Réplicas invaluables

Aquella noche de mediados de junio, la señora Woodgate despertó sobresaltada luego de la medianoche. Transcurrieron un par horas de vueltas constantes para reacomodarse en su mitad de la cama matrimonial. Pero, sin importar cuántas posiciones distintas adoptase, no hubo manera de conseguir que sus ojos se cerrasen otra vez. Tenía un espantoso presentimiento, el cual no le permitió permanecer en paz ni un solo segundo más desde su abrupto despertar. Estuvo a punto de sacar del sueño a Emil, su marido, pero le dio pena robarle la tranquilidad solo por hacerlo partícipe de ese creciente desasosiego infundado. Quiso llamar por teléfono a su madre, pero cortó la llamada antes del primer timbrazo. Lo suyo se trataba de una inquietante sensación que ni siquiera podía describir o explicar de manera coherente. Decidió que no valía la pena molestar a ninguno de sus seres queridos con algo así. No obstante, la ansiedad de Déneve era demasiado grande y no podía quedarse de brazos cruzados esperando que se desvaneciera por sí sola. Se levantó de la cama y caminó despacio hasta la habitación de Dahlia.

La muchachita se hallaba recostada de lado, con el semblante muy tenso y el cuerpo hecho un ovillo. La sábana blanca con la que su mamá la arropaba estaba arrollada a un lado del catre. Al parecer, su organismo desprendía demasiado calor esa noche. Su respiración era mucho más sonora de lo normal y no paraba de balbucear una retahíla de frases sin sentido. La mujer, muy preocupada, se acuclilló al lado de la chiquilla y colocó su mano derecha sobre la frente de esta. Justo en ese instante, un grito agudo escapó de la garganta de la joven madre. Sentía un horrible ardor en la palma abierta que había tenido contacto con la cara de la pequeña. No tuvo tiempo para revisar si tenía algún daño visible en la piel, puesto que de su brazo entero comenzaron a salir unas voraces lengüetas de fuego rojizo que se expandieron con rapidez por todo el resto de su anatomía. Sin embargo, aquellas extrañas llamas se apagaron casi tan pronto como habían aparecido. Unas protuberantes venas negras movientes nacieron desde su vientre y se expandieron hasta cubrirle la totalidad de la epidermis. De estas se desprendió una humareda blanca de temperatura glacial que extinguió sin problemas el oxígeno del cual se alimentaban las flamas.

En ese punto, la fuerza de las funciones vitales de la señora Woodgate empezó a caer en picada, hasta el punto de desvanecerse por completo en menos de un minuto. Como resultado, el cuerpo inmóvil y pálido de Déneve yacía tumbado boca abajo al pie del lecho de su hija. Unos breves momentos después, Emil entró corriendo a la recámara y encendió la luz. En cuanto miró la estremecedora escena, cayó de rodillas y se cubrió el rostro con ambas manos, para luego deshacerse en sollozos. Sabía muy bien que las amenazas de las despiadadas criaturas que habían arreglado su matrimonio doce años atrás eran ciertas. Habían segado la vida de la inocente madre con increíble facilidad, y no faltaba mucho tiempo para que vinieran a arrebatársela a la niñita también. El pobre viudo ya no podía sentirse más miserable e impotente ante las atrocidades producidas por su cobardía al aceptar el trato con aquellos seres malditos.

Apenas pudo recuperar un poco la compostura, el hombre se levantó y corrió a marcar el número de emergencias en el teléfono de la sala. Estaba casi seguro de que no serviría de nada llamar a los paramédicos. No habría medicina o tratamiento existente capaz de devolverle el aliento vital a una persona a quien se lo habían robado unos entes siniestros y sobrenaturales. Pero debía hacer todo cuanto estuviera en su mano para ayudar en algo a su esposa. Mientras él le daba la dirección de la vivienda a la operadora, Dahlia por fin despertó. A pesar de los sonoros gritos y lamentos proferidos por sus padres, la chica no se había percatado de ninguno de los fatídicos acontecimientos a su alrededor. Sin embargo, lejos de alarmarse a causa de la tétrica imagen que se encontraba a unos cuantos centímetros de ella, se quedó mirando fijamente hacia donde estaba la inerte figura de su progenitora sin proferir palabra o dejar entrever algún atisbo de alteración en su estado de ánimo. La jovencita se limitó a bajar de su cama y se inclinó frente a Déneve. La tomó de los hombros con suavidad para levantarla del suelo y así verle mejor el rostro.

