Cap. 10- Hay muchas cosas que no sabes de mí, Peter Pevensie
Aeryn reaccionó apresurando el paso hasta colocarse a la altura de Peter, que avanzaba cautelosamente mientras su mirada escrutaba la oscuridad del bosque en busca del origen de su temor. Aferraba con fuerza su espada, aunque si sus sospechas se veían confirmadas, de poco servirían las armas.
―¿Puedes explicarme qué está pasando?
―Lo haré si bajas la voz ―respondió exasperado, como si estuviera hablando con un niño pequeño―. Han descubierto nuestra posición.
―Eso es imposible, Kieran se aseguró de que nadie pudiera seguirnos ―susurró ella.
―No me refiero a los telmarinos. No creo que sean seres humanos, ni siquiera.
Aeryn abrió los ojos de manera desmesurada. ¿No eran seres humanos?
Peter soltó un suspiro antes de seguir hablando:
―No todas las criaturas en Narnia son de naturaleza benévola. Cuando la Bruja Blanca gobernaba no era extraño encontrase con seres verdaderamente terroríficos como arpías, trasgos, ogros... Mis hermanas pudieron ver a muchos de estos cuando Aslan fue sacrificado en la Mesa de Piedra. Sin embargo, una vez que Jadis fue derrotada, la mayoría desaparecieron para siempre, junto con la energía oscura de la bruja que los había convocado a este mundo.
―¿Y qué tiene que ver eso con lo que está sucediendo ahora? ―La joven se había contagiado de la inquietud del chico y también miraba a todas partes, intentando averiguar de qué se suponía que estaban huyendo.
―El problema fue que algunas de esas criaturas no desaparecieron junto con la bruja, sino que se quedaron un tiempo, realizando verdaderos estragos y aterrorizando a todo ser vivo que se topaba en su camino. Aunque finalmente, y gracias a la ayuda de Aslan, logramos acabar con ellos ―Peter mantenía el tono de voz lo más bajo posible―. De todos esos seres, solo recuerdo unos, cuya sola esencia podía espantar a toda la fauna de un bosque, tal y como ahora está sucediendo.
―¿Cuáles? ―Los ojos verdes de la princesa brillaban con una mezcla de curiosidad y temor.
―Espectros ―sentenció el rey―. Criaturas horribles y muy peligrosas, sus espadas están envenenadas, y es verdaderamente complicado combatirlos, no solo porque son muy veloces y apenas visibles, sino también porque pueden escarbar en tu interior hasta encontrar tus más profundos miedos y usarlos en tu contra. Tan solo su presencia hace que te invada un terror irracional que muy pocos consiguen superar.
Con cada palabra que salía de los labios de Peter, el corazón de Aeryn se iba encogiendo cada vez más. Si la intención de su compañero era asustarla, podía darse por satisfecho porque lo había logrado.
―Si esos... espectros, son tan terribles como dices, ¿qué posibilidades tenemos contra ellos? ―inquirió.
―También tienen sus puntos débiles, con la luz del sol simplemente se esfuman, es algo increíble. Pero aún falta demasiado para que amanezca, así que nuestra mejor opción es el río, nunca los cruzan.
―¿Ahí nos dirigimos?
La pregunta obtuvo un asentimiento de cabeza por parte de Peter como respuesta.
Caminaron en absoluto silencio unos metros. Cuando el sonido del agua corriente llegó a sus oídos, el nudo de angustia que se había formado en el pecho de ambos jóvenes empezó a disiparse. No les faltaba mucho para alcanzar su meta.
El alivio fue efímero. En el instante en el que apenas habían comenzado a saborearlo, empezaron a sentir como el aire a su alrededor se congelaba a una velocidad desmesurada. Hacía frío, mucho frío, y una extraña neblina había ido apareciendo de manera imperceptible, hasta prácticamente impedir que pudiesen ver nada que estuviese más allá de sus propias narices.
Peter se detuvo, era inútil continuar. Los habían encontrado.
