Cap. 11- No te das cuenta de nada
Los rayos del sol matutino se colaban en el interior de la caverna, creando un agradable efecto luminoso. Peter fue el primero en abrir los ojos. No pudo evitar sentirse algo extraño al darse cuenta de que había dormido prácticamente abrazado a Aeryn. La cabeza de la joven descansaba sobre su pecho, mientras que él le había pasado un brazo alrededor de los hombros.
Con mucho cuidado de no despertarla, se apartó un poco de la muchacha. Tenía que reconocer que, viéndola ahora así, dormida y sin ese carácter tan insolente de por medio, hasta parecía guapa. La larga y oscura melena se desperdigaba en suaves ondas alrededor del bello rostro y los carnosos labios estaban ligeramente entreabiertos, otorgándole cierta expresión relajada. Los ojos que ahora permanecían cerrados, habían quedado grabados en la memoria del chico como los más fascinantes que jamás hubiera visto, de un color verde, hermoso y vibrante, pero a la vez gélido e impertérrito... ¡A quién pretendía engañar! Era hermosa, muy hermosa.
Sin embargo, no dejaba de ser telmarina, una traidora a Narnia y, como bien había dado a entender, no sentía ningún remordimiento al respecto. De hecho, se empeñaba en negar todo lo que Peter intentaba hacerle ver. La única razón por la que todavía la aguantaba era porque si no la llevaba pronto con Caspian, su dichoso amiguito el soldado acabaría con el tutor del príncipe, algo que Peter no podía consentir, iba en contra de sus principios dejar que se sacrificaran vidas inocentes.
O al menos, eso quería creer.
Un leve chasquido proveniente del exterior de la caverna provocó que el rey aterrizase de nuevo en la realidad, dejando sus pensamientos para otro momento. Se incorporó en silencio y, antes de salir al exterior, agarró su arma. La luz del sol le dio de lleno en los ojos, cegándolo por un momento. Para cuando su vista se adaptó a la nueva iluminación, ya era demasiado tarde, el filo de una espada rozaba amenazantemente la parte de atrás de su cuello.
―Tira el arma y date la vuelta ―ordenó una voz masculina.
Peter decidió obedecer, no podía hacer otra cosa. Dejó su espada en el suelo y se giró lentamente, para que el asaltante no lo interpretara de forma amenazante. Cuando estuvieron cara a cara, una mueca de sorpresa se dibujó en los rostros de ambos chichos.
―¡Caspian! ―exclamó el rubio―. ¿Qué haces aquí?
―Te habían capturado, alguien tenía que rescatarte ―respondió el moreno sonriente, envainando su espada.
―¿Estás solo? ―preguntó Peter. Le extrañaba que un chico al que apenas conocía se arriesgase tanto por él, sobre todo porque era consciente de que no habían empezado con buen pie.
―No ―Caspian no pudo continuar con la explicación, en ese momento, Susan salió de entre los árboles, luciendo una expresión de inmensa felicidad.
―¡Peter! ―La joven corrió a los brazos de su hermano, quien correspondió el abrazo de manera inmediata.
―Te pedí que esperaras atrás. Podría haber sido un enemigo ―dijo el príncipe en tono reprobatorio, aunque con una sonrisa en el rostro.
―¿Desde cuándo acepto órdenes tuyas?, Caspian ―respondió ella divertida, al tiempo que se apartaba de su hermano.
Peter le dedicó una sonrisa a la joven, antes de dirigir la mirada a ambos:
―No entiendo qué hacéis aquí, ¿planeabais asaltar el castillo solos?
―No estamos solos, hemos conseguido la ayuda de los grifos ―respondió Susan―. Pasamos la noche cerca del río, pero cuando nos disponíamos a partir al castillo, Caspian encontró un rastro de pisadas humanas que nos trajeron hasta aquí. Me dijo que me quedara con los grifos, pero no me pareció seguro que se enfrentara él solo a un posible enemigo, así que lo seguí.
El rey, al igual que antes el telmarino, le dedicó una mirada reprobatoria a la muchacha. No le agradaba que se arriesgase sin necesidad.
―¿Cómo lograste escapar del castillo? ―intervino Caspian, quien se había situado en frente de Peter, y de espaldas a la entrada de la cueva―. Porque dudo mucho que te hayan soltado así, sin más ―añadió, con una mueca escéptica.
―Al parecer, no soy el único que tiene una hermana dispuesta a cualquier locura para reunirse con su familia ―contestó el aludido sonriendo.
El semblante del príncipe adoptó una expresión de sorpresa:
―¡Aeryn! ¿La has visto? ¿Está bien?
―Es mejor que se lo preguntes tú mismo ―Peter esbozó una sonrisa divertida. Acababa de ver a la princesa saliendo del interior de la caverna.
―¿Caspian? ―La voz de la muchacha sonó a espaldas del aludido, de manera que este se giró rápidamente para encontrarse cara a cara con su hermana―. ¡Caspian! ―Aeryn saltó a los brazos del chico, y ambos se fundieron en un fraternal abrazo, al igual que minutos antes habían hecho los Pevensie.
―Estaba tan preocupado por ti ―murmuró el príncipe aún con la cabeza oculta contra el cabello de su hermana.
Esa afirmación sorprendió a Aeryn. ¿Preocupado?, eso no tenía sentido, quien había desaparecido había sido él, ella era la que tenía que estar preocupada, no Caspian. Iba a replicar, cuando sintió una fuerte punzada en el hombro derecho. Una mueca de dolor se dibujó en su rostro.
Caspian, al darse cuenta de la incomodidad de su hermana, se apartó delicadamente de ella.
