❦Everlasting❦
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Norman no entiende lo que pasó.
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Un suspiro se le ha escapado de los labios, es suave y a pesar de eso, lleno de desespero. Así le han seguido otros, formando una cadena de aire caliente, prisioneros fugaces de sus labios y ahora libres para destrozar el silencio que inundaba aquella habitación. A Emma le encanta tanto, quizás más de lo que Norman pudiese imaginar, por eso continúa allí, dejando que él la mueva con una agresividad tan intoxicante y feroz, que hace de su cuerpo desconocer el dolor y reemplazarlo únicamente por placer. Ella se mueve también, tratando de seguir las embestidas violentas que él obsequia, estocadas frenéticas, casi salvajes.
— Norman... ¡Norman, quiero más! — la oye gritar, le suplica de una forma tan bonita que, con una velocidad tortuosa, el nombrado voltea su cuerpo y alza su pierna derecha, adentrándose con mayor profundidad en la calidez de su sexo y uniendo sus labios con brusquedad, casi ahogándola con el movimiento de su lengua dentro de su boca, no obstante, Emma era rápida para este tipo de cosas, y deja de estar quieta para moverse como él. Norman lentamente baja sus labios húmedos hacia su cuello, dejando mordidas sin parar de penetrarla y haciendo que Emma lance una maldición ante las sensaciones que amenazaban con arrasar todo su ser, y Norman lo siente, siente la intimidad de ella apretar su miembro viril más de lo debido, lo que significaba la llegada del orgasmo, por lo que la levanta para dar sus últimas embestidas, más fuertes, más erráticas y sin miedo de lastimarla. Tanta es la locura que lo ha invadido, que no sabe en qué momento puso a Emma de espaldas, con sus piernas y brazos flexionados, gimiendo sin control.
Norman toma sus caderas y las choca al son de sus penetraciones, ya faltaba poco, así que no duda y toma sus pechos entre sus manos, los amasa con lentitud y pasa su lengua suavemente por su hombro, Emma no se queja, al contrario, continúa liberando gemidos y suspiros que lo ayudan a acercarse más al clímax, y justo en la última embestida, todo parece destrozarlos de una forma tan maravillosa, que podían jurar estar en el cielo, en un paraíso inexistente pero creado en sus mentes.
Emma ha gemido alto, arañando las sábanas y girando sus ojos ante la arrasadora sensación de placer que ha bañado su sexo otra vez, de tal forma que de sus orbes se han deslizado lágrimas de puro goce al ser llenada por su esencia.
— Emma... Emma... — suelta él, con la respiración hecha un lío y sintiendo la humedad que se desprende de la pelirroja, si seguía dentro de ella juraba que no podría controlarse más, por lo que se retira de su interior, obteniendo por eso un gemido reprimido de ella, quien gira su cuerpo para dejar de estar de espaldas y poder ver el rostro de Norman luego de alcanzar su orgasmo.
Ella ríe, Norman jura que así es como seguro ríe Dios.
— Esa carita tuya es un poema total. — le molesta, ganándose una sonrisa ladina del chico que de pronto siente las piernas desnudas de la jovencita rodear sus caderas, causando un gruñido ahogado al rozar con la abrasadora calidez que libera su sexo. Iba a perder la cabeza, todo por una simple humana.
— Emma, ya no podemos... Estás cansada. — susurra, reprimiendo las ganas de empotrarla contra la pared.
— Ya sé, ya sé... Pero bueno, hicimos un desastre total aunque al principio te habías negado ¿Verdad? — bromea, dulce y risueña. Norman tan sólo asiente con rubor en sus mejillas, dejándole un beso en la coronilla para acurrucarla a su lado.
— Siempre consigues que caiga en tus juegos.
— ¿Es que el señor de la noche no puede controlarse? — el chico suelta una risa al escuchar aquello, negando con sencillez mientras Emma se recuesta más cerca a su cuerpo, como si tratara de aferrarse a él. — Me extrañarás cuando me muera, ¿Verdad? — le ha susurrado, destrozando su calma con una velocidad doliente y causando el abrupto levanto en su cuerpo, pero Emma se mantiene allí, recostada con una sonrisa triste pintada en su rostro.
— ¿Por qué dices esto de pronto? — interroga, algo fastidiado.
— Porque tarde o temprano pasaría esto, porque no podemos seguir evitando esta charla a pesar de que sé que no te gusta tocarla... Y porque he tomado una desición, Norman, pero necesito de tu ayuda. Es una promesa que te tengo.
El nombrado tiembla ante la verdad que ha soltado la pelirroja, y a pesar de estar completamente disgustado, la escucha.
