El jardín de los recuerdos
Dahlia no se percató del cambio de escenario hasta el momento en el cual recibió el fuerte impacto de una rama gigantesca en mitad de su abdomen, el cual la dejó tendida sobre el suelo. Tras unos minutos, apenas logró reunir energía suficiente para sentarse. Pero el dolor y el mareo ocasionado por el golpe fueron olvidados casi de inmediato al caer en cuenta de que Syphiel había desaparecido de su lado. Aquello la puso nerviosa en sumo grado, pues se había encariñado con aquella mujer, a pesar de conocerla de manera superficial. Había algo muy cálido y atrayente en esa dama, lo cual la hacía sentir un gran amor fraternal hacia ella, casi como si se tratase de su propia madre. Por esa razón, la chica se inquietó mucho al notar la repentina ausencia de su acompañante. Ni siquiera la dificultad para respirar la hizo cesar de preocuparse por la señora.
—¡Oye, Syphiel! ¿En dónde estás? ¿Puedes oírme? —exclamó la chiquilla, al tiempo que miraba de un lado a otro, muy angustiada.
No recibió respuesta alguna de la persona a quien anhelaba encontrar. Un fuerte rugido proveniente de algún punto en la lejanía fue lo único que llegó a sus oídos. Aquel escalofriante ruido por fin la obligó a volver a la realidad. "¿Y si esa bestia la tiene prisionera? Debería dejar de gritar sin saber primero en dónde estoy ahora y a qué cosas me estoy enfrentando. Iré a investigar", se dijo entre murmullos. El colosal brazo vegetal le estaba obstaculizando una buena parte de la vista del horizonte, así que la muchacha se puso de pie y comenzó a caminar despacio. Observaba con atención el terreno sobre el cual colocaba sus pies y vigilaba su retaguardia, por si acaso alguien la estuviese siguiendo. En cuando logró dejar atrás el estorbo para su visión, un suspiro de sorpresa se le escapó. Ante su atónita mirada ambarina, un escenario natural de proporciones descomunales para los seres humanos mostraba todo su esplendor con orgullo.
Cientos de gruesos tallos rojizos, cubiertos de carnosas hojas con puntas redondeadas, se erguían a lo largo y ancho del terreno en donde se encontraba la chiquilla. En las partes más altas, a unos cincuenta metros del suelo, unas llamativas flores de cinco lisos pétalos de tonalidad naranja con estambres amarillos coronaban los vástagos. Su coloración tan viva contrastaba con el apagado matiz grisáceo del poco cielo nublado que se podía divisar desde abajo. En medio del entreverado ramaje, algunas criaturas de variados tamaños y formas se desplazaban con cierto recelo o permanecían quietas del todo al advertir la presencia de la joven humana. Tímidos pares de enormes ojos azulados permanecían siguiendo cada uno de los pasos dados por Dahlia. Ella ya había notado que no estaba sola, pero prefirió no actuar como si eso la perturbase, pues eso podría alterar a aquellos seres desconocidos. Prefirió mantener su mente ocupada en localizar a Syphiel y en alejarse al máximo de la fuente de los rugidos, los cuales no se habían detenido desde que la chica había escuchado el primero de ellos.
Después de una larga caminata en silencio, con los músculos rígidos y la boca seca, la gemela de Milo por fin llegó a un claro circular. Era una zona amplia cubierta de pasto vítreo de tono verde esmeralda, en cuyo centro convergían las salidas de tres senderos. El camino por donde había llegado la muchacha parecía ser el más estrecho de todos. Justo en medio del círculo, un pequeño bultito blanco inmóvil llamó la atención de la joven Woodgate. Lucía como una persona acostada, hecha un ovillo, pero no podía asegurarlo, pues se hallaba a unos diez metros de distancia. La primera idea que pasó por su mente al mirar aquello fue la de huir, pero el deseo de encontrar a la dama perdida la hizo permanecer ahí. No sabía si sería prudente de su parte acercarse más, así que decidió probar suerte hablando.
—Syphiel, ¿acaso eres tú? —preguntó ella, con la voz chillona y algo trémula.
