9.1|Memoria de cumpleaños.
"No soy la misma niña de tu memoria, algo perdimos al crecer."
Akira miraba por la ventana mientras esperaba que su madre volviera a casa después de hacer las compras en el mercado de la aldea, estaba sumamente aburrida y es que justo ese día había despertado con fiebre alta y escalofríos, sin duda una gripe estacional atacaba su ya debilitado cuerpo, así que su madre había decidido que se quedase en casa a descansar mientras que ella haría las compras y de paso recogería un regalo para su pequeña.
Sí, era el precioso día en que Akira había nacido hace ya cuatro años y la pequeña a pesar de enfermarse a cada cambio de estación era bastante fuerte la mayoría del tiempo.
Era alegre y su sonrisa era contagiosa, su madre siempre la consentía y mimaba, era su pequeño rayo de sol.
Akira sostuvo su mentón entre sus pequeñas y blancas palmas mientras hacía un adorable puchero, estaba harta de esperar, ojalá pudiese haber ido al mercado junto a su madre, seguro que habría un montón de melocotones frescos o quizá un montón de sandías apiladas esperando ser llevadas a casa, eran deliciosas y jugosas, a Akira le encantaba sentarse al frente de casa con su madre y comer trozos de sandía fresca mientras el calor de la estación inundaba el ambiente.
Estaba tan absorta en sus pensamientos que apenas se percató que un hombre de túnica blanca atravesaba el patio delantero, sigilosamente se acercaba a las especias que crecían en el pequeño jardín y cortaba unas cuantas hojas, Akira se movió un poco para verle mejor pero esto provocó que aquel extraño hombre se percatarse de su presencia, la pequeña se escondió rápidamente y solo después de algunos segundos se armó de valor para ver de nuevo por la ventana.
El hombre se alejaba con una sonrisa y con las hojas que había tomado del jardín entre las manos, un pequeño conejo gris iba justo detrás del hombre dando pequeños saltos tratando de alcanzarle, pronto el conejo se disolvió tomando una forma poco definida de color oscuro que volvió a formar a un conejo en la cabeza del hombre.
Akira estuvo pensando bastante acerca de aquella persona y la criatura que le acompañaba, claro, tanto como una niña de cuatro años podía pensar acerca de ello, ya que cuando su madre llegó a casa con un pastel de chocolate la pequeña no tuvo más espacio en sus pensamientos que la felicidad que le provocaba aquel momento.
El cumpleaños número once de Akira fue especial, de cierta forma el recibir cuchillas y explosivos como regalo era bastante especial. Su sonrisa probablemente no era tan grande como podría llegar a ser la sonrisa de una pequeña de once, o quizá el brillo de sus ojos no era tan notorio como antes de perder a su madre, pero definitivamente ese día se sentía especial, feliz, cálido.
Las bromas pesadas entre aquellas personas que la habían cuidado durante tanto tiempo la hacían reír con avidez y hacían que su estómago doliera. Le gustaba poder compartir momentos como estos incluso después de lo que había tenido que pasar, entonces se sentía bendecida, quizá los dioses no se habían olvidado de ella por completo.
Una gran mano dió pequeñas palmadas en su cabeza mientras sonreía con nostalgia al ver la mesa tan animada, los ojos de Akira viajaron desde la pelea incesante de Tobi y Deidara hasta el asiento de al lado, justo en la cabecera de la mesa alguien le miraba con insistencia.
Akira sonrió con ganas mientras ponía sus manos sobre la mano en su cabeza, estaba asustada de él cuando lo conoció, pero ahora pensaba que era bastante amable. Nunca se lo diría, pero pensaba en él como un padre, Akira anhelaba más que nada en el mundo el calor de una familia, poder volver a sentir el cariño de tener a alguien a quien amas.
No eran una familia, pero definitivamente no quería irse de ese lugar, de ese momento nunca.
Cumpleaños número... Bueno, el más reciente, una casa vacía y un pastel pequeño, no tenía una vela porque no tenía dinero suficiente para comprar una, sus manos temblaban debajo de la mesa mientras sostenía con fuerza su propia ropa.
Las luces estaban apagadas a su alrededor, los rayos de sol del atardecer se filtraban por las ventanas y el pesado silencio era casi insoportable. Entonces una vocecita cansada y titubeante comenzó a cantar.
— Que los cumplas feliz, que los cumplas feliz, feliz cumpleaños a mí... — los sozollos fueron inevitables, comenzaron a llenar la casa y a hacer eco en las paredes.
Estaba completamente sola en su cumpleaños, ni siquiera Ryaku estaba ahí está vez y quizá lo merecía, mentirosa y altanera, codiciosa y tramposa, sí quizá era su castigo ser tan infeliz.
Comió el pastel, era suave y cremoso, pero no le sabía a nada, sus lágrimas y gimoteos no le permitían percibir el sabor delicioso de la crema de vainilla.
El brillo de sus ojos se había desvanecido por completo, algo dentro de ella finalmente se rompió...
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