Kova
Kova
—Así que me parezco a tu novio.
Buscando un espacio familiarizado donde pudiera calmarse, Ettané y Alaya se habían llevado a la chica a la sala de rehabilitación. Después de que la arcana lo buscara y reclamara su presencia, Kova había renunciado a sus quehaceres para acompañarla. El resto de generales refunfuñaron, pero el iwin hizo oídos sordos. Al fin y al cabo, la humana se encontraba en el campamento debido a sus decisiones.
Habían tenido que sedarla y suministrarle medicamentos para paliar las cefaleas. Al parecer, Kova se asemejaba al recuerdo que ella identificaba como su pareja y su aparición la había trastocado.
—Beth —había averiguado su nombre para otorgarle confianza—, no puedo hacerme a la idea de lo difícil que te resulta toda esta situación, pero piensa que la semilla alberga los recuerdos de otras vidas. Es posible que en toda la historia del planeta haya existido alguien que se pareciera a mí, quizás, todos tengamos un semejante en algún momento del pasado.
Kova la observó con atención. Bebía agua de una pajita que le ofrecía Alaya, absorta, esquivando a conciencia la mirada del general. Durante su viaje, había sido informado de lo acaecido, preocupándose por las consecuencias que pudieran sucederse en el campamento. La consideraban una amenaza, sin embargo, no advertía singularidad alguna en ella. Se trataba tan solo de una joven asustada, abrumada ante las vicisitudes de un mundo nuevo.
—¿Has oído, Beth? —Alaya le palpó el hombro— No tienes de qué preocuparte.
Ella negó con la cabeza. Alzó los ojos hacia Kova, titubeante. Se dirigió hacia Ettané con voz trémula.
—Los sueños que os comenté... —tragó saliva— Hay algo que no os he mencionado —sus oscuros ojos volvieron a fijarse en Kova—. En ellos aparecías tú.
—¿Quieres decir tu pareja?
—No; tú.
Kova ladeó la cabeza, frunciendo el ceño. Se forzó por mantener los irises del mismo color que acostumbraba, de un grisáceo claro. Como iwin, su tono variaba según su estado de ánimo, pero durante años había trabajado su habilidad para conservarlos de forma estable. Así, había logrado engañar a algunos que lo habían tomado por un mestizo o un voone con el cabello teñido.
—Beth —se aproximó hasta ella, colocándole una mano con cautela sobre el brazo—, ¿puedes revelarnos tus sueños?
Como si de una necesidad se tratase, la humana dejó que las palabras brotasen de sus labios. Describió a Kova, no al hombre que llamaba Marcus, sino a Kova. Con sus mechones verdosos como hojas de laurel, los ojos claros y la sonrisa picarona. Plantado, ante un campo de flores, con pose desafiante cual señor de los bosques.
Identificó el origen de dicha imagen al instante. No obstante, sentía que se trataba de un mero aperitivo. La necesidad de conocimiento despertó su naturaleza curiosa. Para su fortuna, Beth se dispuso a calmar sus ansías con un torrente de palabras que alimentaron sus sospechas.
—En las últimas semanas, mis recuerdos han ido menguando —su voz sonaba apagada, como atrapada en un llanto ahogado—. A veces, pienso que los únicos rostros que recuerdo son el de Marcus y mi hermana Ruby. Con ella también he soñado, aunque es distinta.
—¿Qué tiene de diferente? —insistió el joven. Ella seguía con la mirada perdida, como tratando de recordar con claridad.
—La veo de niña. Se parece y a la vez no. Su cabello, antes castaño y voluminoso, lo lleva recogido en trenzas. Y, aunque es de noche, puedo ver la luz. Las llamas la rodean, como si se encontrase en el infierno. La cubre un manto de alas negras, tan oscuras como las lágrimas que caen de sus ojos... ese par desafiante, de un color tan singular.
La piel del general se había erizado, inconscientemente, se frotó el brazo izquierdo. El relato de Beth había cobrado fuerza, manifestándose como la hiriente verdad. Kova, temía conocer el final de la historia.
