Capítulo 19
¿Estoy muerta? Qué clase de pregunta tan estúpida. Si estaba muerta no podría estar preguntándome si lo estaba. O al menos aquello parecía lo más lógico y racional. Fruncí la nariz al olfatear un aroma nauseabundo, demasiada humedad en un lugar pequeño y sin ventilación. No, definitivamente no estaba muerta. El más allá no podía oler así o pediría un reembolso al respecto.
Parpadee varias veces antes de conseguir mantener mis ojos abiertos y enfocar mi vista. El ambiente estaba cargado de humedad y aquella espantosa sensación de encierro. Podía escuchar gotas en el fondo, un caño perdiendo agua en un rincón. Estaba sobre el frío y sucio suelo de cemento. Mi cuerpo se sentía extraño, pesado, como si no me perteneciera. Drogado. Sabía que así era. Algún maldito me había drogado con un dardo y aquí había terminado.
Desee internamente que Jack estuviera bien. Había sucedido en vía pública. Tendría que haber sido un trabajo rápido y ágil. Ellos no se habrían detenido a intentar forzar la puerta y por lo que tenía entendido el vidrio era a prueba de balas. Jack tenía que estar bien. Yo, por otra parte, no sabía dónde estaba ni cómo estaba.
Me apoyé sobre mis manos y necesité de un gran esfuerzo para levantarme. Logré sentarme, aunque tuve que apoyarme contra la pared para mantenerme estable y no volver a caer. Mi cabeza dolía, se sentía pesada y vacía. Como si estuviera rellena de algodón o algo por el estilo. Froté mi cuello allí donde el dardo me había dado, casi podía sentir el diminuto agujero que debía haber dejado. Sabía que todavía no me había agarrado un ataque de pánico a causa de mi estado. ¡Benditas drogas! Cuando el efecto pasara seguramente estaría aterrada.
Pero debía guardar la calma. Estaría bien, o al menos intenté convencerme de eso. En una rápida inspección comprobé que mi cuerpo estaba bien, todo seguía perfectamente en su lugar y no había ninguna herida. Doblé las piernas y apoyé la frente sobre mis rodillas. Poco a poco la lucidez comenzaba a volver. Tenía miedo. Quería llorar. Estaba sola, encerrada en un diminuto cuarto de dos por tres completamente de cemento y sin ninguna ventana ni ducto de ventilación. Lo único que había era la cañería en una esquina perdiendo agua y una pesada puerta que sabía no estaría abierta.
De todos modos lo intenté, solo para pisar mis esperazas con mis zapatos. Me apoyé contra la puerta e intenté abrirla sin tener ninguna respuesta. Me rendí al cabo de unos minutos y volví a sentarme en el piso y sumirme en mi miseria. Me repetí una y otra vez que debía mantener la calma. ¿Qué me había dicho Jack? Mi cubierta era lo más importante. Debía aferrarme a eso como si mi vida dependiera de ella lo que podía ser muy probable.
Yo era Emma Stonem. Una chica normal y corriente que había venido a París a pasar unos días con su novio.
¿Seguía en París siquiera? Tiré de mi cabello con desesperación. ¿Quiénes me tenían? ¿Qué me harían? ¿Sabrían ellos realmente quién era? Quería cerrar los ojos y negar que todo esto estaba sucediendo. ¡Calma Bright! Me forcé a controlarme un poco. Debía mantener la calma. El Servicio Secreto no dejaría que simplemente fuera secuestrada. ¿Verdad? No, seguro que no, no les importaba nada a esos malditos. Si fuera por ellos podría haber sido asesinada y no se hubieran inmutado. Así que estaba completamente sola, por mi cuenta, solo yo y mi ingenio. En ese caso debía mantener la calma, estar preparada para cualquier cosa. No podía simplemente entrar en crisis y perder el control.
Los minutos pasaron, o las horas, mi reloj no estaba funcionando muy bien. En vez de eso me dediqué a observar el diminuto cuarto. Había una cámara en un rincón, casi tuve el infantil impulso de levantar una mano y enseñarle el dedo del medio en un gesto grosero por tenerme aquí. Me controlé, lo que menos necesita era disgustarlos, aquello traería problemas y si podía evitarlos mejor. Así que simplemente cerré los ojos e intenté relajarme, o lo mejor que puedes hacerlo cuando eres consciente que has sido secuestrada y te tienen atrapada. Canté un par de canciones, aquello ayudaba aunque no lo pareciera.
No sé cuánto tiempo pasó exactamente hasta que escuché pasos y fuertes voces. Agudicé mi oído. Tres personas, y estaban arrastrando a otra. Por favor que no sea Jack. Contuve la respiración. ¿Tendría la oportunidad de huir? ¿Debería intentar huir? Tensé mis músculos, lista para una carrera, pero cuando la puerta se abrió y un hombre armado entró y me apuntó con una pistola cualquier idea de escapar se esfumó dentro de mi cabeza. En vez de eso recurrí a mi cubierta, a mi personaje. Se suponía que era una chica normal y corriente sin nada que ver en asuntos de espías, y había sido secuestrada y una pistola me estaba apuntando al medio de la frente.