Unas carcajadas infantiles ahogadas emanaron desde el cuerpecillo tendido en el piso, pero este no cambió de posición. Se quedó tan quieto como lo estaba antes de escuchar las palabras de Dahlia. Dicha reacción inquietó aún más a la chiquilla. "¿Esa risa sería de alegría o de burla? ¿Qué debería hacer al respecto? Ay, no lograré mucho si no me acerco. Así que... ¡allá voy!", balbucía la rubia, tratando de darse ánimos. Con paso cauteloso pero decidido, empezó a aproximarse al punto en donde yacía el ente responsable del perturbador carcajeo. Trataba de respirar en silencio, pero era imposible frenar la agitación provocada por el creciente pavor que la embargaba. Sus manos se habían cerrado en apretados puños y le retemblaba la quijada. A pesar de ello, la jovencita se armó de valor y posó su dedo índice derecho sobre el hombro de la criatura.
—Oye tú, ¿estás bien? —declaró la adolescente, tragándose el nudo en su garganta con gran dificultad.
El ligero contacto hecho por la mano de la chica provocó un abrupto giro en la cabeza del ente. Sus grandes ojos de inexpresiva mirada se abrieron de par en par y se concentraron por completo en los de Dahlia. Un escalofrío la heló hasta los huesos en cuanto pudo ver bien de quién se trataba. Aquellos brillantes iris carmesí, enmarcados por una esclerótica negra, no podían pertenecerle a nadie más que no fuese la mismísima Nahiara. Pero esta versión de la emperatriz lucía mucho más joven y frágil de lo esperado. Su complexión era muy similar a la de una niña no mayor de diez años. Pero, aparte de mirar a la pelirrubia sin pausa, la pálida pequeñuela no estaba haciendo ningún tipo de movimiento. Los segundos transcurrían con increíble lentitud para la hija de Déneve, quien no sabía si debía decirle algo más o si era mejor quedarse callada. Echar a correr estaba fuera de las opciones inmediatas, pues sus piernas habían decidido no volver a obedecer las órdenes del cerebro.
—¿Qué estás mirando tanto? —susurró la pequeña, casi sin mover los labios.
La muchacha desvió la mirada de inmediato y la dirigió hacia el suelo, como si con ese gesto pudiese ocultar su total embobamiento anterior. Dicha conducta nerviosa no pasó desapercibida para la criatura. Una nueva secuencia de carcajadas apagadas brotó desde la delgada garganta de la pequeña. Pero, en esta ocasión, en su boca se delinearon las curvas propias de una gran sonrisa. Parecía estar tan feliz que incluso sus atemorizantes ojos destilaban buen humor. Sin embargo, luego de unos instantes, su gesto de alegría se desvaneció y fue reemplazado por la misma expresión de frialdad anterior. El letargo y la indiferencia la embargaron una vez más. Entretanto, la joven Woodgate continuaba petrificada y muda ante aquel inusual espectáculo. "No puedo seguir aquí parada por siempre. Es necesario que haga algo ya", se dijo para sus adentros. Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, decidió hacerle otra breve pregunta al ente.
—¿Puedo ayudarte? —inquirió la rubia, mientras colocaba su mano entera sobre el hombro de la chica yacente.
Un pronunciado arqueo en la espalda de la niña descolorida, acompañado de un sonoro alarido arrancado desde lo más profundo de su cuerpecito, fue la inesperada respuesta que recibió Dahlia. Acto seguido, decenas de brillantes llamas rojas y anaranjadas se apoderaron de la pequeña. La mueca de dolor en su delicado rostro era desgarradora. Se estaba ahogando en medio de los fuertes espasmos producidos por un ataque de epilepsia. De repente, unos delgados filamentos negros cubiertos de espinas empezaron a salir de su boca. Los agresivos hilos se enredaron en torno a las piernas y el torso de la jovencita que estaba erguida, para después clavársele en la piel cual si fuesen aguijones. La hija de Emil no tardó en unirse al clamor lastimero de la lívida criatura. Sus globos oculares habían empezado a inundarse con una sustancia espesa y negruzca, dejándola al borde de la muerte.