—¿Cómo eran, Beth?
Ella levantó el rostro, las lágrimas le humedecían los mofletes. Alaya la tranquilizaba, la instaba a dejarlo pasar. Por un instante, Kova deseó silenciarla. Ansiaba conocer cada ínfimo detalle, pero se mantuvo callado y expectante. Todavía desconocía el papel de la humana en los entresijos del destino y la posibilidad de que se tratase de una víctima apaciguaba sus nervios.
—Dorados, como los de un ave depredadora —declaró. Kova disimuló la saliva que engulló por la garganta—. Creí que eran sueños, pero ahora estás aquí. No sé qué significa. ¿Eres Marcus? ¿Ruby se encuentra en otro lugar? ¿Debí hacerle caso cuando se me apareció?
—¿Cómo que se te apareció? —cuestionó la arcana— ¿Te refieres en sueños?
—No, no. Cuando estaba en el calabozo, antes de que tú aparecieras para pintarme la muñeca. Mi hermana apareció, tal y como la recuerdo. Aunque —dudó—, se comportaba de manera extraña. Sonaba como ella, pero sus peticiones se alejaban tanto de mi Ruby. Solicitó algo inusual. Algo como un cuerpo...
Kova les dio la espalda. Ettané se preocupó y el iwin fingió un ataque de tos. Sus ojos habían mutado, lo percibía en su interior. La plata se había adueñado de ellos, evidenciando su pavor. Regresó a otro tiempo, advirtiendo el sabor de la sangre rodeando su paladar, expandiéndose como la rabia de su interior. El agua en unos amados ojos cuya vida se apagaba junto al florecimiento de unas lágrimas...
—Meradiah —susurró, más para sí que para los demás. Cuando se percató de que la atención recaía en él, se giró con una apacible sonrisa—. Se manifestó ante ti la diosa Meradiah. Puede que ninguno de vosotros la conozca —aclaró—, pero es una deidad muy temida para los driadalys. Adquiere la forma de nuestros seres queridos con el único objetivo de escapar de su prisión: los reflejos. «Ni un pedacito de luna bañado por agua» —sonrió—. Mi madre siempre lo decía antes de acostarnos. Por eso, los driadalys mantenemos la costumbre de tapar los espejos y vaciar jarrones al caer la noche.
»Lo siento, Beth, pero Meradiah intentó aprovecharse de tu vulnerabilidad y ocupar tu cuerpo —sacudió con cariño el cabello de la arcana—. Estoy convencido que Alaya imparte unas clases maravillosas, pero si quieres aprender en profundidad sobre las distintas culturas, sería conveniente que un miembro de cada una de ellas te instruyera. Yo mismo me ofrezco a ilustrarte sobre los driadalys, ¿te parece?
Más calmada, asintió. No obstante, las preocupaciones no se habían disipado. Aún con la vista clavada en el suelo, comentó:
—¿Qué relación existe entre la diosa y mis sueños? ¿Se trata de una casualidad? ¿Estoy volviéndome loca?
—No lo sé —le contestó el general—. Pero, si te tranquiliza, me ofrezco a investigarlo. Y, teniendo en cuenta los recelos que has despertado, será mejor que esta conversación quede entre nosotros cuatro. Eh —le acarició la mejilla—, puede que yo no sea Marcus, pero procuraré que te sientas tan segura como si estuvieras a su lado.
Beth esbozó una tímida sonrisa. Lo más seguro es que no le creyera, aun así, quería ayudarla. Quizás, porque comprendía el sentimiento de pérdida o, quizás, porque era la pieza que buscaban en el tablero de juego.
Y, como heraldo, Kova debía supervisar todos los movimientos hasta obtener una nueva orden.
