Luna de Miel
Si todo sale bien, esta podría ser una serie de ones llamada Galería Caribe, donde Steven conoce nuevamente a cada gema un un puerto diferente.
ADVERTENCIA: ESTE ESCRITO CONTIENE DESCRIPCIÓN SEXUAL EXPLÍCITA.
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"Déjame hacer esto por ti, Steven, solo déjame..." Susurraba aquella intensa voz embadurnada de miel espesa; una miel que escurría de cinco calientes dedos carentes de sangre que hacían resbalar entre el pulgar, palma, índice y anular, un miembro ardiente y palpitante.
Apretó la punta y se escuchó un gemido.
"Déjame hacer esto, lo deseo, lo anhelo y lo quiero..." Dijo y cerró su mano para comenzar a agitar de arriba abajo con poca sutileza, mostrando lo largo de todo su deseo, mientras Steven tragaba saliva al sentir en su cuerpo cosas que, si bien ya había sentido, por la intensidad y la situación se mostraban diferentes. Más tenebrosamente morbosas.
Steven estaba boca arriba en su cama y tanto él como aquella gema que le masturbaba se encontraban desnudos. Cuatro de la mañana en la Habana, Cuba.
Peridot ejercía un poco más de fuerza de la que debería, y solo Steven podría enfrentar la fogosidad de una gema que no conocía realmente bien los límites humanos. Ella bajaba su mano hasta dejar completamente descubierto el glande bajando un poco de más y luego subía cubriéndole completamente de nuevo, una y otra vez.
Peridot se lanzó a los labios de Steven sin dejar de mover su mano ni un segundo, la cual se sentía cada vez más mojada del líquido preseminal que se volvía cada vez más abundante. Steven pudo sentir en su boca ese exceso de saliva que ella guardaba tan solo al recibir el beso. Peridot metió su lengua casi desesperada hasta donde más pudo dejando escapar por sus comisuras unas leves gotas que brillaban con la luz de la farola de calle, Steven la controló, por su parte, pasando su brazo por debajo de la gema y halándola hacía si, colocándola un poco más encima, abrazándola completamente y devolviendo el beso con la misma fuerza.
Peridot sentía lo áspera de una lengua humana y le causaba fascinación, degustaba del beso la saliva de Steven sin separarse, el vapor de sus alientos les robaba el aire, pero ella no se detuvo, al fin ella no necesitaba, como tal, respirar. Eso sin detener nunca su movimiento de mano notando que de pronto ya no alcanzaba a controlar el grosor del miembro de Steven que se volvía más grande, más caliente e incontrolable. Al sentir que su incremento no se detenía comenzó instintivamente a respirar. Entonces le faltó aire.
Steven notó que ella se alejaría así que le dio la vuelta y la dejó debajo de su cuerpo cubriéndola totalmente, Peridot ante el cambio de situación, con pena, tuvo que abandonar el pene de Steven y colocó sus manos en los hombros del gem quien ya estaba encima, él le apretó en el abrazo para evitar que se separara del beso pegándola con fuerza a su cuerpo.
Era ardiente el contacto chocante y sudado de ambos; la humedad del caribe los convertía cada segundo en un juego de líquidos y aromas. Los pezones duros de Peridot jugueteaban con la piel áspera de un Steven que ya no recordaba como aquel chico suave.
En la situación cambiante, Peridot sintió que perdió el control de la situación y con el hecho de que su respiración se había activado comenzó a intentar separar a Steven para tomar aire, pero el chico aun mecía su lengua en la boca de suaves labios de la gema que comenzó a hacer sonidos guturales.
Ella le palmeó el hombro.
Él le penetró aún más la garganta afianzando su dominio.
Ella comenzó a golpearle con ambas manos.
Él se acomodó bien entre sus piernas y en el movimiento de intento de escape, en algún punto el glande de Steven se encontró abriendo los labios vaginales de Peridot quien pegó un respingo.