―Ryn, ¿estás bien? ―preguntó, al tiempo que colocaba ambas manos sobre los hombros de la joven.
―Claro, no es nada ―respondió ella intentando sonar convincente― ¡Ahh! ―Una segunda punzada de dolor, incluso más fuerte que la anterior, hizo que se doblara por la mitad.
Su hermano la cogió antes de que ella cayera al suelo, y la obligó a sentarse sobre una piedra que tenía al lado.
―Por favor deja de hacerte la valiente, y dime de una vez qué te pasa. ―El príncipe se agachó hasta colocarse a la altura de ella, le sujetó una mano entre las suyas y la miró seriamente.
Los Pevensie también se habían aproximado a los dos hermanos y observaban a la chica con expresiones preocupadas en el rostro. La joven se había puesto alarmantemente pálida.
―No lo sé, de repente ha comenzado a dolerme el hombro ―la voz le temblaba ligeramente. No se encontraba nada bien.
Al escuchar estas palabras, una imagen de la noche anterior apareció en la mente de Peter. El espectro en el acantilado, apuntando al hombro de Aeryn con su espada... Pero, no había llegado a tocarla, ¿verdad? Él lo había apartado a tiempo... O eso creía.
Rápidamente se acercó a la princesa.
―Aeryn, déjame ver tu hombro ―pidió, intentando que su voz sonase tranquila.
La aludida asintió, y Peter bajó un poco la manga del vestido de la muchacha, ante la atenta mirada de Caspian que no había soltado la mano de su hermana en ningún momento. Cuando la tela dejó de cubrir la zona dolorida, el rey pudo ver el origen del problema, alrededor de una pequeña herida, la piel de la joven había comenzado a oscurecerse y las venas se le marcaban de manera exagerada, también en un color negruzco.
Peter y Susan intercambiaron una mirada de alarma. Ambos sabían que solo la espada de un espectro podría provocar ese efecto, y lo peor aún estaba por llegar. El veneno de esas armas tardaba en manifestarse (por eso, hasta el momento, la joven no había sentido ningún dolor), pero una vez que lo hacía, se extendía con rapidez y eficacia.
―¿Y bien? ―Caspian miró a Peter, buscando una respuesta al estado de su hermana.
Peter, nervioso, se pasó una mano por el pelo, despeinándoselo aún más de lo que ya estaba. Lo que le pasaba a Aeryn era grave, muy grave, si no hacían algo pronto, no sobreviviría a esa noche.
―Un espectro logró envenenarla. Tenemos que llevarla al Altozano ahora mismo, la poción de Lucy es su única esperanza ―contestó mirando a Caspian y evitando la mirada de la princesa.
―¡¿Qué?! ¡No! ―saltó Aeryn―. Yo tengo que volver al castillo, y Caspian viene conmigo, ¿verdad? ―Miró al chico buscando su apoyo. El objetivo de ese viaje era encontrar a su hermano y llevarlo de vuelta con ella, para que pudiera defenderse y demostrar su inocencia. No podía permitir que la llevaran a la guarida de los narnianos, no quería que la embaucaran como habían hecho con Caspian. Tenía que volver con su familia, con su tío, seguro que él sabría cómo ayudarla.
―No hay tiempo para discusiones ―rogó Peter.
El telmarino asintió, ganándose así una mirada de sorpresa por parte de Aeryn. ¿Cómo podía confiar antes en los narnianos que en su propia familia?
―Yo no voy ―dijo la muchacha―. Caspian, atacaron a nuestros soldados, mataron al padre de Greer ―la voz le temblaba, tanto por la rabia, como por el dolor que le causaba el veneno, además, la vista se le comenzaba a nublar, pero no iba a darse por vencida. Esas criaturas eran salvajes no quería ir con ellos, y mucho menos permitir que volvieran a enredar a su hermano.
―Aeryn, no te das cuenta de nada, los narnianos no son como Miraz te ha hecho creer, ellos no son el enemigo. ―Caspian comenzaba a exasperarse, sabía que su hermana era demasiado obstinada.
La aludida lo miró enfadada. Caspian estaba peor de lo que había creído, ahora, hasta dudaba de su tío, la única persona que se había preocupado por ellos y los había cuidado desde que se habían quedado huérfanos.
―Te han lavado el cerebro, este que tengo delante no es mi hermano ―dijo la chica. Quiso echar a correr y volver a su hogar. Había sido una idiota, nunca debió haber iniciado ese viaje, pero ¿cómo iba a saber ella que Caspian estaría tan cambiado?
Y lo habría hecho, habría huido si no fuera porque, en cuanto se puso en pie, un acusado mareo comenzó a embargarla. Sentía que las piernas ya no la sostenían y apenas podía distinguir lo que tenía ante sus ojos.
Un segundo después había perdido el conocimiento. Caspian la cogió, evitando que la muchacha se golpeara contar el suelo.
―Vamos ―se limitó a decir. Acto seguido, llevando a su hermana en brazos, se encaminó al lugar donde sus nuevos aliados, los grifos, los aguardaban.
Los Pevensie lo siguieron con premura. El tiempo corría en su contra, si querían salvar a Aeryn debían apresurarse. En unos minutos dieron con los dos grifos que habían traído a Caspian y Susan. Esta vez, el príncipe subió a su hermana delante suya, mientras que Peter y Susan, montaron en el otro. Nada más estar listos, las criaturas alzaron el vuelo.
Aunque Peter se esforzaba por mantener la calma, no pudo evitar que Susan se percatase de la acusada preocupación que lo embargaba. No quería que Aeryn muriese, y aunque intentase convencerse de lo contrario, sabía que la amenaza de matar al doctor Cornelius no era la única razón que lo impulsaba a temer por la vida de la princesa.
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