Cuando salieron afuera, el mundo parecía haberse paralizado en el momento exacto de su entrada. A excepción de Otso, todos los generales seguían esperándolo. Aramis junto a Gemma en las puertas del edificio con los brazos cruzados, Denia y Circón alejados del resto, en lo que parecía una charla privada con el joven Roxynita y Alfred. Recibieron a la arcana y la humana, mientras saludaban con un ademán de cabeza. La general Aramis le cortó el paso de forma airada.
—¿Cuándo piensas reunirte con nosotros? —le interrogó— Vuelves de una misión, a sabiendas de los contratiempos que sufrimos y te desentiendes sin más.
—Ya os he dicho que mañana a primera hora. Las cosas no van a cambiar y necesito descansar.
—Tu deber es tu prioridad —añadió Gemma, desafiante.
—Y tú —la señaló—, no eres general. No estás invitada a participar en la reunión.
La arcana le gruñó; a regañadientes, ambas mujeres les dejaron marchar. Las oyó murmurar sandeces, parecían cachorrillos recién salidos del vientre. Temerosas de las acciones de una humana tullida. Ilusas, no vislumbraban ni la punta del iceberg. Beth se había convertido en un galimatías que estaba dispuesto a descifrar. A su lado, Ettané caminaba en silencio. Le cogía de la mano, oteando de soslayo. En su interior, brillaba una chispa de incertidumbre. Kova lo sabía, cuando estuviesen a solas, compartiría sus sospechas. Al menos, las que podía revelar.
Llegaron hasta su habitación, una de tantas que poseía la sección wölfmma del campamento. Se trataba de una estancia dividida en tres salas: el dormitorio de matrimonio, más amplio que las otras; un despacho, ocupado por los documentos de Kova, ya que Ettané los almacenaba en el laboratorio; y un baño privado, con un tamaño lo suficientemente decente como para una bañera.
Se dejó caer sobre el mullido colchón, agotado. Ettané le imitó y ambos se miraron a los ojos. Poseía una mirada carmesí que le había embelesado desde su primer encuentro. Lo notaba preocupado, ansioso por plantearle preguntas, pero su reservada naturaleza frenaba sus instintos.
—¿Qué quieres saber? —se le adelantó. Su pareja se mordió el labio, pensativo.
—¿Vas a contarme lo que sospechas?
Kova negó con la cabeza.
—No —se levantó de la cama—, te lo voy a mostrar.
Invitó al wölfmma a que le siguiera hasta el despacho, toqueteó en su dispositivo electrónico hasta que se manifestó un holograma. Apareció una fotografía, Ettané la observó estupefacto.
—Es la imagen que Beth ha descrito, la de su sueño.
Debajo se leía una leyenda: «Kova, el Jade Asesino, General de la Tercera División del Ejército Rebelde». Uno de los «Siete», los criminales más buscados del mundo. Unos años posteriores a la fundación de la Inquisición, habían proliferado los carteles de búsqueda con las fotografías de los individuos que el Gobierno consideraba más peligrosos. Como terrorista, se había ganado un puesto pocos años atrás. Kova recordaba el momento exacto de la instantánea, pues había posado a propósito minutos antes de partir. Por ello, era de los pocos carteles con calidad, hecho que le enorgullecía.
—Pero esto no es lo más preocupante —continuó. Toqueteó los botones hasta dar paso a otra imagen. Era la criminal más joven de todo el repertorio.
—Mailou, La Bruja —leyó Ettané, ensimismado—. Es exacta a la descripción de Beth.
—Así es. Beth llama hermana a una figura que es idéntica a la única criminal que el Gobierno quiere viva a toda costa y por la que pide la recompensa más cuantiosa. Si bien la propia Beth es un experimento cuya finalidad desconocemos, es alarmante que dos de los «Siete» sean los únicos rostros que recuerda.
Ettané se recolocó las gafas, acariciándose el puente de la nariz dubitativo.
—¿Han modificado los recuerdos de una semilla? En teoría no deberían ser capaces de lograrlo, pero sus avances tecnológicos se encuentran muy por encima de los nuestros. Y de ser así, ¿con qué objetivo?
