❦Medicine❦

N/A: Holi, amada y amado lector, ésta parte es una adaptación de una historia mía que hice en otra cuenta, pero como te dije anteriormente, la adaptaré al NorEmma para que ésta historia no muera y tú puedas seguir leyendo, ¿ya te dije que te amo? Te amo (●’3)♡(ε'●)🌼

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Ojalá existiera una pastilla que lo curase todo.

Emma abre la jaula dorada.

—¡Vamos, pajarito azul! ¡Vuela!— exclama sonriente, mientras la diminuta criatura da saltitos cortos dentro de las rejas, hasta llegar al dedo de la jovencita, ajustando sus garritas en su piel. Emma sonríe tenue ante ello y lo acerca a la ventana, sintiendo la brisa gélida de la mañana acariciar su rostro.

El cielo está gris y parece que las nubes oscuras comenzarán a llorar en cualquier momento, por lo que algo desanimada, descansa su espalda contra la pared y suavemente se deja caer hasta tocar el suelo blanco de su habitación.

—¿No quieres volar y ser libre?— le pregunta simple a la avecilla, la cual juguetea en sus manos y de pronto emprende vuelo a su jaula.

—Quizás no le ha gustado el paisaje y el clima.

Emma, ante la profunda voz que acaba de romper su silencio blanco, gira su rostro rápidamente para encontrarse con el culpable, el cual yace parado frente a ella.

—Norman... — pronuncia sonriente, acercándose a él para abrazarlo como es de costumbre en cada mañana, fundiendo su menudo cuerpo contra el más alto, quien igual de sonriente hunde su rostro en ella, mientras sus largos dedos acarician sus hebras rojizas —. ¿Cuándo querrá ser libre?

—Depende Emma, no sabemos lo que piensa el pájaro, quizá y lo que no quiere es irse.—responde, metiendo dos pastillas en la boquita cereza de la fémina, vigilando que se las tome como es debido. La pelirroja pinta una mueca de desagrado al sentir el sabor amargo, por lo que toma el agua casi desesperada, mojando su barbilla y dejando caer gotas frías en su hombro desnudo.

Norman ríe (y anota preocupado la pérdida de peso de su paciente).

Emma siente que podría cambiar sus pastillas por esa risa bonita.

—¿Cómo no va a querer irse? ¡Tendrá libertad!— exclama, frunciendo su ceño y sentándose infantilmente en su cama.

—Mmm, Ner te acompañó desde que ingresaste a este hospital, quizá se enamoró de ti... Y no lo culpo.— murmura, causando que la chiquilla cubra su rostro sonrosado entre risas.

—Tonterías, solo lo dices para que me sienta mejor.

—¿Y te sientes mejor?

—Estoy mejor desde que te conocí.— sincera, sintiendo como el de hebras plateadas toma asiento a su lado. Emma, cómoda ante eso, cierra suave sus orbes esmeraldas al sentir las manos de Norman en sus mejillas, para luego unir sus labios en un fugaz beso.

—Eso es bueno, cariño... Entonces estamos progresando.

—Disculpe...— escuchan ambos de pronto, junto a toques sincrónicos en la puerta. El de ojos azules se levanta sencillo, haciendo pasar a la enfermera Gilda —. Buenos días doctor Ratri, la madre de la señorita Emma Bell acaba de venir a visitarla.

—¿Ma-mamá?— pregunta trémula, levantándose abruptamente de su cama para sonreír sin querer.

Norman maldice silente aquello, incrustando sus uñas fuertemente en sus palmas de hielo.

—¡Vaya, qué grata sorpresa! — felicita, dibujando una sonrisa falsamente hermosa en su rostro, como si la idea le encantase.

—¡¿Mi mamá vino a verme?!— exclama entonces la pelirroja, sorprendida pero con ambos orbes iluminados por la alegría, balanceándose cual niña pequeña ante la noticia.

—Así es, Emma, vino tu madre.— habla esta vez la enfermera, quien se retira de pronto al ver la señal del único hombre en esa habitación. La pelirroja, al quedarse a solas con el chico de orbes cielo, se acerca a él y toma sus manos, jugando con ellas mientras su mirada cae.

—Yo... Yo pensé que ella ya no quería verme nunca más porque... Porque tanto mi cuerpo como mis muñecas están heridas...— murmura quedito, ganándose la atención de su psicólogo —. Pero mi mamá, ella quiere verme, ella no me odia y... Quizá ya me haya perdonado.

