Capítulo 1
¡Ojos, mirad por última vez! ¡Brazos, dad vuestro último abrazo! ¡Y vosotros, labios, puertas del aliento, sellad con legítimo beso una concesión sin término a la muerte rapaz!
Ok, esto era patético, no pude soportarlo ni un segundo más. Creerán que soy una diva pero este Romeo tenía tanto sentimiento como una roca. Abrí los ojos antes que siquiera pudiera tocarme y empujé al joven lejos. Maurice soltó una palabra en francés muy mala, debía ser la décimo séptima en lo que iba del ensayo. El director saltó fuera de su asiento y comenzó a reclamar mi interrupción, ya era la quinta vez que hacíamos esta escena y nunca antes habíamos logrado terminarla ni lo haríamos mientras tuviera un Romeo así.
—¿Y cómo pretende que reaccione sino? —exclamé indignada al ponerme de pie—. ¡No hay nada en su voz! Ni pasión, ni dolor, ni siquiera emoción. Es su escena más importante, Romeo está prefiriendo morir a vivir sin su Julieta. Debería ser el momento de la catarsis, provocar todo tipo de emociones en el público, y sin embargo está en medio de escena repitiendo líneas sin emoción. A mí no me provoca nada y Julieta no se suicidaría por un Romeo cuyas últimas palabras sonaron como lectura de diccionario.
—Suffisant! —exclamó Maurice o monsieur le directeur como pedía ser llamado siempre—. No hay tiempo para tus momentos de diva cherie, el reloj está corriendo.
Crucé los brazos sobre mi pecho y lo miré seriamente. En el idioma de Maurice, eso era lo más cerca que podía estar a ser amable y si todavía no me había echado de la obra significaba que estaba en lo cierto. Luego de estar años trabajando con él era sencillo traducir su lenguaje, en otras palabras estaba de acuerdo conmigo pero de momento no tenía un mejor actor.
Intento no dejarme llevar por los estereotipos, de verdad, sé que las apariencias no lo son todo y a veces son muy engañosas, si vives con Ethan lo sabes mejor que nadie, pero era imposible mirar a Maurice sin creer que era un estereotipo francés viviente. Zapatos negros en punta, pantalones negros ajustados, camiseta a rayas rojas y blancas, boina roja; un rostro fino, serio y anguloso y un bigote delgado que solo podía imaginar en alguna caricatura francesa. Y su voz o su fuerte acento no eran menos.
Maurice pasó una mano por el rizo derecho de su fino bigote. Antes de conocerlo realmente no creí que la gente hiciera eso. Apretó los labios al mirar al joven en escena y... Oh oh. Bueno, aquí habrá un actor menos y necesitaremos otra audición para cubrir el rol de Romeo. Aquella oscura y asesina mirada en el rostro de Maurice solo podía significar desprecio y una vida arruinada.
—Sin embargo, ella tiene razón, me he emocionado tanto contigo como con un flamenco de plástico —dijo él y, realmente, estaba siendo de lo más amable con el pobre chico. Por otra parte, otro punto a favor para mi perfecta traducción Maurice-Inglés. Monsieur le directeur entrecerró los ojos mientras se fijaba en su pobre víctima—. No vuelvas a poner un pie en este teatro hasta que no seas capaz de llorar al ver una paloma blanca. Hasta entonces no quiero volver a verte près de moi. C'est fini!
Él se dio vuelta y partió junto con su asistente de tercer año. El joven a mi lado saltó fuera del escenario y lo siguió para suplicarle. Maurice podía ser el hombre más cruel sobre la tierra pero participar en su equipo de teatro daba tanto crédito adicional como para pasar el año con honores sin importar cuan bajas fueran tus notas. Claro, cuando te dicen eso, casualmente no mencionan el tipo de loco con el que tratarás o lo difícil que será mantenerte en una obra. O triunfas con Maurice, o te buscas una nueva escuela y en lo posible fuera del país aunque se sospechaba que Maurice era capaz de arruinar tu vida a nivel planetario. Corren rumores que la última Señora Capuleto no pudo ingresar a ninguna universidad de Oxford por lo que Maurice había dicho de ella.