—¿Eliminarnos? —el iwin observó de reojo a su marido— No. De considerarla un peligro me lo habrías dicho. Has estudiado su cuerpo, así que no has detectado ningún riesgo.
—De momento nada sospechoso —corroboró Ettané—. Sin embargo, no pensaba comunicárselo a Beth, pero analizando su estructura ósea hay algo que no cuadra. Debe rondar entre los veintidós y los veinticinco, pero es como si sus huesos y dentadura no hubieran sufrido alteración ninguna, como si nunca hubiesen crecido. Además, desconozco si su parálisis se debe a nuestra intervención o nació así.
—O se creó así —sentenció Kova—. Siempre creímos que los humanos originales se habían extinguido y es posible que así sea. Beth no es el único caso de clonación que conocemos, Alfred pertenece a una especie que desapareció mucho antes de la rotura del Sello.
Kova agarró una de sus monedas por pura inercia. Solía hacerlo porque le ayudaba a pensar. La deslizó entre los dedos, pasándola de uno a otro con destreza. Absorto en el movimiento, comenzó a recapitular la información que poseían.
—Por ahora lo que sabemos es —levantó un dedo—: han clonado una humana para usarla de conejillo de indias insertándole una semilla de recuerdos —levantó el siguiente dedo—; en dicha memoria han introducido imágenes de los carteles de búsqueda para manipularla —levantó un tercer dedo—; por sus condiciones físicas y tras tu análisis exhaustivo, hemos concluido que no es una amenaza por sí misma. Y por último, —levantó un dedo más— si no es un arma, ha de tener otra utilidad.
—¿Un mero ensayo? —propuso Ettané.
—Posiblemente, y más teniendo en cuenta que en sus planes dudo que estuviera entregárnosla. Pero, ¿y si está inacabada? ¿O es un proyecto a largo plazo?
—¿La consideras una amenaza? —indagó el wölfmma. Su firme mirada le delataba, ante todo era un fiel miembro de les Germanies. Si Beth arriesgaba la seguridad del campamento, debía ser eliminada.
—No lo sé —confesó el iwin—. De cualquier manera, ahora se encuentra bajo nuestro dominio, vulnerable y vinculada a uno de los nuestros. Mientras lo averiguamos, debemos protegerla a toda costa.
El resto del día lo pasaron en compañía. Visitaron el cuarto de Maya y Ren, los padres de Lyam, el hijo de Kova y Ettané. Para cualquiera que no estuviera familiarizado con las costumbres de los wölfmma, podían resultar extrañas sus estructuras familiares. No concebían la individualidad, para ellos, cada ser de la naturaleza formaba parte del todo. Respetaban cada vida por insignificante que fuese, se cuidaban los unos a los otros sin importar los lazos de sangre. En sus orígenes, se asentaron como un pueblo pacífico y nómada, vinculado a los viejos espíritus y la madre tierra. Mas, la ambición de las otras especies por ocupar sus tierras los impulsó a protegerse. Fue entonces cuando se armaron para la guerra, utilizando sus habilidades mágicas para dotarles de una fuerza descomunal. Las pinturas que usaban para cultos y tradiciones fueron empleadas para despertar su instinto animal, aclamando la fuerza de los dioses. Los tatuajes que cubrían sus pieles liberaban a la bestia dormida en el fuero de sus almas, volviéndolos fieros combatientes rodeados de un aura espectral difícil de atacar. Cuando cambiaban, sus cuerpos se transformaban en energía, rápida, feroz, letal. Las heridas apenas les afectaban y su fuerza de combate se incrementaba.
El inconveniente era el precio a pagar. Los wölfmma rara vez llegaban a la vejez, mucho menos los que utilizaban sus poderes con frecuencia. Por ello, el Viejo Lobo se había ganado el respeto de su pueblo. No solo en su juventud se le conocía como un bravo guerrero, sino que había aprendido a domar a la bestia. Muchos nunca lo lograban, por ejemplo, Ettané se había decantado por la medicina debido a las dificultades que había tenido de niño para controlarla.