―No tardarán en venir ―informó a su compañera―, quédate detrás de mí y, sobre todo, intenta mantener la calma. Si huelen tu miedo, estás perdido ―le advirtió. No era que se preocupase demasiado por ella, pero si no la devolvía sana y salva al castillo telmarino, su amigo el soldado mataría al doctor Cornelius, y no pensaba permitir que eso sucediera.
Aeryn asintió y se colocó tras la espalda del chico. Apenas un segundo más tarde, pudo distinguir una especie de sombra avanzando a través de la niebla. No, no era una sombra, eran dos, y cada vez se aproximaban más. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, pudo apreciar que esos terroríficos seres tenían forma humana, o al menos eso creía, ya que iban completamente cubiertos con capas negras que apenas dejaban entrever las garras que asomaban bajo las mangas, mientras que los pies se deslizaban por la superficie del suelo, casi sin rozarlo. Además de las extremidades, lo único que se distinguía bajo los mantos eran unos espeluznantes ojos rojos. El conjunto era aterrador.
Pero no podía sentir miedo, porque si lo hacía estaba perdida. «Gran consejo, su majestad», pensó la joven, en un inapropiado arranque de sarcasmo ¿Estaba perdiendo la cabeza? ¿Cómo podía frivolizar en esa situación? Casi de manera instintiva llevó la mano a la daga que permanecía sujeta al cinto de su vestido.
Las criaturas se habían acercado hasta colocarse justo en frente de ambos jóvenes.
―Mira qué tenemos aquí ―habló uno de ellos. La voz era profunda y áspera a la vez, tan siniestra como su aspecto exterior―, dos pobres niños perdidos.
―Marchaos ―ordenó Peter―. Aquí no encontraréis lo que buscáis, no os tememos ―dijo, intentando mantener la calma. Si no le veían como una posible víctima, simplemente se alejarían. Claro que eso era casi imposible, pues su sola presencia provocaba que se te erizase todo el vello del cuerpo.
Una horrible risa surgió de las gargantas de las criaturas. Uno de ellos se acercó al muchacho, hasta que sus rostros estuvieron a escasos centímetros. Los ojos rojos de la criatura se clavaron en los de Peter, en busca del menor atisbo de temor. El muchacho aguantó con entereza el intenso examen del espectro, manteniendo la compostura y mostrando el semblante impasible.
―Eres valiente, no puedo negarlo ―algo que parecía una sonrisa espeluznante se formó en el rostro de la criatura―, tus hermanos también lo fueron. Una pena que ya no estén para que puedas felicitarlos.
Con estas palabras, el espectro dio en el clavo. Aunque Peter se esforzaba en creer que lo estaban engañando, la mención a sus hermanos provocó que la duda y el miedo comenzaran a surcar su mente.
―Eso es mentira. ―El muchacho apretó la mandíbula, tratando de contenerse.
―Edmund se sentiría muy decepcionado si supiera que no intentaste vengar su muerte ―siseó el espectro―, hasta la pequeña Lucy lo haría. Fue la última, la matamos justo después de Susan, la pobre no pudo hacer nada, aparte de ver morir a sus hermanos...
La criatura no llegó a terminar la frase, en un arranque de rabia, Peter alzó su espada dirigiéndola a la cabeza del espeluznante ser, pero no llegó a alcanzarlo, este se desplazó a una velocidad vertiginosa, esquivando el ataque del muchacho.
El otro espectro no necesitó más señal y, en un rápido movimiento, se abalanzó contra el chico, uniéndose a su semejante en el ataque. El rey se defendía como podía ante el asalto de ambas criaturas, pero estaba seguro de que, a pesar de su destreza con la espada, no aguantaría mucho, pues eran muy superiores a él en fuerza y velocidad.
Aeryn observaba la escena sin saber qué hacer. Peter no había exagerado, esos seres eran terroríficos y extremadamente ágiles. La joven pudo ver como el chico esquivaba la estocada que uno de ellos le dirigía, descuidando así su retaguardia, de manera que el otro espectro estaba a punto de asestarle un golpe mortal.
