Cap. 19- Quién eres en realidad
Desde el primer instante en que sus miradas se cruzaron, se había sentido fascinado por la belleza de la princesa. Al fin y al cabo, tenía diecinueve años y, por muy rey narniano que fuera, no podía evitar que sus hormonas reaccionaran ante una chica guapa.
Pero el tiempo que habían pasado juntos le había demostrado que lo que sentía por ella era mucho más que simple atracción.
Había salido con muchas chicas en Inglaterra, pero ninguna le había hecho experimentar todas las sensaciones que podía llegar a sentir en tan solo cinco minutos con Aeryn. Nunca antes nadie había sido capaz de sacarlo de sus casillas como ella lo hacía, de irritarlo hasta límites insospechados, y luego hacer que se sintiera terriblemente culpable. Nunca antes había sentido ese instinto de protección por nadie que no fuesen sus propios hermanos; un extraño impulso que lo llevaba a querer apartar a Aeryn de todo peligro y desgracia. Nunca antes había mirado a los ojos de otra persona, y había visto reflejados sus propios sentimientos, sus miedos y sus anhelos.
Por eso le había dolido tanto que ella hubiese huido del Altozano. Se había sentido traicionado por alguien por quien ya sentía un gran aprecio, a pesar de que, por aquel entonces, aún se negaba a reconocerlo.
Pero ahora todo eso daba igual. Aeryn estaba con ellos, era su aliada, su amiga, y su compañera.
Le había sorprendido el beso, sobre todo porque en aquel momento, era lo último que hubiese esperado. Pero una vez pasada la sorpresa inicial, no pudo evitar recriminarse a sí mismo no haber sido él el primero en tomar la iniciativa, pues llevaba demasiado tiempo deseando hacer eso, deseando posar sus labios sobre los de Aeryn, deseando descubrir el sabor de esa insolente princesita, deseando explorar cada centímetro de ese hermoso cuerpo.
Así, tras el primer segundo de asombro, no había tardado en reaccionar. Era la primera vez en su vida que estaba tan seguro de algo. Decidió dejar de autoengañarse y, siendo perfectamente consciente de lo que hacía, la había cogido por la cintura, acercándola a él, dispuesto a disfrutar de ese instante. Todo lo que le importaba era ella, su suave tacto, su dulce aroma, sus carnosos labios...
Ahora la tenía justo en frente, la espalda de la chica estaba apoyada contra la fría pared del Altozano, y sus delicadas manos seguían enredadas entre el pelo del muchacho.
Él había apoyado ambos brazos en el muro de piedra, uno a cada lado de la muchacha, mientras sus labios continuaban fundidos en un apasionado beso.
Peter no pudo evitar reparar en la facilidad con la que ella lo correspondía, era evidente que no era su primer beso, y aunque al principio le sorprendió, sabía que no podía reprocharle nada..., ni quería; ambos tenían un pasado, ¿y qué? Lo que importaba era que, en ese momento, tan solo se pertenecían el uno al otro.
A cada minuto que pasaba, sus besos se volvían más ardientes y fogosos, provocando que ambos perdieran toda noción de la realidad que los rodeaba.
El rubio exploraba el cuello de la chica con su boca, acariciando con sus labios esa suave piel y deleitándose en su delicioso tacto.
Aeryn no pudo evitar que se le escapase un leve suspiro. Tenía los ojos cerrados y sentía como su corazón se aceleraba a la vez que una onda de energía se extendía por cada rincón de su cuerpo.
Al percibir la reacción de la joven, Peter sonrió pícaramente. Levantó el rostro y, de nuevo la cogió por la cintura, eliminando por completo cualquier separación entre ellos. Volvió a besarla, esta vez incluso con más pasión que las precedentes, si es que eso era posible.
Las manos de Aeryn recorrían la espalda del rey, para poco después, dirigirse al torneado pecho del muchacho. Peter volvió a sonreír, sin despegar sus labios de los de ella.
