Cap. 13- La guerra estaría perdida incluso antes de comenzar

Edmund recorría las intrincadas galerías del Altozano buscando a Peter. Desde que él y los demás habían llegado un par de horas atrás, aún no había tenido ocasión de ponerlo al corriente de todo lo sucedido tras su captura.

Dobló la esquina del corredor, de manera que dio a parar a otro, prácticamente desierto, excepto por una solitaria figura situada al final del pasillo. Al acercarse más, pudo comprobar que se trataba de la hermana de Caspian. Al parecer, por fin había despertado. La joven se había vuelto a poner la capa que llevaba cuando la trajeron y miraba a su alrededor desorientada. La verdad, no era de extrañar, ese lugar constituía un auténtico laberinto.

―¡Hola! ―exclamó Edmund, llamando la atención de la muchacha―. Aeryn, ¿verdad? ―preguntó.

―Sí ―respondió ella con un deje de desconfianza. Nunca antes había visto a ese chico―. ¿Y tú eres?

―Rey Edmund, el Justo, aunque puedes llamarme solo Edmund. ―Se acercó a la joven tendiéndole una mano a modo de saludo, que ella estrechó, no muy convencida―. Me alegra ver que ya estás bien, el veneno de los espectros no es algo para tomarse a la ligera ―añadió sonriendo.

―Gracias ―respondió Aeryn―. Esto... ¿Podrías indicarme por dónde se sale al exterior? ―preguntó―. Necesito tomar un poco el aire ―añadió, ante la mirada inquisitiva del joven rey.

―Claro, te entiendo, este lugar puede resultar agobiante ―contestó Edmund. Tras lo cual, le explicó a la princesa como salir del interior del montículo y luego se despidió de ella, para continuar buscando a Peter.

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Ya había transcurrido casi una hora desde que Caspian había dejado a Aeryn sola, por lo que, harto de esperar, se encaminaba de vuelta a la habitación donde su hermana descansaba. Necesitaba saber qué conclusiones había sacado la chica tras su discurso.

Petó a la puerta que daba a la pequeña estancia donde la joven se había quedado, pero no hubo respuesta, insistió un par de veces más, obteniendo exactamente el mismo resultado. Entró entonces por su cuenta, comprobando así, que la habitación estaba vacía. Quizás la chica se había cansado de estar sola. Se dispuso a buscarla, pero tras varios minutos de exploración seguía sin haber rastro de ella.

Llegó a la puerta de la recámara que Edmund había habilitado a modo de despacho. Aunque tan solo contaba con una mesa, un par de sillas y un gran mapa de toda Narnia y alrededores, era más que suficiente para organizar a los narnianos. Sabía que el Justo y Peter estaban en ese momento en el interior, esperaba que Peter le dijera dónde estaba Aeryn, al fin y al cabo, él era la única persona a la que la joven conocía ahí, aparte de él mismo.

―Perdonad que moleste ―dijo tras asomarse al interior―. Estoy buscando a Aeryn, me preguntaba si tú sabías donde estaba ―inquirió, mirando a Peter.

El aludido arqueó las cejas.

―No ―respondió―. Pensaba que tú estabas con ella.

Caspian resopló, iba a marcharse, pero cuando se estaba dando la vuelta, Edmund habló:

―Yo la he visto hace un rato ―dijo―. Me preguntó cómo salir al exterior ―añadió encogiéndose de hombros.

Tanto Caspian como Peter cruzaron una mirada de preocupación. Al contrario que Edmund, los dos sabían que Aeryn no confiaba en los narnianos, que le era leal a Miraz. Eso solo podía significar una cosa.

Sin necesidad de decirse nada, ambos chicos echaron a correr en dirección a la salida del montículo, dejando a un Edmund totalmente perplejo, que no tardó en ir tras ellos. Cuando el joven rey alcanzó a su hermano y al príncipe, estos ya estaban en el exterior, buscando al encargado de cuidar a los caballos.

―¿Qué está pasando? ―preguntó Edmund, acercándose a Peter.

El chico iba a contestar, pero cuando vio al fauno que había estado a cargo de las monturas, este captó toda su atención. Se acercó a él, seguido de su hermano y de Caspian:

―¿Alguien ha cogido un caballo en la última hora? ―preguntó el rubio.

―Sí, majestad, la doncella que vino con vos esta mañana ―respondió el palafrenero.

El semblante de Peter adoptó una expresión de disgusto, al igual que el de Caspian. Aeryn había escapado, y con un buen caballo. No tardaría mucho en llegar al castillo, ella no tenía motivos para ocultarse de las patrullas telmarinas, por lo que podía atravesar la zona de construcción del puente en lugar de dar un rodeo como habían hecho antes. ¿Qué haría una vez que regresara a su hogar?, ¿develaría el escondite de los narnianos? Una cosa estaba clara, no podían permitirse correr ningún riesgo.

El rey miró a su hermano menor.

―Convoca una reunión urgente ―le pidió―, aquí ya no estamos a salvo.

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Sentía el viento rozarle las mejillas, y el sonido de los cascos del caballo chocando contra el suelo rítmicamente. El noble animal, apremiado por su amazona, galopaba a una velocidad asombrosa sorteando con agilidad los obstáculos que le salían al paso.