Steven liberó el beso y se encontró con los ojos brillantes de la gema, vidriosos, felinos, fieros. Una sonrisa maliciosa. Una respiración bucal que la mataba.
Le abrazó el cuello, se acercó y le pasó la lengua sin pudor desde la base en el hombro hasta la oreja, luego fue del otro lado y lo hizo otra vez. Luego le lanzó una mordida al cuello, al hombro y luego varias sin parar. Steven solo le lanzó una a su endeble cuello y ella se retorció con lentitud, como herida de muerte.
"Déjame hacerlo, Steven. Lo he deseado desde que te fuiste y nos abandonaste."
"Nunca les abandone."
El dejó caer su peso un poco y sintió como los jugos de Peridot le comenzaban a recibir. Pudo percibir incluso como la resistencia de ella a ser penetrada era débil.
"Quiero sentirme tuya. Hazme tuya, Steven." Y recogió las piernas.
"Mía siempre has sido" respondió él sorprendiéndose hasta a sí mismo y se dejó caer siendo tan intenso, como ella lo había sido con él al comienzo de esta historia.
El gemido se escuchó por toda la Habana Vieja.
***
Steven había dejado Ciudad Playa ya hacía tiempo.
Se había dejado vagar como solo un joven como él podría hacerlo: trabajar en un lugar y otro y otro, dinero de aquí y de allá, algo de la ayuda de Greg.
No se había aferrado, como en algunas novelas de su niñez, a rechazar toda la ayuda que su padre le ofreciera y obstinarse a levantar un imperio desde nada para demostrar a los demás su valía; al final, si él quisiera podría realmente hacer lo que quisiera a donde fuera y conseguir lo que le hiciera falta donde sea. El viaje le había dado la madurez para aceptar muchas cosas que no se había dejado ser. Como el hecho de que siempre sería muy diferente al resto de la gente.
A resumir, era un metahumano o un mutante, como en los comics que había leído.
A resumir podría jugar al héroe encapuchado si quisiera y vivir las aventuras de cualquier niño, el cual ya no era.
A resumir, igual podría ser un ser oscuro que no se atrevía a llamar, villano y dominar la ciudad.
Por tanto, demostrar su valía era ya un segundo plano. Él ya tenía valía.
Sin embargo, eso no le quitó el sentido a su aventura y a sus ganas de recorrer el mundo y aprovechar todo lo que se le ofrecía. A vivir a destiempo y amanecer quien sabe dónde con quién sabe quiénes. A conocer chicas lindas, y calles anchas. A dejarse ser... y a eso le llamó, felicidad.
Hacía dos meses que, en sus cotidianos viajes y caminatas, había escuchado de un país llamado Cuba. Una isla que, debido a su sistema de gobierno, mantenía en su folclore algunos elementos muy clásicos del Caribe. Luego descubrió que el romanticismo de la palabra folclore solo disfrazaba mucha pobreza. Pobreza en gente, en su mayoría de buen corazón.
Consiguió trabajo en un hospital muy decaído en donde ayudaba por casi nada a gente enferma donde se le pagaban en su mayoría con comida. Con sus poderes comenzó, de forma clandestina, a generar facilidades en los huertos para la gente y dejar tierra fértil para cosechas rápidas. También se dio cuenta que no era la rapidez de la cosecha, si no el gobierno que acaparaba todo.
A pesar de los pormenores y las tristezas básicas de ciudades económicamente precarias, se había encontrado cómodo en una sociedad muy diferente de las que había vivido, y decidió quedarse dejando que el viento le siguiera en una vida que, de eterna, alguna vez lo llamaría de otro nombre.
Y todo iba bien.
Hasta que una noche calurosa, en una de las habitaciones de aquellos edificios que quedaron de la época colonial del infame General Batista, en la zona llamada la Habana Vieja, encontró algo que le cambiaría el ritmo que se había impuesto hacía ya algunos años.