A pesar de la suave brisa nocturna, no podía evitar sentir como un ardiente fervor inundaba todos los recovecos de su ser, estaba acalorado y su respiración se había acelerado considerablemente.
La princesa pasó los brazos alrededor del cuello del chico acercando sus rostros para poder besarlo de nuevo.
Peter no se hizo de rogar; le encantaba el sabor de los labios de Aeryn, tan dulce y sutil. Sentía como las manos de ella descendían a su tórax, y lo exploraban con pasión y delicadeza al mismo tiempo.
Las suyas, por otra parte, jugaban con el sedoso cabello de la joven, sin dejar de besarla en ningún momento.
―Ejem.
Una tosecilla a su lado logró que ambos giraran la cabeza repentinamente, hacia la pequeña abertura en la pared, que servía de acceso al interior del montículo.
―Lamento interrumpir ―comentó Edmund en tono divertido, y sin poder disimular una pícara sonrisa.
Peter y Aeryn se separaron de golpe, azorados, y sin saber ni a dónde mirar.
―¿Desde cuándo eres tan sigiloso? ―inquirió el rubio con fingida indiferencia, tratando de camuflar el rubor que le teñía las mejillas.
Edmund se encogió de hombros. No podía contener la sonrisa, la escena que tenía delante era épica: tanto Peter como Aeryn estaban aún colorados y agitados debido al reciente arrebato pasional, pero también abochornados por haber sido sorprendidos en esa situación. Era gracioso ver en ese estado de turbación a dos personas que, por lo habitual, solían mantener una actitud bastante altiva.
―Bueno, hice bastante ruido mientras subía, hasta tropecé un par de veces en el último escalón ―bromeó el moreno―, pero estabais ocupados, es normal que no me escucharais ―les guiñó un ojo a ambos.
Peter enarcó una ceja. De repente su hermano se había vuelto muy graciosito. A continuación, relajó su expresión. No era capaz de enfadarse, se sentía demasiado feliz, demasiado eufórico como para que nada lo molestase. No estaba seguro de cuánto tiempo habría pasado desde que Aeryn le había dado ese primer y repentino beso, pero aunque a él los minutos se le hubieran pasado volando, los demás no tenían una chica preciosa con la que estar y, tarde o temprano, lo acabarían echando en falta. Al fin y al cabo, era el sumo monarca, y eso conllevaba ciertas obligaciones.
Esbozó una sonrisa condescendiente.
―¿Y bien?¿A qué debemos el honor de tu presencia? ―preguntó el rubio.
―Glenstorm* quiere hablar contigo, ha dicho que es importante ―comentó Edmund espontáneamente.
―De acuerdo, iré ahora ―contestó Peter un poco decepcionado, pues no le apetecía alejarse de la chica. La miró un momento con ternura y luego volvió a dirigir los ojos hacia su hermano―. ¿Acompañas a Aeryn a los aposentos de Susan y Lucy?
La aludida adoptó una expresión entre ofendida y atribulada. No era una cría que necesitara niñeras.
―No hace falta que molestes a tu hermano, Peter, puedo ir sola sin problema ―intervino ella.
―¡Si no es ninguna molestia! ―le dijo un divertido Edmund a la chica, para luego volver a fijarse en Peter―. Vete tranquilo, ya me ocupo yo de la dama.
El rubio dedicó una última mirada de disculpa a Aeryn, antes de desaparecer.
---
―De verdad que no hace falta que me acompañes, conozco el camino ―insistió Aeryn en cuanto Peter se hubo marchado.
La sonrisilla burlona que Edmund le dedicaba estaba empezando a ponerla nerviosa, y eso, sumado al hecho de que había sido él quién los había sorprendido minutos antes, hacía que no se sintiera del todo cómoda ante el joven rey.
―Pero prefiero acompañarte ―respondió él―, ya sabes, por si acaso te pierdes, y por casualidad acabas de nuevo en el catillo telmarino ―añadió con cierta ironía, pero sin perder el tono divertido.
La chica enarcó una ceja. Ya había olvidado dicho episodio.