—¿Eres tú mi verdadera madre? No lo creo —susurró la niña, con los músculos faciales tan rígidos como si de rocas se tratase.

En cuanto colgó el teléfono, Emil regresó con rapidez al cuarto de su pequeña. Ingresó a la estancia con un par de lágrimas mojándole las mejillas. Pero su tristeza personal pasó a un segundo plano cuando miró a su hija. Al verla sujetar el cadáver de su propia madre con semejante indiferencia, su alma se perturbó en sumo grado. ¿Por qué no lloraba ni estaba asustada? ¿Por qué parecía ser una persona distinta? La chiquilla adoraba a su madre y solía mostrarse muy cariñosa con ella en todo momento. ¿¡Cómo era posible que no le importara su muerte!? El señor Woodgate esperaba que aquella frialdad tan solo se tratase de una etapa de negación pasajera. Para comprobar si sus sospechas eran ciertas o no, lo mejor sería llevarse a la nena a otra parte y conversar después, pues ya se escuchaba el ulular de las sirenas de la ambulancia a lo lejos.

—Oye, cariño, mamá no está bien. Unos doctores vendrán para atenderla muy pronto. Ellos necesitan espacio para hacer su trabajo. Ven conmigo ahora, por favor. En un rato iremos juntos a ver a mami, ¿de acuerdo? —declaró él, con voz ronca, al tiempo que se acercaba a Dahlia y le extendía la mano.

—¡Cállate, tú no eres mi padre! ¡Esta tampoco es mi madre! ¡Déjame en paz! —clamó la chica, a voz en cuello, llorando de rabia.

El inusual desplante de la diminuta rubia no fue lo que más asustó al padre. Estuvo a punto de descomponerse al contemplar el pavoroso aspecto de los ojos de ella. Jamás había presenciado una aberración así. Los globos oculares de la pequeña parecían estar hechos de petróleo, mientras que sus iris exhibían un vivo tono de rojo similar al de la sangre fresca.

—¡Dahlia! ¿¡Qué te pasa!? —espetó el hombre, mientras se abalanzaba para abrazar a la muchacha.

Acto seguido, la jovencita Woodgate emitió un potente alarido de dolor y se desmayó en los brazos de su papá. Instantes después, los paramédicos llegaron al lugar para llevarse consigo el lívido cuerpo de Déneve. Entre la confusión de ver a la niña perder el conocimiento y a los enfermeros desfilando con la camilla en donde transportaban a su esposa, Emil no se percató de que su mano derecha estaba tan caliente como una estufa en pleno uso. Su mente solo podía concentrarse las múltiples preocupaciones derivadas de la desgracia familiar que tenía ante sí. Su propia salud no era un asunto al cual prestarle demasiada atención en medio de circunstancias tan apremiantes. Por lo tanto, el joven padre se apresuró a notificarles a los profesionales de la salud allí presentes acerca del repentino desvanecimiento de la nena. Con la voz algo quebrada por la angustia, les rogó que examinaran a su pequeña lo más pronto posible.

—Tranquilícese, por favor, señor. Nosotros nos encargaremos de todo. Creo será mejor para usted si nos acompaña. ¡Venga!

—Claro que sí, como ustedes digan. ¡Muchísimas gracias!

Esa misma noche, Emil recibió dos noticias muy distintas. La primera no lo impactó tanto, pues solo confirmaba el horror que ya conocía: su esposa había fallecido a raíz de un paro cardíaco. La segunda revelación sí lo dejaba muy intranquilo: Dahlia continuaba inconsciente y presentaba un cuadro severo de deshidratación. Debía permanecer en observación durante varias horas, para así descartar males más graves.

—Vaya a casa y descanse un rato. Le notificaremos de inmediato si hay algún cambio en el estado de salud de la niña. Ella va a necesitar de un padre sano ahora más que nunca. Tiene que dormir un poco —afirmó la doctora a cargo, con una leve expresión de lástima dibujada en la mirada.

—Me gustaría obedecer su recomendación, pero no me moveré de acá hasta saber que mi hija se encuentra fuera de peligro. Estaré en la sala de espera —declaró él, con los labios temblorosos.

La dama no quiso discutir con el pobre hombre. Ella comprendía lo que implicaba ser padre de familia y entendía la enorme zozobra que se experimentaba en casos como ese.