No lo pensó, simplemente desenvainó su daga, y la interpuso entre el arma del espectro y la espalda del rey, parando así el golpe. Los espeluznantes ojos de la criatura, buscaron los de la muchacha, necesitaba saber quién le había arrebatado el placer de asestar un golpe mortal.
La princesa contuvo la embestida todo lo que pudo, pero la fuerza del espectro era mil veces superior a la suya, por lo que acabó cediendo y la daga se le cayó de las manos. Alzó la mirada, aterrorizada, estaba perdida, pues a diferencia de ella, la criatura seguía armada. Pero en lugar de recibir una estocada, cuando sus ojos se encontraron con los del espectro, este bajó su espada y, por un instante, se quedó completamente paralizado. Si las miradas, completamente vacías, de esos seres pudiesen expresar alguna emoción, Aeryn juraría que lo que estaba viendo en ese momento era confusión.
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Peter fue consciente del momento en el que la muchacha le salvó la vida, pero estaba demasiado ocupado conteniendo a su adversario como para poder hacer nada al respeto. Sin embargo, por el rabillo del ojo observó como el espectro que tenía a su espalda, se quedaba totalmente inmóvil durante unos segundos. Era ahora o nunca. Con toda su fuerza y habilidad asestó un golpe mortal a su oponente. Acto seguido, agarró la mano de Aeryn y echó a correr tirando de ella, en dirección al río.
Aunque ambos jóvenes corrían todo lo aprisa que podían, la criatura restante les pisaba los talones, pues en cuanto el contacto visual entre Aeryn y el espectro se había roto, este había reaccionado persiguiéndolos a toda velocidad.
Tras unos segundos de desesperada carrera, el río apareció ante ellos, no obstante, un considerable precipicio los separaba del agua. Ambos jóvenes se detuvieron de golpe, evitando la caída por los pelos.
―¿Y ahora qu...? ―la muchacha no llegó a acabar la pregunta, pues el roce del metal frío en su hombro derecho provocó que un sonido ahogado saliera de su garganta.
Peter se giró a una velocidad asombrosa y con su espada apartó el arma con la que el espectro estaba a punto de atravesar a Aeryn. Se encaró con la criatura, en actitud desafiante, sin darle tiempo a reaccionar, asestó el primer golpe, pero desgraciadamente, fue detenido por su oponente.
―¡Salta! ―ordenó el chico a la princesa, al tiempo que se agachaba para esquivar una estocada de su adversario.
―¿¡Pero qué pasará contigo!?
―¡Solo hazlo! ―volvió a decirle, sin ni siquiera girarse.
La joven soltó un resoplido y se aproximó al borde del precipicio. Miró abajo, no estaba tan alto como había creído en un principio, pero aun así asustaba. Echó un último vistazo atrás, Peter todavía resistía al espectro, luchando de manera admirable. No pudo evitar pensar que eso no estaba bien, por muy mal que le cayera el chico, no era honorable dejarlo solo, sobre todo después de que él le hubiera salvado la vida.
El rey giró la cabeza un segundo, una mueca de hastío se dibujó en su rostro al comprobar que la muchacha vacilaba. De acuerdo, si no lo obedecía por las buenas, lo haría por las malas. Se acercó a ella, aprovechando un instante de despiste del espectro y, sin miramientos, le dio un empujón, provocando que ella cayera de espaldas. Acto seguido se agachó, propinándole una patada baja al espectro, que causó que este perdiera el equilibrio momentáneamente. El chico no se quedó a comprobar cuanto tardaba en recuperarse, sino que rápidamente se dirigió al precipicio y, de un salto, se zambulló en el río.
Aunque la corriente no era precisamente suave, con algo de esfuerzo, fue capaz de llegar a la orilla opuesta, dejándose caer en la mullida hierva una vez que estuvo fuera del agua. Mientras contemplaba el cielo estrellado dejó que su respiración volviera a la normalidad, se sentía extremadamente exhausto, habían sido demasiadas emociones, demasiada acción en apenas unos minutos, los párpados le pesaban de manera excesiva. Peter dejó de resistirse al cansancio y cerró los ojos, disfrutando de ese momento de tranquilidad.
