11.- Siniestro misterio

Interminables minutos más tarde, el cuerpo de Susy fue encontrado de una forma que ninguno de los presentes jamás se hubiese imaginado. Los escombros del techo habían caído a su alrededor y se convirtieron en una fortaleza que, a pesar de encontrarse en parte carbonizada, consiguió protegerla.

La niña estaba cubierta de hollín, inconsciente y con rastros de sangre en el rostro y el cuerpo, pero todavía respiraba. Abrazado a ella e impecable, como si el fuego fuese incapaz de acercarse, yacía el conejo blanco de peluche que Víctor le había obsequiado. Sin embargo, en los ojos de aquel dulce animalito, un brillo singular sobresalía, era casi una mirada de odio que se bañaba con un aura de oscuridad.

Los rescatistas, luego de quitar los escombros, apartaron el peluche para sacarla de forma cuidadosa y tomar sus signos vitales. Grande fue su sorpresa al descubrir que, más allá de algunos golpes, Susy parecía no tener lesiones graves. Sin duda había respirado mucho humo y la caída la había dejado inconsciente, mas no había sangre en su cabeza ni señales de fractura.

Con el fin de asegurarse de que ella estuviera bien, la llevaron en camilla hasta la ambulancia. Querían hacerle varios estudios en el hospital. Uno de los rescatistas supuso que el conejo de peluche era un objeto preciado para la pequeña y creyó que tenerlo cerca podría ayudarla a lidiar con la situación, sin embargo, cuando se giró para levantarlo del piso, descubrió que el juguete ya no estaba.

***

Penumbra. Todo lo que había frente a sus ojos era una profunda oscuridad opaca y abrumadora. Estaba flotando en la nada, como una pluma que vaga a merced del viento. La sensación de miedo hormigueó en su espíritu corrompido. ¿Así se sentía morir? ¿Esa sensación de vacío y tiniebla era normal? Había escuchado hablar tantas veces sobre un túnel de luz que conducía al cielo o a su siguiente vida... toparse con la nada lo aturdió.

¿O acaso se encontraba en el infierno? Sintió un escalofrío, pero justo antes de que pudiera soltar un grito de terror, una voz familiar se antepuso a la soledad que gobernaba en aquel sombrío rincón.

—Da miedo, ¿no?

—¿Susy? —preguntó Víctor con la voz atrapada en la garganta. ¿Había fallado?—. T-tú... ¿e-estás...?

—Estoy durmiendo —respondió la niña.

La tranquilidad en sus palabras lo desconcertó. Él vio que algo se aferraba a su mano, justo antes de que una tenue luz se encendiera a su lado derecho. La imagen de Susy resplandeció en medio de las tinieblas y su brillo lo iluminó. Víctor sonrió al verla, tenía una apariencia angelical, aún sin tener un par de hermosas alas en su espalda.

Por un momento, el muchacho se sintió feliz de verla así de hermosa y sonriente. No pudo resistirse y se hincó frente a ella para abrazarla con fuerza. Susy correspondió al gesto con una amplia sonrisa y, al hacerlo, la realidad los abofeteó con fuerza. A pesar estar abrazados, no podían sentirse. Susy estaba dormida, Víctor muerto.

El muchacho tragó saliva, ansioso. Se apartó del cuerpo de Susy con la cabeza baja y se puso de pie. La mirada de la niña estaba fija en él, lucía confundida. Su hermano nunca antes había sido capaz de acompañarla a ese mundo astral que visitaba en sueños. ¿Por qué ahora sí podía?

Víctor se encogió de hombros mientras conformaba una expresión entristecida. Se vio obligado a explicarle lo que había ocurrido horas atrás; Susy había tenido razón, una vez más, al detectar el aroma a manzana y canela, aun cuando él luchó por ocultárselo. Se disculpó de corazón por haberle mentido en su afán de protegerla.