Aeryn había escapado fácilmente. Al parecer, Peter y Caspian no le habían revelado su identidad al resto de los narnianos. Eso contribuyó a facilitarle las cosas, esas criaturas sólo sabían que ella era una indefensa joven que había llegado al Altozano junto con dos de los grandes reyes. Nadie la había tomado por una enemiga y, en cuanto pidió que le dejaran un caballo, se apresuraron a complacerla.

Por más vueltas que le daba, no entendía como las cosas habían llegado a tal punto de necedad. A Caspian le habían lavado el cerebro, ¡intentó hacerla creer que Miraz había ordenado su asesinato! Eso era una soberana tontería, ¡cómo iba su tío a matar a Caspian! Si lo había criado como a un hijo... Si fuera cierto que la única ambición de su tío era el trono, también se habría deshecho de ella a la primera oportunidad, pero, en cambio, y pesar de tener un hijo propio, la había nombrado heredera legítima. ¿Es que Caspian no podía entenderlo? Miraz no quería hacerles daño, sólo quería protegerlos, ¿¡porqué narices su hermano había llegado a ser tan idiota como para confiar antes en un montón de criaturas extrañas, que en su propia familia!?

Estaba enfadada con los narnianos por haber manipulado a su hermano; con Caspian por dejarse engatusar como un niño pequeño, y consigo misma, por haber liberado a Peter y haber emprendido esa locura de viaje... No solo no había logrado absolutamente nada, sino que aún por encima, había arriesgado la seguridad de su reino devolviéndole a sus enemigos a alguien sumamente importante para ellos.

Pero, por encima de todas esas cuestiones, había algo que conseguía indignarla como nunca antes lo habían hecho. Por un momento, había llegado a pensar que quizás Peter no sólo la ayudaba por interés... que quizás, en el fondo, él se preocupaba por ella, como le había demostrado al salvarla del espectro, o al arroparla para que no muriese congelada. Por un momento se había permitido bajar la guardia y había creído que quizás, y sólo quizás, estaba empezando a sentir algo por ese estúpido, engreído, arrogante, presumido y, guapísimo rey narniano.

Pero ya todo daba igual.

En su breve recorrido por el Altozano había visto el almacén repleto de una gran cantidad de armas robadas a los telmarinos. Había sido testigo de cómo los narnianos se preparaban para la guerra, y lo peor de todo era que Caspian estaba con ellos... con esos vulgares ladrones y traidores, ayudándolos, como si fuese lo más normal de mundo.

No podía permitirlo, tenía que llegar cuanto antes y prevenir a su tío del inminente ataque, tenía que salvar a su gente. Por muy difícil que le resultase abandonar a su hermano, ella era una princesa, y el bienestar de su pueblo estaba por encima del suyo propio. Además, Caspian se lo había buscado, ella ya no podía hacer nada más por ayudarlo.

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―¡Cómo que aún no la habéis encontrado! ―Miraz dio un golpe con el puño en la mesa de su despacho al tiempo que se levantaba de la silla, completamente enfurecido.

Habían trascurrido seis días desde la desaparición de Aeryn, seis largos días durante los cuales las salidas en busca de la joven princesa se habían convertido en una prioridad para la guardia real.

―Lo siento, majestad ―murmuró el oficial que había tenido la mala suerte de ser el elegido para transmitirle la noticia al rey―, pero la última partida que habéis enviado acaba de regresar, y no hay rastro de la princesa, ni tampoco del prisionero.

―¡Pues volved a salir! ―ordenó.

―Pero, alteza, si el prisionero se la ha llevado, hay muy pocas posibilidades de que...

El vacilante discurso del soldado fue cortado por una intimidante mirada del rey.

―Ni se te ocurra decirlo ―siseó con rudeza―. Quiero que ahora mismo dispongas otra partida para encontrar a la princesa, y esta vez volveréis con ella, o yo mismo me encargaré de que tú y todos tus hombres paséis el resto de vuestras vidas en los calabozos.

―Como ordenéis majestad. ―El susodicho hizo una inclinación de cabeza antes de retirarse del despacho de Miraz.

En cuanto el soldado salió por la puerta, el rey se encaminó a su mesa y, al tiempo que profería un grito de exasperación, tiró todo lo que en ese momento se encontraba encima del escritorio, descargando así su frustración. A continuación, respiró hondo un par de veces, intentado serenarse. Las cosas no podían ir peor, sabía que Aeryn había escapado por su propia cuenta, y que se había llevado al sumo monarca con ella. No debió haber subestimado el amor de la joven hacia su hermano. No tenía que haberla dejado sin vigilancia. Pero su cariño hacia ella había podido más que su mente lógica.

Tenían que encontrarla fuera como fuera, no podía permitir que los narnianos y Caspian lograsen hacer que Aeryn se pasase a su bando.

El rey dejó que un leve suspiro escapase de sus labios. Al menos en ese sentido contaba con cierta ventaja, la joven había sido educada bajo sus propias premisas, ella lo quería como a un padre..., a esas penosas criaturas no les resultaría fácil hacer que se volviera contra él. Pero si lo lograban, si conseguían ponerla en su contra, si llegaban a descubrir el verdadero origen de la princesa... La guerra estaría perdida incluso antes de comenzar.

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