Cap. 5- Quizás podamos llegar a un acuerdo
―Caspian nunca haría algo así. Tiene que haber un error ―Aeryn y su tío habían salido de la sala del trono y ahora se encontraban en una pequeña estancia, lejos de oídos indiscretos.
―Mi pequeña, yo soy el primer sorprendido. Entre él y esos "grandes reyes de antaño" han matado a ocho de nuestros hombres, ocho nobles soldados que solo pretendían rescatarlo. ―Se acercó a su sobrina―. Uno de ellos era el padre de tu amiga Greer...
La joven dejó escapar un sonido ahogado, no podía creerlo, no quería creerlo, conocía a Greer desde que eran niñas, sabía lo que debía de estar sufriendo en esos momentos y... ¿ Por culpa de Caspian? Negó con la cabeza, simplemente no podía ser cierto. Pero su tío nunca le mentiría, y menos sobre algo de semejante calibre.
―Pero, ¿por qué? Mi hermano no tiene motivos para aliarse con los antiguos narnianos ―Aeryn clavó una mirada angustiada en su interlocutor.
―No lo sé, querida. ―El hombre posó una mano en el hombro de la joven―. Quizás lo han hechizado, no sabemos de lo que son capaces esas criaturas. Ahora mismo, uno de esos reyes es prisionero en los calabozos, y no aparenta más de veinte años, cuando en realidad, debe de sobrepasar los mil. La magia negra corre por sus venas, son criaturas antinaturales, no sería sorprendente que hayan embrujado a tu hermano. O quizás, simplemente se ha dejado engañar por sus artimañas, sabes que Caspian siempre ha sido un poco ingenuo.
―Me niego a creerlo. ―La princesa se cruzó de brazos, la confusión y la tristeza comenzaban a dejar lugar a la indignación y la cólera―. Si se demuestra que Caspian es un traidor, lo condenarán a muerte no tendrán en cuenta que esté hechizado o haya sido engañado, o... lo que sea ¡No podemos dejar que eso pase!
―Aeryn, sé que es difícil, pero te juro que yo nunca te engañaría, eres como mi propia hija, sabes que daría mi vida por ti ―Miraz clavó sus ojos en los de ella, cargando su mirada de cariño―. Te prometo que si das tu aprobación para que me nombren rey, haré todo lo que esté en mi mano para que Caspian tenga un juicio justo. Tenemos que estar juntos en esto, solo así podemos salvar a tu hermano.
La joven meditó las palabras de su tío. Quería llegar al fondo de todo eso, pero al mismo tiempo, tenía miedo de lo que podía llegar a averiguar, porque, ¿y si al final resultaba que Caspian sí los había traicionado? Por su mente pasó la imagen de su amiga Greer, quien ahora estaría llorando la muerte de su padre... No podría perdonarle algo así. Estaba totalmente desorientada, ya no sabía qué creer.
―Tienes mi apoyo ―habló finalmente.
―Has hecho bien, pequeña, te prometo que no te defraudaré ―Miraz abrazó a su sobrina. Una sonrisa triunfal asomó a su rostro justo en el momento en el que ella no pudo verlo.
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La coronación había sido rápida, sin demasiadas ostentaciones, a continuación, el nuevo rey había salido al palco principal para ser aclamado por el pueblo y, ahora, tanto él como los nobles más importantes de todo el reino, se encontraban celebrando una recepción para consagrar el reciente acontecimiento. Aunque sabían que una guerra estaba a punto de comenzar, sería de mala educación no organizar una pequeña fiesta en honor del nuevo rey.
En lugar de acudir a la gala, Aeryn se había retirado a sus aposentos. Tenía demasiado que asimilar, en apenas un día, habían declarado a Caspian traidor, Miraz se había proclamado monarca y, a ella la habían nombrado heredera legítima al trono.
Aún no había renunciado a creer en la inocencia de su hermano, pero sabía que una vez declarado traidor, poco podría hacer. Necesitaba pruebas para demostrar que él no había atacado a aquellos soldados, necesitaba testigos, pero encerrada en ese castillo no tenía manera de conseguirlos...
Una idea fugaz pasó por su mente. En realidad, sí había alguien en palacio que podría contarle lo sucedido. No lo pensó más, se levantó de la cama, cogió del vestidor una capa y salió de la habitación en dirección a las mazmorras.