Esa noche llegó del trabajo con el cansancio normal de un viernes cualquiera en el hospital. En sus viajes aprendió a controlar su magia para que las curaciones no fueran del tipo milagrosas, si no graduales, para que a vuelta de algunos días los enfermos se recuperaran dejándolo a él como un buen médico, y no como un sanador. Decidió perfeccionar ese método para evitar la repetición de un desafortunado evento ocurrido en un pequeño pueblo rural de Texas, donde le querían adorar como un ser tocado del cielo, un hombre santo, viéndose en la penosa necesidad de huir.
Subió las escaleras y al abrir aquella vieja puerta de esencia victoriana, se encontró con que su habitación (pequeño lugar con una cama que crujía, un refrigerador que vibraba, una mesa de madera con una silla, una estufa de una hornilla y el baño en el que apenas cabía) había sido invadido. En las penumbras estaba lo que parecía ser una adolescente.
Aguzó los ojos y detestó que el apagador del único foco que alumbraba la habitación estuviese lejos de la entrada.
Caminó y cerró la puerta detrás de sí.
En las penumbras logró distinguir que aquella chica llevaba un vestido algo esponjado. O esa era lo que impresionaba la silueta. El problema era que esos vestidos no eran de la usanza de las chicas deesa parte de la ciudad; si se encontraba es tipo de ropa, debería ser en la Habana Nueva (en el otro extremo) donde estaba lleno de turistas de todos los países que llegaban a embriagarse en el sueño caribeño, y lugar donde Steven iba de vez en cuando, y que evitaba, ya que siempre terminaba apaleando a visitantes con perfiles claramente esclavistas.
¿Y tú quién eres? Fue la pregunta antes de encender la luz y encontrar a una chica de marcadas caderas, hombros pequeños, y un vestido amarillo algo esponjado. Además de una diadema-pañuelo que bajaba su cabello rubio dejándolo detrás de su cabeza. La diadema conectaba con una brillante gema en su frente.
Claro, además era de curiosa piel verde aceituna.
La expresión de Steven pasó por varias etapas, de inicio fue con impresión, luego con duda, con enojo, con furia, luego suspicacia. Mientras, la gema desvió la mirada al suelo, luego se llevó las manos a la espalda y comenzó a mecerse adelante y atrás de forma nerviosa. Hasta que la voz de Steven rompió el silencio.
¿Y tú que haces aquí?
Yo...vengo por la Luna de Miel...
****
Fue una mañana alegre aquella en que Peridot terminó el artilugio que le permitiría, de manera secreta, ubicar a Steven. A través de los meses la gema se había dedicado a crear, en palabras sencillas, un GPS especifico para encontrar un diamante.
Tres de ellos no estaban en la tierra.
Cuando encendió el aparato que no era más que un Ipad modificado, emocionada logró ver, después de lo que le pareció un siglo de espera en aquel reloj de arena digital que daba vueltas, por fin, un titilar rosa en el mapa de los continentes de la tierra. Lo extraño era que el punto que marcaba con una simpática flecha con un rostro pixelado de quien no era otro más que Steven, se encontraba en medio del mar. Cerca del continente, sí, pero definitivamente en el mar.
"Ese país de allí, es Cuba, Peridot" Dijo el mayor de los Fry cuando Peridot fue a preguntarle una vez que descubrió que la cabeza de Steven tapaba la isla en el mapa.
"Es un lugar caribeño, donde los enamorados van a pasear en sus lunas de miel y donde se vive el sueño romántico latino"
Y después de averiguar lo que era una luna de miel, Peridot se dio a la ardua tarea de averiguar si podía llegar a tal destino lo antes posible.
Tenía muchas ganas de ver a Steven y unos irreconocibles celos de saber que estaba con alguien pasando esa llamada "luna de miel" la empujaron una noche a tomar su vestidito amarillo, una diadema- pañuelo para ocultar su peinado romboide, y a comenzar una travesía a través de un portal que solo se había utilizado dos veces en la vida.
