ya tengo dientes
Hubertino era un muchacho un poco distraído pero con un corazón dispuesto a socorrer al projimo, ayudaba a las abuelitas a cargar el mandado y le daba una mano con los oficios de la casa a su madre luego de salir de su escuela, el lugar quedaba en una zona rural en un pueblito alejado de la gran ciudad llamado las golondrinas porque se veían mucho éstas en época de verano. entre eso, sus deberes estaba; cargar leña y traer agua del riachuelo que quedaba cerca de media hora bajando por la montaña, ayudar a cargar los "cerros" de ropa que su madre lavaba en el río, y si le quedaba tiempo cazar una que otra ave para degustarla luego en un rico asado.
Así pasaba su adolescencia mientras jugaba canicas y se reunía con sus amigos para ir al río a nadar un rato y luego traer el agua desde el rio para que su madre cocinara los alimentos...
Una tarde se reunió con los demás muchachos para hacer sus deberes y luego de recoger la leña, lo acompañaron para darse un "chapuzón" antes de llevar la madera a sus respectivas viviendas.
Ya se formaban arreboles entre las nubes anunciando el inminente atardecer que daría paso a la majestuosa noche en ese paraíso... En otras palabras se les hizo muy de noche y todos corrieron hacia sus casas. Hubertino se quedó un poco atrás porque los atados de madera que llevaba era más grandes y pesados que los de los otros muchachos, resoplaba para airearse un poco cuando escuchó el llanto de un bebé entre los arbustos... ¡¡ pero quien, con tan malo corazón pudo dejar una criatura por acá en este bosque!! ... Y ahora que puedo hacer yo si voy llevando esta carga tan pesada. Sin importar lo cansado que iba, se decidió por levantar el niño en sus brazos mientras en su espalda seguía el bulto de leña... Iba cántando rondas y haciendo gestos graciosos para que el nene se calmara y lo logró, ya el niño estaba tranquilo y parecía disfrutar de su "salvación", de pronto una mirada picara se dibujó en la faz del infante y Hubertino se alegró de estar haciendo lo correcto; estaba ayudando a un ser indefenso ... El niño soltó una risotada como si leyera los pensamiento de el joven y luego profirió estas palabras: ...¡PAPÁ YO TENGO DIENTES! Y le enseñó una dentadura oscura y afilada mientras de su boca salía un nauseabundo olor a azufre.
El muchacho lanzó al pequeño demonio por el aire y corrió sin detenerse hasta llegar a su casa, ni siquiera sintió el peso de los palos en su espalda, pero estaba sudando y aterrorizado por lo sucedido.
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