Una bofetada en su mejilla derecha hizo que volviera a abrirlos de golpe.
―¡Tú estás loco! ¡Cómo se te ocurre empujarme! Podría haber chocado contra una piedra, o ahogarme... Ni siquiera me preguntaste si sabía nadar.
Peter se incorporó, acariciándose la zona dolorida y le dedicó a la chica una mirada divertida. Estaba realmente graciosa, toda empapada y gesticulando de manera exagerada, claramente nerviosa por la cantidad de emociones en tan poco tiempo.
―¿Se puede saber de qué te ríes? ―La joven enarcó una ceja.
―Bueno, obviamente, sí sabías nadar. ―El rubio se encogió de hombros.
Aeryn resopló, pero prefirió posponer la bronca para otro momento. Estaba demasiado agotada como para seguir discutiendo. Peter se puso en pie y echó un rápido vistazo a su alrededor. Se había levantado un viento bastante fuerte y, al estar completamente mojado, el frío se le colaba entre la ropa, calándole hasta los huesos. Debían buscar un sitio más resguardado para pasar lo que restaba de noche, o se congelarían. Si su sentido de la orientación y su memoria no le fallaban, no muy lejos de donde se encontraban solía haber una pequeña cueva que quizás podría valer.
―Vamos, conozco un buen lugar para descansar ―le dijo a la chica.
Tras caminar apenas un par de minutos encontró la caverna, que seguía tal y como la recordaba.
―No es gran cosa, pero al menos nos protegerá del viento ―dijo el muchacho al tiempo que entraba, seguido de Aeryn.
Era muy pequeña, pero había espacio para los dos. Se dejaron caer contra las paredes de la gruta, uno en frente del otro. La princesa se arrebujó en su capa, tenía toda la ropa empapada y hacía mucho frío, no podía parar de temblar.
Esto no pasó desapercibido para Peter, quien, a pesar de estar en las mismas condiciones, podía soportarlo mejor, estaba más acostumbrado a que le sucedieran cosas así. Sin darle muchas vueltas, se levantó y se sentó al lado de Aeryn, pasándole un brazo por los hombros.
―¿Qué haces? ―preguntó ella, sorprendida por el acto de su compañero.
―Darte calor ―explicó él con una sonrisa divertida―, pero si quieres pillar una hipotermia y morir congelada, me puedo apartar.
Aeryn arqueó las cejas para después dibujar una pequeña sonrisa en su rostro:
―No ―pidió ella―, está bien así.
Tenía que reconocer que, a pesar de estar tan empapado como ella, el cuerpo del chico desprendía una calidez que en esos momentos resultaba maravillosa. El cansancio se apoderaba de ella poco a poco, y la cabeza se le inclinaba hacia delante como consecuencia del sueño. Sin apenas darse cuenta, acabó recostándose contra el hombro de Peter, que la miró un poco sorprendido, pero no hizo nada por apartarla.
―Cuando estábamos en el acantilado me salvaste la vida, si no llega a ser por ti, ese espectro me habría atravesado con su espada ―susurró la joven tras unos segundos de silencio―. Gracias ―añadió.
―Tú hiciste lo mismo por mí en el bosque. Estamos en paz ―respondió Peter, también en un tono de voz relajado―. Por cierto, no sabía que supieras manejar un arma ―añadió, al recordar como ella fue capaz de parar con su daga la estocada de la criatura. No era algo fácil, hacían falta muchos reflejos, y bastante práctica.
―Hay muchas cosas que no sabes de mí, Peter Pevensie ―respondió la princesa, sin ni siquiera abrir los ojos que ya se le habían cerrado. Sentía que estaba a punto de rendirse al sueño.
El muchacho esbozó una sonrisa. Esa chica era diferente a cualquiera que antes hubiera conocido, eso no podía negarlo. Permaneció en silencio un rato, hasta que sintió que la respiración de la joven se había vuelto regular y acompasada; se había quedado dormida. Con un bostezo, Peter apoyó su cabeza en la de Aeryn y, así acomodado, terminó por caer en los brazos de Morfeo.
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