Savaelu
Leonardo y Emil avanzaban con mucho entusiasmo, a gran velocidad, pues no deseaban quedarse rezagados por nada del mundo. Las anheladas respuestas a las múltiples interrogantes de ambos estaban por ser contestadas. No tenían idea de quién o qué era ese tal Savaelu, pero si era él quien tenía esa valiosa información en su poder, ninguno de aquellos dos varones deseaba retrasar el encuentro. La guía del trayecto, Anastasia, se desplazaba dando enormes zancadas, casi como si la estuviesen amenazando para que caminara deprisa. Miraba hacia todas partes, un tanto temblorosa y con la respiración irregular. Comprendía a cabalidad el enorme riesgo que corría el planeta entero en cuanto se permitía el acceso a los aposentos de su señor. El despliegue de energía proveniente de ese sitio era altísimo. Por esa razón, las probabilidades de ser detectados por Nahiara o cualquiera de sus oscuros servidores en un momento así se incrementaban de manera impresionante. El portal no debía permanecer abierto por más de cinco segundos y, además, tanto ella como sus hermanas debían ocuparse de desviar y difuminar el rastro calórico y lumínico que emanaba de ese lugar. De lo contrario, la ubicación del hermano menor de Kissa sería revelada con total precisión y sin mayores dificultades para una vidente tan experimentada como lo era Galatea.
—En cuanto estemos en la posición correcta, deberán tomarse de las manos, cerrar los ojos y contener la respiración. No se moverán ni un solo milímetro de la posición asignada por mí, ¿entendido? —declaró la Glóvine, con el ceño fruncido y la mirada fría.
—Si todo eso es necesario para encontrar respuestas, estoy de acuerdo —contestó Leo, usando un tono de voz suave pero firme.
Emil solo se limitó a asentir con la cabeza. No había dejado de pensar en el horrible incidente que le había acaecido a su hijo hacía muy poco tiempo, el cual había intranquilizado aún más a su corazón de padre. ¿Y dónde estaba Dahlia? ¿No debería haber regresado ya? ¿Por qué no se había comunicado Sherezade con él o con Milo? ¿Qué estaba sucediendo fuera de ese extraño lugar? ¿Tenía todo ese misterio y secretismo algo que ver con el destino de su niña? Todas esas dudas le consumían los pensamientos mientras iba de camino hacia la morada del enigmático sujeto que parecía conocer toda la verdad referente a los asuntos terrestres. Deseaba recibir alguna buena noticia de parte de aquel ser, pero estaba preparado para escuchar cualquier cosa, por nefasta que fuese. Cuando La Legión estaba implicada en los asuntos, Emil sabía muy bien la clase de atrocidades de las cuales eran capaces. Por eso no se hacía demasiadas ilusiones en cuanto a la posibilidad de enterarse de algo positivo. Mientras el angustiado hombre cavilaba con los ojos perdidos en el vacío, el breve trayecto hacia el incierto destino que lo aguardaba ya había llegado a su fin.
Anastasia abrió una enorme puerta de caoba y los invitó a seguirla a través de un estrecho túnel de piedra que conducía hacia la entrada de una diminuta sala hexaédrica, la cual estaba hecha de un lustroso cristal azulado translúcido. Solo la tenue iluminación de dos velas permitía algo de visibilidad hacia el interior de aquella singular edificación. Con mucha dificultad cabían en ella un par de personas de tamaño promedio, siempre y cuando se mantuviesen de pie. El joven Castro tragó saliva y comenzó a sudar frío. Odiaba los espacios tan reducidos y herméticos como parecería ser aquella habitación.
—Ya hemos llegado al punto exacto en donde ustedes dos deben posicionarse. ¿Ven esas minúsculas marcas brillantes en el suelo? Deben colocar sus pies sobre ellas y no moverse de ahí por ninguna razón. Un movimiento en falso y sus cuerpos podrían acabar en otra dimensión. No tendríamos posibilidad de revertir el proceso y quedarían completamente desprotegidos. No les gustaría eso, ¿cierto? Pues bien, ¡cuídense de no moverse!