Grité y retrocedí cuanto pude, cubriendo mi rostro con mis brazos. Lloré con temor y desesperación. No necesitaba mucho incentivo o inspiración para actuar el miedo. Mierda, me estaban apuntando con una pistola. No había modo de salvarme si el hombre decidía disparar ni tampoco nada con que cubrirme para protegerme. Era simplemente yo, en ese pequeño y vacío cuarto, y el hombre apuntándome mientras ladraba unas órdenes en... ¿Portugués? Dos hombres más entraron arrastrando a un joven.
Lo hubiera reconocido en cualquier lugar y momento. A pesar de las harapientas y manchadas ropas, a pesar de la suciedad en su cuerpo y en su cabello, a pesar de su rostro estar lleno de golpes y cortes, yo hubiera reconocido a mi hermano en cualquier lugar. Él levantó la cabeza y sus ojos se agrandaron con pánico y preocupación al encontrarse con los míos. Durante un momento nada más me importó, hasta el arma había dejado de tener importancia. Mi hermano estaba allí. Su ropa estaba hecha jirones y manchada con sangre, alguien no había tenido mucho cuidado al afeitar su rostro y por alguna razón estaba completamente empapado de la cintura para arriba pero era él.
El hombre que me estaba apuntando preguntó algo pero no lo escuché. Habían pasado demasiados días desde la última vez que había visto a Ethan. Quería echarme a sus brazos y que él me abrazara y me dijera que estaríamos bien pero no podía. Ellos no podían saber que estábamos relacionados, que él era mi hermano, o nos amenazarían con lastimar al otro para quitarnos información. El hombre preguntó de nuevo con un brusco inglés y cuando no le respondí disparo al suelo. La bala se estrelló a pocos centímetros de mi pie y grité.
—¿Lo conoce? —repitió él y negué desesperadamente con la cabeza.
—No —dije.
Los dos hombres tiraron a Ethan al suelo y luego los tres nos abandonaron y cerraron la pesada puerta dejándonos sin salida. Durante mucho tiempo Ethan y yo simplemente nos miramos, en silencio, sin movernos o hacer nada más. Mi hermano, un espía. Estaba muy débil y herido, podía notarlo, y él me miraba como si estuviera viendo un fantasma. No podía imaginarme lo que debía ser para Ethan verme aquí, frente a él, atrapada también. Moví apenas la cabeza, haciendo un imperceptible gesto hacia la cámara en la esquina y él parpadeó dos veces en una señal de asentimiento. Moví mis labios apenas. No dije nada pero él lo entendió.
—Cubierta.
El tiempo pasó, y yo quería hacer cualquier cosa menos estar lejos de él y pretender ser una niña aterrorizada. Pero se suponía que no nos conocíamos, y debíamos actuar como tal. Las horas parecían eternas. Y tenía hambre, y sed, pero no creía que el líquido goteando del caño fuera tomable y sabía que nuestros secuestradores no nos darían nada. Nos torturarían así, uno de sus muchos métodos. Podía ver los golpes y los cortes en el cuerpo de mi hermano y no me era difícil suponer que habían estado sumergiendo su cabeza una y otra vez en agua para torturarlo y hacerlo hablar antes de traerlo conmigo.
No quería pensar en eso. No quería pensar en cuánto él había sufrido estos días. Me prometí que él estaría bien, ambos lo estaríamos. Y Jack debía estar bien también. A mí no pero a Ethan el Servicio Secreto lo estaba buscando seguro, era una prioridad mayor ahora. Nos encontrarían. Y entonces volveríamos a Londres y todo estaría bien. Podríamos pasar el verano juntos como era en principio la idea, ir a Edimburgh, tener nuestra maratón de películas.
Quise decirle eso y también contarle todo lo que había hecho estos días, cómo había logrado encontrar y seguir su rastro y había aplicado sus juegos. Estaría orgulloso de mí por eso pero no podía hablar. Así que tomé el collar de debajo de mi camiseta y se lo mostré disimuladamente. Sus ojos se abrieron con sorpresa y él comprendió, si eso había terminado en mis manos entonces yo había estado en el departamento.
Volví a ocultar el collar y permanecimos en silencio. Él estaba aquí conmigo. Estaríamos bien, sabía que mi hermano jamás permitiría que algo malo me sucediese mientras pudiera evitarlo. Y verlo tan seguro me daba a mí seguridad. O quizás él estaba pretendiendo eso para no alterarme. De un modo u otro prefería creer en ese engaño. Sabía que él debía estar preocupado por mí y aterrado porque hubiera terminado allí también, seguramente tendría un buen número de peleas con los hombres de traje por haber permitido eso, pero así era Ethan. Él era capaz de hacer cualquier cosa por mí, hasta de convencer a un solitario agente de darle una mano en Berlín para llegar a tiempo al estreno de Hamlet.
Escuché los pasos nuevamente y me paralicé. La puerta volvió a abrirse y los tres hombres entraron. Temí que se llevaran a Ethan de vuelta pero me equivoqué, esta vez venían por mí. Dos de ellos apuntaron a Ethan con sus armas mientras el tercero volvía a apuntarme con su pistola y me ordenaba que me levantara. Lo hice, temblando, y grité cuando me tomó salvajemente por el brazo y me arrastró fuera. Ethan me miró con preocupación y furia pero ya me estaban llevando lejos. Debió haberse resistido o algo porque cuando me sacaron del cuarto escuché golpes y sonidos de una pelea pero no tuvo mucho éxito ya que los dos hombres salieron luego y cerraron la puerta.
