i. back to reality





capítulo uno
DE VUELTA A LA REALIDAD

Maxine Potter vivía atrapada entre la realidad y el tormento de sus propios recuerdos. En ocasiones, la línea que separaba la locura de la lucidez era tan delgada que no podía confiar en lo que veía o sentía. Durante siete años, su mente había sido un campo de batalla. Los ataques venían sin aviso: una ola de calor abrasador en su interior, como si su cuerpo estuviera siendo consumido por llamas invisibles, y luego los gritos, el dolor, el eco interminable de la maldición Cruciatus.

—No es real... no es real... —se decía a sí misma, con las manos apretando las sábanas de su cama en San Mungo. Pero en esos momentos, nada parecía falso. Solo en los últimos meses esos ataques habían comenzado a cesar. Ahora, por primera vez, los sanadores creían que estaba lista para enfrentar el mundo.

Max no estaba tan segura.

En sus momentos de claridad, la dejaban caminar por el patio o recorrer el corredor del ala de pacientes de largo plazo. Durante esos paseos, había aprendido que nadie iba a visitarla, nadie excepto Remus Lupin, que había aparecido una vez hace años con una mirada cansada y una sonrisa triste. Le había llevado un libro sobre criaturas mágicas, como si quisiera recordarle que todavía había un mundo allá afuera. Pero nunca regresó.

Antes no era así, pensó Max mientras se vestía con las prendas que los sanadores le habían dejado: las mismas que llevaba puestas hace siete años, cuando la encontraron después de la tortura. La ropa estaba limpia, pero la sensación de ponerse esos pantalones desgastados y la camisa la hacía retroceder a aquel día. Cerró los ojos con fuerza, luchando contra la náusea.

Recordaba vívidamente cuando era niña y un caldero había explotado en su cara mientras jugaba en el taller de su padre. Había estado días en San Mungo recuperándose, rodeada de visitas constantes de amigos y familiares. Ahora, la habitación donde había pasado siete años estaba vacía. El contraste la golpeaba como un mazazo: antes, era una niña querida; ahora, una mujer sola.

Pero no tan sola, se recordó. Tenía un sobrino. Un niño que necesitaba de ella tanto como ella necesitaba un propósito para seguir adelante.

Con ese pensamiento, firmó los papeles del alta con una mano temblorosa. Mientras lo hacía, una pequeña parte de ella se preguntó si realmente estaba bien o si solo estaba pretendiendo estarlo para escapar de aquellas paredes. No tenía la respuesta, pero una cosa estaba clara: no podía quedarse allí ni un día más.

El aire fresco de la calle la golpeó como un hechizo revitalizador. No había usado magia en siete años, y la varita que una vez fue suya se sentía como un recuerdo lejano, pero eso no la detendría. Max no sabía mucho sobre la ubicación de su sobrino, pero algo era seguro: si Harry estaba vivo, debía estar con la familia de Lily.

La idea de los Dursley le provocó una mueca. James siempre había despreciado a Petunia, y Max había adoptado ese desdén como propio. Sin embargo, Lily le había confiado una vez dónde vivía su hermana, preocupada por la posibilidad de que algo sucediera mientras estaba bajo el encantamiento Fidelius. Max recordaba esas palabras con claridad, como un último rastro de su cuñada, y ahora se aferraba a ellas como una brújula.

Cuando llegó al número 4 de Privet Drive, sus pasos vacilaron. La casa era tan mundana como había imaginado: el césped perfectamente cortado, las ventanas impecables, todo cuidadosamente controlado. Una fachada, pensó, para ocultar el caos interno.

Petunia Dursley abrió la puerta, y la miró como si fuera algo que se había arrastrado desde el fondo de un pantano.

—¿Qué quiere? —preguntó con una voz gélida sin siquiera saludarla.

Maxine respiró hondo, conteniendo el impulso de replicar con el mismo desdén.

—Vine por Harry. Soy Maxine Potter, su tía.

El nombre "Potter" hizo que Petunia se tensara. Por un instante, sus ojos revelaron algo entre sorpresa y asco, pero rápidamente su expresión volvió a endurecerse.

—¿Y qué espera que haga yo con eso?

Max no pudo evitar un destello de irritación.

—Al igual que yo, usted tambien es su tu tía, entiendo si... podemos compartir la tenencia, si es necesario... llegar a un acuerdo, pero por ahora solo quiero conocerlo, hace años que no lo veo.

—¡Lléveselo si tanto quiere ser su tía! Potters... —espetó Petunia, levantando la voz con un dejo de asco. En ese momento Harry apareció detrás de ella, con una expresión curiosa. Petunia giró hacia él, su rostro lleno de desprecio—. ¡Llévate a este fenómeno lejos de mi casa y no vuelvas! Si te lo llevas ahora no lo aceptare de nuevo en mi casa.

Max sintió una punzada de furia, pero la escondió mientras bajaba la mirada hacia Harry. Él era pequeño y delgado, con el cabello alborotado de James y los ojos verdes de Lily. Le recordó por qué estaba allí y que no debía de enojarse.

Max sintió que algo se rompía dentro de ella al verlo. Harry miraba a Petunia, luego a Max, con una mezcla de curiosidad y miedo. Era solo un niño y lo estaban llamando fenómeno...

—¿Quién eres? —preguntó en voz baja, aferrándose al marco de la puerta.

Max se arrodilló para estar a su altura y lo miro con cariño.

—Soy tu tía Max —dijo con suavidad—. Soy la hermana de tu papá.

Harry frunció el ceño, claramente confundido.

—¿Por qué nunca viniste antes?

La pregunta la golpeó como un hechizo desarmador. No había una respuesta sencilla. No podía explicarle a un niño de su edad los horrores que había vivido, la culpa que la había paralizado.

—No estaba bien, Harry. No podía cuidar de ti como mereces… pero ahora estoy aquí.

Harry la miró con atención, como si intentara decidir si podía confiar en ella.

—¿Hermana de mi papá dices? No sabía que tenía una..

Max hizo una mueca.

—Sí, lo soy.. ¿Que tanto sabes sobre el?

Harry alzó los hombros.

—No mucho. Murieron en un accidente.

Max frunció el ceño.

—Tu padre era un gran mago. No murió en un accidente.

—¡¿Un mago?!

—Si, y tú también lo eres.

Sus ojos se abrieron con asombro.

—¿Yo soy un mago?

—Un mago muy especial. Eres igual que tus padres.

Harry parecía a punto de hacer más preguntas, pero Petunia interrumpió bruscamente.

—¡Llévatelo ya y no vuelvas! No quiero escucharte hablar sobre eso en mi casa —gritó, apartándose del camino.

Max tomó la mano de Harry y lo guió fuera de la casa. Mientras caminaban por la acera, él no dejó de mirarla.

—¿Cómo eran mis padres? —preguntó finalmente.

Max se detuvo y se agachó para mirarlo directamente a los ojos.

—Eran increíbles. Tu mamá era la persona más amable y valiente que he conocido. Y tu papá… bueno, él era un testarudo insoportable, pero querida más que a nada en el mundo.

Harry sonrió tímidamente, y Max sintió un calor inesperado en el pecho. Por primera vez en años, no se sentía completamente sola.

Mientras se alejaban de Privet Drive, Max sabía que el camino por delante no sería fácil. Pero también sabía que haría cualquier cosa por proteger a Harry, porque él era lo único que quedaba de su familia.

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