Un alma antigua

Milo aún miraba a la atemorizante bestia felina en que se había transformado Nahiara sin comprender por qué esta no podía atacarlo. La barrera invisible continuaba ahí, protegiendo al chico de todas las amenazas de su contrincante. Él podía percibir con claridad la presencia de un alma fuerte, antigua, cálida, triste y, por algún extraño motivo, familiar. Resultaba muy contradictorio que un ser desconocido pudiese generar sentimientos en el muchacho, pero así era. Unos ardientes deseos de ir y estrecharla entre sus brazos para consolarla casi le horadaban el pecho. ¿Se trataba de una mujer? No era capaz de determinar cómo lo sabía, pero estaba seguro de que el muro transparente había sido fabricado por alguien de esencia femenina. Pero... ¿quién podría ser? Anhelaba conocer la identidad de su protectora y, si era posible, acabar con su dolor. Había algo bien definido en cuanto al origen de la misteriosa barrera: estaba hecha a base de sufrimiento sacrificial.

Galatea por fin había llegado al sitio y se encontraba de pie junto a su gigantesca ama. La intimidante criatura sonreía con gran satisfacción, pues la aplastante victoria de Vihaan contra las tropas de la dimensión gris la llenaba de orgullo. Aquel ente también estaba por acudir al sitio para hacer exhibición de sus sorprendentes poderes una vez más. A la segunda al mando de los Olvidados no le cabía duda de la efectividad del arma tan letal que había diseñado. Sería el final definitivo de aquel molesto mocoso. La admiración y el favor de su emperatriz se fortalecerían cuando ella pudiese mirar con sus propios ojos lo mucho que su más leal servidora había aprendido a través de los siglos. Quizás así le daría alguna clase de reconocimiento en público por primera vez. Sin embargo, la confiada Galatea no había querido tomar en cuenta la verdadera naturaleza de la fémina a cargo de la pared de energía. Lo que estaba a punto de presenciar llegaría hasta lo más profundo de sus insensibles entrañas.

Con la punta de sus dedos, la princesa tenebrosa comenzó a tejer una amplia red filamentosa de tono plateado en torno a ella, cual si fuese una criatura artrópoda. Tan pronto como esta alcanzó el tamaño deseado, la dama agitó las manos para que el tejido se desprendiera y se dispuso a mover los índices al unísono, como si pretendiese dibujar círculos en el aire con ellos. Dos pequeñas bolas negras de consistencia pegajosa emergieron de estos y aterrizaron en frente de los pies de su creadora. Ambas esferas rodaron la una hacia la otra y se fusionaron en una sola masa, la cual empezó a crecer hasta adquirir un tamaño similar al de un elefante. Poco a poco, varias protuberancias se formaron hasta cubrir por completo el diámetro del globo oscuro. De allí fueron brotando extremidades finas y flexibles, así como varios ojos de tonalidad rojiza. Era una especie de araña enorme, como todo lo que solían fabricar los Olvidados. Les gustaba la ostentación del poder a través de la intimidación por causa del tamaño colosal de la mayoría de sus engendros.

—¡Atácalo, Myrapta! ¡Ve por él! —exclamó Galatea, al tiempo que daba una palmada para activar las funciones de su creación.

El animal sujetó la red con todas sus patas y luego la atrajo hacia su hocico. Masticó la urdimbre hasta que esta desapareció por completo. No obstante, unos breves instantes más tarde, el ente aspiró profundo y la escupió hacia el cielo, en dirección a Milo. El tejido plateado salió disparado en forma líquida e impactó de lleno contra el muro invisible. Una lluvia caliente y corrosiva le fue devuelta a la criatura y le derritió el cuerpo, mientras Galatea se doblaba hacia delante de forma violenta, como si le hubieran pegado un puñetazo. Una espantosa punzada en mitad del abdomen la obligó a moverse de esa manera. La dama no podía ver nada de lo que estaba aconteciendo a su alrededor, pues ahora se había sumido en un trance involuntario mediante el cual le estaba siendo revelada una parte del pasado remoto. En la intimidad de su mente, ella ahora presenciaba un acontecimiento relacionado con alguien a quien se había empecinado en dejar por fuera de su memoria...