Por suerte, llevaba años tratando con este tipo, los suficientes como para saber cómo tratarlo y mantener mi lugar. Me quité los arreglos del cabello y los tiré sobre la improvisada tumba antes de abandonar el escenario. Por si todavía no lo adivinaron, en unas semanas estaremos presentando Romeo y Julieta, y en un mes termina la escuela por lo que si no quiero arruinar mi vida a la joven edad de dieciséis años será mejor que esto salga bien.
Apenas estuve tras bambalinas alguien silbó a mis espaldas y me di vuelta. Steve estaba apoyado con su pose casual contra el panel que controlaba el telón. He aquí uno de los misterios más grandes de la historia, el capitán del equipo de natación y uno de los muchachos más deseados del año había conseguido un papel con Maurice y todavía no lo habían echado. ¿Y quién se atrevería a decir que Steve no era apuesto? Alto, musculoso, perfecto rostro, cabello oscuro y rizado recogido con un lazo. Él estaba totalmente en su personaje.
—Vaya súper-chica, creo que has conseguido que despidan a otro allí afuera —dijo él—. Recuérdame nunca presentarme para el papel de Romeo.
—Es una lástima que hayas tomado el papel de Mercucio, tú serías un excelente Romeo —dije. Bien, quizás eso implicaba un poco el hecho que se rumoreaba que Steve era el mejor besando del año.
—¿Por qué lo dices? ¿Acaso quieres que te bese? —preguntó él sonriendo y me contuve de maldecir o pensar si podía leer mi mente.
—Simplemente estoy siendo realista, eres mejor actuando que todos esos que han tenido el papel hasta el momento, —y quería probar esos carnosos labios—. ¿Acaso eres tú quieres que te bese?
—No lo sé, quizás —dijo Steve—. ¿Qué tal el próximo vienes, en el cine a las ocho?
—Lo siento, no puedo. Tengo un evento de caridad –respondí. ¡Gracias mamá!
—Ah, cierto, agenda de súper-chica —dijo él—. ¿Y el sábado a las cuatro?
—Es una cita.
Le guiñé un ojo y me alejé intentando controlar las hormonas en mi cuerpo. ¡Tenía una cita con Steve Maroon! Pero como dije, las apariencias eran todo. Sexy indiferencia en el exterior, adolescente eufórica en el interior. Había aprendido aquello con los años. Mamá era una famosa agente de celebridades y me llevaba a varios eventos, desde pequeña había tenido que saber aparentar y comportarme, y muchas otras cosas más. Y mi hermano... Bueno, Ethan era Ethan.
No me sorprendió que él me estuviera esperando en el pasillo de vestuario. Ethan siempre me venía a buscar cuando estaba en Londres, a donde fuera, y eso era algo que adoraba por la comodidad y odiaba por ser la pequeña hermanita que necesitaba un chaperón. Y a juzgar por su expresión, él había llegado unos minutos antes para ver el ensayo.
—¿Sabes algo? Tienes razón, ese Romeo es tan sentimental como una piedra —dijo Ethan.
—Lo sé, es frustrante trabajar con alguien así —dije—. Romeo va a suicidarse, sus últimas palabras tiene que hacer que prefieras morir a vivir sin él.
—Bueno, yo no sé tanto, no soy el artista de la familia.
—No, eres el cerebrito y eso porque no quieres. Apuesto a que serías un excelente actor, sé que lo eres.
Ethan me sonrió, una sonrisa usual e indescifrable que había conocido desde que tenía memoria. Sus expresiones siempre eran las mismas, iguales de inescrutables, de modo que era imposible saber por qué sonreía y cuál era la causa de su seriedad. Para ser mi hermano era una persona bastante difícil de entender.
Entré en un camerino y lo primero que hice fue quitarme los zapatos de Julieta. Miré sorprendida sobre mi hombro que Ethan me siguiera dentro. Él cerró la puerta y se apoyó contra esta mientras yo revisaba el desordenado lugar en busca de mis cosas. Compartir un vestuario con quince actrices más era un verdadero caos.
—Has entrado, hoy estás de buen humor —dije.
—Ya te he dicho miles de veces. No quedaría muy bien si alguien me viera entrar al vestuario de las chicas y cerrar la puerta —dijo él.
—Todos aquí saben que eres mi hermano y no hay nadie.
—Aún así. Alguien podría ver y provocar algún malentendido.