«¡Genial! Otro motivo para estar incómoda con él», pensó―. Bueno, creo que te debo una disculpa por aquello ―aceptó.
Edmund soltó una pequeña carcajada.
―Era broma, ya está todo olvidado ―contestó con un gesto de mano, restándole importancia―. Venga, vamos adentro, aquí hace un poco de frío ―dijo al tiempo que entraba en el interior del montículo, seguido de la princesa―, aunque, a lo mejor tú aún no te has dado cuenta ―añadió con otra sonrisilla burlona.
La chica soltó un pequeño resoplido. A primera vista, nunca hubiese dicho que el muchacho que caminaba a su lado pudiese llegar a ser tan graciosillo. Pero, siendo sinceros, el chico tenía razón, todavía sentía la sangre corriendo a toda velocidad por su cuerpo.
Una sonrisa involuntaria asomó a su rostro al recordar lo vivido con Peter minutos antes.
―Entonces, ente tú y mi hermano, todo bien ¿no? ―volvió a comentar―, la verdad que no me extraña, desde que llegaste aquí la primera vez, supe que Peter estaba colado por ti, ¡vamos! la cara de preocupación que tenía era épica, tendrías que haberlo visto... Aunque claro, no podías, estabas inconsciente...
―¿Siempre hablas tanto? ―lo interrumpió la chica. Pero en lugar de utilizar un tono cortante, su voz sonó burlona y divertida.
―Solo cuando pillo a una chica guapa con Peter ―contestó él guasonamente―, aunque eso no ocurre muy a menudo ―añadió guiñándole un ojo.
A Aeryn le costaba contener la risa.
―No te pareces nada a tu hermano ―comentó, sorprendida con la actitud tan desenvuelta de Edmund.
―Lo sé, yo soy mucho más guapo ―respondió con fingida petulancia.
La princesa ya no pudo evitar una suave carcajada.
―Creo que me he equivocado, ya veo el parecido ―se corrigió.
―¿Ah sí? ¿En qué? ¿En nuestro evidente porte regio, quizás? ―inquirió.
―No ―contestó ella―, en lo creídos que sois ―dijo, devolviéndole la sonrisilla divertida que él le había estado dedicando todo el rato.
―Touché. ―Edmund se llevó una mano al pecho en un dramático gesto.
Continuaron hablando mientras avanzaban por las distintas galerías del Altozano. A Edmund no le extrañaba que Peter se hubiese colado por Aeryn. Ambos eran tal para cual, nunca en su vida, había conocido a dos personas tan parecidas.
Aeryn ya no se sentía para nada incómoda estando con Edmund. La actitud franca y desenvuelta del muchacho, hacía que resultase muy sencillo hablar con él, a pesar de que, por el momento, solo lo había conocido en su faceta risueña, no era difícil entrever que se trataba de una persona honrada y ecuánime, pero, sobre todo, valiente, como todos los Pevensie.
Tras doblar una esquina, Edmund se detuvo un instante, la nueva galería no le sonaba de nada, ¿se habría equivocado de camino?
―¿Qué ocurre? ―preguntó la telmarina, al ver al chico parado.
―No te rías ―dijo él―, pero creo que nos hemos perdido.
―¿En serio? ―volvió a inquirir ella. Hasta el momento se había dejado llevar por el muchacho, quizás le estuviese tomando el pelo, tal y como era, no le extrañaría.
―En serio ―respondió él―, no sé, quizás me equivoqué al escoger algún corredor ―agregó mientras seguía escrutando los alrededores.
En el interior del Altozano, toda la iluminación provenía de las antorchas colocadas a intervalos irregulares en las paredes de piedra, por lo que a muchas zonas apenas llegaba luz, provocando que estas quedasen envueltas en sombras.
El pasillo que tenían delante no era una excepción, de hecho, parecía incluso más oscuro que los precedentes.
―Le puede pasar a cualquiera ―dijo la chica, restándole importancia―, volvamos por donde hemos venido.