—Está bien, no hay problema. Lo mantendremos informado.

—Se lo agradezco muchísimo, doctora.

Seis horas más tarde, Dahlia abrió los ojos. Le pesaban los párpados y le dolía todo el cuerpo, pero no tenía ningún otro síntoma que apuntara hacia algo serio. Parecía que solo necesitaba mucho descanso para recuperarse por completo. Apenas se aseguró de que la niña estaba consciente, una de las enfermeras de turno le pidió a su compañera que fuera a buscar al señor Woodgate. Él no tardó ni dos minutos en llegar a la habitación y sentarse al lado de la cama de la joven paciente. Una vez que los dejaron a solas, se animó a entablar una conversación con ella.

—Cariño, acá está papá contigo. ¿Cómo te sientes?

—Tengo sueño y mucha sed... ¿Dónde está mamá?

La pelirrubia no paraba de mirar de un lado a otro, buscando a Déneve con la mirada. Al no ser capaz de encontrarla y al no recibir una respuesta de su padre, la chiquilla empezó a respirar con dificultad, muy agitada.

—¡Quiero ver a mamá! ¿Dónde está? ¡Dile que venga, la necesito! ¡Mami! ¡Ven por mí, mami!

Los chillidos de Dahlia alertaron a la enfermera, quien entró al cuarto a toda prisa. Al notar que la pequeña estaba tan alterada, se vio en la obligación de solicitarle al padre que abandonara el sitio.

—Perdone las molestias, señor, pero debo pedirle que se retire. Lo llamaré de nuevo en cuanto la condición de su hija haya vuelto a la normalidad.

En cuanto el hombre salió de la habitación, la mujer procedió a emitir un infrasonido producido mediante la vibración repetida de los dedos de sus manos. Ese era un llamado de auxilio muy utilizado entre las Glóvine, las enviadas especiales de Savaelu para inspeccionar y atender sus asuntos entre los seres humanos. Dichas criaturas modificaban el tono morado de su piel y redondeaban sus orejas, pues estas se asemejaban a un conjunto de diminutas dagas amontonadas en un espacio muy reducido. Podían emular la figura de las mujeres a la perfección, pero no la forma de los varones. Sus grandes ojos de largas pestañas rizadas y sus amplias caderas eran imposibles de ocultar y no lucían para nada masculinas. Por esas razones, siempre se presentaban luciendo agraciados cuerpos femeninos, manteniendo sin alteración alguna su peculiar melena naranja.

Mediante aquel característico llamado entre las de su raza, una de las dos falsas enfermeras de ese centro médico estaba solicitándole a su amo que le enviase una de sus libélulas curativas para utilizarla en el apaciguamiento del ánimo de la niña. Pero en vez de recibir una contestación a su solicitud por parte de su superior, fueron sus dos hermanas mayores quienes acudieron al lugar. Una de ellas estaba haciéndose pasar por la doctora de la chica, lo cual les facilitaba mucho a las trillizas el acercamiento total con la muchachita. Habían estado preparándose para ese día desde hacía mucho tiempo, pues debían recolectar dos cosas vitales de aquella importante descendiente de Raki. Necesitaban conseguir una parte de su código genético y una copia de sus memorias hasta ese momento. Solo tenían unos minutos para realizar el procedimiento sin que Galatea o alguno de sus vasallos se percatasen de su despliegue de energía. La primera parte de su misión fue sencilla, ya que habían aprovechado las horas de sueño de la niña para tomar un buen mechón de sus cabellos con sus respectivos bulbos pilosos.

Para la segunda etapa del plan, contaban con uno de los tres receptáculos replicadores de recuerdos que les había obsequiado la mismísima reina Noelle a cada una en el día de su nacimiento. Según les había indicado en las instrucciones para el uso de ese preciado regalo, debían introducir la delgada saeta de oro que tenía el frasquito fabricado a base de Piedra de Luna a través de la marca de los Valaistu en la cabeza de Dahlia mientras ella estuviese despierta. Dicho receptáculo se parecía mucho a los contenedores de recuerdos verdaderos, pero este tenía un par de diferencias abismales con respecto a los primeros. El replicador solo podía preservar las copias por un periodo de diez años a partir de la fecha de su captura, y nadie más que el originador de dichas copias podía ver o utilizar el contenido del frasco. El proceso no podía interrumpirse por ningún motivo, dado que eso podía ocasionar que se estropeara toda la réplica o que el portador perdiese una parte significativa de sus recuerdos reales. Debían ser sumamente cuidadosas durante cada segundo del delicado procedimiento. Por esa razón, una de las hermanas quiso pedirle ayuda a Savaelu para calmar a la jovencita, pero Anastasia consideró que no era necesario molestarlo ni exponerse tanto a ser descubiertas. Tenía una mejor estrategia en mente.