—El corazón de tu madre parece haber sanado, cariño, eso es absolutamente maravilloso, pero... ¿Será que tu corazón también sanó?— pregunta suavemente, acariciando su blanco rostro para luego, con su pulgar, pasear por sus labios rosas.

—Yo... No, pero si veo a mi mamá podría mejorar, creo que quizá ella entiende ahora que me da miedo estar sola, y que me apoyará... Creo que dejaría de tomar solo por mi recuperación y quizá...

—Y quizá salgas de este hospital, entiendo Emma, puedes ver a tu madre, no hay ningún problema... Veo que ya estás bien.— afirma el más alto, alejándose de su paciente para luego caminar hacia la puerta.

—¿En serio?— pregunta, jugando nuevamente con sus manos, costumbre que la linda pelirroja tiene siempre que está nerviosa, y claro que Norman Ratri sabe de eso.

—Por supuesto, por lo que irte de aquí será lo mejor, no me necesitas más y eso es bueno... Es bueno que no me necesites, cariño.— susurra, causando que la fémina abra sus ojos, sorprendida, para luego negar rápidamente con la cabeza, acercándose hacia su psicólogo.

Norman pinta dulce sonrisa fantasmal en su rostro de amor venenoso.

—No no no, no es eso... Es que es mi madre, a pesar de todo, yo la amo y creo que ella me ama a mí, así como tú. Quiero que ella vea que estoy mejor gracias a ti.— explica desesperada, mientras se aferra al cuerpo del más alto.

—Y estás mejor, cariño, tú y yo estamos mejor cuando nos tenemos cerca... Únicamente los dos, sin nadie más— murmura, para tomar delicadamente a la de hebras cálidas por los hombros, apreciando cómo sus orbes verdes temblaban por las cristalinas lágrimas. Ya la tenía —. Si estás conmigo no dejarás de comer, no tendrás porqué seguir tomando pastillas, si estás conmigo te sentirás amada... Y dejarás de estar sola, a tu madre le gusta que estés sola.

—¿Qué?

—No quería decírtelo, cariño, pero...¿Por qué crees que no te trajo conmigo antes?, ¿por qué crees que le daba miedo que tengas un psicólogo?, ¿crees que pensaba en ti? No, ella solo pensaba en ella y en lo que pensarían los demás, pensarían que es una mala madre porque su hija sufre de depresión.

—Mi mamá... Ella me ama, a su manera.

—Entonces, ¿por qué dejó que tu padrastro te golpeara?, ¿por qué esperó hasta que intentaras matarte para recién darte ayuda? Tu mamá quiere que estés mal, si regresas con ella estarás de nuevo sola, en las cuatro paredes de tu cuarto... Todos le tememos a la soledad cuando no la queremos, y tú la odias.

—Mi mamá... Ella no...

—Pero tranquila, cariño— calma Norman, besando cada lágrimas que descendía de sus ojos —, quizá y es a tu madre a quien más necesites, quizá la necesites más a ella que a mí, y está bien.

—No...

—Todo es tu decisión, Emma, puedes ver a tu madre si quieres, yo ya me voy.

—¡Espera! No necesito a mi madre, dile que se vaya... Solo quiero que te quedes tú, Norman, por favor.

—¿Por qué?

—Porque tú... Reemplazas las pastillas.

El de cabellos de luna se esperaba algo más que aquella simple respuesta, un te amo quizá, sin embargo, está feliz.

Está feliz porque la tiene entre sus garras dolientes de nuevo

—Buena chica.

Norman cierra la jaula dorada.

Y entonces la lóbrega noche nace, pintando el manto celestial en tristeza azul y colmando el silencio hórrido con sueños destrozados que retumban únicamente en la cabeza de Emma.

Pero a ella no le importa, no ahora, que estaba dulcemente drogada entre los brazos de su querido psicólogo, el cual repartía besos húmedos por la fina extensión de su cuello, decorándolo con mordidas y haciendo que la pelirroja gima bajito contra su piel blanca, disfrutando del toque de Norman, quien estaba completamente excitado por los suaves movimientos de cadera sobre su dura erección.

Emma y todo lo que conformaba su tentador y bello ser, era definitivamente su perdición.