El chico volvió a echar un vistazo al oscuro corredor. Había algo que no le terminaba de cuadrar: le costaba creer que después de tanto tiempo explorando el Altozano a diario todavía quedaran recovecos desconocidos para él.
Se llevó una mano a la nuca en un gesto de extrañeza.
―¿Edmund? ―lo llamó Aeryn.
El aludido se dio la vuelta y recompuso su mejor expresión despreocupada.
―Sí, claro, buena idea ―dijo.
Juntos, echaron a andar de nuevo. Con un poco de suerte no tardarían en llegar a alguna zona conocida, o en encontrar a alguien que los pudiera orientar un poco.
Tras otro largo rato avanzando, el camino cada vez les resultaba más desconocido.
Edmund comenzaba a sentirse nervioso, y podía percibir como su compañera estaba igual de desconcertada que él. ¡Eso ya no tenía ningún sentido! El Altozano no era tan grande, y además era imposible que todavía no se hubiesen encontrado a nadie, ¿dónde se había metido todo el mundo?
Una especie de siseo ahogado se escuchó a espaldas de ambos jóvenes, provocando que estos se giraran de golpe. Sin embargo, sus ojos solo se toparon con la oscuridad, cada vez mayor.
―¿Tú también lo has oído? ―le preguntó la princesa al chico en un tono de voz apenas audible, contagiada de la calma casi artificial que los rodeaba.
Él asintió.
―No te separes de mí ―susurró Edmund.
No habían dado ni un par de pasos, cuando comenzaron a sentir como un repentino frío, se abría paso entre sus ropas, calándolos hasta los huesos. Una sensación ya familiar para la joven princesa.
Dirigió a Edmund una mirada asustada.
―Espectros. ―Asintió él en respuesta a la pregunta no pronunciada de la telmarina. Se llevó una mano al cinturón, y desenvainando su espada, preparándose para lo que se avecinaba.
La escasa luz de las antorchas apenas llegaba para iluminar el espacio en el que encontraban, dejándolos a ambos recluidos en un pequeño círculo, tan solo rodeados de oscuridad. El silencio se cernía sobre ellos como un pesado manto, cargando el ambiente cada vez más.
Mientras escrutaban la penumbra circundante, permanecían callados, sin apenas atreverse a respirar.
Por fin, Edmund había comprendido lo que sucedía, no importaba cuanto avanzaran, pues siempre estarían en el mismo lugar. No sabía exactamente en qué momento había ocurrido, pero estaba seguro de que habían caído en una trampa, eran presa de un hechizo, un hechizo que un espectro no podía formular. Alguien más los acechaba desde las sombras y, lo peor de todo, era que no podían hacer nada.
Solo les quedaba aguardar a que el enemigo se decidiese a manifestarse.
---
―¿Quién anda ahí? ―inquirió el rey narniano, tratando de distinguir algo a través de la oscuridad.
Aunque no obtuvo ninguna respuesta verbal, el inconfundible sonido producido por la tela de una capa al rozar el suelo fue más que suficiente para indicarle que no estaban solos.
Tras unos segundos más de tensión, una extraña figura hizo acto de presencia desde las sombras que los rodeaban. Caminaba encorvada, y un manto negro la cubría casi por completo, impidiendo que los jóvenes pudieran distinguirla con claridad. Pero, a pesar de la incertidumbre que este ser les provocaba, fue la criatura que venía detrás las que mayor pavor les causó. Un espectro.
―Ella tenía razón..., siempre la tiene. ―La primera figura se había adelantado, dejando al espectro atrás―. Puedo sentir el poder.
Cuando la criatura estuvo más cerca de ellos, el pequeño círculo de luz que los rodeaba le dio de lleno en el rostro.
Los ojos de Edmund se abrieron desmesuradamente en un gesto de sorpresa: era la arpía contra la que había luchado Peter horas antes en la Mesa de Piedra. Creía que la había matado... Aunque, pensándolo bien, no recordaba haber visto su cadáver.