Emil se puso de pie sobre el dibujo en el piso sin el menor atisbo de duda o nerviosismo. Por su parte, Leonardo permaneció alrededor de dos minutos fuera de la estancia. La subordinada de Savaelu lo contemplaba con fastidio e incluso lo empujó para que se moviera. El pobre chico estaba agitado y comenzaba a ponerse algo pálido cuando, a duras penas, pudo colocarse en el lugar asignado para él. Antes de que este siquiera pudiese levantar la vista, el señor Woodgate lo tomó de ambas manos, tal y como se los habían indicado.
—Cálmate, muchacho. Intenta pensar en otra cosa mientras tanto. Esto terminará pronto y podremos salir de acá sin ningún problema, ya lo verás.
—¡No, usted no lo entiende! ¡Siento que me voy a asfixiar aquí dentro!
—Mi difunta esposa también era claustrofóbica, ¿sabes? A ella le ayudaba muchísimo recordar el rostro sonriente de nuestra hija cuando necesitaba tranquilizarse. Trata de traer a tu mente algún recuerdo de algo o de alguien que te haga feliz. Te será muy útil, créeme.
Sin mostrarse muy convencido, Leo cerró los ojos y se concentró en una escena alegre de su infancia, cuando sus padres lo habían llevado de paseo a las exuberantes playas en Cabo de la Vela. Gracias a las agradables sensaciones que le transmitían dichas memorias, el muchacho por fin fue capaz de respirar con normalidad. Emil sonrió satisfecho al notar que el otrora estudiante universitario había seguido su consejo, el cual parecía haberle dado excelentes resultados. Con una leve inclinación de su cabeza, el hombre le indicó a la impaciente Glóvine que ahora sí estaban listos para empezar con el proceso correspondiente. La dama soltó un resoplido exacerbado y cerró la compuerta de la pequeña sala, dejando a los varones en total penumbra. El padre los gemelos cerró los ojos con total naturalidad y, con un susurro casi inaudible, le recordó a Leonardo que ambos debían contener la respiración. En cuanto lo hicieron, un fuerte soplo de vapor helado en forma de dedos alargados los rodeó y empezó a ejercer presión sobre sus cuerpos, como si estuviese sujetándolos para así evitarles un golpe severo o una caída aparatosa.
La reacción humana instintiva en los cuerpos de ambos no se hizo esperar. Al sentirse tan vulnerables y atacados por una fuerza desconocida, estuvieron a punto de desobedecer las órdenes explícitas dadas por Anastasia. Sentían unos deseos casi irrefrenables por abrir los ojos, soltarse y ponerse a la defensiva. Se vieron obligados a hacer acopio de una enorme concentración para mantenerse serenos, sin moverse de sus posiciones. Solo transcurrieron unos pocos segundos, pero la zozobra del momento los hizo percibirlos como si se tratase de largos minutos. Cuando sus confundidos cerebros empezaron a exigirles aire para acallar los gritos de los pulmones, la incertidumbre fue sustituida por una inenarrable sensación del más profundo embeleso, el cual iba mezclado con estupefacción y algo de miedo. Ninguno de los dos les daba crédito a las impresionantes imágenes frente a sus ojos. Semejante escenario solo había sido parte de las películas hollywoodenses de ciencia ficción. Jamás les pasó por la mente la posibilidad de que ellos llegarían a ver la azulada figura de la Tierra desde afuera de su atmósfera. ¡Se encontraban pisando la superficie lunar! ¿¡Cómo era eso posible!? Habían abarcado una distancia gigantesca demasiado rápido. Pero ese hecho pasó a un segundo plano cuando cayeron en cuenta de otra sorpresa aún más significativa. No llevaban trajes especiales que les permitiesen respirar en el espacio. Entonces, ¿por qué podían hacerlo con total libertad? Ninguno de ellos alcanzaba a comprender cómo se había producido ese evento casi mágico. Antes de que pudieran dedicarse a explorar el lugar y a conversar entre ellos acerca de lo sucedido, un repentino retumbo los sacó de su ensimismamiento.