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No sabía cuánto tiempo llevaba ahí encerrado, pero la poca luz que se filtraba entre los barrotes de su celda había desaparecido, dando lugar a una profunda penumbra, solo perturbada por el débil fulgor de las antorchas situadas en el corredor aledaño.
En todo el día, solo había recibido la visita de un centinela que le había arrojado un poco de pan duro antes de largarse despotricando maldiciones contra los narnianos. Ahora, Peter se encontraba tumbado en el incómodo camastro del calabozo, tratando de idear un plan para escapar de ahí. No estaba dispuesto a resignarse a ser utilizado como rehén. Sabía que sus hermanos no descansarían hasta rescatarlo, y eso lo intranquilizaba, no quería que se arriesgasen por él, cualquier mínimo error podía terminar con ellos haciéndole compañía en las mazmorras, o algo peor.
El eco de unos pasos descendiendo las escaleras lo sacó de sus pensamientos. Se incorporó con agilidad y se acercó a los barrotes de su celda para averiguar quién acudía a visitarlo. Al principio, apenas pudo distinguir poco más que el tintineo de una vela, aproximándose.
La figura siguió avanzando hasta detenerse justo en frente de su prisión. El mayor de los Pevensie no pudo ver el rostro de su visitante, pues permanecía oculto bajo la capucha de una elegante capa, sin embargo, por su indumentaria y sus formas, era obvio que se trataba de una mujer.
―Rey Peter el Magnífico, sumo monarca de Narnia ―una voz cargada de un fuerte tono sarcástico surgió del interior del capuchón―. Esperaba otra cosa ―añadió tras una breve pausa.
El aludido estaba a punto de replicar, pero entonces la figura dio un paso al frente, al tiempo que bajaba la capucha que la cubría, de manera que la escasa luz de la vela que portaba, se unió a la de las antorchas, iluminando su rostro y provocando que Peter se viera obligado a contener una mueca de asombro ante la belleza de la muchacha.
Era joven, probablemente uno o dos años menor que él. Una larga melena oscura, caía en cascada alrededor de sus hombros, llegando casi hasta la estrecha cintura. Las facciones de su semblante, perfectamente armónicas, todavía conservaban cierto aire de inocencia infantil, lo que hacía que sus ojos resultaran aún más chocantes, pues una frialdad nada acorde con el resto de su aspecto iluminaba esos dos luceros, verdes como esmeraldas. Era extraño, pero el rey juraría que había visto esos ojos antes, aunque no era capaz de recordar cuándo ni dónde.
―¿Es lo único que sabéis decir por aquí? ―preguntó el chico, devolviéndole a la joven la mirada de superioridad que ella le acababa de lanzar.
―¿Tienes idea de con quién estás hablando? ―añadió la muchacha, enarcando una ceja.
―Eres una telmarina, con eso me basta para saber que no te mereces mi "aprecio" ―respondió él encogiéndose de hombros.
―¿Alteza? ―La voz del doctor Cornelius surgió desde la celda situada en frente de la de Peter, lo había despertado la conversación entre ambos jóvenes.
La aludida se giró, sus ojos verdes se inundaron de odio cuando reconoció al que había sido el maestro de su hermano, ese que había confabulado con los narnianos para secuestrarlo y uno de los culpables de que ahora Caspian acabase de ser acusado de traición.
―No sé cómo tenéis la desfachatez de dirigiros a mí, después de lo que le habéis hecho a Caspian ―La voz de la princesa sonaba realmente fría.
―No sé qué os han contado, pero tenéis que saber que yo nunca haría nada que pudiese perjudicar a vuestro hermano ―contestó el hombre en tono suplicante.
―Entonces, tú eres Aeryn, la hermana de Caspian ―los interrumpió Peter, volviendo a captar la atención de la muchacha―. Ya veo que él se equivocaba al pensar que estarías prisionera.
La expresión de la princesa cambió completamente al escuchar el nombre de su hermano, adquiriendo un gesto esperanzado:
―Así que es cierto, ¿has estado con él?
Peter asintió, sorprendido por el repentino cambio en el semblante de la muchacha.
―¿Qué pretendéis de él?, ¿or qué lo habéis secuestrado? ―volvió a inquirir Aeryn.
―¡Secuestrado! ―exclamó el muchacho―. Nadie lo ha secuestrado. Tuvo que escapar de vuestro tío para que no lo asesinase.
―¡Cómo te atreves a decir eso! Miraz tenía razón, solo sabéis engañar y manipular a la gente. ―La joven empezaba a creer que había sido una mala idea bajar a las mazmorras.