Seguro que había sido ella la que les había tendido esa trampa. Las arpías contaban con un limitado poder mágico, suficiente para lanzar esa clase de hechizos.
―Retira el hechizo, y puede que te deje vivir ―amenazó el joven rey, al tiempo que alzaba su espada en dirección a la criatura.
Un sonido estridente y horripilante que podría ser interpretado como una carcajada salió de la garganta de la arpía.
―No me hagáis reír principito ―comentó la criatura―, el único que no va a sobrevivir aquí sois vos si no os apartáis y nos entregáis a la joven.
El rostro del rey se contrajo en una expresión desconfiada, giró la cabeza un momento y miró a Aeryn, que parecía igual de desconcertada que él.
Cambió de gesto, intentando transmitirle cierta confianza. Lo peor que podían hacer estando tan cerca de un espectro era perder los nervios. Además, estaba seguro de que Peter lo mataría si se enteraba de que le sucedía algo a la chica mientras él la custodiaba.
El espectro seguía recluido unos metros por detrás de la arpía, como si estuviese esperando una orden de esta para atacar.
Aeryn no daba crédito a lo que oía, ¿a qué venía eso? ¿Por qué estaba interesada en ella esa criatura?
Observó como Edmund la miraba un momento, esbozando una sonrisa forzada y, a continuación, daba un paso, colocándose entre ella y sus enemigos.
―Muy bien. ―La estridente voz de la arpía volvió a romper el artificial silencio que se había formado―. Si queréis hacerlo por las malas...
Apenas terminó de pronunciar estas palabras, cuando el espectro rebasó la distancia que los separaba y se acercó a ellos, enarbolando su espada.
Edmund fue rápido e interpuso la suya justo a tiempo de evitar un golpe que podría haber acabado con su vida. Pero ninguno de los dos pensaba rendirse con tan solo un ataque, así que en seguida volvieron a blandir sus espadas, enzarzándose en un aciago duelo.
Mientras el joven se esforzaba por contener al espectro, Aeryn era testigo de cómo la arpía se acercaba a ella.
Maldijo por lo bajo al darse cuenta de que estaba completamente desarmada... Ya era la tercera vez que le sucedía eso, ¡es que nunca aprendía!
«Si salgo de esta, no pienso separarme de una buena espada ni para dormir».
―Ven conmigo muchacha, no voy a hacerte daño.
―¿Qué queréis de mí? ―preguntó la princesa en un tono que sonó mucho más firme y valiente de lo que en realidad se sentía.
―Solo mostrarte quién eres en realidad.
A medida que la criatura se le iba acercando, ella retrocedía con paso lento, sin apartar la mirada de su adversaria en ningún momento. Era consciente de que muy cerca de ellas, Edmund mantenía un combate a muerte con el espectro, lo último que necesitaba el muchacho era que la arpía también se abalanzase sobre él. Tenía que entretenerla como fuera.
―¿De qué hablas? ―inquirió la princesa.
―Tu destino se escribió incluso antes de que hubieras nacido. ―La criatura sonrió tétricamente―. No debes temernos, nosotros podemos ayudarte a aferrarte a él.
Aeryn alzó la vista un momento. Edmund llevaba ventaja, el espectro estaba herido y prácticamente acorralado.
Por suerte, la arpía estaba de espaldas a los combatientes y no se había percatado de la precaria situación de su aliado. Solo necesitaba distraerla un poco más, lo justo para que el Pevensie terminara con su oponente.
No se creía una palabra de lo que la arpía le estaba contando, pero necesitaba que esta no se diera cuenta de ello. Era una buena actriz, siempre lo había sido, si podía hacer creer a cuatro institutrices distintas que se encontraba demasiado enferma como para acudir a clases de bordado, también podría engañar a esa arpía.
―Princesa, ¿nunca habéis sentido que sois diferente? ―volvió a hablar la criatura.
Aeryn compuso una expresión convincentemente confusa:
―¿A dónde me llevaríais?
En el deforme rostro de la arpía se dibujó una sonrisa de triunfo. Extendió una mano hacia la princesa.