Estaba en un almacén abandonado. Las paredes de metal tenían óxido arrastrándose desde las extremidades. Había barriles y cajas esparcidas por el área principal. Había también más hombres armados, lo cual no era muy alentador. Quise gritar al sentir el cañón de la pistola en la parte baja de mi espalda pero me contuve, el hombre no parecía muy contento con mis anteriores demostraciones de terror. Avancé en silencio, tiesa y sin saber hasta donde el temor era solo parte de mi actuación y mi cubierta. Ellos me obligaron a caminar hasta una habitación que debía de tratarse de la oficina del antiguo supervisor cuando este lugar estaba en funcionamiento.
Los hombres me arrastraron dentro y me obligaron a sentarme sobre la única mesa que había en el centro. Estaba temblando, tan pálida como era posible y luchando por contener las lágrimas. Apenas había unas bombillas encendidas en el techo, las ventanas en lo alto de las paredes demostraban que aún faltaba para el amanecer. Esperé en silencio, aún siendo apuntada por un arma. Los minutos pasaron, mis vigilantes simplemente permanecieron de pie a mi lado, asegurándose que no escapara ni intentara nada estúpido. Créanme, no tenía intenciones de intentar nada estúpido.
Un hombre entró en la oficina, pistola en mano. ¡Hey, si íbamos a jugar a las armas yo también merecía una al menos! Él bramó una rápida orden en portugués: todos fuera. ¿Debería mencionarle que yo también comprendía el portugués? Mejor no. Era una chica normal y me comportaría como tal. Todos se fueron y el hombre se acercó hasta estar frente a mí. La horrible sonrisa que curvó sus labios no hizo nada más que aterrarme.
—¿Dónde está Pandora? —preguntó él.
—¿Qué?
—No te hagas la estúpida. ¿Dónde está Pandora? Nuestro contacto nos dijo que tú lo tenías.
—No sé de qué me está hablando. Por favor, déjeme ir. No sé qué está sucediendo —dije con desesperación.
Ok, fue una actuación perfecta. Y sí, realmente quería que me dejara ir y esperaba convencerlo. El golpeó fuertemente cada mano a un lado de mi cuerpo sobre la mesa, estaba atrapada. Era corpulento y mucho más grande que yo. Sus ojos azules eran fríos y despiadados. Podía olfatear el humo de cigarro en su exceso de vello facial. Quería correr tan lejos como fuera posible de ese hombre y la próxima vez que habló sentí su aliento impregnado fuertemente de un olor a cebolla.
—¿Dónde está Pandora? —preguntó de nuevo.
—No lo sé. No sé qué es eso. No entiendo nada —dije, lágrimas deslizándose por mi rostro—. Por favor déjeme ir, no sé a qué se refiere. Le prometo que no diré nada, si me libera no acudiré a las autoridades.
—¿Dónde está Pandora? Trabajas para los ingleses. ¿No es así? Viniste aquí por eso.
—No sé qué dice. Mi nombre es Emma, estoy aquí con mi novio —dije, mi voz temblaba y las lágrimas no dejaban de correr sobre mi piel—. Por favor, si esto es para enseñarme una lección ya basta. Lo prometo. Nunca más volveré a engañar a mamá para fugarme con él. Solo queríamos pasar unos días juntos, eso es todo.
—Entonces no eres una agente.
—¿Qué? No. Por favor. Haré lo que sea. Tan solo déjeme libre. Por favor, por favor, por favor.
Le rogué una y otra vez, esperando que creyera mi actuación. Él levantó la pistola y la apoyó sobre mi cuello. Grité al sentir el frío metal lamer mi piel. Mi cuerpo temblaba sin que pudiera controlarlo, mi llanto ya había pasado a ser más real que fingido. Un disparo. Una simple bala bastaba para acabar con una vida. Un pequeño pedazo de plomo. Sería rápido. ¿No? Un tiro limpio. No dolería. Me mataría al instante. Como a papá. Quizás podría estar con él, verlo de nuevo. Tal vez me diría que había hecho un buen trabajo, que a pesar de todo había cumplido con mi misión y me había mantenido firme hasta el final.
—Por favor no —susurré con desesperación.
—Eres una perrita inglesa muy linda —dijo él.
El hombre se acercó y estampó sus gruesos labios contra los míos. Fue asqueroso, repugnante. Tuve nauseas al instante. Metió su lengua dentro de mi boca mientras su barba pinchaba todo mi rostro. Lo mordí tan fuerte como pude, sentí el sabor de su sangre dentro de mi boca. Él se alejó y pude ver la brillante gota roja deslizándose fuera de sus labios. Me estremecí por cómo me miraba y me sonreía.
—Así que te gusta el juego rudo —dijo.
Él me tomó fuertemente por mi cabello y volvió a besarme contra cualquier voluntad. Quería gritar. Quería creer que todo era una pesadilla y acabaría en cualquier momento. Que despertaría y estaría en casa y todo estaría bien. Nada de esto estaba sucediendo, no realmente. Sentía las lágrimas arder en mis ojos y mi cabello dolía donde él estaba tirando. No quería, no quería. Intenté empujarlo lejos con mis manos pero era mucho más fuerte que yo y ni siquiera logré moverlo un poco. Él dejó la pistola a un lado, lejos de mi alcance, y su mano libre bajó hasta mi pantalón y desabrochó el botón para luego bajar el cierre. Y sabía con desesperación y terror lo que seguía.