—Coralie, Edith, por favor, sujeten los brazos de la muchachita. Yo haré el resto.

Ambas mostraron su aprobación con un leve movimiento de cabeza. De inmediato sujetaron las extremidades de la inquieta chiquilla con fuerza, pero sin llegar a lastimarla. Mientras tanto, la primogénita de la triada tomó una bolsita de tela que guardaba entre sus ropas y extrajo una pizca de polvillo violáceo del interior de esta. Acto seguido, sopló las partículas justo en el rostro de la chica, la cual no pudo evitar aspirarlo. Enseguida comenzó a sentir los efectos de los restos de alas trituradas de las famosas libélulas curativas. Su ritmo cardiaco se redujo y todos los músculos tensos de su frágil anatomía se relajaron.

—¿Lo ven? ¿Para qué íbamos a molestar a nuestro amo si acá teníamos la solución? Ya me lo agradecerán más tarde. No perdamos más tiempo valioso.

Con gran maestría, Anastasia introdujo la saeta en el punto correspondiente y esperó. Diez minutos después, la encomienda de las damas concluyó con total éxito. El recipiente estaba lleno de un vapor palpitante de tonalidad purpúrea. Dahlia estaba casi dormida cuando le fue removida la agujita, así que la mayor de las Glóvine decidió soplar un poco más de polvo de libélulas cerca de la nariz de la niña. Eso terminó de adormecerla por completo. Entonces, la supuesta doctora le entregó el valioso contenedor a Edith, y procedió a darles instrucciones concisas tanto a ella como a Coralie.

—Ustedes dos, adelántense. Yo iré primero a tranquilizar al señor Woodgate y luego las alcanzaré a la orilla del portal, ¿de acuerdo?

—Está bien, allá te esperaremos. No demores más de lo necesario.

Dicho esto, ambas enfermeras salieron de la habitación y se desplazaron hasta la fuente decorativa en el jardín del hospital. Cuando estuvieron seguras de que nadie las estaba mirando, tocaron el agua al mismo tiempo, tras lo cual sus cuerpos humanos se desvanecieron en su totalidad. Al estar en contacto con algún tipo de masa acuosa, las hermanas podían fusionarse con dicho líquido y reaparecer con una forma tangible en cualquier destino que eligiesen con gran rapidez. Las bellas costas de Alicante, frente al mar mediterráneo, resultaron ser el sitio seleccionado por ellas en esa ocasión. Allí se localizaba uno de los tres portales para acceder al escondite de Savaelu, el cual solo se abriría después de que completasen las tareas de un complejo ritual para probar que no eran impostoras. Esperarían por la llegada de su querida hermana para dar inicio a la solemne ceremonia que las llevaría de vuelta al lado de su amo.

Entre tanto, Anastasia hizo todo lo posible para que Emil y Dahlia estuviesen menos tristes. El polvo de libélulas recibido por la niña reduciría los efectos adversos de su sangre maldita en otras personas por varios meses, lo cual la ayudaría a tener menos estrés mientras asimilaba la pérdida de su madre. "Nos volveremos a ver muy pronto, de eso no me cabe duda", pensaba ella para sus adentros, al tiempo que contemplaba al hombre sentado en el catre, a un lado de su hijita dormida. Apenas diez minutos después de su breve charla con el joven padre, la trilliza ya se encontraba junto a sus hermanas, lista para retornar al núcleo dimensional. El haber visto de cerca a la heredera del legado Valaistu la impulsaba a permanecer a su lado, protegiéndola, pero sabía muy bien que no podía hacerlo. Aún debían esperar por el despertar de los integrantes del Pacto de Fuego. Sin ellos, no podrían defender a la chica ni a la Tierra como era debido. A pesar de no entender en ese momento para qué les habían pedido el ADN y las copias de los recuerdos de Dahlia, la sabia Glóvine confiaba en la inteligencia de Savaelu. Él siempre había velado por el bien de todos los seres terrícolas, así que no sería distinto en esa ocasión...

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