Un muchacho alto y musculoso, de tez morena, ojos negros y cabellera rizada miraba con inmensa tristeza hacia el cielo nocturno desde la ventana de su habitación. Se encontraba de pie en la parte más alta de lo que parecía ser un castillo. "Anwar, mi amada niña, nunca más te veré, ¿no es cierto? ¡Maldito sea mi padre! Él no entiende que yo no puedo aceptar a ninguna otra mujer... ¡Me rehúso a desposarme con otra! ¡No quiero a nadie que no seas tú, Anwar!" murmuraba el joven, entre lágrimas. Después de unos minutos de amargo llanto, el joven dirigió su mirada hacia la puerta cerrada de la habitación. "No puedo salir por esa puerta sin que los guardias de mi padre me vean, estoy seguro", farfullaba para sí. El chico estaba desesperado por abandonar aquella prisión, así que se armó de valor y salió por la abertura de la ventana de su cuarto. Pretendía sostenerte de las prominentes rocas llenas de hendiduras con las que habían fabricado el muro. Si tenía suficiente cuidado y paciencia, podría llegar a pisar tierra de esa manera, sin que la escolta real lo siguiera. El mozo dio inicio a la arriesgada misión, mientras le rogaba en voz baja a su enamorada que lo esperara. Uno, dos, tres, cuatro. Solo cuatro escalones de piedra había recorrido el muchacho cuando un trozo del guijarro cedió y lo hizo perder el equilibrio. Apenas unos segundos después, el cuerpo inerte de Hashim yacía a orillas del palacio, en medio de un charco de sangre.

—Él te amaba de verdad y nunca te abandonó. Perdió su vida porque intentaba reunirse de nuevo contigo. No olvides quién eres en realidad, Anwar —declaró una voz femenina que solo Galatea podía escuchar.

Un resplandor carmesí atravesó los inexpresivos ojos negros de la dama con la velocidad de una estrella fugaz. El sitio en donde antes se hallaba el músculo cardíaco de ella le ardía, cual si sus tejidos estuviesen en llamas. Dirigió su mirada hacia arriba y se encontró con un par de ojos verdes, los cuales se desvanecieron tan pronto como habían aparecido. ¿Quién rayos había sido esa mujer? ¿Cómo era posible que supiera de la existencia del príncipe de su pasado remoto? ¿De dónde había sacado la información de aquella visión? ¿Por qué no podían traspasar su barrera? La fiel seguidora de Nahiara estaba desconcertada y cada vez más furiosa. "Vihaan te dará una lección, seas quien seas", pensaba para sus adentros. Justo en ese momento, el ente con apariencia de murciélago aparecía en escena, ansioso por atacar de nuevo.

—¡Destrúyelo sin tener piedad alguna! —sentenció Galatea, señalando al joven Woodgate con su dedo índice derecho.

La criatura alada emitió un estridente chillido y se dirigió de inmediato hacia Milo. La ligereza de los movimientos de aquella bestia no le hubiera dejado espacio para moverse al chico en caso de que hubiese podido alcanzarlo. Pero la nariz de la criatura chocó de lleno contra la pared invisible, lo cual la forzó a descender a tierra para recuperarse del impacto. No había ningún ser, al menos de entre los que se encontraban allí presentes, que fuese capaz de atravesar la barrera de energía. El extraordinario poder del alma antigua a cargo de aquel muro existía gracias al valor inmensurable de un sacrificio que se había llevado a cabo muchos siglos atrás. Un precio sumamente alto aún estaba siendo pagado para hacer posible dicho prodigio de la magia...

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Dahlia también estaba experimentando una rara sensación de familiaridad con respecto a la fuerza que le había dado origen a la barrera espiritual. Ella tampoco conocía a la entidad ni podía explicar por qué se sentía identificada con esta, pero, al igual que Milo, podía percibir el terrible dolor procedente de su energía. ¿Por qué estaba de su lado? ¿Cómo era posible que aquel poder tan impresionante se hubiese liberado al tocar la cabeza de la niña? ¿Tenía Nahiara algo que ver con todo eso? ¿Quién estaba protegiéndola? Deseaba comunicarse con su benefactora, pero no sabía cómo llamarla. Una cosa sí estaba muy clara para la chica: no debía luchar mientras la barrera estuviese funcionando. Ya se había comprobado la impenetrabilidad de esa pared, así que resultaba inútil gastar sus fuerzas en ataque o defensa. No podría ser tocada por nadie que estuviese del otro lado y la misma regla aplicaba para ella.