Mi cuerpo reaccionó por puro instinto. No. No se lo permitiría. Levanté mi brazo y le pegué con mi codo en medio del cuello, dejándolo sin aire y consiguiendo que me permitiera respirar. No me tocaría. Él simplemente no podía hacerme eso. No se lo permitiría sin luchar antes. Yo sabía pelear, había tomado clases de defensa personal entre otras cosas. Levanté una pierna y lo patee con mi rodilla. Me quise poner de pie y correr lejos pero entonces el frío metal del cañón estuvo contra mi sien y el aire escapó de mis pulmones en un grito ahogado. El hombre ya no estaba para nada contento.
—¡Maldita zorra! —dijo él y le quitó el seguro al arma—. Ya verás lo que te espera.
Escuché el disparo. Lo escuché perfectamente al igual que el ruido hacer eco en toda la habitación. Mis ojos se abrieron enormemente. Mi corazón se detuvo. El frío me invadió. Esperé por el dolor pero no sentí nada. Ni la sangre corriendo ni el abrasador dolor de la bala en mi cabeza ni el beso de la muerte. Nada. Absolutamente nada. El rostro del hombre seguía frente a mí pero sus ojos estaban abiertos y vacíos y sus labios también.
Él cayó al suelo con un ruido sordo y la sangre comenzó a derramarse desde su sien. Exactamente el mismo lugar donde me habría disparado a mí. La pistola seguía en su mano, el dedo en el gatillo listo para el trabajo que nunca pudo terminar. Lo miré aterrorizada, temblando y llorando en silencio. Estaba muerto. La sangre se derramaba de la herida de bala en su cabeza y sus labios. Había muerto, frente a mí, a tan escasos centímetros. La vida se había extinguido de él. Como soplar la llama de una vela.
No entendía. No tenía sentido. Era un hombre malo. Seguramente se lo tenía merecido. Había secuestrado y torturado a mi hermano. Me había secuestrado a mí también y había intentado violarme. Me hubiera matado si no hubiera muerto. Pero aún así era horrible el modo en que tan fácilmente la muerte reclamaba lo suyo.
Levanté la vista y miré a un lado, a la dirección en la cual había venido el disparo. Jack estaba de pie a unos pocos metros, respirando agitadamente, alterado, el brazo todavía arriba sosteniendo la pistola y apuntando.
—Maldito bastardo —murmuró.
Él bajó el arma y al instante estuvo a mi lado. Me tomó entre sus brazos y me estrechó contra su cuerpo. Hundí mi rostro en su pecho, manchando su ropa con lágrimas y maquillaje. Estaba temblando. Maldita sea, era una chica de dieciséis años completamente aterrada y en shock. Cerré los ojos fuertemente queriendo negar todo.
—Bright, por favor dime que estás bien, que no llegué demasiado tarde —susurró con desesperación y preocupación en mi oído.
Sus manos eran cálidas y gentiles mientras me sostenían, nada comparadas con las manos del hombre que antes me habían tocado. Estaba bien. Estaba a salvo. Jack no permitiría que nada malo me sucediera. Había cumplido con su palabra, había estado aquí para salvarme cuando lo había necesitado. Había venido a rescatarme.
—Emma...
—Estaré bien —susurré—. Tan solo déjame ser una cobarde y aterrada chica cinco segundos más y estaré bien.
—No eres una cobarde y aterrada chica, me preocuparía que no estuvieras así —dijo él.
—Lo mataste.
—Era él o tú. Y sinceramente solo porque me hayas volcado un vaso de agua encima y hayamos tenido nuestras peleas y discusiones no creo que merezcas la muerte.
Sonreí apenas. Sabía que él lo decía para calmarme, para restarle importancia a lo sucedido. ¿Cuánta sangre habría en sus manos? No me importaba. No me interesaba nada de eso. Respiré profundamente y me obligué a tranquilizarme. Dejé de llorar y me concentré en el latido de su corazón contra mi oído. Era tranquilizador. Reconfortante. Seguro.
—Sí. Llegaste a tiempo —dije, mi voz era apenas más fuerte que un susurro—. ¿Cómo me encontraste?
—Los zapatos —dijo y besó mi frente—. El rastreador estaba en los zapatos.
¡Bendito fuera por haber desconfiado de mí en un principio como para ponerme un rastreador y benditos fueran mis zapatos! Jack tomó mi rostro entre sus manos y me calmé. Su toque era suave y cálido. Estaba bien, estaba a salvo.
—Ethan está aquí. Tenemos que salvarlo —dije.
—Eso supuse. Será un poco complicado —dijo él—. Me adelanté a los hombres de traje.
—¿Qué? ¿En serio?
—No realmente, más bien diría que desobedecí un par de órdenes. Ellos decían que la llave era más importante que buscarte y me dijeron que esperara y no viniera por ti al instante. Así que lo siento pero los refuerzos tardarán un poco en llegar
—Malditos espías
—Tenemos que ir por tu hermano y no puedo dejarte aquí sola. ¿Crees que puedas seguirme el paso? —preguntó él y asentí—. Mantente detrás de mí, te prometo que nada malo te pasará.