—¡Nahiara, por favor, detente! —clamó Syphiel, a todo pulmón.
Escuchar la voz desesperada de la dama tuvo un potente efecto instantáneo en la niña de tez lechosa, pues los tentáculos asesinos soltaron a la pelirrubia y regresaron al interior de su creadora. Poco a poco, las llamas se apagaron y las convulsiones también cesaron. El semblante impasible de antes regresó a su sitio. Por otro lado, el grave daño ocasionado por las ramificaciones punzantes había obligado a la muchacha a soportar el peso corporal sobre sus rodillas y codos, pues no tenía fuerzas para mantenerse de pie. A pesar de ello, logró levantar la cabeza para buscar con la mirada a la señora que había acudido en su auxilio justo a tiempo. La momentánea tranquilidad adquirida gracias al oportuno rescate se fugó en cuanto la joven se percató de la realidad. Había otra mujer presente en aquel sitio, la cual estaba sujetando a Syphiel desde atrás, mientras sostenía una daga presionándole la garganta.
—Así que eres tú quien permitió el renacimiento de mi aprendiz... ¿Quién lo hubiera creído? ¡Eres idéntica a ella! Ahora comprendo por qué esta mujer tiene una fijación tan extraña contigo —explicó la desconocida, en tono sarcástico.
—¡Déjala en paz! Si tu problema es conmigo, ¡suéltala ya y encárame! —gritó Dahlia, exhibiendo un gran enojo a través de sus ojos.
La encapuchada arrojó con violencia a Syphiel muy cerca del cuerpo en reposo de la pequeña Nahiara. Justo después, removió con cuidado la tela que le cubría la cabeza, dejando así su ovalado rostro al descubierto. Tenía la piel clara como un copo de nieve y su mirada estaba teñida de negro azabache. Poseía una nariz fina, unos labios carnosos y una lisa cabellera castaña. Dichos atributos, aunados a un porte elegante y a la alta estatura, hacían de Moa una mujer destacada en todas partes. Su mera presencia provocaba fascinación y respeto, dado que la envolvía una especie de aura cargada de calor. Sin embargo, nada de eso hizo mella en la joven Woodgate. Su mirada desafiante seguía ahí, imperturbable. No permitiría que le hiciera más daño a su querida compañera.
—¿Quién eres y qué quieres de mí? —inquirió ella, mientras se ponía de pie.
La hechicera no articuló palabra alguna, sino que elevó los brazos hacia el cielo y luego dio una potente palmada. Aquella acción tan simple resultó ser el catalizador de una incontrolable tempestad en la atmósfera. Desmesurados vientos comenzaron a soplar alrededor del claro, arrancando las flores y la mayoría de las ramas en las plantas del jardín circundante. El azote huracanado no tocaba ni un centímetro de la tierra en el círculo donde convergían los tres caminos, pues no estaba programado para ello. La creadora de aquel desastre natural conocía muy bien cuál era el objetivo de su conjuro. Sonreía satisfecha al contemplar el horizonte. A unos dos kilómetros del punto de invocación, un gigantesco ser se estaba levantando. Había estado atrapado en medio de una prisión hecha de ramas y otros materiales orgánicos, la cual había sido sellada con energía estelar positiva. A fin de neutralizar dicho sello, la tormenta de Moa había reunido grandes cantidades de energía estelar negativa. El resultado de su intervención se produjo de la manera esperada. Una réplica reducida de Xirdis, de unos treinta metros de altura, caminaba hacia delante. Tenía la vista fija en la muchacha terrestre. A juzgar por lo irritado de la mueca en sus labios y por la ferocidad en su mirada, un profundo odio le estaba consumiendo las entrañas en ese momento.
—Dahlia, debes llamar a Saoirse. La única manera de hacerla venir es entonando su canción. Yo la conozco bien. Repítela después de mí, por favor —explicó Syphiel, con total seriedad, acercándosele para cantarle al oído.