Susy, sumergida en un mar de silenciosas lágrimas, se abalanzó sobre el cuerpo de Víctor. Él le acarició la cabeza con pesar, sin tener una sola idea de lo que debía decir para consolarla; el hecho de intentar tocarla solo empeoró las cosas. El muchacho se aclaró la garganta en un vago intento por hablar, sin embargo, la voz débil de Susy se le adelantó.

—Quiero morirme también.

Ese comentario lo paralizó. No podía concebir que semejantes palabras hubieran salido por la boca de su tierno angelito.

—Susy, no juegues con eso.

—No lo hago —respondió ella, débil—. Hermanito, quiero estar contigo para siempre. —La niña alzó la vista y la fijó en su hermano mayor—. Llévame.

Víctor guardó silencio. Ella quería irse con él, estar a su lado por toda la eternidad y, de hacerlo así, él podría cuidar de ella para siempre. Al darse cuenta de que ese pensamiento le despertaba fascinación, enmudeció. La idea lo tenía encantado, pero no podía permitir algo así. Obsesionarse de esa forma era insano y, por tentador que pudiese parecer, estaba obligado a rechazarlo.

—¿Lo harás? —instó la niña con voz firme. Necesitaba que él le diera una respuesta.

Ella se relajó cuando Víctor sonrió y asintió. El muchacho se hincó frente a ella, la estrujó en sus brazos y besó su frente antes de susurrar a su oído.

—Es tiempo de volver. Despierta, Susana —dijo y su voz se perdió en la lejanía.

***

Susy abrió los ojos con pesadez. Estaba recostada en la cama de un cuarto blanco. Se encontraba conectada a un monitor que emitía ruidos constantes y agudos, con una máscara de oxígeno aferrada a su rostro. Víctor tan solo le hizo creer que la llevaría a su lado para tranquilizarla. Sintió que se abría un agujero negro en su pecho: el espacio que antes había llenado su hermano.

Las lágrimas recorrieron sus mejillas sin piedad y calcinaron cada recuerdo de Víctor, parpadeo a parpadeo. Susy se limpió una mejilla con la mano y giró la cabeza a la derecha. Al hacerlo, soltó un gritó de terror y empujó el cuerpo hacia atrás.

Junto a su cama había una criatura con las cuencas de los ojos vacías por donde chorreaba aceite café. En sus labios desfigurados se dibujaba una sonrisa perversa. Sus garras demoníacas se aferraron al cuerpo de Susy mientras la niña gritaba cada vez más fuerte.

Valeria corrió hasta el cuarto de la niña y entró. La encontró intentando refugiarse en una esquina de la habitación, con el rostro empapado en lágrimas y sudor. Sus pupilas estaban tan contraídas que incluso parecían no existir. Las ojeras violáceas sobresalieron ante la palidez de su piel. La mujer observó cómo su hija arañaba la pared en una lucha por escapar.

Ella se acercó a Susy e intentó tranquilizarla, algo que demoró más de cinco minutos. La pequeña le pidió a su madre que nunca más la dejara sola.

Horas más tarde, cuando Susy por fin se quedó dormida, Alan y Valeria aprovecharon para charlar con el doctor sobre el estado de la niña.

El hombre les comentó que, debido a que Susy llevaba ya una semana en coma, despertar en aquellas circunstancias le había provocado una crisis nerviosa. Ahora, necesitaba estar en observación constante al menos por una semana más, para descartar algún tipo de daño neuronal y evaluar las consecuencias psicológicas.

—Fue mala suerte que Susana despertara justo cuando salió a tomar algo, señora Valeria —agregó el doctor mientras anotaba los resultados de los últimos análisis que le habían practicado a la niña—. La trasladaremos a otra habitación, una que la haga sentir más tranquila —concluyó y, tras darle una sonrisa al matrimonio, salió de la habitación para dejarlos a solas con Susy.

***

—Aquí no puede hacerte nada. El mundo de los sueños es todo nuestro. —Reconoció esa voz y se sintió mareada. ¿Se trataba de Jenny?

—Pero aquí me da miedo —respondió Susy—. Si se duerme, vendrá por mí.