—Te creo —susurré.
Lo miré a los ojos y él asintió antes de soltarme. Enfundó su pistola en la cintura y se agachó para recoger el arma del hombre y comprobar si estaba cargada. Lentamente bajé de la mesa y mis pies estuvieron sobre el suelo. Abroché mi pantalón correctamente y me estremecí de solo recordar el momento. Quería quitarme aquella horrible sensación de encima. Jack me miró y luego al hombre en el suelo. Noté la furia en su expresión al instante, de haber estado vivo posiblemente hubiera matado otra vez al hombre.
Sabía que los demás hombres debían haber escuchado el disparo, era imposible no haberlo hecho, pero ellos debían creer que era yo quien estaba muerta y no mi atacante. Jack tomó mi mano y se acercó hasta la puerta. Nos sostuvimos contra la pared, la pistola en su mano libre. Él se dio vuelta y me miró. Apretó una vez mi mano y supe lo que seguiría. Se acercó más a mí, susurrando una dulce promesa.
—Estarás bien Bright.
Le creía, y confiaba en él. Sabía que no me dejaría atrás o me abandonaría. Mantenerme viva, sana y salva era su misión y él no quería fallar, no lo haría. Asentí en silencio y él me soltó. Sostuvo la pistola con ambas manos contra su pecho y respiró profundamente. Y yo lo sabía, conocía lo que venía a continuación sin necesidad de que me dijera. Estaría bien, Jack no dejaría que nada malo me sucediera.
Él abrió la puerta y disparó. Rápido. Certero. El hombre delante cayó sin vida al suelo. Me sostuve contra la pared. Escuchando los disparos, las órdenes gritadas, los fuertes ruidos. Aquella sería la futura banda sonora de mis pesadillas. Mi corazón latía rápidamente y me sentía inútil e impotente sin poder hacer nada o ayudar. Intenté recordar, rememorar cuántos hombres había visto fuera cuando me habían traído hasta aquí. Tres que me habían vigilado, dos más (ambos firmemente parados frente a dos columnas), y cuatro más patrullando dentro. ¿Y cuántos disparos iban? Más de siete seguro aunque no creía que aquellos fueran los únicos hombres que hubiese.
Jack intercambió una rápida mirada conmigo y asentí al comprenderlo. Vi la preocupación en sus ojos pero yo no era algo por lo que debería preocuparse en este momento. Asentí, aún sabiendo que no me gustaría nada lo que vería, y me prometí que no se lo demostraría. Actuaría, fingiría que no me afectaba. Yo no debía importarle en este momento y no planeaba ser una carga. Si aquel era mi único modo de ayudar entonces lo haría.
Él salió y yo lo seguí muy de cerca. Contuve los horribles sentimientos que me atacaron al ver el cuerpo del hombre frente a nosotros. La sangre teñía completamente su ropa y sus ojos estaban muy abiertos con su mirada fija en nada. Quise gritar pero no podía hacer eso, no podía demostrar que en realidad me afectaba. Y sabía que no podría engañar a Jack pretendiendo que estaba bien pero era mejor que no intentarlo.
Me agaché y me sostuve contra una caja de madera tal como me indicó mientras él registraba rápidamente el cuerpo. Le quitó las municiones y alguien disparó en ese momento. Jack rodó hasta estar a mi lado y tomó mi brazo para que me mantuviera abajo. Él se levantó y disparó. Lo escuché intercambiar un par de balas y maldecir antes de agacharse de nuevo y cambiar tan rápido como era posible el cartucho. Se levantó y disparó nuevamente y a juzgar por el grito que escuché acabó con la vida del hombre también.
—¿Estás bien? —preguntó, estaba nuevamente en el suelo contra la caja.
—Si. Es como el GTA —dije deseando que fuera tan fácil restarle importancia.
—Está limpio pero no tardarán en aparecer más. ¿Dónde está tu hermano?
Señalé la puerta que estaba a unos metros. Jack se acercó nuevamente al cuerpo del hombre cerca de nosotros y lo registró otra vez hasta sacar una llave. No entendía cómo podía hacerlo. El sujeto estaba muerto y él no tenía escrúpulo en revisarlo. Me pregunté durante cuánto tiempo había lidiado con este tipo de situaciones, apenas tenía un año más que yo. ¿Cuándo había matado por primera vez? ¿Cuándo había sostenido su primer arma? Volvió a estar a mi lado en un segundo y me entregó la llave. Reprimí mis sentimientos al verla manchada de sangre. Estaba bien, no me afectaba, podía con esto.
—Te cubriré las espaldas —dijo—. Ve por él.
Asentí y respiré profundamente. Conté hasta tres antes de ponerme de pie y correr. Jack se mantuvo a mi lado, siempre cerca, siempre atento y listo para disparar, nunca bajando el arma o la guardia. Llegué hasta la puerta y me apresuré a introducir la llave. Mi mano temblaba por lo que tuve que sujetarla para que estuviera estable. Tenía que actuar rápido. No podía perder el tiempo. Jack estaba detrás de mí asegurándose que nadie apareciera y disparara.
