16. Rescue me

Bufanda | LAY

Las prisas son los más grandes enemigos de cualquier persona. Para Ye Rin fue diferente pues cambió su vida extraordinariamente.

Ese día, hacia más frío de lo normal, pero Ye Rin no tenía tiempo para preocuparse o pensar en ello. Le habían dado la rigurosa misión de recoger un paquete en la oficina postal que se hallaba cruzando el parque frente al edificio de la compañía. Aparentemente no era una tarea difícil, pero cuando sólo te dan veinte minutos para completar tu tarea y además tienes que realizar la travesía en zapatillas de tacón de la altura de la torre Namsan y una falda ajustada e incómoda, repiensas la complejidad de las cosas.

Pero Ye Rin era diligente, optimista y no se rendía fácilmente. Inició su deber contra reloj, tomándose diez minutos para cruzar el parque y cinco para recoger el paquete en el establecimiento de correos. Las cosas se complicaron más cuando le entregaron una caja de considerable tamaño y peso. A pesar de ello, no se dio por vencida y emprendió el viaje de regreso.

Ye Rin pensó que lo lograría cuando estaba a mitad del parque. Ya se podía a ver a sí misma como una triunfadora, una mujer realizada e independiente que podía contra todo.

—¡Señorita, cuidado! —Exclamó un hombre tratando de advertirle del peligro que estaba frente a ella, pero fue muy tarde.

Ye Rin cayó al suelo cuando sus pies se enredaron con una especie de cordón en el suelo. El golpe fue amortiguado por el paquete que ella cargaba, sólo esperaba que no hubiera nada importante dentro de él.

—¿Está usted bien? —Preguntó una voz masculina que inmediatamente se acercó a auxiliarla.

—Creo que sí —Respondió ella, sin mirar aún el rostro del sujeto.

—Déjeme ayudarla, esa fue una caída bastante dolorosa, esperemos que su caja no se haya arruinado al caer usted sobre ella —mencionó el desconocido y la tomó del brazo para que se pusiera de pie.

—Espero que no, sino mi jefa me va a... —Ye Rin se quedó sin palabras al mirar al desconocido.

Las jefas, las prisas, los tacones y el mundo entero dejo de existir. Ye Rin se había topado de frente al hombre de sus sueños: simplemente encantador y guapísimo. Lo que le llamó la atención de él, además de su sobrehumano atractivo, fue la bufanda roja que usaba.

—¿Se siente bien? Parece que tuvo una contusión. ¿Desea que llame a una ambulancia?

El hombre frente a ella parecía genuinamente preocupado y ella ridículamente pasmada. Si llegaba a llamar a los paramédicos que fuera por un paro cardíaco y no por su caída.

—¡Señorita, se ha lastimado la pierna!

—Estoy bien, sólo es un pequeño raspón... —Respondió ella, sin siquiera revisar su herida.

—Parece grave, tendremos que vendarla... pero no tengo vendas... ¡Ya sé! Usaré mi bufanda. —Ye Rin sólo se limitó a asentir con la cabeza en respuesta a lo que él decía.

Él se arrodilló frente a ella, se quitó su bufanda y rodeó con ella el muslo de Ye Rin. El contacto de su mano con la piel de su pierna envió descargas eléctricas por todo su cuerpo, cuando él terminó ella sintió la decepción más grande de su vida.

—Ya quedó, si lo desea puedo ayudarle con eso —se ofreció amablemente, señalando la caja.

—No sólo me has ayudado, sino que ahora te ofreces a hacer mi trabajo —comentó Ye Rin— ¿No quieres también casarte conmigo?

—¿Seguro que no quiere que llame a una ambulancia?

—Para qué si te tengo a ti para que me rescates.

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