La chica asintió con la cabeza y aguzó su sentido de la audición, lista para prestar atención y hacer tal como se le había pedido. Con su característica voz melancólica al cantar, la dama recitó los cuatro versos requeridos en una bella lengua antigua. Por alguna razón que ni ella misma alcanzaba a entender, la jovencita pudo repetir todas las palabras de manera correcta, sin problemas. En cuanto la última sílaba abandonó sus labios, un cúmulo esférico de luz dorada salió de su pecho y comenzó a crecer hasta alcanzar el mismo tamaño que tenía la réplica de la Tévatai renegada. Fue entonces cuando el gran cuerpo luminoso tomó la forma de la bondadosa estrella que se había sacrificado para salvar las vidas de sus hermanos. A sus espaldas, Dahlia estaba hecha un mar de llanto. Para su sorpresa, una parte importante de sus memorias había vuelto a ella gracias a aquella melodía. Esa era la canción de cuna que Déneve solía cantarle cuando era pequeña, la cual formaba parte del primer recuerdo que el hechizo de Galatea le había arrebatado. Volver a ver el rostro sonriente de su amorosa madre le conmovió todas las fibras de su alma. Jamás se imaginó que, en medio de un ambiente así de hostil, algo tan valioso como esa imagen retornaría a su mente. Ni el duelo que estaba a punto de ocurrir ni tampoco el reciente encuentro casi letal con la versión infantil de Nahiara lograron borrarle la alegría y la inmensa gratitud que sentía para con Syphiel...
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En el salón más amplio de la fortaleza lunar de Savaelu, los selectos invitados aguardaban por la llegada de Déneve. Para quienes no la conocían, esa mujer sería simplemente otra aliada más en la batalla venidera. Para Emil y Milo, la noticia de su retorno a la vida tenía decenas de significados. Un torrente de emociones muy poderosas había invadido de golpe a los dos varones Woodgate. Para el hombre, el regreso de su esposa lo había hecho sentir feliz, confundido, temeroso y culpable, todo al mismo tiempo. Por un lado, se alegraba de que alguien tan buena como lo era ella tuviera una nueva oportunidad para vivir. No obstante, la culpa y el arrepentimiento por el terrible engaño del cual la había hecho víctima y la trágica muerte derivada de dicha mentira no lo dejarían en paz jamás. Temía que llegara a odiarlo para siempre en cuanto se enterase de la cruel verdad. Además, podría incluso alejarlo de sus hijos, lo cual sería uno de los peores castigos que le podría imponer.
Desde la perspectiva del muchacho, el regreso de su madre lo llenaba de regocijo. No había tenido la oportunidad de conocerla de cerca, pues solo la había contemplado durante los breves periodos en que su visión se conectaba con la de su gemela. Además de ello, era él quien había presenciado el horrible sufrimiento al que había sido sometida, para luego ser asesinada a sangre fría con impresionante sadismo. Aquella espantosa escena no se borraría nunca de su memoria, pero la dicha de saber que la dama estaba viva y sana otra vez le aliviaba un poco las penas. Además, la resurrección de Déneve le daba la oportunidad de brindarle todo el afecto que no había podido prodigarle a causa de la inevitable separación. Tenía algo de miedo ante el posible rechazo inicial, pues no sería sencillo explicarle el método mediante el cual había sido separado de ella. Pero el chico estaba decidido a ganarse su cariño maternal. Anhelaba formar un vínculo afectivo como el que tenía con su hermana. Si Dahlia la amaba tanto, no le cabía duda de que era porque en verdad se lo merecía.
Tanto el hombre como el muchacho se mostraban inquietos en extremo mientras esperaban por la aparición de la señora Woodgate. Cuando por fin sucedió, a ambos les pareció un tanto raro que el resto de los desconocidos ingresaran a la estancia por sí solos y que solo ella necesitara de la guía de Savaelu, quien la traía sujeta de la mano derecha. La mujer tenía la mirada ausente y el ceño fruncido. Sus pensamientos estaban dispersos en algún sitio lejano. En cuanto la vio, Emil respiró profundo y dio un paso al frente. Tenía la intención de llamarla por nombre, para así atraer su atención al mundo real de nuevo. Sin embargo, las intenciones del caballero quedaron truncadas de manera repentina. La señora soltó la mano del duque y cayó de rodillas, cubriéndose la boca con ambas manos. Estaba conmocionada, derramando lágrimas a borbotones. Ni siquiera podía respirar bien y temblaba como si estuviese a punto de congelarse. No entendía nada acerca de la visión fugaz que acababa de recibir, pero tenía un presentimiento terrible al respecto. Si su hija estaba llorando tanto en ese preciso instante, las cosas no podían estar saliendo nada bien para ella.