La llave entró y abrí la puerta. Ethan estaba dentro, sentado en el suelo, débil pero consciente. Su camisa estaba manchada con sangre nueva y había un feo corte en su cuello que podría haber sido peor. Corrí y me agaché a su lado. Lo abracé, necesitando más que nada sentir que era real y estaba bien, vivo. Él sostuvo mi rostro entre sus manos, no me había dado cuenta que estaba temblando hasta que Ethan me detuvo.
—¿Qué estás haciendo aquí Emma? —preguntó él.
—Salvando tu culo idiota —dije y sonreí—. Te extrañé hermano.
—Temí que no te volvería a ver —dijo Ethan.
—Ya habrá tiempo para el sentimental reencuentro pero si no les importa este no es el momento adecuado —dijo Jack.
Él estaba en la puerta, de espaldas a nosotros y con el arma en alto pero de todos modos miró sobre su hombro. Ethan asintió y se puso de pie junto conmigo. Salimos del cuarto pero no llegamos muy lejos. Escuché un disparo y Jack me tiró a un lado y abajo contra un par de barriles. Miré a Ethan dos metros más lejos contra una caja, no era seguro cruzar la distancia que había entre nosotros.
—Nicholson, no estaría mal que me pases un arma si tienes otra. No deberías guardarte toda la acción —dijo Ethan.
Jack le pasó su arma y luego desenfundó la otra que tenía en su cinturón. Escuché más pasos y fuertes voces. Mi hermano se acercó al borde y se expuso apenas lo suficiente para disparar. Lo miré sin reconocerlo. Mi pacífico hermano, aquel al que nunca había visto meterse en una pelea o golpear a alguien, ahora estaba disparando a sangre fría. Jack sostuvo una mano contra mí para mantenerme abajo.
—Tendrás que explicarme qué hace mi hermana aquí —dijo Ethan.
—Yo no tuve nada que ver en el asunto. Me mandaron a París para encontrar lo que tú tomaste y no entregaste y me dijeron que mandarían a otra persona conmigo y debía cuidar de ella. No sabía que esa persona se trataba de tu hermana —dijo Jack.
—¿Y me puedes explicar cómo demonios terminó ella metida en esto?
—Los hombres de traje no me dejaron mucha opción una vez que se les metió en la cabeza que podían utilizarme —dije.
—¿Que ellos qué? —exclamó Ethan y se sostuvo contra la caja cuando un disparo pasó peligrosamente cerca.
—Lo juro. Yo no sabía nada —dijo Jack.
—Alguien pagará por esto —dijo Ethan—. Al menos dime que el paquete llegó a salvo a destino.
—Sí, tu brillante hermana lo encontró y yo me aseguré de entregarlo —dijo él—. Maldito idiotas, se están tomando su tiempo.
—¿Los llamaste?
—Me les adelanté. Y suerte que lo hice.
—¿Rompiendo el protocolo Klaus? Tendrás consecuencias por esto.
—Lo sé, no me importa. Mi misión es asegurarme que tu hermana vuelva sana y salva a casa y eso es lo que haré.
—¡Y aún así dejaste que la atraparan y la trajeran aquí!
—¡Pues lo siento si todavía no soy inmune a un dardo envenenado!
—¿Chicos, pueden tener esta conversación luego? —pregunté—. Estoy viva, estoy bien. Ahora, si no les importa, me gustaría que salgamos los tres con vida de aquí.
No había nada de tranquilizador o normal en verlos discutir por mi seguridad en medio de un tiroteo. Al menos mis palabras bastaron para que ambos se callaran y continuaran con lo suyo. Una bala pasó peligrosamente cerca y tiré de Jack para resguardarlo. No sé exactamente por qué lo hice, fue por puro instinto. No había mentido, no quería que nada malo le sucediera, los tres teníamos que salir con vida de esta. Su rostro terminó frente al mío y él me sonrió fugazmente.
—Un poco más de confianza Bright, llevo tiempo en esto —dijo.
—Si resultas herido entonces será mejor que corras porque te golpearé por eso —dije.
—Qué lástima, yo andaba deseando que fueras mi enfermera
—Y todavía me debes mi helado, no creas que lo olvidé.
—Te compraré tu helado cuando salgamos de esta.
—Entonces mantente entero porque quiero mi helado —dije y él me sonrió.
—Em, por favor, no ligues con un espía. No en frente de mí —dijo Ethan.
—No tortures a tu hermano, lo necesito con buena puntería —dijo Jack.
Le sonreí y él me miró una vez más antes de levantarse y disparar. No sé exactamente durante cuánto tiempo más continuaron así, disparando y poniéndose al resguardo de las balas enemigas. Mis oídos zumbaban por el fuerte sonido, no entendía cómo ellos podían soportarlo. Pero, fuera del estridente sonido del estallido, había cierta armonía, como una sinfonía del caos. Jack cambió de cartucho una vez y Ethan maldijo al quedarse sin balas.
—¿No tienes municiones? —preguntó.
—Nada para esa —dijo Jack—. La tomé prestada de uno de tus nuevos amigos. Estás hecho un asco.
—Gracias, intenta resistir dos semanas en manos de una banda de criminales portugueses y seguir luciendo bien —dijo él.
—Ellos tienen municiones —dijo Jack—. Ve, yo te cubro.