Emma suspira ante el silencio, pero no teme — Te amaré por siempre, Norman.
— Sabes bien que aquello es imposible, no puedes amar si ya estás muerta — sincera, dándole la espalda y aterrado de tan sólo pensar en aquello, lo aborrecía —. Pero si tan solo me dejaras...
— Norman, no renunciaré a mi humanidad, jamás lo haría... Pero te prometo de verdad que te amaré por siempre, te amaré eternamente. — pronuncia con una seguridad que él jamás podría poseer, pero que ella sí. Odiaba tanto eso de ella, lo fácil que suelta las palabras, como si en estas no existiera ningún peso.
— Deberías ser consciente de que no me gusta que me mientan. — susurra.
— ¡Pero no es mentira! — exclama la pelirroja, ofendida al notar inseguridad en su voz — En cada una de mis futuras vidas, apuesto que en cada reencarnación mía, te amaré, porque amar en una vida jamás será suficiente.
— ¿Qué estás tratando de decir?
— Encuéntrame, promete que me encontrarás en cada reencarnación mía, de esta forma te amaré como es debido.
— Emma, eso es una locura.
— ¡Hazlo, por favor! — suplica, tomando sus manos y obligándolo a verla, obligándolo a ver aquellos orbes irisados y deslumbrantes de vida, tortura pura para su maldita oscuridad — Yo... No puedo hacerlo sin tu ayuda, Norman, sería completamente imposible, yo... ¡No quiero amar a alguien que no seas tú en mis otras vidas!
Tan solo aquellas palabras, aquel tono de voz trémulo y lágrimas descendiendo por sus mejillas le bastaron para que, con sus manos frías como el hielo, acariciara su rostro humedecido. Odiaba tanto verla llorar, ver soltar agua salada de las estrellas que Emma llevaba como ojos.
— Te encontraré... — murmura entonces, tratando de ocultar de forma perfecta su desconfianza, haciendo que la pelirroja lo observe perpleja para luego sonreír encantada, abrazándolo con fuerza y soltando gozosa gratitud de sus labios. Norman sonríe, porque ella es feliz. — Te encontraré en cada una de tus reencarnaciones, Emma, y así podremos estar juntos por la eternidad... Es nuestra promesa.
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Entonces, si aquello era lo que ella había querido, si ello era lo que ambos se habían prometido... Norman no entiende lo que pasó, no entiende qué hizo mal, es algo que simplemente se escapaba de sus manos que siempre lo habían tenido todo, que siempre la habían tenido a ella.
Al principio era Emily, luego Ely, Emy, Ema o Emilia. Pero sin importar el cambio de nombres, Norman podía reconocer la esencia del espíritu de Emma, uno bravo como las olas del mar y puro como la luz de luna al bañar la ciudad, fuerte como el sol al quemar y dulce como la aurora en el manto celestial. No obstante, él siempre la llamaría por su nombre original, por el nombre de la niña que le había arrebatado suspiros con una aterradora facilidad. Para Norman, sería su misma Emma por la mañana, la encantadora chica que jugaba bajo los rayos del sol y corría por los prados de aquella mansión, junto al polvo y el polen impregnados en la brisa veraniega. Sería su misma Emma por las tardes, la que cantaba y bailaba a su lado, la que hacía un desastre en la casa y reía al pintarle la cara. Sería su misma Emma por las noches, aquella chiquilla lasciva que lo besaba sin consultar y hacía de su pecho palpitar tormentoso ante el placer del orgasmo, ante sus gemidos y ante cada detalle de su menudo cuerpo. Sería su Emma, su niña enamorada por la eternidad.
Es por eso, son por esos recuerdos y aquella promesa que él tenía tatuada en su cabeza con tinte infernal que estaba allí, confundido pero al mismo tiempo acostumbrado por las veces en las que tuvo que lidiar con el mismo problema. No en todas sus vidas ella se la daría fácil, el amar en sí es muy complicado, y ella muchas veces hasta se negaba a estar a su lado, haciendo mella a su corazón de hielo y causando lágrimas vidriosas caer de sus orbes de cielo. Pero a él no le importaba, no, porque sabía que ella lo amaba, siempre lo había hecho y si no lo hacía en esa vida, él le enseñaría a hacerlo, así como ahora que la tenía arrodillada, atragantándola con su miembro erecto y gimiendo de forma alta. Lo estaba haciendo, Emma había aceptado hacer aquello que hacía tanto tiempo no sentía, el tener su sexo dentro de la cálida boca de su querida era sin duda, una sensación abominablemente hermosa, la adoraba, adoraba tanto sentir su lengua recorriendo la longitud de su miembro.