—No, ella no puede dormir. Estás a salvo.

—No entiendo. ¿Por qué no puede dormir?

—Porque se parece a morir, eso la encierra en el lugar oscuro —explicó Jenny—, y si va al lugar oscuro, ya no despertará. ¿Entiendes?

Susy abrió los ojos, despacio. Su madre dormía a su lado en una silla reclinable que estaba junto a la cama. Por la ventana, ingresaban los tenues rayos de sol propios de la mañana. Susy se levantó y caminó hasta al baño, arrastrando los pies. Tenía miedo de cerrar la puerta y verse perseguida de nuevo por esa criatura, así que la dejó abierta. Cuando se acercó al lavabo para lavarse las manos, notó algo extraño. A través del espejo, vio una luz blanca y amorfa que la abrazaba por la espalda. Sonrió.

La calidez que desprendía esa extraña luz le despertaba una sensación reconfortante, misma que se esfumó en un suspiro cuando, en el umbral de la puerta, la criatura que había visto horas atrás se manifestó. Tenía la piel completamente blanca, la nariz sumergida y, aunque un velo opaco le tapaba el rostro, pudo verla relamerse los labios desfigurados.

La niña cerró los ojos, aterrada, y se cubrió la cara con las manos. El silencio llenó la habitación mientras la bestia avanzaba con el objetivo de observarla en detalle.

Susy apretó los ojos con fuerza; sentía el corazón al borde del colapso. Un par de manos la sujetaron por los hombros y tiraron de ella hacia atrás. Al sentirlas, se dio media vuelta para prensarse al cuerpo que la había tomado. El dulce aroma a azaleas que despedía ese cuerpo era el de su madre. Valeria la había salvado.

***

Para Susy, la siguiente semana se resumió en mantenerse dormida la mayor parte del tiempo. De esa manera, la criatura podía mantenerse alejada de ella. El médico a cargo de su estado descartó lesiones cerebrales graves y adjudicó el constante deseo de dormir a un problema que también necesitaba de atención urgente: estaba atravesando por un fuerte cuadro de depresión infantil y necesitaba cuidado profesional.

Valeria se comunicó con la psicóloga que el médico le recomendó esa misma noche, y programaron una cita de emergencia para la mañana siguiente. Debido a la pérdida de su hogar y de sus objetos materiales, Alan pidió asilo temporal a su hermano mayor.

El hombre aceptó gustoso. Sabía que tras la muerte de su hijo mayor, Alan tuvo un arrebato de ira en contra de sus compañeros de trabajo, puesto que con ellos solía charlar sobre el comportamiento de Víctor y había terminado por renunciar.

Apenas la familia Darnell abandonó el hospital, se dirigieron hacia allá. A Susy siempre le había resultado curioso que el hermano mayor de su padre se llamase igual que Víctor, nombre que también compartían con su fallecido abuelo. Sin embargo, ahora ese nombre era una tortura para ella, así que optó por evitarlo y todo el camino se mantuvo en silencio.

Al entrar los tres por la puerta principal de la casa, fueron recibidos afectuosamente. El hermano de Alan y su esposa acababan de tener un bebé, por lo que podían empatizar con la situación que estaban pasando. Sin embargo, el ambiente no tardó en tensarse entre los adultos. La actitud distante y oscura que había adoptado Susy resultaba desconcertante para sus tíos, Karen y Víctor. La expresión seria en el rostro de la niña denotaba tanta tristeza que parecía estar rodeada por un aura de tinieblas.

Aun así, lo peor vino minutos más tarde cuando Karen acercó a su bebé recién nacida a la niña para que la conociera. Susy le dedicó una mirada sombría antes de analizarla de pies a cabeza, con detenimiento. Después, desvió la mirada y empezó a subir las escaleras rumbo a la habitación que utilizaría.

—Está condenada —susurró sin detenerse.

Todos palidecieron, pero ninguno se atrevió a decir nada.