—Como en Berlín.
—Sí, te debo esa vez. Es tiempo de pagar. Ahora apúrate, no deben quedar muchos.
Mi hermano asintió una vez y Jack se levantó para disparar. Ethan corrió, se expuso totalmente y todo para ir por unas municiones. Y entonces lo comprendí, aquel era un trabajo de a dos. Jack podría haberlo dejado a su suerte, sin balas, o bien podría haber aprovechado que fuera una distracción para huir. Y sin embargo se quedó allí, disparando, asegurándose que nadie le disparara a mi hermano mientras él corría hasta un cuerpo y le robaba un arma cargada antes de volver a ponerse a salvo tras una columna.
Eso realmente era confianza, correr en medio de un campo de batalla mientras el otro te cubría las espaldas. Notaba el esfuerzo que estaba haciendo Ethan, él no se encontraba en su mejor estado. Poco a poco el tiroteo fue cesando hasta que todo quedó en silencio. Jack se sostuvo contra los barriles. Él tiró el arma a un lado al haberse quedado definitivamente sin balas.
Un hombre apareció a un lado. Ni siquiera tuve tiempo de gritar. Jack tomó mi mano y me puso de pie para que corriera. Estuvimos totalmente expuestos pero el único que quedaba de pie y con vida era mi hermano. Él levantó el arma y disparó sin vacilar un segundo. El hombre que había querido alcanzarnos cayó al suelo, muerto, pero no me fijé en eso. En vez miré con horror la sombra que se deslizaba cerca de mi hermano.
—¡Ethan! —grité.
Él apenas tuvo la oportunidad de darse vuelta y hacer que el hombre soltara el arma antes que lo atacara pero su pistola también voló lejos. El hombre lo tomó fuertemente y lo estrelló contra la columna de cemento y mi hermano, en su frágil y lamentable estado, cayó sin peso al suelo. Veía la sangre fluir de la herida en su cabeza y me llevé ambas manos a la boca para no gritar deseando realmente que no estuviera muerto. Estaba petrificada viendo su cuerpo pareciendo sin vida en el suelo.
El hombre recogió su arma del suelo y me apuntó. Escuché el disparo al mismo tiempo que alguien me empujaba a un lado y disparaba. El hombre cayó al suelo y también Jack, justo delante de mí, frente a mis propios ojos, habiendo recibido la bala que debería haber recibido yo.
Me arrodillé a su lado sin poder creerlo y sintiendo las lágrimas arder en mis ojos. Él seguía consciente pero la sangre teñía cada vez más su camisa. Negué con la cabeza una y otra vez. No, esto no podía ser posible, no estaba sucediendo.
—¿Por qué lloras Bright? —preguntó débilmente, sonriendo.
—Porque eres un maldito idiota —dije y cerré fuertemente los ojos—. Estarás bien. No puedes morir. Todavía me debes mi helado. No permitiré que te libres de eso.
—Te dije que estaría para salvarte cuando me necesitaras.
—Estarás bien. No puedes dejarme. No ahora. Tienes que llevarme de vuelta a Londres. ¿Recuerdas? Tienes que ir a verme actuar. Por favor Jack, no te mueras. No quiero eso. Por favor no —dije.
Él levantó una mano y la posó débilmente sobre mi mejilla. Abrí los ojos apenas pudiendo ver a través de las lágrimas. Traté de convencerme que estaría bien, que una herida de bala no podía matarlo pero la sangre en su pecho era mucha. El dolor debía de ser insoportable pero él estaba sonriendo. No, no quería perderlo, no quería que esta fuera nuestra última vez. El hombre me había apuntado a mí, yo debería estar en el suelo ahora y no él.
—¡Ojos, mirad por última vez! ¡Brazos, dad vuestro último abrazo! ¡Y vosotros, labios, puertas del aliento, sellad con legítimo beso una concesión sin término a la muerte rapaz! —dijo él.
Lo odié. Maurice hubiera sido capaz de matar por alguien que dijera las palabras con tal sentimiento, que fuera capaz de representarlas tan perfectamente. Maldito espía, debía haber hojeado mi libreto en algún momento. Me incliné y lo besé. Sabía a lágrimas y dolor y en algún momento su mano simplemente cayó al suelo. Sus ojos estaban cerrados cuando me alejé, tan pacífico y calmado que podría haber estado durmiendo. Y simplemente quise derrumbarme y llorar sobre su cuerpo. Sostuve su rostro entre mis manos esperando que reaccionara, que volviera a sonreírme y llamarme Bright, que estuviera consciente para insultarlo por decirme que odiaba el teatro pero haber citado a Romeo.
Me congelé al escuchar el seguro de una pistola ser removido. Levanté la vista y miré al hombre frente a mí. Él estaba de pie, apuntándome directamente al medio de la frente. Las lágrimas de pronto se congelaron en mi rostro. Sería fuerte, debía serlo. No moriría como una cobarde, Jack no había creído que lo fuera. El hombre me sonrió, y lo más escalofriante era que era una sonrisa de sincera diversión.
—Esta mañana trae consigo una lúgubre paz: el sol, de tristeza, no ha de mostrar la cara: vámonos de aquí, para hablar más de estas tristes cosas: algunos serán perdonados, otros, castigados: pues nunca hubo una historia de más dolor que ésta de Julieta y su Romeo —recitó él y su sonrisa se ensanchó—. Estudié teatro en la escuela. ¿Lo dije bien?
