos días, señor Van Holden –le cortó fríamente-. Hoy había decidido cambiar de camino, pero he tenido la mala suerte en ello. Porque me he topado con la persona, que más detesto en ésta vida. Y encima, mi querido perro lo ha tenido que conocer.
-La verdad, esa confesión tuya me resulta un tanto apestosa, no crees princesa. Pero sé de una persona, que se llama Laura... Que le resulté tierno y cariñoso, nada más conocernos.
-¡Déjame en paz! –Le dio un pequeño empujón-. Eres un cerdo asqueroso. Solo quieres llevarme a la cama y demostrarles a los demás, que consigues dominarme también como a todas. Y todo, por que soy la única que te ha rechazado hasta ahora. Y encima, no soportas el que te haya tomado el pelo dos veces una misma mujer –empezó alejarse con Tor a grandes pasos. Pero no consiguió andar muchos, ya que fue detenida por un fuerte brazo-. ¡No me obligues a nada!
-Perdóname, Leslie –le pidió con voz profunda-. Solo quiero decirte, que eso que dices no es verdad –se calló por unos momentos, al ver que la mujer no le daba la cara-. Sabes, estoy harto de tantos cotilleos, que me crean esa fama de playboy cuando yo no lo soy... Por favor Leslie, mírame –le suplicó con suavidad.
En ningún momento, él le soltó el brazo y ella, no se dio la vuelta. Solo se quedaron quietos y callados. Cada cual, pensando en lo suyo.
-Por favor, entra en casa y sécate un poco. Estás muy mojada y puedes pillar una pulmonía. OH sino, sube al coche y déjame que te lleve a tu casa...
-No, gracias –se giró y lo miró con dureza-. Sé cuidarme, de mi misma. Y escucha esto, solo quiero hablar contigo por asuntos de trabajo. De acuerdo? No quiero que me dirijas la palabra, para nada más –se soltó de un tirón y salió corriendo de allí.
Bendelin se la quedó mirando muy enfadado, hasta que hubo desaparecido de su vista. Jamás había conocido a una mujer tan cabezota, como lo era Leslie Mckendricks. La próxima vez que se encontraran, no le permitiría que le tratara de aquella manera...
-¡Mierda! –expresó enfurecido, dando una patada al aire. Si no le hubiera cogido desprevenido, no hubiera ocurrido aquello.
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