Sin embargo, no habían tenido alternativa. Durante siglos, habían sido perseguidos, capturados o asesinados. Por ello, la natalidad cobraba tanta fuerza para su cultura. Cuando una pareja no podía concebir, otro miembro de la sociedad le ayudaba. Había sido el caso de Ettané, quien había cedido su semilla para dejar encinta a Maya. De esta manera, Lyam poseía tres padres y una madre, y todos se reconocían como tal para los wölfmma. Conocía muchas otras parejas que seguían la misma dinámica, independientemente del género de éstas. Siendo Kova un iwin podría haber engendrado, ya que su especie podía alterar su aparato reproductor. No obstante, lo habían esterilizado de joven, y de todos modos, la genética lo hacía incompatible con su pareja. Los wölfmma habían estudiado mucho la fertilidad, y según ellos, la sangre de los dioses no podía mezclarse.
Un descendiente de Logos, como un wölfmma, no podía reproducirse con un descendiente de Mythos, como los driadalys. Aun así, los poderosos ignoraban dicho conocimiento, creyéndose superiores al resto y concertando matrimonios entre ellos. ¿El resultado? Décadas gobernadas por bastardos con corona. El colmo de la estupidez. Y así proseguían, con la bota sobre sus súbditos mientras sus esposas lucían con orgullo el vientre de la infidelidad.
Se despidieron de la pareja y regresaron a su habitación junto al niño. Lyam ya tenía cuatro años, pronto, cubrirían de marcas su bronceada piel. Un sendero azul, al igual que sus ojos, delinearía su diminuta anatomía. Ya no se consideraría un cachorro, sino un lobezno listo para desarrollar sus capacidades. En cierta manera, a Kova le asustaba. A sus ojos, siempre sería su pequeño. Aunque comprendía la importancia del aprendizaje, más, cuando pronto tendría un hermanito que proteger.
Ettané se encontraba dándose un baño mientras Kova arropaba al chiquillo en su lecho. Poseía un rostro redondeado, infantil, caracterizado por unos joviales mofletes y una sonrisilla con dientes separados. Sostenía un peluche entre las manos, un felino confeccionado con telas recicladas y algodón. Le encantaban los mininos, su madre se lo había cosido para su tercer cumpleaños. Parloteaba emocionado ante la expectativa de un futuro hermano, cuestionándose qué deidad lo bendeciría. Kova le acariciaba los rizos de la cabeza, secándole el sudor de la frente, propio de la humedad del ambiente. El niño le pidió un cuento y Kova accedió, a sabiendas de que pronto se dormiría. Le habló de dos hermanos, de sus aventuras y del amor que se profesaban el uno al otro. Lyam cerró los ojos, cayó rendido con una sonrisa en los labios y Kova supo, que a diferencia de él, sería un buen hermano mayor.
Porque él fue incapaz de cumplir la promesa realizada a su madre en su lecho de muerte.
Su marido irrumpió en el dormitorio con las gotas acariciándole la piel, arrancando al iwin de sus pensamientos. Llevaba el rizado cabello al aire libre, cubriéndole los costados rapados. Contempló con ternura a su familia y se aproximó para besar a Kova en los labios. Sabía a las fragancias que los wölfmma empleaban para el baño, una mezcla de dulce y salado. El iwin le abrazó, había sido un día duro y necesitaba su calor. Percibió los dedos de Ettané acariciándole el cabello.
—Recuerda que, aunque me ocultes verdades, siempre estaré a tu lado —le susurró.
Kova alzó los ojos, se habían aclarado; liberado, al contrario que la tristeza que encerraba en su interior.
—¿Qué te hace pensar eso? —cuestionó dolido, más por su pareja que por sí mismo.
