Padre
En mi salón hay una pequeña mesa de roble, donde se encuentra una foto muy especial para mi padre. En ella salgo yo, con mi madre en un tipo de trineo en Sierra Nevada, pasando el día en la nieve. Nuestro último recuerdo juntos antes de que ella muriera minutos después en una avalancha. Suertuda.
Mi padre se quedó destrozado, y la verdad que no entiendo el porqué, ella solo nos incordiaba un montón, era una sobra, un lazo en un regalo que solo estaba ahí por no ponerlo en otro lado.
Bueno, el funeral fue peor todavía, mi padre casi se suicida durante su discurso. Papá, ¿por qué siempre la cagabas? ¿Por qué?
Ahora estoy un mes y medio después de la muerte de mi progenitora y mi padre está muy deprimido, lo que fastidia. Últimamente me estoy planteando asesinarlo.
¿Soy un psicópata por querer matar a mi padre y no sentir nada por la muerte de mi madre? Tal vez, pero tiene una explicación lógica. Mi madre era una estúpida e infeliz que no dejaba vivir a nadie, y si mi padre la esta llorando tanto es porque ha perdido la cordura completamente, y no le deseo a nadie que quiera vivir sin saber lo que está haciendo o por qué.
Estoy ahora mismo en mi dormitorio, con el cuchillo más grande y afilado que me encontré en la cocina. He decidido hacerlo, quitarle el sufrimiento de una vez por todas, aunque me da algo de pena, mas tengo que ser fuerte.
Tras bajar las escaleras, me encuentro con mi padre, en el salón. Antes de que se dé la vuelta, guardo el cuchillo dentro de un bolsillo interior de mi cazadora de cuero negra.
—Papá, tenemos que hablar —le espeto.
Se da la vuelta. Está rojo como la sangre que está a punto de derramar, y dos lágrimas cuelgan de su mejilla izquierda.
—¿Qué ocurre, hijo?
El pulso se me altera ligeramente. Estoy relativamente tranquilo para hacer lo estaba a punto de hacer.
—Papá, llevas mucho tiempo llorando a mamá —intento decirlo con el tono más dulce posible para no asustarle— Y esto tiene que acabar de una vez por todas, así que yo lo finalizaré.
—¿De qué estas hablando hijo?
—Sé qu...
—Hijo —me interrumpe—si quieres matarme, creo que vas a tener algunos problemas bastante serios?
Su frase me deja atónito, tanto que estoy a punto de desmayarme. ¿Cómo se había enterado? ¡No se lo dije a nadie ni lo mencioné! ¡Cómo lo sabía! ¿Era sólo una broma afortunada?
—¿Hijo? —su pregunta me devuelve al mundo real.
De repente, hago lo primero que se me ocurre. Saco velozmente el cuchillo y se lo clavo de lleno en el abdomen.
Nada.
Nada de nada. Ni un grito, ni una gota de sangre, ¿qué está ocurriendo?
Mi padre saca el cuchillo de su cuerpo y me dice:
—Creo que si quieres matar a alguien deberías haberlo hecho cuando estuviste vivo.
—¿De qué hablas? —pregunto por no darme golpes contra la pared.
—La avalancha —contesta— ¿Crees que tu madre fue la única víctima? Tú, tu madre y tu padre moristeis, la diferencia ese que ellos están en el cielo, y tú estás aquí, en el infierno, viviendo tu propio castigo personal, con lo que más quieres: tu padre. ¿Por qué? ¿Por qué estas en el infierno y tus padres en el cielo? Eso es fácil. Lo que acabas de hacerme a mí, pensabas hacérselo a tu madre. Y en el cielo no hay hueco para asesinos, o al menos, para personas que quieren serlo. Así que acostúmbrate a esto y a vivir conmigo, porque así es la única manera de no intentar arrancarte los pelos todos los días.
Mi «padre» sale del salón y va a la cocina a por una cerveza. Vuelve en un instante.
—¿Quieres? —pregunta acercándome una lata de cerveza— Ya que no pudiste probarla vivo, por lo menos muerto, ¿no?
Muchas gracias por leer, espero que os haya gustado. Este es uno de mis primeros relatos y le tengo mucho aprecio.
Besos y deseos de que no os atropelle un autobús,
Héctor.
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