—¿¡Dónde está mi hija!? ¿¡Qué le están haciendo!? —clamaba la dama, con vehemencia.
Emil quiso acercarse para consolarla, pero ella lo empujó y estuvo a punto de golpearlo con las manos, debido a la excesiva alteración en su espíritu. Savaelu tampoco se atrevía a tocarla, por respeto a ella y a sus familiares. En contraste con los varones mayores, Milo fue mucho más valiente y decidido. De inmediato corrió a estrecharla entre sus brazos. Inesperadamente, su abrazo fue aceptado y tuvo un poderoso efecto calmante instantáneo. Y en tan solo unos cuantos segundos, el chiquillo también comenzó a derramar copiosas lágrimas.
—Dahlia saldrá adelante, mamá. Estoy muy seguro de ello. Pero necesita de nuestra ayuda para regresar. Debemos seguir luchando junto a papá —manifestó el muchacho, mientras sonreía.
El joven Woodgate había tenido una conexión visual fugaz con su hermana, como las que solía experimentar antes de que la chica se marchara de la Tierra para realizar las pruebas en los páramos. Por un instante, sus sentimientos se unieron y él pudo comprender el motivo del llanto de la muchachita.
—Dahlia está llorando a causa de la alegría, mamá. Acaba de recordarte y eso la ha conmovido. Te ama mucho, ¿lo sabías?
Déneve no fue capaz de hablar, pero algo en sus adentros le indicaba que las palabras del chaval eran verdaderas. Un fuerte instinto maternal se había despertado en ella con aquel emotivo apretón. Después de permanecer un rato abrazados en silencio, la mujer dejó caer los brazos a los costados y se quedó mirando a su hijo a los ojos por un instante, tan sonriente como lo estaba él. Su ritmo de respiración había vuelto a la normalidad y el desconsuelo en su alma había cesado. Empezó a levantarse del suelo con lentitud, mientras observaba los rostros nerviosos de quienes la rodeaban.
—Quiero volver a ver pronto a mi hija. Estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para lograrlo. Cuenten conmigo, amigos míos —anunció la madre, con la frente en alto y un tono enérgico.
—Me complace mucho escuchar eso, querida señora Woodgate. Usted también cuenta con el apoyo de todos nosotros para llevar a cabo esta importante misión —afirmó el duque, al tiempo que le dedicaba una reverencia.
El grupo entero de espectadores prorrumpió en aplausos de aprobación, excepto por una persona. Emil tenía la cabeza gacha, sus labios se notaban apretados y no dejaba de abrir y cerrar los puños. Aquello no pasó desapercibido para la dama, quien avanzó con paso decidido hacia el sitio en donde él se hallaba. Tan pronto como estuvo frente al hombre, Déneve colocó ambas manos sobre las mejillas de su esposo y, con un leve tirón, lo obligó a levantar el rostro y mirarla.
—Si nuestros dos hijos ya te lo han perdonado todo, ¿por qué no habría de hacerlo yo también?
Enseguida, la mujer acercó su boca a la de Emil, para luego besarlo de manera suave y tierna. Como si se tratase de un acto reflejo, él le rodeó la cintura, usando ambos brazos para ello, y la estrechó contra su pecho con gran fuerza. Una vez más, los presentes festejaron el acontecimiento con una atronadora ovación. Después de eso, Milo se acercó al lado de sus padres y los abrazó, ante lo cual ellos le respondieron de la misma forma. El ejército de Savaelu por fin estaba completamente listo...
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