Entre páginas agridulces
¡Dime que nada de esto es real! ¡Joder, dilo!
Me mantenía impasible mientras ella seguía arrojando carpetas y carpetas al suelo. Los folios volaban y lo cubrían como si de nieve se tratara. Esos libros que tanto le gustaban no tardaron en correr la misma suerte y su respiración entrecortada teñía de desesperación el ambiente. Sus chillidos me paralizaban y el sonido del papel rasgándose me rompía el alma porque en cada página podía sentir como de rota estaba ella.
Todas las obras que había ido coleccionando, los lugares en los que se había perdido para luego encontrarse. Estaba matando parte de lo que la había hecho libre, rincones que le habían dado la vida cuando se sentía atrapada por la monotonía de su tristeza.
Fuera de sí, una rabia implacable la invadía pero no podía engañarme, lucía la misma mirada perdida que cuando la conocí, el vacío la invadía. Luchaba por contener y a la vez por liberar la más agria de las emociones y yo había presenciado tantas veces esa lucha. Otras tantas yo misma había tirado la primera piedra, estaba segura de que ella también se había dado cuenta de que nada de esto se sostenía. Aún así, sus reproches cortaban el aire sin necesidad de ser pronunciados.
Quería acariciar sus mejillas con la misma ternura con la que las mariposas anuncian la llegada de la primavera; recorrer con mis dedos una vez más esa cicatriz que tenía bajo el mentón y que ella tanto odiaba pero que sin esa marca, su rostro no era el mismo y que ya querrían las musas parecerse en una cuarta parte a ella. Sobretodo, quería susurrarle de nuevo que saldríamos de ésta, que todo iría bien, que podía aferrarse a mi mano cuando la oscuridad le asustase y las paredes de los túneles se cerniesen sobre ella. Sin embargo, nunca me había gustado decir mentiras.
¡Contéstame! - un ejemplar de Alicia en el País de las Maravillas que compramos en
una escapada hace un par de años pereció entre sus manos. Aquellos días entre librerías por el norte de la comarca me parecían entonces muy lejanos. - ¿Vas a quedarte callada todo el rato?
Alzó la voz todo lo que pudo mientras me arrojaba uno de nuestros mejores recuerdos hecho trizas. Tras quebrarse, ésta se fue apagando entre angustiosos resuellos, no obstante era capaz de sentir esa rabia crepitante que no se desvanecía. La lluvia de páginas no cesaba e inmóvil recibí cada uno de sus misiles. El diario de Anna Frank, Anna Karénina, el Quijote, incluso La Bíblia. Llegó un momento en el que le era indiferente que lanzarme y acabé contagiándome de su mismo sentimiento, todas las tiras de papel caían a una velocidad flemática, contenían las mismas letras combinadas de distintas formas para crear historias de las que ya no me interesaba descifrar su significado. Se ahogaba, pero aún así se puso de puntillas para llegar a las estanterías más altas, aunque era bajita siempre llegaba a todos lados. No tuvo suerte, no sé si fue el rojo de sus mejillas o la manera como se mordía el labio cuando hacía un esfuerzo. No podía obviar su belleza, simplemente me era imposible, era adicta a contar las pecas de su rostro.
¿Por qué no me contestas? - vociferó nuevamente, pero esta vez incluso el vacío de
sus ojos había desaparecido. No había nada, nada que pudiese descifrar y eso me aterraba. Nunca había tenido suficiente, quería conocer al dedillo el mundo que se escondía tras su mirada pero ella se limitaba a mostrarme las motas de polvo que se acumulaban en sus pestañas. Para algunos bacterios, el polvo es suficiente pero yo necesitaba recorrer la galaxia entera.
Se acercó a mí y empezó a golpearme en el pecho, dejando que la angustia se apoderara de sus puños y la hiciese cruzar un umbral de doble filo. Cualquier persona en su sano juicio habría reaccionado: un paso hacia atrás, un grito. Pero ahí estaban, sus golpes cada vez más débiles hasta que casi parecían las carícias de un gato. Nadie contaba con mi falta de cordura, ni ella tampoco, por eso me mantuve en todo momento.
Se aferró a mi camiseta como una niña a su primera manta y entonces, sólo entonces, salieron lágrimas de sus ojos.
Quería estrecharla entre mis brazos, sentir una vez más el calor de su cuerpo contra el mío, aspirar ese olor tan familiar a frambuesa que desprendía su cuero cabelludo...
Podía sentir como esa persona a la que había llamado hogar durante tanto tiempo, con quién había ideado planes de futuro y a veces soñaba que también formaba parte de mi pasado, estaba temblando como nunca antes lo había hecho. Ninguna de aquellas sombras que la acechaban cuando las luces se apagaban, ni tampoco ninguno de esos caminos por los que tuvimos que pasar en algunas ocasiones a altas horas de la madrugada la habían hecho temblar tanto. Temblaba y no podía hacer nada para que parase de hacerlo. Volvía a sentirla vulnerable, necesitada de protección e inmersa en su lucha interna como tantas veces en el pasado.
Si todo fuera tan sencillo como estrecharla entre mis brazos...
Cuando me dí cuenta ya no había sollozos y de pronto dejó de temblar, como si el mero hecho de jugar con mi camiseta entre sus dedos fuera suficiente para amansar a la fiera que llevaba dentro.
No sé cuánto tiempo estuvimos así, ella mirando hacia el suelo, enredando sus dedos; yo mirando por encima de su cabeza hacía la estantería y los pocos libros que se habían salvado de ésta, anhelando encontrar el recuerdo de todo lo que fuímos. Ambas en silencio, calladas, como si la vida nos fuera en ello, permitiendo a la atmósfera caótica que habíamos creado que nos envolviera y así impregnarnos de ese momento.
No quería dejar atrás nada de lo que encerraban esas cuatro paredes, demasiadas letras significativas, demasiada cafeína en mis venas y noches de insomnio donde las estrellas estaban en nuestra espalda. Aún así, besé su frente por última vez, sentí como las chispas me quemaban y me fuí de allí sin mirarla.
Ella era caos y yo destrucción, juntas estábamos cayendo en la demencia.
Ojalá la hubiera besado en los labios, estoy segura de que seguía llorando azúcar frente a mi sabor salado. Ella simplemente era así.
N/a: Hace casi un año que escribí esta pequeña historia y en su momento no terminó de convencerme del todo. Me gustaba pero aún así sentía que le faltaba algo. Hoy la he releído y he sentido la necesidad de compartirla con vosotros, las partes que no encajaban del todo son las que más me gustan actualmente. Espero que os guste.
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