Peridot llegó a Cuba de esa manera, apareciendo bastante cerca de un lugar que luego descubrió que era una playa llamada Varadero. Su localizador le indicó que se encontraba aun bastante lejos de su objetivo y en busca de un elemento metálico lo suficientemente fuerte para sostenerla, los turistas de la playa la descubrieron y pronto se armó un escándalo.
Las personas ya conocían a las gemas a nivel mundial y su intento de integración a la sociedad. Como todo intento de una raza de integrarse, las gemas no siempre eran bien aceptadas.
En pocas palabras, hay quien sostenía que las gemas buscaban desplazar al humano y conquistar la tierra; información que había sido cierta algunos miles de años atrás.
Escapó utilizando una parrilla de hierro de un asador que para su bendición estaba apagado y se alejó dejando atrás de sí un montón de gente filmando con su celular. Entre los que gritaban que bajara a tomarse fotos y los que la maldecían por querer adueñarse del planeta. Casi todos eran hombres y mujeres blancos que de lejos se distinguían por ser gente sin preocupación.
Cerca de la ciudad de la Habana decidió ir a pie para no llamar la atención. Comenzó a tener miedo ya que de pronto todo se le hacía mala idea, si la llegaban a capturar no había llevado consigo nada para defenderse ante el impulso de salir lo más pronto posible. Se sintió en algún momento, desamparada. Pero el titilar de su radar le dio el impulso para seguir.
A diferencia de la playa, la gente de la ciudad, de piel marcadamente más oscura, sí la veían con curiosidad, pero al parecer nadie la reconocía como una gema, ni le gritaban ni le juzgaban.
"Pero que chica más guapa, que bello color de piel" le había comentado una señora al verla y ella le respondió sonriente con un "Wow, gracias".
Un día y medio a pie. Y luego entró por una ventana a un cuarto oscuro donde se había sentado en una cama, simplemente a esperar. A esperar su llegada.
Le dolían sus pies. Se sentía sucia y polvosa...pero extrañamente feliz.
****
Preguntar como era que había llegado estaba de más; de sobra sabía que Peridot era un genio y se las debió arreglar para encontrarlo. La molestia que había sentido era parte aun de un paradigma que del cual no se había curado bien, pero una vez que lo pensó fríamente, se dio cuenta que hacía ya tiempo que no veía a ninguna de sus amigas. Ente lo cual, decidió ser gentil y calmó su ira.
"¿Qué haces aquí, Peridot?" y desde sus grandes ojos ya sin el visor amarillo, ella sonrió.
"Supe que las personas vienen aquí, a Cuba, por su Luna de Miel y yo...supe que estabas aquí. Steven, si vas a pasar una Luna de Miel, yo quiero pasarla contigo."
Él sonrió. Se sacó la sudada camisa blanca que llevaba y la dejó en la única silla dejando ver su grueso torso, fue al refrigerador y sacó una botella de algo ambarino de la que bebió con avidez.
"¿Sabes lo que se hace en la Luna de Miel?" Dijo sin mirarla.
"Si, no hubiera venido hasta acá si no supiera" Y cuando se dio la vuelta, Peridot estaba en su cama completamente desnuda. El vestidito amarillo, que era de tela real, ya hacía al lado de la cama.
Steven la miró, sus pezones eran color crema y estaban tan erectos que sobresalían. Le pegó varios tragos más a la botella sin marca.
****
Cuando el comenzó a penetrarla sintió como la punta de su glande se humedecía completamente al abrirse paso, ella le clavó las uñas en los hombros y cuando el avanzó un poco más sintiendo la estrechez, se miraron a los ojos y la descubrió tan diferente a su Peridot con la cual había convivido hacía ya varios años.
Steven ya conocía esa mirada, era deseo, deseo puro, fuerte, como el que conoció en algunos moteles en california de jóvenes que estaban artificialmente apasionadas por el alcohol y otras cosas. Él dejo caer más su cadera y enterró su asta a la mitad y ella se arqueó gimiendo tan fuerte que él le tomó con ambas manos la cabeza para mirarla directamente.
