51. Música. [Prólogo].
✨Darliet✨
Sonreí, al momento de entrar a aquella cafetería.
—¡Hey, azulito! —exclamó un latino. —Que bueno que llegas.
—Me quedé dormido, Marco. —negué divertido. —¿Qué esperabas?
—Oye... —me quite mi mochila y se la pase. Él la puso del otro lado de la barra. —Adivina que.
Lo mire curioso.
—¿Qué?
—El jefe estaba haciendo algunos cuantos berrinches en la mañana. —rió. —Es sobre el piano.
Dirigí mi vista a aquel instrumento musical. Me volví a ver al castaño.
—¿Qué tiene el piano?
—Creo que lo va a vender. —lo mire sorprendido. —Ah no ser, que alguien lo toque a la perfección.
Me sonrojé un poco.
—¿En-Enserio?
—Si. —rió. —Y conozco a alguien que sabe tocar una gran variedad de instrumentos. —musitó, golpeando levemente mi brazo.
Reí por lo bajó, mientras tomaba una servilleta y limpiaba la barra.
—No, no lo voy a tocar.
La puerta se abrió, dejando entrar a unos clientes.
—Yo atiendo. —dijo el castaño.
Asentí, para luego volverme a ver a los recién llegados.
Era un hombre rubio y una mujer igual, rubia. Por su vestimenta, podría jurar que tienen demasiado dinero.
De pronto, un chico entró detrás de ellos.
Una extraña sensación se apoderó de mi al verlo: Era joven, pecoso, de cabello rubio, ojos color miel. Usaba lentes y venía vestido con un pantalón café, unos vans rojos, al igual que su camiseta.
Él me sonrió, para luego sentarse frente a sus padres. —supongo que los dos adultos son sus padres—.
Detuve a Marco.
—¿Qué ocurre, Lawliet?
—Tu atiende a los que acaban de llegar. —dije al ver que dos mujeres cruzaban la puerta. —Yo me encargo de los que tienen aspecto millonario.
Mi amigo me miro confundido, sin embargo, obedeció.
Tomé una pequeña libreta, una pluma y me acerqué a ellos.
Sonreí.
—Bienvenidos, ¿Puedo tomar su orden?
Aquel chico rubio, no había ni volteado a verme. Estaba tan concentrado leyendo un libro.
—Si. —dijo su padre.
Él comenzó a decirme que quería, pero no apunté nada. Solamente miraba atento a aquel chico.
Al parecer, la mujer se percató de mi mirada. El adulto golpeó levemente la mesa, provocando que su hijo se sobresaltara.
—¿Has anotado algo de lo que te pedí?
Mis mejillas se tornaron rojizas, al ver como el rubio se volvía a verme, algo preocupado.
—N-no... Lo siento, señor...
—¡Ya no importa!
—¿Q-que va a querer?
—Ya te lo dije. No volveré a malgastar tiempo, jovencito. —se cruzó de brazos. —Sorpréndeme.
Asentí, para volverme a ver a la rubia.
—¿Usted, señorita?
—Oh no. —me miro mal. —Yo estoy bien así.
Suspiré, mientras me volvía a ver al adolescente.
—¿Tu, joven?
Él no me respondió.
—Tráele un chocolate caliente.
Asentí, algo dudoso antes de comenzar a caminar hacia mi compañero.
—¿Cómo te fue? —cuestionó.
Negué y le entregué la libreta.
—Esa es su orden.
Él me miro.
—¿Qué harás tu?
Me volví a ver al joven rubio, el cual, se sonrojó al momento que cruzamos miradas.
Sonreí.
—Tocaré el piano.
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