—Antes has mencionado que vuestra madre os contó lo de Meradiah. Nunca hablas de tus padres, ni mucho menos aludes a un plural. Llevamos seis años juntos y desconozco tu infancia —Kova apartó la mirada, apesadumbrado, pero Ettané le acarició el rostro—. Mi amor, no te estoy regañando. Tan solo me duele, porque sé que tu silencio oculta sufrimiento. Entiendo que no lo quieras compartir. Lo respeto; te respeto a ti. Y, quiero aclararte que cuentas conmigo, quieras hacerme participe de tus secretos o quieras alejarme de ellos. Yo siempre estaré para ti, e, hicieras lo que hicieras, sé que contamos contigo. Somos una familia —deslizó el dedo por la marca rojiza de su muñeca, señal de unión conyugal—, no lo olvides.
Kova aguantó las lágrimas, un picor incómodo le palpitaba en los ojos, ahogando sus pecados en la pena contenida. Besó a Ettané con desesperación, buscando borrar los malos recuerdos. Se había permitido amar, se recordó, pese al remordimiento de no ser válido. Su pareja merecía mucho más, a alguien que no arrastrara un peso con tanta carga. Pero, esa noche se dejó abrazar, rendido a los brazos del único hombre que había amado y dormitaron junto a su hijo, soñando con el nuevo bebé que venía de camino.
Hasta que las pesadillas irrumpieron en su mente. Llegaron atropelladas, impactando cual tormenta sobre su pecho. Meradiah, la sangre, cristales rotos clavándose en sus palmas desnudas, la desesperación y la ira dominando sus puños apretados. El olor a espigas y camomila invadiendo sus orificios nasales, arrebatándole la fragancia de las llamas, la confusión...
Kova se despertó. Reconocería su aroma a distancia. El humo del incienso permanecía intacto sobre la mesita, incapaz de proseguir su danza. El tiempo se había paralizado, como siempre que ella se le presentaba.
—Despiertan los temblores de la tierra.
Se hallaba ante él, contemplándole desde esos ojos gélidos. De la misma tonalidad que Ettané, parecían dos piedras envueltas en magma. Su pelo blanco se asemejaba a un velo cayendo sobre su pálida piel. Antaño nació libre, la convirtieron en esclava y murió como reina. Ahora, juzgaba las acciones de otros transformada en deidad.
—Has tardado en volver. ¿Vienes por la humana? ¿Quién es? O mejor dicho —enfatizó—, ¿qué es?
—Un número, como cualquier otro.
Kova frunció el ceño, ella deambulaba a paso lento por la estancia. Su aura parecía flotar entre las sombras del anochecer.
—¿Y querías que Alaya la encontrara? ¿Por eso la envíe a una misión? Ha causado muchos problemas en el campamento, ¿sabes? Lo ha dividido.
—Nadie posee el don de dividir algo que ya nace segmentado. «Un pueblo unido, un pueblo fuerte» —emitió una risa amarga—. Cuanta falacia en una expresión.
—¿Ahora vas a regañarme por un lema del cual no soy responsable? —esta vez, Kova era quien reía, hastiado de la situación— ¿A qué has venido, sino a recoger los frutos que has sembrado? Incluso, Meradiah se ha manifestado. Una hija del orden aclamando a otra del caos. Si fuera tú, me avergonzaría de romper el equilibrio en la tierra.
—Cuidado, heraldo —siseó. Sus ojos emitieron un brillo amenazador—. No eres imprescindible. Y —divisó a su familia—, creo que ahora vives una plácida vida. No te conviene disgustarnos.
Kova experimentó una rabia creciente. Apretó los puños, clavándose las uñas en las palmas de las manos y se apaciguó.
—Bastante he sufrido ya, ¿no crees? ¿No es la justicia uno de los atributos de los que presumes como deidad?
—Y así la dicté. Cometiste un pecado atroz. Ahora, acatas las consecuencias.
—¿Y qué hay de quienes nos torturaron durante años? —cuestionó entre dientes.
—Sabes que mi autoridad impera ante los driadalys. La naturaleza de tus verdugos se escapaba de mi jurisdicción. De todos modos, mantengo mi juramento. El alma de tu hermano sigue bajo mi protección. Y, algún día, te reunirás con él. No temas, heraldo. Llegará la hora en que serás recompensado.