—Has entrado miles de veces con personas en el pasillo viendo. Nadie nunca se cambia aquí, no hasta los últimos días de ensayo. Y sin embargo la última vez no había nadie y no entraste —dije y lo miré largamente mientras él se mantenía en silencio—. Eres raro.
—Nunca tanto como tú. Ahora apúrate, tienes menos de una hora para reunirte con Paul. Y empieza a cambiarte.
—Ropa, lo tengo.
Rápidamente tomé mi abrigo y colgué mi mochila sobre mis hombros. Salté sobre un pie mientras me calzaba una bota y Ethan me lanzó la otra para ayudarme. Hoy empezaba el último mes de clases antes de las vacaciones de verano. Envidiaba a mi hermano por haber comenzado un mes antes la universidad pero disfrutaba de tenerlo antes en casa.
Abandonamos el teatro y corrimos unos cuantos metros para tomar el autobús antes que este nos dejara. Una vez arriba Ethan se ocupó de pasar su tarjeta para pagar nuestro viaje y yo me senté contra la ventana. Fuera una fina lluvia caía mientras nos movíamos por las atareadas calles de Londres. Ethan se dejó caer a mi lado.
Me gustaba pensar que mi hermano no era raro, él no era tan malo como mamá o las personas que vivían alrededor de nuestra pequeña familia creían. Miré su reflejo en el vidrio sintiendo lástima por él. Era una buena persona, un buen hermano, y la pequeña mancha de nacimiento detrás de su oreja era infantil y reconfortante para mí. Siempre había estado allí, como él, siempre la veía cuando lo abrazaba.
Ethan no era raro pero tenía una tendencia a ser distante a veces y una doble personalidad. No era bipolar, o al menos eso pensaba yo a pesar de lo que mamá y su psicóloga dijeran. Él tan solo había tenido un momento difícil hacía doce años, ambos, pero para él fue mucho peor.
Aún podía recordar la noche, la fuerte tormenta, el miedo de estar sola en mi habitación. Ethan había entrado y se había acurrucado a mi lado, llorando y temblando. No se suponía que él estuviera en casa de mamá, no se suponía que él estuviera totalmente aterrorizado mientras no dejaba de decir que los hombres de negro vendrían por él. Él tenía siete años en ese momento y yo cuatro, esa fue la última vez que vi a mi hermano tener miedo o no estar seguro de sí mismo y también fue la única vez que vi a alguien tan aterrado.
—Mira —susurró él sacándome del recuerdo.
Señaló fuera por la ventana. El autobús se había detenido en una parada y afuera había hombres caminando por la calle. Pero yo sabía lo que él quería que viera. Uno de los hombres tenía un auricular en su oreja, imposible de notar a menos que le prestaras la suficiente atención.
—Debe ser del MI5. ¿Verdad? —pregunté en un susurro—. Debe haber alguna persona importante o un operativo súper secreto o...
—Eso depende de si es un asunto interno, sino es el MI6 —dijo Ethan.
Asentí sabiendo que estaba en lo correcto y el autobús siguió su ruta. Era como un juego para nosotros, Ethan me había enseñado una vez que estábamos en el mismo lugar que el Primer Ministro. En ese entonces había sido divertido buscar entre la multitud a las personas con auriculares para comunicarse, inventábamos sus historias o intentábamos deducir sus misiones. Seguía siendo divertido y siempre que veíamos uno lo decíamos aunque mi ojo nunca sería tan astuto o rápido como el de él, era como si mi hermano simplemente captara todo.
La carrera de obstáculos que siguió cuando nos bajamos del autobús tampoco era fuera de lo normal. Los vecinos ya no se molestaban en gritarnos o quejarse mientras corríamos calle arriba por el Portobello Road Market. Correr entre los puestos callejeros y evitar a la multitud era entusiasmante, Ethan siempre me jugaba carreras y cuantos más obstáculos tuvieran mejor eran para él. Podía pasar meses sin verlo pero siempre era el mismo chico que había crecido conmigo.
Él ni siquiera se molestó en abrir la pequeña puerta que separaba el jardín delantero de Josh de la calle, simplemente saltó sobre ella y yo hice lo mismo. Estábamos igual, cabeza con cabeza. Bloqueé sus suaves golpes cuando intentó retrasarme y salté sobre su pie para que no me tumbara. Vi la puerta roja de la entrada, corrí con deseo para llegar primera pero...