De pronto, el de orbes azules no puede soportar más el intenso calor que asfixiaba su cuerpo, por lo que la empuja a la cama, haciendo que la menor suelte una risa melodiosa, para luego unir desesperada sus labios en un beso casi salvaje, donde Norman adentra su lengua en la boquita caliente de la pelirroja, quien se encarga de quitarle la camisa y desnudarlo lentamente, así como él lo hace también.

Emma está consciente que mantener relaciones sexuales con su psicólogo no es lo correcto, que en realidad es totalmente inapropiado y poco ético, sin embargo, ella lo necesitaba. Necesitaba que Norman se quedara a su lado, necesitaba que él controlase la tormenta que nunca moría en su pecho, junto con las voces que gritaban en su cabeza y quebraban lentamente su alma. Necesitaba tenerlo, y si para eso debía dejar algunas cosas (como su madre), entonces lo haría.

Y es que Norman Ratri no es medicina, Emma lo sabe, pero tiene el mismo efecto que una, porque alivia su dolor, la hace feliz, y la acepta. La acepta a pesar de que sabe que ella nunca ha estado bien, la acepta a pesar de sus heridas y cicatrices. Norman acepta a la marchita y depresiva Emma Bell. Por lo que la chiquilla de tristes colores cálidos cree que le quiere mucho, que es la primera vez que quiere a alguien así de fuerte y así de débil, con miedo y valentía mezclados para jamás separarse, para ser perpetuos. Y Emma siente que él también la quiere, que la ama demasiado, y como nunca antes nadie había mostrado tal interés en ella, prefiere aferrarse a él y su cuerpo, mientras sus pequeñas manos de crema tiran de sus mechones plateados ante el placer que causa su boca caliente al lamer sus senos.

Le encanta, lo ama tanto, siente que podría morir esa misma noche y sería una de las personas más dichosas en todo el universo. Si tan solo pudiese inundar la habitación de alegría, un rugido ya se le habría escapado de sus labios. Pero no puede, no puede porque ahora Norman la está besando, y eso causa un mar diminuto y salado de lágrimas lujuriosas recorrer sus mejillas, junto a un temblor en sus piernas que solo excita aún más su cuerpo.

Ya no necesita pastillas, quizás y nunca más deba ingerir medicina si las sesiones seguían así, porque si debía definir su solución, Emma no dudaría en cantar el nombre de su Norman con seguridad y un amor fantasmal que asustaría hasta al más valiente.

Un gemido sonoro y largo se le ha escapado de sus labios pintados en rojo marchito, ella ya ha llegado, acaba de sentir la gloria rebasar su cuerpo entero mientras que el albino ha sonreído al ver esa bonita y erótica expresión suya. La adora, la adora monstruosamente, pero él todavía no llegaba y para Emma no había problema alguno en que Norman siga usando su cuerpo como desee, porque eso era el amor para ella.

Las penetraciones son más ásperas, no paran ni un momento y hasta siente con brusquedad como el de orbes azules levanta sus piernas para hundirse más en ella y la calidez de su sexo. Ante eso, Emma grita de placer y el tenue dolor que en un inicio sintió ha desaparecido, por lo que trata de seguirle el ritmo, mordiendo su hombro con fuerza y arañando su espalda ante las intensas sensaciones que la vuelven a golpear. Norman no teme dañar su cuerpo, ella tampoco, en realidad, a ella jamás le importó su cuerpo (lo que daría por nunca haber nacido).

—¡Maldición!— lo ha escuchado gemir, con su voz quebrada y un gruñido seguido. La pelirroja suelta una risa ante aquella reacción tan curiosa, para prepararse al orgasmo del mayor, quien, con velocidad,  busca sus labios y gime cerca a ellos. Emma cierra sus ojos y puede sentir la esencia del albino adentrarse en su intimidad, llenándola y haciéndola tirar su cabeza ante el placer, mientras Norman volvía a besar todo su rostro abochornado.

—No sabes cuánto te amo, Emma.

Curitas para sus heridas marcadas a propósito.

Mil y un canciones de cuna para combatir el insomnio.

Pastillas de azúcar para alejar las penas. Una por la depresión. Dos por la locura. Tres por él, una más por él.

Ojalá existiera una pastilla que lo curase todo, pero no la hay, y así es como ha de vivir.

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Para aclarar, aquí no trato de romantizar este tipo de relación, incluso si tú crees que es así o si ves esto como algo normal, déjame decirte que te equivocas, cariño.

🏵️¡Muchísimas gracias por leer cariño, te amo mucho!🏵️

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