«Recompensado». La palabra tintineó en su cabeza. Se la repetía cada vez que sus fuerzas flaqueaban, imaginando un futuro esperanzador. Contempló a sus seres queridos. El presente le había otorgado una segunda oportunidad. En esta ocasión, no podía fallar.
—Dime qué quieres —murmuró.
—Vigila a la humana. Puede que ella en sí no sea nada, pero sus pasos unirán vuestros destinos.
—Al menos, podrías aclarar si su presencia compromete nuestra causa.
Ella lo contempló largo y tendido, sus irises carmesí llameaban con un fervor impaciente.
—Poco antes del próximo temblor, ella también despertará. Por azares del destino, sus huellas la llevarán hasta la magia primigenia. Aquello que ha sido creado por el enemigo os proporcionará una ventaja final.
La anaranjada llama de la vela volvió a titilar. La imagen espectral de la Reina Roja se disipó, dejando un sutil amago de su fragancia como única señal de su presencia. Mavis había hablado y ya fuera por el sueño, los delirios o la esperanza que una sonrisa se le dibujó en los labios.
—Mailou, la Bruja —susurró.
—¿Qué dices, cariño? —Ettané sonó bajito, con la cara apoyada en la almohada y medio dormido.
—Nada —se apresuró. Tarde, su marido ya dormitaba de nuevo.
Si el uso de Beth no era ofensivo, ni mucho menos defensivo, puede que su funcionalidad se basara en el rastreo. Algo así explicaba la introducción de los carteles de búsqueda de los criminales en sus recuerdos. En consecuencia, era probable que su ubicación actual fuera delatada, pero Mavis le habría advertido de ser así, ¿verdad? La deidad luchaba a favor de los rebeldes desde hacía décadas, por lo que bajo ningún concepto iba a exponerlos. No obstante, parecía que el fin de Beth se encontraba inhabilitado de momento y que en un contexto concreto se activaría. Solo debía de vigilarla y esperar el instante adecuado. Entonces, ella le guiaría hasta Mailou.
Porque quizás la magia primigenia se trataba de una fábula. Pero, ella era real. Existiera o no, la «Bruja» poseía un don excepcional y tanto el Gobierno como les Germanies llevaban años buscándola. La había visto años atrás, cuando tan solo era una cría que escapaba de su cautiverio y cual mesías religioso abría un camino entre las aguas formando una ruta artificial e inalcanzable. Si lograban posicionarla a su favor, la balanza se inclinaría hacia el bando rebelde. Desconocía sus intereses políticos, pero una verdad era incuestionable: odiaba a los Senk con todo su ser. Al fin y al cabo, su madre se la vendió por un asiento en el poder.
N/A:
Hola, soy una pesada con Mailou, la Bruja porque indirectamente la he nombrado en casi todos los capítulos xDDD Es porque quiero que suene, ya que es un personaje bastante importante en la saga, aunque confieso que no aparece hasta el inicio del segundo libro xD
Las imágenes que Beth dice recordar en sueños que evocan los carteles de búsqueda de Kova y Mailou son descritos al final del prólogo, ya que es lo que Beth ve cuando "muere" en el Detroit de los años 60. Así que yo voy dejando pinceladas por la historia, pero claro, es imposible darse cuenta porque el formato de wattpad no es el más idóneo para historias con tanto detalle friki xDDD De la misma manera, en el primer capítulo de Beth después del prólogo dejé muy claro el detalle de que Alaya le deja una bandeja con agua, objeto mediante los cuales la diosa Meradiah se manifiesta cuando percibe la desesperación de Beth. También, desaparece cuando Alaya salta al calabozo y al caer rompe la bandeja y derrama el vaso. Sé que es una chorrada, pero para mí ser tan detallista le da vida a la novela. Así que sí, hasta una bandeja con agua puede tener cierta relevancia en la trama xDDD
No sé cuándo actualizaré, pero el siguiente capítulo es de Frida.
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