—He estado esperando un largo tiempo por la llegada de este momento. Les doy la bienvenida, queridos Násatrak y Dálstori —anunció la atronadora voz masculina de Savaelu, quien los miraba desde lo alto de una colosal torre de marfil idéntica a las del conocido juego de ajedrez.
El dúo terrícola alzó los ojos para contemplar al emisor de tan impresionante poder sonoro. Sus atónitos rostros se encontraron ante la violácea mirada de un enorme ser de extraña apariencia. Era una criatura cuyo torso y piernas poseían una forma similar a la que tendrían dichas partes en el cuerpo de un ser humano normal. No obstante, la pigmentación en ambas zonas era muy distinta de las que resultaban comunes en las diversas pieles de los habitantes terrestres. El tronco del gigante tenía una tonalidad tan oscura y brillante como la del petróleo, en tanto que sus extremidades inferiores exhibían un impoluto tono albo idéntico al de las delicadas nubes. Sus plateados brazos lucían musculosos y alargados. Toda la superficie de estos estaba cubierta por cientos de pequeñas alas transparentes semejantes a las de algunos insectos anisópteros. No tenía manos o pies de hombre, sino unas hermosas garras felinas. No obstante, lo más llamativo entre su peculiar anatomía era su rostro. Parecía ser el semblante de un varón humano, pues tenía varios rasgos propios de un joven de ascendencia asiática. Tenía la piel blanca, la nariz y los labios finos, además de los característicos ojos rasgados. Dichos atributos faciales estaban enmarcados por una reluciente cabellera negra, lacia y muy larga, la cual se encontraba sujeta por una delgada cinta dorada en una elegante cola de caballo. Sin embargo, era el intenso violeta en sus iris y el púrpura de sus pupilas los que le conferían un aire celestial. No había manera de evadir una mirada tan penetrante y viva como la suya. Asimismo, resultaba aún más difícil no contemplarlo como si uno estuviese aturdido al notar que se le formaban unos remolinos rojizos de micro relámpagos alrededor de los globos oculares con cada parpadeo.
Su apariencia física era bastante vistosa en sí misma, pero él no solía mostrarla ante el público. Prefería ser admirado por su buen gusto al elegir ropajes. Era precisamente la inusual vestimenta que recubría sus portentosas formas en ese momento lo que terminaba de darle un aire nobiliario al célebre Savaelu. Llevaba puesta una camisa blanca de mangas largas bajo una amplia gabardina de tono magenta decorada con arabescos dorados que le llegaba hasta los tobillos. Su cuello iba adornado por un pañuelo de seda clara, el cual exhibía un complejo nudo en forma de mariposa. La parte inferior de su anatomía traía sobre sí un pantalón negro de cuero y unas botas puntiagudas diamantadas que le cubrían hasta la mitad de la pantorrilla. Y para coronar su cabeza, el duque portaba un yelmo metálico de tonalidad cobriza de forma similar a la de una prominente cornamenta de alce. La amplia sonrisa estampada en su cara tranquila mostraba a las claras su buena disposición para hablarles de nuevo, pero esta vez lo haría estando al nivel de sus interlocutores. Por esa razón, el habitante lunar inhaló despacio para luego exhalar con gran fuerza. Dicho movimiento provocó que una gran parte de las numerosas alas que estaban adheridas a la piel de sus brazos se desprendiesen de allí para darle forma a una multitud de libélulas violetas. Las criaturas de inmediato se colocaron justo en frente de su creador y comenzaron a formar una especie de escalones que iban desde la cúspide de la torre hasta llegar al suelo sobre el cual se hallaban los dos invitados. Luego de ello, Savaelu hizo una ligera reverencia y, poco a poco, su tamaño corporal fue reduciéndose a tal punto que pronto llegó a verse como el de un simple muchachito humano. Cuando eso sucedió, el duque inició su grácil descenso por medio de los peldaños vivientes. Mientras lo hacía, habló una vez más, pero esta vez utilizó una aterciopelada voz en lugar del casi ensordecedor tono anterior.