Recuerda que, en una reencarnación pasada, la más difícil si se lo piensa bien, Emma le había mordido con fuerza para así escapar de él, pero su niña estaba tan equivocada, después de todo, el dolor físico no existía en su cuerpo, sin embargo, el verla queriendo huir de él fue algo tan desgarrador, que Norman no dudó en poseerla a la fuerza. Se arrepiente tanto de eso, ha llorado tanto por golpearla aquella vez, que sigue rogando perdón en las noches. Ha jurado hacerlo también por la eternidad.
No obstante, y volviendo a la reencarnación actual, a la Emma que tenía de rodillas ahora, ella no le quería, pero ya estaba aprendiendo a hacerlo o al menos, eso parecía.
— ¡Ah, continúa así! Así está bien... Ya voy a acabar. — gruñe, tomando su cabeza y acariciándola con cariño, aguantando las ganas de manipularla para que siguiera un ritmo más preciso, pero su dulce chiquilla recién aprendía a darle placer, era inexperto pero completamente gozoso, y entonces ella le muerde levemente, haciendo que él exclame su nombre con fuerza, soltando lágrimas de puro deleite. La pelirroja continúa con su labor, no para hasta que al fin, con un grito quebrado por parte de él, su esencia sale de forma violenta sobre ella.
El de cabellos platinados le observa, encantado ante la imagen erótica que se había pintado frente sus ojos. Su bella pelirroja, con los labios mojados y carita sucia por sus fluidos. La adoraba horriblemente.
Pasados unos minutos, Norman la ve alejarse con rapidez, sin embargo, este sonríe, embelesado por la mujer que, así como antaño, portaba un corto y traslúcido vestido perla, solo que ahora sucio por su semen. A Norman le invade la nostalgia, lo asfixia de forma dulce y hace de sus memorias secas mojarse con la tierna lluvia que brota de los orbes resquebrajados de la pobre que tiembla en el rincón de su habitación. El chico, con lentitud y acomodándose en pantalón, se acerca mientras ella se desgarra la garganta gritando, pero eso no le importa, así que toma su barbilla para poder besarla nuevamente, de forma caprichosa y sintiendo los restos de su esencia meterse en su boca. Le encanta, y aunque Emma le muerda de pronto, marcando sus labios de sangre, Norman vuelve a sonreír (sonríe más marchito, más roto, pero no por eso triste).
La escucha quejarse también, pidiendo misericordia y rogando que jamás la vuelva a tocar, que absorba lo que le queda de vida para así acabar con su martirio y recibir a la muerte con dulzura fantasmal, y aunque aquello ha causado una grieta grande en el frío y muerto corazón del chico, él niega, acariciando sus cabellos para así, tomar el peine de plata y pasarlo suavemente por sus hebras cálidas.
— Está bien, Emma... Está bien incluso si nunca lo llegas a entender, porque tú me lo prometiste. Dijiste que me amarías por siempre, en cada una de tus reencarnaciones.
— ¡Jamás dije eso! ¡Nunca te podría amar! — le grita, con ambos orbes ribeteados por el llanto repentino. Norman la rodea suavemente con sus brazos desnudos, acurrucando su rostro en el hombro femenino y depositando un beso en este, ocasionando interminables sollozos.
Se supone que eso no debía pasar, se supone que Emma reiría y lo volvería a besar, así como antes, así como lo prometió.
— Eres repulsivo, un ser asqueroso y repulsivo ¡Te odio!
— Emma, cuida tus palabras.
— ¡Ya te dije que yo no soy Emma, yo soy Emily! — exclama, causando que Norman la abrace con más fuerza, como si se aferrase a ella y su efímera existencia, y llora sosteniéndola, porque muy en el fondo, Norman sabe que todo lo que hace está mal.
Pero no le importa.
— En aquella vida tú me lo prometiste, Emma, por eso yo, aunque no lo recuerdes.... Seré el guardián eterno de aquella promesa, de nuestra promesa.
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¡Holi, amada y amado lector! Sí, sé que esto es algo abrupto, pero es que me di cuenta que tengo varias historias de este tipo separadas, entonces se me ocurrió ponerlas todas en una sola historia, para ahorrarme trabajito.
En fin, ¿Qué les pareció está parte? Ni yo sé de dónde salió, supongo que lo único de debo aclarar es que Norman es un demonio, o un ser de la oscuridad, o un inmortal enamorado y enfermo.
🏵️¡Muchísimas gracias por leer, los amo mucho!🏵️
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