***

La mañana siguiente, Alan tomó prestado el auto de su hermano para llevar a Susy y a Valeria al consultorio de la doctora Miriam, una especialista en psicología infantil que se encontraba en el centro de la ciudad, en el segundo piso de un edificio de seis plantas.

El consultorio no era muy espacioso, pero sí muy agradable. Estaba pintado de violeta y blanco, con muchas flores en masetas fabricadas con llantas de camiones pintadas con tonos alegres. Además, había una mesita para niños con cuatro pequeñas sillas a su alrededor y cinco cajas con juguetes. En el fondo, había un escritorio y una mujer sentada frente a él. Su cabello era corto y rubio, y sus ojos azules estaban fijos en un cuaderno lleno de anotaciones.

Alan y Valeria se sentaron frente al escritorio para hablar con la doctora mientras Susy se dedicaba a explorar el cuarto. Valeria fue quien le relató a Miriam los sucesos de las últimas dos semanas.

Lloró de nuevo al hablar de su hijo y la especialista le regaló un pañuelo y su total atención. Cuando terminó su relato, Miriam ya se hacía una idea del porqué habían ido a verla y le pidió a Susy que hablaran.

La niña tomó una de las sillas pequeñas y la arrastró hasta detrás del escritorio. Se sentó justo al lado de la doctora para poder escucharla mejor.

Miriam comenzó haciendo preguntas simples para ganar simpatía con la niña, quien a pesar de mantenerse extrañamente seria, estaba dispuesta a responder. Paso a paso, la doctora guio la conversación hacia los hechos de las últimas semanas.

Susy alzó la vista y clavó sus ojos en los de Miriam. Luego, se levantó de la silla y le pidió con un gesto de su mano que se acercara un poco más.

—Voy a decirle todo, pero no les cuente a mis papis —susurró Susy cerca de su rostro, segura de que Alan y Valeria no la escuchaban.

—Descuida, eso es parte de mi trabajo, pequeña.

—No, no es cierto. Sé que en la sigología de niños ustedes les dicen a los papis lo que decimos.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó Miriam, anonadada y con los ojos abiertos como platos ante la explicación.

—Que sea pequeña no significa que sea tonta. Mi hermano era bueno para decirme cosas difíciles y que yo las entendiera. Si yo le cuento todo, ¿me promete que no les dirá a mis papis?

Miriam se quedó pensativa y se preguntó lo interesante que hubiera sido hablar con el muchacho. Regresó su vista a Susy, quien tenía dibujada una expresión casi suplicante en el rostro, ansiosa por la respuesta que ella pudiera darle.

La doctora emitió un suspiro antes de decidir.

—Si estás de acuerdo, primero me gustaría hacerte unas pruebas y, según tu resultado, hacemos un trato. ¿Te parece?

—Sípi —le respondió la niña con un intento de sonrisa.

—Bien, entonces empecemos.

***

No estaba alucinando, estaba segura de que había alguien ahí arriba. Se movía de un lado a otro y cantaba en voz baja. Cada vello de su cuerpo se erizó mientras la temperatura descendía. La horrenda voz subió el volumen hasta el punto de lastimarle los oídos.

Siguió caminando por el pasillo, rumbo a la habitación en la que Susy había dormido anoche. Una vez que se encontró allí, la voz se detuvo y el pasillo se vio tragado por el silencio. Karen estaba sudando por el terror, tenía las manos temblorosas. Pese a eso, sujetó la perilla para abrir la puerta.

La habitación estaba oscura y lo único que la iluminaba eran las lámparas del pasillo. Los rayos de luz le permitieron ver que la mecedora se movía de atrás hacia adelante hasta que se detuvo de repente.

La mecedora se giró con lentitud y reveló a un conejo blanco de peluche sentado sobre ella. Karen supuso que sería de Susy a pesar de la amplia y macabra sonrisa. A su vez, la cabeza de una niña sin ojos se asomó por el respaldo. La criatura emitió una risa espeluznante entre ecos que la hacían sonar ensordecedora. Sin más, la puerta se cerró de golpe. 

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