Syphiel sostenía el cuerpecito dormido de la versión infantil de la emperatriz olvidada. Todavía le costaba creer que su pequeña hija, a quien había acunado entre sus brazos y le había cantado con tanto amor antes de morir, se hubiera convertido en un ser destructor, carente de afecto o compasión. "¿Qué te han hecho, mi pobre niña? Vuelve conmigo, rayito de luna", le susurraba ella. Nada se movía en Hélverask, nada se movía en la Tierra. El tiempo parecía haberse detenido para todos los contendientes. Dahlia miraba la escena de la madre junto a su hija y sentía una terrible melancolía dentro de sí. Estuvo a punto de pedirle a la dama que por favor la abrazara a ella también, pero no se atrevió. Anhelaba, más que nunca, volver a ver a su propia familia. Pero no tenía más opción que continuar luchando por su libertad, si es que acaso era posible conseguirla.

—¡Resiste, guerrera estelar! El renacimiento llegará si te aferras a la vida —aseveró la misma voz femenina que le había hablado a Galatea.

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En el palacio lunar, Savaelu se encontraba sostenido por los brazos de Bianca. El noble respiraba con gran dificultad y tiritaba de manera incontrolable.

—¡Señor! ¿¡Qué le sucede!? ¡Por favor, indíqueme lo que debo hacer para ayudarlo! —clamó la Linvetsi, angustiada.

El varón solo se limitó a negar con la cabeza, como si tuviese prohibido hablar acerca del asunto. Las libélulas que se encontraban cerca de su amo habían perdido la tonalidad violeta que las caracterizaba. Lucían como espectros de ceniza sobre el suelo. Ni siquiera tenían fuerzas para mantenerse volando.

—¡Señor, por favor, déjeme hacer algo por usted! ¿¡Acaso pretende dejarse morir!? ¡Lo necesitamos! —afirmó ella, mientras sostenía el rostro del hombre con ambas manos.

La atención indivisa de la joven Bustamante hacia la figura del duque se vio interrumpida de pronto. Una pequeña partícula de luz rojiza comenzó a titilarle en mitad del pecho.

—Espera con paciencia. Savaelu puede soportar esto y mucho más. No tienes razones para temer —afirmó la voz de la misteriosa fémina que parecía omnipresente.

Aunque Bianca no contaba con los medios para saberlo, la luz que salía desde su tórax había empezado a resplandecer en el mismo momento en que lo hacía también en otras dos personas más: Dahlia y Milo. Ninguno de los tres jovencitos tenía idea de lo que aquella señal significaba en realidad, pero no parecía ser una amenaza, sino todo lo contrario. El suave calor proveniente del punto lumínico era reconfortante, casi como una caricia afectuosa. La poderosa aliada cuya identidad seguía siendo desconocida estaba manifestando, una vez más, su favor hacia los hijos de la luz. ¿En dónde se encontraba ella? ¿Por qué no deseaba revelarles quién era? ¿Cuál era el secreto que ocultaba? ¿Qué tenía que ver el duque en todo aquello? La mente de la Linvetsi le daba vueltas a aquellas preguntas mientras sus ojos incrédulos contemplaban la espantosa agonía del otrora vigoroso y sereno Savaelu.

—La hora señalada está por llegar. Permanece en calma y la verdad pronto será desvelada —aseguró la creadora de la barrera.

—Esperaré, pero no me quedaré con los brazos cruzados. Quiero ser útil —contestó la chica terrestre.

Entonces, la muchachita cerró los ojos y continuó sosteniendo el rostro del noble, al tiempo que le enviaba una porción de su poder purificador. Si tenía que esperar, lo haría, pero no se quedaría sin utilizar sus dones para apoyar a sus amigos. La pausa en la batalla no era excusa para dejar de hacer todo lo posible por cuidar de quienes le importaban. Recibiría cualquier tipo de revelación que tuviese que llegar con las manos ocupadas en hacer el bien...


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