Ethan no era mi hermano mayor por nada. De algún modo consiguió llegar y golpear antes que yo. Lo miré molesta y me crucé de brazos pero lo único que obtuve a cambio fue una sonrisa.
—Estuviste practicando Em —dijo él—. Medio año que me voy y encuentro esto.
—Ya te ganaré alguna vez.
Él me sonrió y solo por un segundo me pareció la misma sonrisa que un profesor da a un alumno al ver su mejora. Pero al igual que cualquier gesto de Ethan, en realidad fue una sonrisa indescriptible y que no decía nada. Entré a la pequeña casa de Nothing Hill y corrí escaleras arriba.
Me apresuré a cambiarme dentro de mi habitación. Pateé mis zapatillas de ballet a un lado y tuve que quitar los guantes de box de mi escritorio mientras buscaba en el desorden mis zapatos altos y algo decente que ponerme. La ropa de teatro estaba bien pero mi mamá había dicho que hoy podía acompañarla a una sesión de fotos de una actriz y para eso necesitaba estar tan bien vestida como pudiera. Ella nunca se cansaba de repetir, la apariencia lo es todo en ese mundo.
En el piso de abajo podía escuchar a un somnoliento Josh hablar con Ethan. Josh era... Josh era... Josh no era nadie. Josh era un artista desempleado que pasaba la mayor parte del tiempo en su casa, durmiendo o pintando con un lamentable aspecto. Pero Josh era un amigo de mamá siempre dispuesto a recibirnos y su casa muchas veces parecía ser más nuestro hogar que nuestro departamento en la City.
—¿Dónde están mis Jimmy Choo? —pregunté.
—¡Descifra el código! —gritó Ethan en respuesta.
Apreté los dientes, definitivamente mi hermano estaba de vuelta y de buen humor. Miré a mi alrededor y me contuve de decir alguna mala palabra en otro idioma. ¿Qué clase de hermanos seríamos si no tuviéramos nuestros propios códigos y métodos de comunicación? Pero a veces, como en este momento, o cuando él los utilizaba para esto, eran molestos. Todos los hermanos tienen alguna señal entre ellos, algo personal, nosotros teníamos esto.
Los libros de James Bond o Sherlock Holmes eran algo que no había faltado en nuestra casa. Papá solía amar las historias sobre espías, o eso me dijeron. Quizás por eso Ethan y yo desarrollamos nuestros juegos donde pretendíamos ser espías y que fueron útiles en algunas ocasiones como para descubrir quién se comía nuestra comida cuando no veíamos (quizás debimos tener al perro de Josh como principal sospechoso desde el principio) o saber dónde mamá había dejado su móvil (problema constante). Lamentablemente, Ethan no había abandonado sus juegos y su vuelta a casa siempre significaba estar preparada para algo así.
Miré la cortina, el tercer sujetador a la izquierda estaba puesto al revés. Eso solo significaba una cosa. Me dirigí al baño sin dudarlo y encontré mis zapatos. Había más pistas, lo sabía. Posiblemente cuando me bañase el vapor haría aparecer algún mensaje en las paredes dejado con jabón o quizás algún código escondido en mi habitación para abrir un email de él pero en aquel momento no tenía más tiempo que perder porque ya había escuchado el timbre en el piso inferior.
Bajé saltando de dos en dos los escalones, el asistente de mi mamá ya estaba en la puerta esperándome con un auto negro en marcha. Paul era bajito, calvo y posiblemente me tuviera tanto miedo como a mi mamá, era torpe pero un buen sujeto.
—¿Dónde están mis Vogue? —pregunté al no encontrarlos en la mesita en la entrada.
—Thi ni —dijo Ethan.
Me di vuelta, él estaba en uno de los sillones tomando un poco de té con Josh. Me sonrió al levantar mis lentes y lo miré molesta antes de alcanzarlo y arrebatarlos de su mano.
—¿Qué se supone que significa? —pregunté.
—Acá en tailandés —dijo él—. Prego.
—Grazie —respondí.
Él me sonrió y a pesar de todo, de que me hiciera perder el tiempo y me molestara, le sonreí. Era bueno tener a mi hermano de vuelta en casa.
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