―Con la auténtica rein...
Nunca llegó a terminar la frase, pues la espada de Edmund le atravesó la garganta, acallándola para siempre. El cuerpo de la criatura se desplomó inerte en el suelo y, en ese mismo instante, el espacio que los rodeaba comenzó a cambiar, regresando a su aspecto real.
Con la muerte de la arpía también el hechizo había desaparecido.
Edmund extrajo su arma del cadáver y limpió la sangre en el manto de la arpía.
―¿Estás bien? ―preguntó con voz jadeante, a consecuencia del esfuerzo que acababa de realizar.
―Yo sí ―contestó Aeryn―. ¿Y tú? ―inquirió preocupada, el chico acaba de enfrentarse a un espectro.
―Solo un poco agotado, pero por suerte no me han herido ―respondió, al tiempo que envainaba su espada.
Observaron detenidamente a su alrededor, ubicándose de nuevo e intentando extraer algo coherente de la situación que acababan de vivir.
―Volvamos con los demás ―habló Edmund finalmente.
Aeryn asintió y siguió al muchacho. No pasó mucho tiempo antes de que él volviera a tomar la palabra.
―Oye, Aeryn, no quiero ser pesado, sé que lo has pasado muy mal estos días con lo de Caspian, y luego Miraz y todo eso... ―Edmund hablaba de manera un poco atropellada, como si no estuviese seguro de lo que quería decir exactamente―, pero tengo que preguntarte...
―Qué me dijo la arpía mientras tú luchabas contra el espectro. ―La princesa terminó la frase por él.
Edmund se detuvo, ya estaban casi en frente de la pequeña habitación que sus hermanas compartían con la telmarina.
―Sí ―dijo―, bueno, es que no me explico porque unos discípulos de la Bruja Blanca querían que te fueras con ellos.
El chico se llevó las dos manos a la nuca, al tiempo que dirigía la mirada al techo. Había desarrollado la costumbre de adoptar esa postura cada vez que no entendía algo, como si sobre su cabeza fuese a encontrar las respuestas que por sí mismo no era capaz de descubrir.
Aeryn suspiró y se encogió de hombros.
―Créeme, Edmund, yo tampoco lo entiendo ―contestó la chica―, realmente no me dijo nada con sentido, solo tonterías sobre mi destino y que ellos no eran el enemigo...
―Ya veo... ―murmuró el rey volviendo a mirar a su interlocutora. Seguía sin comprender nada de lo sucedido y cuantas más vueltas le daba, más dudas le surgían.
―¿Te puedo pedir un favor? ―preguntó Aeryn tras un breve instante de silencio.
―Por supuesto, lo que sea ―contestó Edmund recuperando su sonrisa despreocupada―, nos hemos enfrentado juntos a un espectro y a una arpía, ya somos compañeros de peripecias, nos une el vínculo de la victoria ―dijo alzando el puño en un gesto melodramático.
La princesa no pudo contener una carcajada.
―Tú te enfrentaste a ellos, yo no hice nada ―puntualizó divertida―. En fin, creo que no deberíamos preocupar a Peter con lo sucedido hasta que se solucione lo de Miraz y los telmarinos. Ya tiene demasiados problemas que atender ―explicó en un tono más serio.
―Ya, yo también lo había pensado ―contestó Edmund. Ante lo que Aeryn asintió, satisfecha con la respuesta―. Bueno, ya he cumplido con mi misión, te dejo sana y salva. ―Esbozó una sonrisa―. Te aconsejo que descanses, mañana será un día... complicado.
―Lo sé ―respondió ella, consciente de que su padre no tardaría en enviar a sus tropas contra ellos. Se acercó a la puerta de la pequeña habitación y posó su mano sobre el pomo―. Hasta mañana ―dijo girándose un momento y dedicándole una sonrisa de agradecimiento, que él enseguida le devolvió.
Edmund no se movió del sitio hasta que observó a la princesa entrar en la alcoba.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top