—Por favor, no sientan temor de mí, amigos míos. Estoy aquí para ayudarlos a luchar en la cruenta batalla venidera. Junto a la niña portadora de la luz y de la oscuridad, podremos conseguir la victoria. Tan pronto como los restantes integrantes del Pacto de Fuego consigan llegar a este sitio, estaremos listos para enfrentar a la emperatriz de los Olvidados de una vez por todas.
Al notar las expresiones contrariadas en los rostros de Emil y Leonardo, su ilustre anfitrión se aproximó a ellos y extendió los brazos, formando una línea recta con ellos. Tanto sus extremidades superiores como sus delgadas manos se veían completamente humanas ahora, por lo cual ya no resultaban atemorizantes. Eso le facilitó mucho el llevar a cabo su cometido, el cual consistía en posicionar sus palmas abiertas sobre el pecho de cada uno de los dos varones terrestres que tenía frente a sí. Al hacer contacto con la piel de ellos, los dedos de Savaelu despidieron un leve halo dorado. Los dos caballeros se vieron obligados a caer de rodillas justo después de eso. Lejos de ser un acto de pleitesía, se trataba de una reacción refleja ante la conmoción mental generada por el despertar de las conciencias de los Tévatai que habían estado dormitando hasta ese momento. Las imágenes y las voces contenidas en esas memorias les parecían ajenas y, a la vez, familiares. La mayor parte de los extraordinarios sucesos que estaban siendo reproducidos en el interior de sus mentes no parecían haber acontecido en la Tierra. Ninguno de ellos se sentía merecedor de recibir una cantidad de información tan descomunal e importante como aquella.
Una vez que el despertar de aquellos recuerdos concluyó, los dueños de los mismos no tardaron en comunicarse de manera franca y abierta con los portadores. Necesitaban hacerles comprender un poco mejor todo lo que acababa de acontecerles. Mientras tanto, Savaelu estaba mirándolos con gran simpatía. Las criaturas estelares eran muy queridas por él, pues siempre les habían dado un buen trato tanto a su hermano mayor como a él. Por lo tanto, le producía una alegría indescriptible el hecho de reencontrarse con una pareja del clan de los amigables y bondadosos Tévatai. ¿Qué diría Kissa si pudiese verlos otra vez? De seguro se emocionaría muchísimo, pues él los había conocido aún más de cerca y era quien los había visto en sus verdaderas formas por última vez justo después de que se produjese la catástrofe ocasionada por Xirdis. No habría nada más dichoso para los ojos de su estirpe que ser testigo del retorno de la raza creadora de la Tierra sin el temor de estar bajo la terrible amenaza de destrucción y corrupción total.
Tan pronto como Álvet y Blásiner completaran su parte de la misión, los cincos integrantes del pacto podrían reunirse. Savaelu confiaba en que los dos jóvenes portadores serían capaces de llegar sin contratiempos a su destino. Los trajes confeccionados especialmente para ellos les darían las herramientas necesarias para soportar las agrestes condiciones del camino que debían recorrer. Cuando entregasen la valiosa encomienda a su cargo en manos del alma del planeta, podrían partir, junto con Icai, hacia el refugio lunar en donde sus hermanos ya los estaban esperando. Además de todo ello, tenía muy presente la importante promesa que le había hecho a la Orankel prometida del Taikurime prisionero de los Olvidados. La angustiada Nina anhelaba reunirse con aquel joven cuanto antes, pues él necesitaba de cuidados intensivos para recuperarse de la espantosa seguidilla de torturas de la cual había sido objeto por meses. La vida de Cedric pendía de un hilo en ese preciso momento, pero no podían acudir en su ayuda hasta que los cinco Tévatai se encontrasen reunidos y a salvo. "Resiste, muchacho, pronto iremos por ti... Y en cuanto a ti, Dahlia, ruego para que no desfallezcas. Te necesitamos", pensaba el duque para sus adentros. Solo un poco más de tiempo y la batalla por el dominio de la Tierra daría comienzo...
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