―Mi princesa, por favor, os están engañando... ―Cornelius se acercó a los barrotes de su celda.
―¡Callaos! No estoy hablando con vos ―Aeryn se giró un momento para encarar al doctor, antes de volver dirigirse al mayor de los Pevensie―. ¿Dónde está? ¿A dónde os lo habéis llevado?
―¿De verdad piensas que te lo voy a decir? ―Peter enarcó una ceja. Tenía que reconocer que se sentía algo confuso, según lo que le había contado Caspian, se había hecho a la idea de que la princesa también sería una víctima de la ambición de Miraz. Sin embargo, estaba más que claro que ese no era el caso. A simple vista se apreciaba que, a diferencia de su hermano, Aeryn sí contaba con el amparo de su tío, pero, ¿por qué? Ella también representaba una amenaza en el deseo de Miraz por el trono. Algo no cuadraba.
―Ya, claro... ―La joven bajó la mirada. Necesitaba hablar con su hermano a toda costa, tenía que aclarar con él lo que estaba sucediendo. Pero, tal y como se estaba comportando con el rey narniano, no conseguiría que este la ayudara, debía cambiar de estrategia. Tomada la decisión, volvió a alzar el rostro, clavando su mirada en los ojos azules de su interlocutor―. Entonces, quizás podamos llegar a un acuerdo.
―No creo que me interese nada que una telmarina pueda ofrecerme ―respondió el muchacho, en tono desafiante.
Aeryn puso los ojos en blanco, menudo engreído.
―Como quieras. ―Se encogió de hombros―. Me ahorraré problemas si no te ayudo a escapar. ―Se dio la vuelta y comenzó a caminar, alejándose de la celda de Peter.
―¡Espera! ―No había dado ni un par de pasos, cuando oyó la voz del muchacho, reclamándola―. Explica eso de ayudarme a escapar.
La joven se giró y le dedicó una mirada de superioridad al chico:
―Creía que no estabas interesado en nada que una "telmarina" pudiera ofrecerte ―inquirió con un deje jocoso.
Peter apretó los dientes, esa chica lo estaba sacando de quicio, pero no podía permitirse ignorar su oferta:
―Digamos que estoy dispuesto a hacer una excepción ―comenzó a hablar el muchacho―. ¿Qué querrías a cambio?
Aeryn sonrió triunfalmente, por fin comenzaba a sacar algo de esa conversación:
―Solo que me lleves hasta Caspian.
El joven permaneció en silencio un momento. Era demasiado peligroso llevarla hasta el Altozano, en cualquier momento podría volver atrás y rebelar al enemigo el escondite de los narnianos... Pero, por otra parte, quedarse encerrado sin hacer nada era igual, o incluso más arriesgado, su valor como rehén era incalculable, no podía permitir que los telmarinos contasen con él como ventaja.
Observó a la joven, que aguardaba expectante su respuesta. ¿Por qué dudaba tanto? Pensándolo bien, él tenía todas las de ganar, ¿qué podría hacer una cría caprichosa contra un rey de Narnia una vez que estuvieran lejos del castillo?
―Está bien, te llevaré ―contestó finalmente―. ¿Cómo vas a sacarme de aquí?
―Eso déjamelo a mí ―intervino ella con una sonrisa deslumbrante―. En dos días a esta misma hora, vendré a por ti, intenta no hacer ninguna tontería hasta entonces.
―Por si no te has dado cuenta ―comenzó a hablar él―, estoy encerrado en una celda, ¡qué tontería podría hacer! ―preguntó, viendo como la joven se daba la vuelta y se dirigía hacia las escaleras que constituían la salida de las mazmorras.
Ella puso los ojos en blanco, ya por segunda vez durante su conversación con el rey. ¿Ni siquiera tras prometerle que lo iba a ayudar, pensaba rebajar un poco ese orgullo?
―Estoy segura de que, si te lo propusieras, podrías echar todo mi plan por tierra sin ni siquiera salir de ese calabozo ―le dijo ella girándose un momento, y cargando su voz de un acusado tono irónico.
Dicho esto volvió a encaminarse a la salida, no sin antes dirigirle una mirada de desprecio al doctor Cornelius, que había permanecido en silencio, no queriendo que su intervención provocase que la princesa se echase atrás en su decisión de ayudar al mayor de los Pevensie.
Peter la observó alejarse, algo confuso ¿Se acababa de burlar de él, o le había hecho un cumplido?
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