"No seas tan ruidosa." Le dijo. Y ella comenzó a gemir ahogadamente, pero ya solo se alcanzaba a escuchar hasta detrás de la puerta.
Para cuando la penetró totalmente, ella podía sentir en su totalidad el latir del corazón de Steven en su cuerpo. Empalada como estaba, Peridot experimentó una sensación tan fuerte que allí mismo tuvo un orgasmo que mojó las sábanas y salpicó con fuerza. Steven sentía las paredes vaginales contraerse y fue su experiencia la que le ayudó a no derramarse dentro pues la situación era como en sus sueños recurrentes. No, era aún más poderosa.
Steven ya había pensado en hacer el amor con una gema. Nunca pensó seriamente en sus tres amigas mas cercanas, pero siempre hubo otras tres gemas específicas en su mente: Peridot, Lapis y Spinel.
Las había imaginado tantas veces en tantas situaciones, que ahora era casi irreal tener atrapada bajo su cuerpo desnudo, a la pequeña Peridot.
En la penumbra de una habitación iluminada por un solo foco de 60 wats. En una ciudad donde el tiempo se había detenido hacia más de 100 años y el ron y la música tropical resonaban como ecos en todas las esquinas, Steven le hacía el amor a una gema, a Peridot. Al entrar completamente la estrechaba a sí y ella levantaba las caderas porque deseaba sentirlo hasta el fondo de su corazón mientras no dejaba de jadear y hablar.
"Me gusta" "Me encanta" Me vuelvo loca"
Peridot movía su cabeza de un lado a otro, luego en su desesperación le estampó un beso a Steven tan atropellado que fue un choque de dientes. Steven se separó del beso y por fin pudo degustar de los pequeños pechos de Peridot y mientras la penetraba, ejercía succión que ella representaba con un placer en su rictus corporal.
De pronto él la giró dejándola boca abajo, tomó su miembro y volvió a entrar en ella quien no mostro más resistencia que un grito que desafió la orden del diamante.
"¿Por qué gritaste?"
"Porque quiero estar de Luna de Miel siempre, Steven, ¡Siempre!"
Steven la tomó de las caderas y comenzó un ritmo profundo y fuerte donde el choque con las nalgas de la gema producía ese sonido excitante que resonaba en toda la habitación.
Y gritos, y gemidos y promesas mientras los líquidos se derramaban sin control.
Afuera y en cuartos aledaños ya se habían dado cuenta de la situación y los más viejos solo decían: "El médico por fin tiene visita" y sonreían.
Cuatro de la mañana en la Habana, Cuba.
***
El clarear del nuevo día. El cantar de los gallos y ruido del tiempo relentizado en una ciudad de trabajadores y vendedoras se esparcía como neblina. Niños que lloran y un olor a guiso rico y único hicieron despertar a una gema que se sorprendió de haber dormido con la mano en el sexo, inmensamente complacida.
Miró a todos lados y con la luz de un sol naciente, vio los recovecos del lugar donde había tenido lo que ella denominó, su "Luna de Miel".
Una cama aun húmeda, un aroma en el aire de sal e incienso.
A su lado, dormía él. Bello y siseante, más grande de lo que recordaba. Pero no era su estatura, era su semblante. Sintió algo de nostalgia al ver en su cara dormida que ya casi no quedaba nada del niño que alguna vez fue, pero de cierto orgullo del hombre que ahora era.
Y del que ella se sintió ahora, tan de pronto como el día, que era su mujer.
Luego entendió que todas deberían conocer esa parte de Steven. Del hombre, del diamante, no del niño ni del adolescente confundido. Sabía que les daría tanto gusto como a ella y, además, la inmensidad del placer que esa noche había vivido era algo que, a su parecer, todas debían conocer.
La pequeña gema no tenía idea de lo que ese pensamiento, en sí, significaba.
****
Espero haya sido de su agrado.
Un saludo a todos.
Gendo -El Condenado- Uribe
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