—Sí —respondí débilmente.
—Entonces es tu turno. Quiero que las recites. Tus últimas palabras —dijo—. Esto es tan entusiasmante, nunca creí que podría ser parte de esta obra. Vamos Julieta. Habla.
Lo miré temblando y llorando nuevamente. Genial, un aficionado al teatro. Maldito enfermo. Miré el cuerpo de Jack delante de mí y más allá el cuerpo de mi hermano. Él me devolvió la mirada, aún en el suelo. Sonreí débilmente, al menos quizás Ethan pudiera salvarse. Estaba consciente, y me miraba con dolor y preocupación sin poder moverse. Intentó alcanzar un arma pero estaba muy lejos de su agarre. Simplemente le sonreí y entonces respiré profundamente antes de mirar al hombre.
—¿Qué, hay ruido? Entonces he de ser rápida. ¡Ah, feliz puñal!
—Puñal no, pistola —dijo el hombre—. Quiero que sea más realista. Adelante.
—¡Ah, feliz pistola! Ésta es tu vaina: enmohécete aquí, y hazme morir —dije.
Maurice habría estado completamente orgulloso de mí. Él hombre sonrió más y simplemente le sostuve la mirada. No cedería. Moriría mirándolo a los ojos. Me mantendría firme. Sería fuerte. ¿Quién hubiera pensado que mis últimas palabras serían las últimas palabras de Julieta? Contuve la respiración. No tenía nada que temer. Sería rápido, el dolor sería solo un instante. No tenía nada de qué avergonzarme. Había cumplido con mi misión. Y mi hermano estaría bien. Con algo de suerte él se salvaría.
Escuché unos suaves aplausos seguidos de unos pasos. Miré al mismo tiempo que el hombre al joven que estaba dentro del almacén y caminó hasta nosotros con tranquilidad. Un costoso traje Armani hecho a medida, un bello rostro, un cabello castaño oscuro rizado. Tenía un guante en su mano derecha y su piel un bronceado mediterráneo. Pero él no lucía como los demás miembros de la mafia que había visto y a pesar de no haberlo reconocido el hombre que me estaba apuntado si lo hizo y cambió de objetivo.
El joven desenfundó en un parpadeó y disparó. El hombre cayó sin vida al suelo, la bala justo en medio de sus cejas. El joven enfundó nuevamente el arma y se acercó hasta estar frente a mí. Lo miré sin saber qué hacer. Simplemente no quería más armas, no quería más muertes, más disparos. Ya había tenido suficiente.
—Realmente aprecio una buena obra de teatro, sobre todo cuando pasa en la bella Italia pero hacerle esto a dos amantes que no lo merecen realmente ya supera hasta mi propia crueldad. ¿Emma Stonem? —preguntó él y asentí—. Giorgio Difaccio, un placer. Mi querida Alicia andaba un poco preocupada por ti, espero no haber sido inoportuno con mi intervención.
—Gracias —susurré.
—No es nada. Eres familia de Alicia. Tan solo pido que me respondas una sola pregunta a cambio —dijo Giorgio—. ¿Le has entregado el programa Pandora al Servicio Secreto?
—Sí —dije y esperé su disgusto pero no fue así.
—Ya veo. Le diré a nuestro hombre que salga de allí antes que sea demasiado tarde para él. Es una suerte que nos haya advertido sobre tu localización. ¿No crees? —preguntó él y asentí de nuevo—. Espero que esta no sea la última vez que nos veamos, los agentes llegarán en unos minutos. Ha sido un placer Emma.
—Gracias —repetí.
Él se dio vuelta y abandonó el lugar. Cerré los ojos y lloré en silencio. Giorgio no mintió. Escuché los autos y las sirenas minutos después y unas manos estuvieron sobre mí. Sin saber cómo terminé afuera, bajo el cálido amanecer en las afueras de París, sentada en la parte trasera de una ambulancia. Había una manta sobre mis hombres. Escuchaba las voces, veía a los agentes delante de mí. Uno de ellos se acercó hasta mí y dejó un vaso de chocolate caliente entre mis manos, un joven que reconocí perfectamente. Gaspard.
—Entonces era cierto. Chica ruda. ¿No Bright? —preguntó él—. Klaus tendrá que lidiar contigo cuando se recupere.
—¿Está vivo? —pregunté.
—¿Él? Sí. Tuvo suerte, la bala no dañó nada importante o vital al parecer. Tiene más vidas que un gato, créeme —dijo Gaspard y sonreí—. ¿Entonces aquí termina tu pequeña aventura en París? ¿Cómo estás?
—Estaré bien —susurré, la sonrisa grabada en mi rostro—. Estaré bien.
—Es bueno saber eso —dijo él y me entregó una tarjeta—. Es mi número. Si alguna vez estás en París de vuelta y necesitas una mano yo soy tu hombre.
Él me guiñó un ojo y luego volvió a lo suyo. Dos hombres se acercaron unos segundos más tarde. Tan solo pude asentir cuando me dijeron que volveríamos a Londres, que mi hermano estaba bien, que Jack también estaría bien. Había terminado. Finalmente lo había hecho.
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