5. El príncipe
"No hay ni una sola historia de amor real que tenga un final feliz. Si es amor, no tendrá final. Y si lo tiene, no será feliz."
-Joaquín Sabina
Yo soy un príncipe, al menos eso siempre me decía mi Mamá, pero yo no le creía a ella. Ahora en mis años casi últimos descubrí que, en efecto, yo fui y seré un príncipe, pero tal vez no de los que son hijos de reyes.
El día que lo descubrí yo no era el protagonista de la historia, era más un personaje secundario.
El día era claro, excepto que era de noche, y salía, una vez más, por un milagro.
Fue ahí donde perdí mi fama y encontré mi victoria, hace tal vez unos cincuenta años, en un cabaré.
Me encontraba en una cita con la mujer más bella que cualquiera ni siquiera podría imaginar. Su pelo era café y sus ojos negrísimos, tanto como la noche, por lo que parecían tener estrellas dentro.
El nombre de tal mujer no quiero ya ni recordarlo, aunque no podría ni aunque quisiera. Lo que sé es que era una sirena (eso me lo dijo después mi Mamá, aunque tampoco le había hecho caso hasta mucho después).
La mujer y yo nos habíamos sentado en el bar de aquella cantina, mientras una música sonaba en la distancia. La mujer parecía bailar con sus pies y manos mientras estaba ahí sentada, con gestos sutiles me decía que quería ir a la pista de baile, pero yo nunca supe notar eso.
—Creo que quiero una cervecita —me dijo con otro de sus gestos, está vez era que había levantado la ceja.
—Ahí venden muchas —dije yo, sin saber que ella quería que yo se la trajera.
Todo iba tan mal que hasta da un poco de pena (no por mi, pero seguro que por ella sí).
El cantinero nos trajo las cervezas, ambas frías, ambas calientes.
—¿Vamos a comer aquí? —me dijo con una cara arrugada. No sabía tampoco, en ese entonces, que a las mujeres se les debe llevar a un lugar al menos decente.
A lo largo de la vista corta, vi que un compañero de trabajo (cuyo nombre tampoco recuerdo) se acercó a donde estábamos.
Él, tenía un cabello corto y áspero. (Lo demás no me acuerdo tampoco).
Me recordé de una frase que me dijo mi Mamá:
Las sirenas solo buscan a los príncipes cuando quieren convertirse en personas, pero cuando no, es muy arriesgado.
Mi compañero, sin aviso, me arrebató la fama con una sola frase. Una frase que es de lo que más claramente me acuerdo, al ser la que me mostró la verdad de las sirenas.
—¿Querés ir a bailar? —le dijo el ladrón a mi sirena.
Ella me miró y en un segundo me destronó. Me destronó no porque dejara de ser príncipe, pero por qué dejé mi fama para ser el príncipe de lo que soy hoy en día.
No puedo explicar el porqué, pero no me sentí para nada resentido con aquel ladrón. Sentí que me estaba haciendo un favor.
De lo poco que recuerdo, también está el baile que ellos tuvieron con la canción que sonaba a la medianoche.
Reían y bailaban, en un son de voces y guitarras. Un son de goces y carcajadas. Yo creo que hasta a ellos mismos se les había olvidado sus nombres y sus apellidos, tal vez hasta el olor de la luna.
La sirena, en ese momento, aceptó ser sirena y el ladrón, aceptó ser ladrón.
Nunca te le acerques a una sirena a menos que te den dinero por aquello.
Esa otra frase siempre me la decía mi mama.
Para ser breve y terminar ya con mi tragedia, les contaré que nos fuimos los tres muy tarde de la cantina.
Los tres caminábamos por la acera de San José. Los tres, como si fuéramos extraños.
—Todo se acaba —dijo ella mirando a la luna.
En ese momento, supe lo que tenía que hacer y ahí fue cuando gané el derecho a llamarme príncipe. Ahí fue cuando decidí mi destino y escogí mi reinado. Decidí voltearme y caminar hacia el lado contrario.
Hasta el día de hoy creo que ellos dos ni lo notaron.
El día definitivamente es a veces muy raro, a veces tan raro que nadie podría descifrarlo. A ella, ni la echaba de menos y a él nunca lo volví a ver (creo que renunció a su trabajo para ser feliz junto con su sirena).
Yo definitivamente no fui el protagonista de esa historia, secundario solo porque la lleve al lugar. Lo que definitivamente no fui era el perdedor de esta historia de amor, ya que nunca había sido tan feliz de ver a dos personas juntas (obviamente sin contar a mis padres cuando se conocieron por primera vez al yo tener dieciocho).
La sirena, entonces, se fue a la casa del ladrón y a la esquina yo veía un anillo o algo por el estilo. Según mi Mamá, ellos dos se casaron y se divorciaron unos meses después (me lo dijo porque ella es muy chismosa) pero yo sigo creyendo que siguen juntos.
Lo bueno es que gracias a lo que pasó esa noche conocí a mi esposa, no porque estuviera ahí ni mucho menos, sino que gracias a eso aprendí que nunca tenía que intentar nada con una sirena y mi esposa no era una de esas, al menos hasta donde yo sé.
Yo soy un príncipe y no voy a dejar que nadie me diga lo contrario, mi reinado está muy lejos de aquí. Tan lejos que muchos se ríen creyendo que no existe o que es parte de una fantasía; sin embargo, yo sé ignorarlos.
Y aunque yo sea principe mi esposa no es una princesa, nunca lograría arduo trabajo.
Así, en una noche que terminó poco después del amanecer, descubrí el secreto de mi vida y la clave del éxito en todo. Encontrando el todo, logré por fin entender que mi reinado estaba en aquello que no era nada.
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